La arena del parque crujía extrañamente bajo sus pies
después de la intensa lluvia. Era un sonido incómodo al que, sin embargo, en un
par de minutos se volvió adicta, intentando pisar sobre todo en aquellas zonas
donde la consistencia del suelo le parecía decir que el sonido podría ser más
redondo.
Después de la tormenta comenzaban a escucharse los primeros
pájaros y volvía a imponerse sobre todos los demás ruidos el del viento
moviendo las ramas más altas de los enormes plátanos, que apenas dejaban
entrever entre la maraña de hojas recién estrenadas, la carrera de nubes color
gris oscuro allá en lo alto.
Nadie hubiese sospechado que en aquel momento sus pasos eran
seguidos de cerca por alguien. Y menos que aquella persecución no fuese casual
o arbitraria.
Aquellos otros pies caminaban sobre la hierba, con suavidad,
sin provocar ningún sonido y con cierta cautela, refugiados en el anonimato del
vacío que invadía casi todos los caminos del parque. Así fueron cruzando en
diagonal casi toda su extensión, como un cuerpo y una sombra que caminase a
cierta distancia de su dueño.
Cuando salió del recinto por la puerta norte, pensó que no
se había cruzado con nadie, seguramente a causa del pésimo tiempo que hacía
aquella tarde. Su seguidor se detuvo en uno de los últimos árboles antes de
abandonar el parque, como temeroso de que la ciudad pudiese hacerle algún mal.
La observó hasta que desapareció de su campo visual. Después volvió sobre sus
pasos, hasta el otro extremo del parque, y, entonces sí, salió y cruzo la
amplia avenida para entrar con rapidez en una parada de metro y regresar a
casa. Si llegaba antes que él, le diría que había salido a comprar
paracetamol a la farmacia. Por la mañana había mencionado que le dolía un poco
la cabeza.
Pero ella no regresó.
3 comentarios:
Uff buenísimo relato, excelentemente narrado hasta el mínimo detalle, como el sonido de la arena, o la yerba.
Me ha mantenido con la misma ansiedad y vértigo en el estómago de nuestro vigilante. La inseguridad, sin duda es el principio del final.
Vaya manera de volver, Vulcano.
Gracias, amigo, tú siempre tan fiel a mis palabras...
Precioso. Como siempre.
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