31 de diciembre de 2009

Haydn y el camino a la luz en el final de 2009

Se trata de una variante que da curso musical a una de las ideas musicales haydnianas más recurrentes: el ascenso hacia la luz, o la recuperación de ésta en la victoria sobre las fuerzas de las tinieblas. Casi todo Haydn gravita en torno a la expectativa de un ascenso hacia la luz. Charles Rosen señala que uno de los grandes gestos musicales de Haydn consiste en una ascensión de notas muy breves escalonadas que llegan a alcanzar una atalaya tonal, expresión simbólica de ese impulso ascensional hacia la luz. Los introitos lentos de las grandes sinfonías últimas también presagian y presienten la oscuridad y tiniebla que se logrará esquivar y vencer. (…) En la sinfonía el reloj, el preludio es pura indeterminación tonal y temática; apenas se puede reconocer la melodía; no hay tema. Parece una página postwagneriana.

Eugenio Trías, El canto de las sirenas, ed. Galaxia Gutemberg.



En este año en el que se conmemoran los 200 años de la muerte del compositor austríaco, no quería dejar pasar la ocasión de usarlo para terminar el año. Un año que, entre otras muchas cosas, me ha servido para conocer a este grandísimo compositor mucho más. Nadie niega que sea uno de los grandes, pero también es cierto que casi nadie lo cita entre sus favoritos, ahogado por el efecto mucho más intenso y sentimental de su gran amigo Mozart o de los primeros románticos, como Beethoven o Schubert. Y sin embargo, todo el universo musical que usó el salzburgués, y la posterior ruptura que se produjo con el romanticismo musical, no tendrían sentido sin el orden y la forma que impuso Haydn. No sólo hablamos de que inventara la sinfonía o las sonatas, como formas de expresión musical que siguieron estando en el centro de la creación musical, sino que inventó una forma de escribir, una forma de hacer dialogar los instrumentos, tanto en la música de cámara como en las sinfonías, que a pesar de todo lo que se ha transformado la composición musical, sigue existiendo como un abecedario imprescindible en el mundo de la música.

Pero en el terreno de la intensidad, Haydn también ha sido objeto de una grandísima desconsideración, pues su inspiración afinada, su humor, y su vivacidad han de ser revisadas detenidamente para descubrir que su música es capaz de provocar una gran cantidad de emoción. Quizá siempre dentro de una fórmula, pero su inspiración es inagotable en su capacidad expresiva y en su fuerza. Así lo creo yo, y pienso que, este leif motiv del ascenso a la luz, si bien de raíz religiosa, es un grandísimo antídoto contra la frustración y el lado más oscuro de la vida. Su humor y su luminosidad pueden casi con todo. Por eso, he querido usarlo para despedir este año, como símbolo del viaje hacia la luz que debe ser, periódicamente, nuestra vida.


Ha sido un año extraño y de cambios para mí, el 2009. De personas nuevas, de emociones nuevas, de universos enteros que ahora también están dentro de mí. De frustraciones y de malos recuerdos, de olvidos y de celebraciones. Pero si algo siento con fuerza es que ha sido enormemente compartido, que he sentido una inmensa cercanía de quienes siempre han estado cerca y de aquellos a los que me he acercado.


En mi viaje anual, ha sido especialmente emotivo rescatar a alguien de un pasado en el que no pudimos encontrarnos para, más sabios, más comprensivos, más capaces de todo, emprender el duro camino de la catarsis y de la creación de una amistad nueva y llena de sinceridad como nunca, que ha sido quizá lo más importante que me ha ocurrido y que me ha enseñado muchísimo a saber, un poquito más, quién soy.


Quizá que con un año nuevo (qué más da la fecha) nos veamos sumidos de nuevo en una tiniebla de tiempo y de personas y situaciones que nos obligarán a vivir de nuevo en el día a día espeso y a veces gris que forma el tejido de la vida. Pero lo importante es que uno tenga la sensación de que se van cumpliendo los ciclos, que va pasando el tiempo y que uno va creciendo y transformándose. De momento, este año que acaba tiene un ascenso importante hacia una luz que es lo que hay que celebrar ahora. Con la del finale lleno de fuerza y luminosidad de esa misma sinfonía 101, llamada del reloj, lejos ya de ese titubeante inicio que he puesto antes, os dejo y os deseo un año de nuevos ascensos hacia la luz para todos.

26 de diciembre de 2009

El enigma.

Hace unos días, atravesando las montañas de Córdoba en el tren, camino de casa, quedé sobrecogido por el agua que bajaba torrencialmente por todas las laderas. La cantidad excesiva de lluvia caída en los últimos días no había dejado que la tierra la pudiese asimilar, y torrentes tumultuosos bajaban amenazadores por cualquier pliegue del terreno. Era como si el agua brotase de la misma montaña y, enfurecido, iniciase una carrera en la que la velocidad y la potencia no hiciesen más que aumentar, sin saber hasta dónde. Se me quedó grabada la imagen, algo inquietante, en la retina. Como tantas otras cosas que se quedan prendidas, quién sabe por qué, en la memoria sensorial. Al igual que aquella música que surgió una noche de invierno, fulminante, hace demasiados años ya. Fue una mirada en aquella ocasión, ya no es importante por qué fue ni a causa de quién. Lo importante era la música. Aquellas notas hipnóticas que aún no he sabido descifrar, pero que sé que llegan al final de mí mismo, al centro de mí, a todo lo que soy aún sin saber, a todo lo que temo, a todo lo que deseo y, sin embargo, escondo. Aquella música vuelve de vez en cuando, acompañada de alguien o, simplemente, en un momento de soledad. Sigo sin entenderla, a pesar de sentirla casi mía, a pesar de no poder evitar escucharla una y otra vez, como un mantra, cada vez que cae sobre mí. Como lo harán los torrentes embarrados y salvajes, como lo hará aquel olor o aquella mañana de luz. Sólo que, con estas notas, sólo con ellas, sé que llego al inicio de todo, al núcleo, al nudo mismo del enigma que soy yo, y que temo atravesar, de una vez por todas.

10 de diciembre de 2009

Georg Friedrich Handel



Enfrentarse como melómano a hablar de Georg F. Handel no es fácil, sobre todo porque es un músico extraordinariamente popular, y por ello casi todo el mundo que conoce algo de música clásica tiene una idea preconcebida de quién es y qué tipo de música componía.

En mi caso, sin embargo, después de muchos años dedicado a escuchar música clásica, no ha sido hasta recientemente que el efecto mágico de sus composiciones ha llegado hasta mí de una manera intensa, y casi adictiva.

Desde hace un par de décadas vivimos un proceso de recuperación de todo su legado operístico y de oratorios escenificados, beneficiado por el creciente interés en el rescate y reinterpretación de de la música barroca que vivimos y al que han contribuido nombres tan destacados como René Jacobs, William Christie, Alan Curtis, o Mark Minkowski entre otros. Y es que, a pesar de que Handel ha seguido siendo bien conocido como músico desde su muerte, sólo algunas de sus obras se habían seguido interpretando ininterrumpidamente hasta el siglo XX. En este año 2009 en el que conmemoramos el 250 aniversario de su muerte este proceso de se ha intensificado con multitud de nuevas grabaciones y conciertos.

Me pregunto a veces, ¿qué he descubierto ahora en Handel que no había descubierto antes, para haberme lanzado como un poseso a comprar todas las obras de él que he podido y no perderme un solo concierto de los que se programan? No sabría explicarlo bien, pero creo que la palabra (aunque ambigua) que mejor lo define, es: un rotundo flechazo. Diría que tiene que ver con su capacidad dramática, con la humana espiritualidad de su música o con la belleza de sus melodías, que tienen un sello inconfundible que se te mete en el cuerpo y ya no te abandona.






Handel es, ante todo, uno de los músicos más grandes de le historia de la música. Su grandeza abarca varios géneros, para los que escribió innumerables obras maestras. Sus obras para clave o sus conciertos así lo prueban. Pero hay que reconocer que Handel es, sobre todo, uno de los más grandes compositores de ópera del periodo barroco. Dedicó su vida a ello, y de manera profesional. Tras su formación en Alemania y sus estancias en Italia, Handel se estableció definitivamente en Londres en 1712, llevando consigo las dos tradiciones musicales más importantes de Europa. A inicios del siglo XVIII Londres era ya la metrópoli más importante y activa de Europa, y su avidez de vida lírica la convertía en el destino ideal para alguien ambicioso como Handel. Allí retomó la tradición del teatro musical inglés, que tenía su máximo exponente en Henry Purcell (del que de alguna manera es continuador) para darle un estilo que conjugaba las tendencias musicales europeas del momento con su inconfundible talento personal y una de las inspiraciones más asombrosas de toda la historia de la música. Su primera obra londinense, Rinaldo, recogía material de sus obras anteriores, predominantemente italianas, y en ella, además, Handel quiso epatar al público de Londres con una puesta en escena espectacular y llena de efectos que incluían batallas, tormentas, pájaros cantando en el escenario y un sinfín de sorpresas que hicieron que esta obra lo catapultara a la fama. De esa obra quizá hoy en día sólo se recuerda el famoso “lascia ch’io pianga” (en realidad tomado de su oratorio anterior, “il triunfo del tempo e del disinganno”) pero la obra, a pesar de su flojo libretto (algo, por otro lado, habitual en Handel y que de hecho es uno de sus puntos flacos) tiene muchos otros hallazgos de espectacularidad.








No debemos olvidar que Handel era una persona muy ambiciosa y que al mismo tiempo que compositor, fue también empresario de teatro de sus propias producciones. A él le interesaba sobre todo la fama y la rentabilidad económica de las obras que estrenaba. No olvidó, no obstante, su necesidad compositiva, pues a lo largo de su vida siguió escribiendo muchísimas obras para otro tipo de encargos, e incluso para su propio disfrute.

En el terreno de la lírica, fue en la Royal Academy of Music primero y después en el teatro del Covent Garden donde dio rienda suelta a una capacidad compositiva que se nutrió de la moda londinense de la época en el gusto por la ópera en italiano. De esa época (1720-1738) son algunas de sus obras maestras, como Giulio Cesare, Tamerlano, Alcina, Rodelinda o Ariodante, que reflejan un absoluto dominio del género y en el que los personajes llenos de sentimientos y pasiones despliegan en sus arias una fuerza expresiva y dramática incomparable. Es ahí donde mejor se puede comprobar ese inefable imán de su música.












Con el tiempo, el teatro italiano dejó de estar de moda (e incluso prohibido en algún periodo), algo a lo que también contribuyó la popularidad de los oratorios escenificados en las iglesias, con libretos en inglés, comprensibles sin necesidad de traducción, y argumentos muy dramáticos, al límite de lo religioso, que intentaban recrear las mismas pasiones que enfervorizaban a la gente en los teatros (amor, celos, pasión, ira, odio…). Además, las intrigas políticas, las disputas con los divos, la bancarrota de su compañía teatral y la aparición de otras compañías nuevas hicieron que parte del público que hasta entonces le había aplaudido le volviera la espalda. En esa época, Handel también comenzó a componer oratorios y con gran inspiración. Algunos de sus mejores son de este periodo, como Saul o Israel en Egipto, pero sobre todo, y de manera espectacular, su obra más grandiosa, el oratorio El Mesias (1741), cumbre absoluta del género y de todo su arte compositivo, plagado de algunas de las mejores arias y coros que escribió nunca. Un milagro de una inspiración como pocas en la historia de la música. El maravilloso relato incluido en el libro “Momentos estelares de la humanidad” de Stefan Zweig novela ese proceso de gestación de una forma conmovedora.









A partir de él, Handel se dedicó únicamente al oratorio en inglés, y su música, aunque quizá no evolucionó formalmente, adquirió una pureza, una depuración de estilo, una profundidad y una espiritualidad que son evidentes cuando escuchamos algunas de estas últimas obras, como Semele, Theodora, Hercules o Susanna.







Con ellos Handel llega a su madurez habiendo sido casi el equivalente a una estrella del pop actual. Sus obras habían arrebatado a Londres, cuyos habitantes de seguro tararearon muchísimas de sus melodías por la calle, y su fama se había extendido, aunque de forma irregular, por todo el continente. El poder y la fascinación de su música, de su capacidad para transmitir toda la intensidad dramática de la vida y de sus pasiones, nos llega hasta hoy casi intacta, y toda una hermandad de seguidores de su música continuamos enganchados a él sin remedio.
Os invito a conocerlo para quién no lo conozca y a profundizar en él a quien no lo tenga demasiado explorado. El riesgo es, como ya he dicho, la adicción que crea su música.

5 de diciembre de 2009

Adrián

Adrián tenía una forma propia de mirar la realidad y contártela después. Y cuando lo hacía, su pequeño universo, por increíble que pareciera, se convertía en el único en el que podías creer. Cuando intentabas recordar lo que te había contado, nada adquiría sentido, todo parecía absurdo y sin lógica. Los argumentos para desmontar todas aquellas ideas suyas venían a la cabeza como la cosa más normal del mundo. Sin embargo, cuando hablabas con él era imposible que pudieran verse las cosas de otra manera.

Pero aquella mirada suya era, inevitablemente, despiadada y perversa. Adrián era desconfiado, inseguro e infinitamente posesivo con todo aquello que quería, hasta el punto de no distinguir la verdad de la mentira, lo honesto de lo infame. A pesar de ello, su magnetismo era innegable. Las personas que entrábamos en su juego nos veíamos envueltos en una espiral de dependencia que en absoluto era sana. Le ocurrió a Héctor. También a mí. Estar cerca de Adrián nos cegaba de una manera tan intensa que lo demás se desvanecía, por importante que fuese.

Me terminé enfrentando a Héctor por aquella época. De manera pueril acabamos luchando por ocupar la posición más cercana a Adrián. Y fui yo quien perdió. A Héctor, por supuesto, y también a Adrián. Ambos se fueron aislando de los demás, incrustándose lentamente en su mundo imposible. Héctor terminó también saliendo de su vida, alguien me lo dijo después. No quise saber nada más de ellos.

En las noches de insomnio, sin embargo, no podía evitar acordarme de él y de tardes como aquella en la que creí volverme loco cuando me miraba con sus grandes ojos azules. De su energía y su vehemencia, de sus manos haciendo aspavientos en el aire, o posándose de pronto sobre mi muslo. Un escalofrío me recorría el cuerpo al reconocer que nadie había vuelto a hacerme sentir así. Hoy en día Adrián no vive ya en mi recuerdo. He conseguido borrarlo por fin. Eso sí, a base de somníferos. Lo de hoy… Lo de hoy sólo ha sido que se me terminó la caja y me dio pereza bajar a la farmacia.