29 de marzo de 2008

Noche barroca.


Discretamente casi escondido en la programación del Teatro Real de Madrid como complemento a las representaciones del Tamerlano, de Handel –ambas óperas barrocas y con el mismo libreto- nos encontramos el jueves noche con una de las veladas más deliciosas que recuerdo en el escenario madrileño. La versión del concierto de la ópera de Vivaldi Bazajet. Una sola representación que por lo tanto sólo pudimos disfrutar unos poquitos afortunados (comprar la entrada el día que salieron a la venta fue toda una odisea internauta)

El mundo de la ópera barroca necesita de una contextualización histórica y musical correcta y que nazca de una inmersión espiritual decidida. No es un tipo de ópera que suela ser demasiado apreciado por el público general de la ópera y más bien recoge adeptos entre los incondicionales de la música barroca en general. Todo esto era evidente en los comentarios que se podían escuchar en el intermedio a los asistentes. Yo mismo confieso que mi interés y comprensión de la música barroca es fruto de mi esfuerzo personal por asimilarla y dejarme llevar poco a poco por su intrínseca belleza.

Pero el jueves íbamos con los deberes hechos y la ópera escuchada en casa. Y el resultado fue realmente cautivador. Vivaldi es un mago de la música, capaz de inyectarnos la belleza en el aire que respiramos, toda la esencia de esa Venecia ya decadente del s. XVIII que retorcía hasta el infinito el hedonismo de sus habitantes y su incisiva recreación en la belleza, fruto del influjo abrumador de una de las ciudades más oníricas del mundo.

Fue un sueño de casi tres horas, y daba igual que no hubiese escenografía, pues el saber hacer de Fabio Biondi y su trouppe de la Europa Galante, rodeada de un conjunto de cantantes solistas de la mejor calidad en este tipo de repertorios nos dejó sin aliento y literalmente rendidos ante esta música de irregular hondura, pero de innegable magnetismo.


El Bazajet es un buen ejemplo de lo que se denomina Pastiche Barroco, en el que el autor recogía arias de otras óperas de él mismo e incluso de otros autores, y las añadía a alguna nueva compuesta ad hoc.
Fabio Biondi, del que ya he hablado aquí en alguna ocasión con cierta pasión, ha recuperado y revisado esta partitura de innegable calidad y lleva varios años difundiéndola por el mundo en una prodigiosa prueba de su idilio con esta obra.

La música vocal de Vivaldi está extrañamente poco explorada, pero el ejercicio de una nueva generación de músicos como el propio Biondi, Rinaldo Alessandrini, o Christophe Rousset están contribuyendo a verla de otra forma a través de sus visiones renovadoras y serias de este tipo de repertorios, basadas en muchas horas de biblioteca estudiando partituras, anotaciones y demás documentos que son esenciales para poder interpretar una música que se compuso inevitablemente unida a una forma de interpretar que hasta ahora se desconocía bastante. A quien le interese este tipo de música yo recomendaría que escuchara alguna interpretación de estos nuevos (ya no tanto en realidad) músicos y renueve su visión de obras que creía monótonas, aburridas o exentas de pasión. No lo fue la interpretación del jueves del Bazajet vivaldiano, que a los que nos quedamos hasta el final nos robó espontáneos y desgañitados bravos a un conjunto que nos respondió sin divismo y con las sinceras expresiones de felicidad de quien es inmensamente feliz haciendo música.

Consiguieron que nos enamoráramos de Vivaldi.

Os dejo con un par de extractos, uno más dramático y otro más movido, para que os hagáis una idea de lo que os estoy hablando.


25 de marzo de 2008

La electrididad del alma.






Siempre he defendido el Amor con mayúsculas, el que no entiende de deseos porque es Deseo, ni de posesión, porque posee sin voluntad. El que se reconoce lleno de pudor y de valentía pues no teme a la verdad, pero reconoce la fragilidad de su piel.
Amor cantado desde el pasado, porque nada ha cambiado, repetido en el presente, y continuamente moviendo el hilo de los dedos y de las palabras a lo largo del tiempo, habitando el descuido de una tarde, la grieta sincera de una amistad o el precipicio oscuro de las miradas que encajan como el aire entre las ramas.
Amor sin paredes, amor solidario e inevitable, amor cuando menos te lo esperas, amor desde todas las palabras, amor sin definir, amor en todos los que me llegan, amor voluptuoso, amor desde la oscuridad de la razón, amor procaz, amor en ti que me asaltas en tus silencios de mediodía.
El tormento dulce del que habla Monteverdi, herida inevitable que atraviesa la existencia y la ilumina para siempre, que detiene el tiempo y define la belleza.

Como un ejército de extraterrestres anclados en el olvido de ser, reconocidos entre las palabras, en los huecos de lo que no ocurre, en la electricidad del alma, te reconozco de mi misma raza y me uno secretamente a ti, portador del sueño que me turba y del que me libera. Y no te lo susurro porque no es necesario. Llevamos la mirada en la sangre y hacemos que el aire tiemble y se vuelva sólido, como la soledad de las abejas que zumban, como el agua torrencial que se deshace en la roca, como la nube que no respira mientras atraviesa el cielo.
Algún día, ese castillo de soldados extraños vendrá a poner paz a mi agitado corazón. Ese día, no hará falta que os diga nada más.

22 de marzo de 2008

Y llegó...

Inflexible como un mecanismo de reloj de precisión.
Como lo que es, Naturaleza perfecta y desolada. Y aunque soplen hoy los vientos que afilan la piel y me turben las miradas sobre las nubes vertiginosas, y aunque se atropellen bajo la retina las horas azules de un invierno que no existió, que jamás debió existir, -y sin embargo lo hizo- es imparable ya el descenso al verano, a las horas perdidas, a la voluptuosidad de la noche y de los deseos sonámbulos. El silencio queda atrás, la escarcha, las manos frías, la ausencia y las noches derritiendo la acera con los pasos secos de nuestros zapatos. Escucho ya el Mediterráneo y los grillos romper la noche. En el fondo lejano del viento ya te escucho... voy hacia ti.

Feliz Primavera.

18 de marzo de 2008

Jacqueline Du Pré


Nunca he sido mitómano, a pesar de que los nombres de algunos artistas me han marcado profundamente. Es el caso de la violonchelista británica Jacqueline Du Pré, de la que he hablado aquí en alguna ocasión. Su figura está siendo revisada estos días en un ciclo que programa el Caixafórum de Madrid, en el que se proyectan las cinco películas documentales que el realizador y amigo suyo Christopher Nupen hizo sobre ella. El ciclo comenzó con una conmovedora conferencia que él mismo impartió en un bastante correcto castellano. Su cercanía personal a esta artista (recuerda él emocionado cómo le sostenía la mano en el momento de morir) le hace hablar con gran pasión de ella, pero su discurso no es sólo emotivo y nos transmitió un retrato de ella y del origen y el valor de estas películas que fue bastante interesante y objetivo.

Jacqueline Du Pré es una de esas figuras de la música que están quizá excesivamente rodeadas de mito y leyenda. Por resumir, para quienes no la conozcan, su carrera fue meteórica desde los 16 años que ya debutó en una de las grandes salas de concierto de Londres. Su talento y la desatada pasión con la que interpretaba la catapultaron a una fama que su matrimonio con el entonces también emergente pianista y director de orquesta Daniel Baremboim contribuyó a rodear de morbo. Su talento era realmente excepcional y todos los que la conocieron coinciden en señalar su inmensa musicalidad y su don para transmitir con pasmosa facilidad sus visiones de la música. También coinciden todos en destacar sus valores humanos, su energía vital, la musicalidad que la rodeaba en todo lo que hacía, así como su gran generosidad.
Las películas de Nupen (nos contaba él) así lo demuestran. La gran aportación del director es haber tenido la suerte de conocerla y ser consciente de su talento en un momento en el que el desarrollo tecnológico (fundamentalmente la aparición de nuevas cámaras de 10mm insonoras, que permitían la filmación en directo y en distancias cortas sin perturbar la música) le permitió un nuevo concepto de cine musical, capaz de acercarse a la interpretación desde ángulos tan próximos que desvelan a través de gestos y miradas las intenciones interpretativas de los músicos de una manera muy eficaz. Él, además, tuvo la ocurrencia de filmar a Jacqueline y todo el grupo de jóvenes músicos y amigos que tocaban en esa época (finales de los 60) con ella (ahora todos ellos músicos de primera fila como Baremboim, Zubin Metha, Pinchas Zukerman o Itzhak Perlman) en escenas de la intimidad del backstage. Hoy en día ese tipo de imágenes están más que explotadas en innumerables programas de televisión, pero en aquella época constituía toda una nueva forma de aportar otra visión a transmitir la esencia de los interpretes. Las imágenes de este tipo que Nupen filmó nos muestran a una Jaqueline de una perturbadora sonrisa llena de una energía y vitalidad arrolladoras. Las mismas que volcaba en la música. La expresividad de sus gestos era evidente y transparentaba de tal manera sus emociones que realmente se puede decir que el espectador se pierde mucho de lo que ella es si sólo se queda en la escucha de sus grabaciones. Nupen habló de la importancia de la imagen en la música como elemento fundamental de comprensión de la esencia interpretativa. Sus películas son incisivas en mostrar primerísmos planos de las manos, de los gestos, de las miradas, con una inspiración realmente asombrosa.

La técnica y personalidad músical de Jacqueline Du Pré son indudables, así como su precocidad, su talento artístico y su talla humana. No hay manera de explicar la madurez y profundidad que alcanzan sus interpretaciones, realizadas a una edad muy temprana (entre los 15 y los 28 años) en la que la mayoría de los músicos son meros estudiantes. La naturaleza nos brinda de vez en cuando estos misterios. Su interpretación más recordada es la del concierto de chelo del músico inglés Edward Elgar. No hay duda que Jacqueline Du Pré ha transformado no sólo la forma de interpretar esta partitura, sino que la ha hecho universal. Es increíble cómo una adolescente de tan solo 20 años (edad a la que grabó el concierto) pudo ser capaz de entender la oscura melancolía otoñal de esta página y mostrarla al mundo como nadie antes lo había hecho.

Al igual que una macabra alegoría, la vida de esta interprete excepcional se truncó a los 28 años cuando le fue diagnosticada esclerosis múltiple, una enfermedad que produce un deterioro progresivo del sistema nervioso central . Toda una triste metáfora de la existencia. Su vida dedicada a la música no se terminó y ella siguió grabando hasta los últimos periodos de actividad -intermitente- que le dejó la esclerosis, colaborando como narradora en grabaciones de otros, y enseñando hasta prácticamente su muerte, en 1987. La enfermedad, sin embargo, la postró en una silla de ruedas y le impidió volver a tocar a partir del año 71. Profundamente crítica con su trabajo, nunca dejó de escuchar sus grabaciones y películas, lo cual le tormentaba profundamente pues era una de esas personas que necesitaban tocar música como forma de expresión vital, como oxígeno para vivir. Las imágenes de alguna entrevista realizada al final de su vida, en momentos en los que la enfermedad le permitió una cierta normalidad para poder hablar y mover las manos sin demasiada dificultad nos muestran una desoladora Jacqueline que sin embargo no pierde esa sonrisa suya llena de vida.

Quiero dejar aquí mi homenaje particular a esta violonchelista que tanto ha marcado mi forma de sentir la música. Alguien verdaderamente excepcional e irrepetible.
Aún recuerdo la primera vez que la escuché, por casualidad, en la radio. Su especial forma de tocar era y es inigualable. Una vez la has escuchado sabes que nunca podrás oír tocar a nadie como ella. No sólo por la arrebatada pasión con la que interpreta (dinamita pura que quemaba literalmente los micrófonos de los estudios de grabación) sino también por el timbre personalísimo que conseguía del instrumento, que yo personalmente no he vuelto a escuchar a ningún otro chelista. Os animo a comprobarlo.
Destacaría de entre todas sus grabaciones la de las sonatas de Brahms, con Daniel Baremboim, el inigualable concierto de Schumann (su más honda interpretación en mi opinión) o su grabación del concierto de Dvorak, que cuenta con uno de los más tristes finales que se hayan grabado jamás, en el que ella parece presagiar que no volvería a grabar más esa música. Y por supuesto, su obra emblemática, el concierto de Elgar, con cuyo final os dejo. Os recomiendo verlo hasta el final y fijaros en la forma de interpretar, que se le escapa a través de la mirada y del movimiento de su cuerpo.

13 de marzo de 2008

King Lear


Mi primera visita al flamante Teatro Valle Inclán, segunda sede del Centro Dramático Nacional. Compañía que casi siempre creo que está a buen nivel, pero esto en los tiempos que corremos de facilidad de ideas y falta de creatividad eso no es demasiado difícil.
En el escenario, una de las mayores tragedias de Shakespeare, "El Rey Lear". Una obra inmensa, que recorre con una pluma impecable y una vitalidad sobrecogedora ese puñado de pasiones y perversiones humanas que siguen definiendo en gran medida el género humano. Pasiones carnales y ansias de poder, miedos, envidias, vanidades, egoísmos, temores... de todo ello está sembrada la obra, que además lo desarrolla a lo largo de una historia llena de escenas de puro placer dramático, llena de posibilidades escénicas. En suma, puro teatro, del mejor.
La versión de Juan Mayorga me pareció noble y ajustada, y muy en consonancia con la dirección de Gerardo Vera, que ha hecho un verdadero ejercicio de economía de medios, para despojar la historia de ropajes y escenarios grandilocuentes (los que uno imaginaría para una corte como la que describe esta obra). La escena queda desnuda, y aparte de algunos pocos muebles esenciales (los mínimos) y esas espadas que se ensartan en la pared para ser empuñadas cuando es necesario, la escena eran sólo volúmenes y algunos efectos (brillantísimos) de luz y sonidos que no protagonizaron sino más bien apoyaron a la acción de manera rotunda. Igual que el vestuario, de época indeterminada aunque de evidencia contemporánea, pero que no consistía en un ejercicio de pretendida "modernidad" sino más bien en un apoyo más a la deslocalización histórica, geográfica y social de una historia que tiene en las palabras argumentos suficientes como para agarrar nuestras entrañas de manera suficiente. Y es que en el texto está todo lo necesario para convencer, para emocionar, para hasta reconocernos y avergonzarnos... Una correcta interpretación del texto de Shakespeare es suficiente para desplegar lo que el Rey Lear tiene en sus páginas. Las interpretaciones de la presente producción del CDN son más que correctas, si bien hay un desequilibrio evidente entre los papeles masculinos y los femeninos, ya que estos últimos quedan por debajo de aquellos en intensidad y calidad, lo cual desmerece un poco esta tan brillante producción. El Lear de Alfredo Alcón es intenso y lleno de fuerza, pero no brillante, y en mi opinión convierte la locura final en un acto demasiado tendente a la ñoñería y el amaneramiento, en un signo de arrepentimiento que yo no creo (o quiero) ver en Lear. Aún así, es una interpretación a la altura. Para terminar, me gustaría resaltar el montaje de las escenas, dinámico, quizá tendente e lo efectista, pero que encaja perfectamente en la acción dramática. Dos horas y media de función prácticamente sin posibilidad de respiro ni aburrimiento.
En fin, una noche de verdadero teatro, de ese que tanto cuesta ya encontrar hoy en día. Siempre he sido defensor de los clásicos, porque por algo lo son. Pero el actual panorama del teatro y su tendencia a deformar los textos y las intenciones no me convence casi nunca, por eso soy proclive a preferir producciones correctas como ésta, que tocan poco el original y más bien tienden a realzar las palabras y la interpretación que a ensombrecerlas. En definitiva, una obra verdaderamente recomendable para los amantes del teatro clásico.

10 de marzo de 2008

Primera Piedra

En medio de este pequeño oasis de descanso de la blogosfera que me he estoy tomando, he decidido subir un texto que he estado corrigiendo estos días. Se trata del primer relato que subí a este blog, por lo que es posible que alguno ya lo haya leído, en su primera versión.
Sí, he decidido escoger algunos de los textos que he ido escribiendo aquí que puedan tener algún tipo de nexo y revisarlos para hacer con ellos algo. No sé aún qué saldrá, pero esta tenía que ser sin duda la primera piedra.

A quienes deseamos
.

Hace muchos años vi tu foto colocada en el corcho de la habitación de un amigo. Estabas con tu pareja, sonrientes los dos, y tu mano rodeaba firmemente el hombro de él. Tu mirada fija y sostenida al objetivo de la cámara captó mi atención. Su efecto se deslizó desde el papel fotográfico para hacerse densidad en mi recuerdo. Entonces, aún nadie se atrevía a colocar fotos de parejas de chicos, ni siquiera en corchos de dormitorios de estudiante. Pero éramos adolescentes viviendo en el extranjero, sentíamos cierta facilidad para infringir ese tipo de cosas. Supongo que aquello contribuyó a hechizarme aún más. Desde aquella ventana amplia de la residencia de estudiantes en la colina donde vivía mi amigo, se veía la afilada aguja del crucero de la catedral alzarse gigantesca sobre los tejados e, iluminada, recortar la noche cuando bajábamos al centro por aquel minúsculo camino en pendiente, tropezando con raíces y arbustos. Él me enseñaba la ciudad casi siempre por la noche, silenciosa e hirientemente bella en sus rincones medievales. Y sin embargo yo sólo deseaba regresar a la habitación para volver a mirar tu foto. Aprovechaba sus ausencias al baño para acercarme más, para recorrerte despacio, para guardar tus rasgos en la memoria. El día que pregunté quién eras lo hice con disimulo, como de pasada, escondiendo la necesidad imperativa que tenía de saber de ti.
- Es Luis, ese chico de Ciudad Real del que te hablé, que nos conocimos en un curso de verano, en Lovaina... Y ese es su novio, GertJan. Lo conoció precisamente allí –
Cierto que me había hablado de él. ¡Cómo deseé ser ese Gertjan, y sentir el brazo de Luis sobre el mío, y escuchar su respiración en mi oído mientras nos deteníamos a hacer esa foto! Pero no, en realidad lo odiaba, ¡menudo nombrecito!, y con esa cara pálida de flamenco y esos pelos tan rubios y tan lisos. Mi amigo cambió de tema en seguida, y distraídamente comenzó a hablar de algo interesante, impidiendo cualquier intento mío de poder hacer más preguntas sobre ti.
Mi amigo no vivió mucho más en aquella habitación, pero cada vez que regresé allí a visitarle, lo cual hice con relativa frecuencia en aquellos meses, volví a recrearme en secreto con tu mirada. Aprendí de memoria la curva de tu cuerpo, la elegancia de tu mano al tocar a tu chico, la sonrisa de felicidad que parcialmente iluminaba un sol que se adivinaba español. Mi necesidad de saber de ti siempre era frenada por el impulso de ocultar el evidente deseo que el tono de mis palabras podía descubrir. Así, me esforzaba en complicados desarrollos en la conversación para poder hacer alguna pregunta relativa a ti. Tras meses de visitas sólo supe que vivías en Bruselas con él. Juntos, quiero decir. Y que tú te abrías paso en el mundo de los "stagières" con deseos de ingresar en la Comisión Europea. No sentías muchas ganas de volver a España, porque con tu familia no guardabas una buena relación.
Yo seguí amándote y deseándote en secreto, en mis visitas a Rouen, en aquel invierno de 1993. Llegó el verano, y en mi última visita también te vi por última vez, en aquel corcho iluminado por un intenso sol, el mismo que me acompañó por el sena mientras ondeaban los centenares de banderas tricolores del 14 de Julio junto al lugar donde ajusticiaron a Juana de Arco. Aquel día yo también ardí, en mi interior, porque sabía que era el final de lo nuestro.
Después de muchos años, Bruselas se convirtió en una de mis ciudades. David, mi amigo, se había establecido allí, y yo seguía visitándolo de vez en cuando. Conocía bien la ciudad, y poco a poco también su red de amigos. Supongo que en aquel momento ya me había olvidado conscientemente de ti. Era curioso, pero David nunca te volvió a mencionar. Yo tampoco osé preguntar.
Hasta que un día, de repente, fuimos a cenar y me presentaron a GertJan. Lo recordaba perfectamente de la foto. Mi amigo me lo presentó como un amigo más, pero yo sabía que era él. Mi odio intenso, acrecentado después de tantos años, se volvió deseo en un instante. Deseo de tocar a Gertjan, de oler su piel, de hacerle el amor a quien tú amabas.
La inusitada situación y la incapacidad de saber en ese instante nada de ti me turbaba profundamente. Conseguí sentarme junto a Gertjan esa noche.
Gertjan es realmente encantador, apasionado, inteligente, profundo en su gesto y morboso en su mirada. Mi ansiedad por tocarle me paralizaba los brazos, y también la capacidad de reaccionar. No sabía cómo preguntarle por ti, pero la necesidad me consumía. De repente, dijo algo en español perfecto, así que yo aproveché para preguntarle dónde había aprendido aquella más que correcta pronunciación. Con gesto neutro, contestó de manera seca
- ah, es que tuve un novio español, pero de eso hace muchos años, mi español ya no es lo que era-
La afirmación no me dejaba muchas posibilidades de preguntar sobre ti. De todas formas, y tras un par de miradas entre ambos, aquella noche conseguí su correo electrónico, y en un par de mensajes llegamos a conectar bastante. Descubrimos una complicidad que nos unió y que creó la suficiente curiosidad en ambos como para tirar del hilo de lo que sentíamos.
Mi siguiente viaje a Bruselas fue para estar en su casa, invitado por él. Recuerdo aquel viaje de avión con la respiración agitada, con el corazón que se me aceleraba por momentos. La llegada al aeropuerto y el encontrar su mirada me arrebataron de tal forma, que supe que aquel fin de semana lo único que quería era hacer el amor con él. Fue una aventura perfecta, llena de pasión, ternura y una sensación de que todo era como tenía que ser, como yo habría soñado que fuera -si yo soñara con esas cosas, claro-. Una aventura, además, que duró mucho tiempo. Mientras tanto, tú habías desaparecido por completo. Te diluiste en cuanto sentí que era a Gertjan a quien yo siempre había amado, quien en realidad ocupaba mi deseo más oscuro. Llegué a saber más cosas de ti, claro, formabas parte de la vida de Gertjan. Vuestra relación en realidad duró muy poco. A los pocos meses de llegar a Bruselas y fracasar en tu primer intento de oposición, regresaste a España, harto del gris y de la tristeza de Bruselas, algo que yo, en la cima de mi amor por Gertjan, no entendía, ya que sólo veía en la ciudad belga la belleza especial de una ciudad ecléctica y cargada de sorpresas estéticas a las que Gertjan me enseñaba a ser receptivo. Siempre habías sido un chico con poca capacidad para crear vínulos estables, ni en el amor ni en la amistad, así que con tu partida cortaste con casi todos tus conocidos de Bruselas y ni siquiera Gertjan pudo continuar en contacto más de un par de llamadas y algunos pocos más mensajes. Después de eso, te esfumaste... Te diluiste de nuevo en un océano de olvido y desinterés.

Después de tantos años, hoy te he visto mientras compraba unos discos en la Fnac. Al levantar la cabeza de una referencia, te he visto frente a mí, imponente y guapo, como en realidad has debido ser siempre. Con lo (en realidad) poco que llegué a saber de ti imaginé que terminarías tu juventud descuidando tu aspecto, quizá por buscar algún argumento racional que te hiciese salir de mi mente. Pero me equivocaba. Ahí estás, manteniéndome la mirada y sonriéndome. Una sonrisa que, de repente, ha levantado todo el pasado de un soplo. No puedo evitar sentir que todo mi deseo de años recordando aquel sol de verano llenar tu mirada indescriptible, ha llegado intacto, recuperado en una pulsión que en el fondo siempre ha seguido existiendo debajo de mi piel. Te has dado la vuelta y has comenzado a caminar, girando tu cabeza para mirarme un instante antes de abandonar la planta, sonriéndome de nuevo y confirmándome con certeza mi deseo de seguirte. Te he seguido, después de tantos años, por las calles de Madrid, por una Gran Vía atestada de gente que parecía caminar toda en sentido contrario. Hemos subido unas escaleras, yo con el deseo contenido de un encuentro anónimo (¿no lo es acaso?). Y tras la puerta abierta de tu apartamento me esperan ahora tus labios impetuosos, tus manos infinitas, y tu corazón en la boca, dispuesto a dejar que tu cuerpo se entregue, se deshaga dentro del mío, tus ojos en los míos, mi boca y mi sexo en el tuyo. Tras la lucha, felina, caemos en sueño, uno junto al otro, en una paz que siento como el momento más placentero de mi vida, una paz que he soñado durante años, una paz que siempre he vislumbrado desde el precipicio de mis abismos amorosos, pero a la que siempre una fuerza desconocida me ha impedido lanzarme. Ahora ha llegado, y me invade. Y, por primera vez, escucho tu voz. Me dices:
- ¿sabes? En realidad yo te conozco...
Sé que Gertjan, con quien sigo en cercano y amistoso contacto, perdió el hilo de tu existencia antes de aparecer yo en su vida.
- Me has visto a lo mejor en la Fnac alguna otra vez...
- No - dices, sonriendo.
- Te conozco de hace muchos, muchos años- añades.
Me quedo en silencio. Me acerco y escucho atentamente.
- Sí, hace muchos años, en Francia, tenía un amigo, bueno, en realidad era un amante que tenía una foto tuya en su corcho, en su habitación de la universidad. Supongo que te suena extraño (su voz es la que siempre había imaginado), pero aquella foto siempre me llamó la atención. Llevabas un abrigo verde oscuro, con capucha, y tenías a tu espalda el BigBen. ¿Me equivoco?
- No, (acierto a indicar con la cabeza, mientras un pánico terrible se apodera de mí).
- Estuve en la habitación de aquel chico, David se llamaba, dos o tres veces y siempre quise saber quién eras. En aquel momento no me atreví a preguntar. Además, tampoco consideré que fuera importante saberlo. Eras un amigo español, o al menos eso había dicho él el primer día, mientras me enseñaba las fotos... Después perdí el contacto con David y la posibilidad de preguntar, de indagar sobre ti. Pero para entonces, ya había comenzado a obsesionarme con aquella foto... Viví algunos años en Bruselas, pero terminé hartándome de aquello y volví a España. ¡Uf!, ¡cuántas cosas han pasado! Sé que esto te resultará extraño, pero he soñado con este instante muchas veces en todos estos años. Y creo que en el fondo sabía que algún día, me encontraría contigo.

Y me miras, inclinando el labio, como casi queriendo que yo lo tome por una broma.
Pero no es una broma. El viento que ha comenzado a soplar empuja lacónicamente una rama contra el cristal de la ventana, justo como en aquella película de David Lean, y repentinamente siento que acabo de perder la capacidad para el deseo, en un instante, para siempre.

3 de marzo de 2008

Irremediable y secreta pasión

Por toda esa pasión que corre y vive entre líneas, invisible y prohibida. A veces más posible, a veces menos, pero siempre silenciosa, cautiva, rugiendo en el lugar más común, en el más bello, en el más sórdido. Escondida en medio de palabras que se pronuncian en la noche, entre intencionadas y tímidas, o adheridas a los dedos que se rozan en la tarde, bajo la mirada única de las primeras mariposas.