31 de julio de 2006

EMOCIONES


"Le Arti conducono al Regno della felicità, Al vero Amore/
Las Artes conducen al Reino de la felicidad. Al verdadero Amor"
Frase escrita sobre un banco de madera en un jardín de Ferrara (Italia).

Me quedo con esta fotografía como final de vacaciones De unas vacaciones intensas y llenas de luz y belleza. Me hubiera gustado detenerme en ese banco durante horas, durante días. En ese pequeño jardín en el que está, en la parte trasera del Palazzo Schifanoia de Ferrara, en cuyas paredes se esconden los maravillosos frescos de Francesco del Cossa, inquietantes y conmovedores como pocos he visto en mi vida, con un Triunfo de Venus tremendamente carnal y humano en su exhibición del placer, donde parece difícil creer su fecha de realización, a finales del Siglo XV, mientras por estas tierras la oscuridad y los motivos religiosos dominaban todas las artes.
Ferrara es la última ciudad que visité en mi viaje a Italia. Es una ciudad geométrica, ordenada, silenciosa, que emociona por su rigor, por su intenso color rojo ladrillo en los edificios, por lo desmedidamente abundante pero a la vez discreto y puro de su Renacimiento, impecable en su trazado e intacto en su conservación. Hay que tener en cuenta que la corte de los Duques de Este en Ferrara se convirtió en foco atractor de artistas que desarrollaron allí, durante el Renacimiento, una importante actividad artistica. El posterior declive, fruto de la huida de los Este a Mantova tras quedar la familia sin sucesión y sus dominios pasar de nuevo a los Estados Vaticanos, dejaron a la ciudad sin la mayor parte del legado artístico de la familia, repartido hoy en día por museos de todo el mundo, entre ellos El Prado, pero también preservó a la ciudad de una ulterior re-costrucción barroca que le habría hecho perder el caracter puramente medieval-renecentista que aún hoy conserva. Por ello, fue declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO.
Ferrara es una ciudad que se despliega al viajero con lentitud y elegancia, sin abrumar a pesar de su afilada belleza. Una ciudad demasiado vivible para poder arrebatar con el primer impacto visual, pero que se agarra con fuerza a la retina y a los sentimientos. Fue el perfecto destino final para poder asimilar todo lo que había vivido esos días. Y así, sentado en ese jardín, fueron desgranándose la belleza, sus razones y la emoción de la pasión que arrastró a los autores de todo aquello que vi. Porque detrás de cada escultura, de cada pintura, de cada edificio, siempre hay una intención, pero también una irremediable pasión, y un impulso humano que lo recoge y lo traduce. Y en Italia, esa traducción en imágenes, en formas, en colores, es la más intensa y perfecta que pueda uno imaginar. Por ello, al verlas, me he sentido humano, imperfecto, pero inmensamente feliz de poder sentir la belleza y, en cierta medida, reproducirla a veces. He vuelto cargado de una necesidad de escribir sobre lo que he visto, sobre lo que me ha sugerido, sobre las historias que han venido a mi mente... Lo haré poco a poco, con la tranquilidad del resto del verano en casa, disfrutando de la piscina y de los helados.
Y así, al caer la tarde, me subí en una de las bicicletas que amablemente nos prestaron en el hotel, y me dispuse a recorrer la Ferrara del atardecer, en la que la luz cae sobre los edificios rojos, y se crea una atmósfera indescriptible. Mientras la disfrutaba, con esa secreta felicidad con la que se saborea el último chocolate de la caja de bombones, recordé el cine de Antonioni, o la metafísica pictórica de Chirico (ferrarense uno y atrapado por el embrujo de la ciudad el otro) y me llenaba de las mismas preguntas que ellos trataron de exponer en sus obras, sobre el misterio de la belleza, su fugacidad, su lado oculto, sus ideales... y el rojo de los ladrillos iluminados me cegaba, y se mezclaba con la turbadora imagen de la catedral románica que me saludaba, y todo ello me transportaba a una felicidad dulce, como de anestesia. Y Ferrara, en esa elegancia de bicicletas antiguas que llena sus calles, me cercaba y me susurraba al oído la imposibilidad de su enigma, de la emoción de su orden. De repente llegué a la sinagoga. La única en la ciudad que conserva su función original para una reducida (imagino) comunidad judía actual. Una discreta lápida recordaba los nombres de los ejecutados durante la segunda guerra mundial en campos de concentración. El apellido Finzi-Contini estaba entre ellos, y me recordó la conmovedora historia del más ilustre de los literarios locales, el genial Giorgio Bassani, que Vittorio de Sica recreó en la película del mismo nombre, en 1970. ¿Quién sabe si ese jardín de los Finzi-Contini no correspondería a alguien más real de lo que imaginábamos? De repente, la belleza se hizo amarga en mi cabeza. Una bilis inexplicable que me recorría las venas, cuando en mi retina aún permanecían tibias las imágenes de los periódicos sobre los bombardeos en Beirut, que se mezclaban ahora con las de las obras de arte destruidas en la segunda Guerra Mundial, de la que uno se hace consciente cuando no puede ver in-situ lo que ya no existe en nigún lugar. La destrucción de las ideas y de la belleza, como ápice de la masacre humana, de la destrucción de la vida que las envuelve, en un acto sin sentido, sin piedad. Poco hemos avanzado, quienes fueron destruidos, ahora son destructores. Venganza y justicia son palabras vacías ante la hermosura de la vida. Armas verbales sutiles y engañosas, que se esgrimen lícitas en manos de quienes sólo buscan intereses personales con ellas. Algo sí me queda claro. Hacen falta más voces, más palabras, más belleza, más gestos... Y sobre todo, más acciones, más protestas, más denuncia, menos indolencia. Os animo a protestar desde vuestros blogs. Una pequeña contribución, que al menos signifique que no nos da igual lo que pasa...
Para terminar, os dejo ver la luz de Ferrara, ideal para calmar la sed de belleza.



8 de julio de 2006

La Serenissima...


Mientras se va apagando la extensa tarde de verano, muy despacio, tomo conciencia de la velocidad del tiempo. Desde la lentitud, determino la rapidez. La rapidez de estos últimos meses, en los que siento que han pasado muchas cosas, pero, a la vez, apenas ninguna. En el fondo, sólo la mente humana puede crear el tiempo, y éste es controlado a su capricho, sin tener mucho en cuenta las mediciones mecánicas que hemos hecho de él, por escrupulosas y exactas que éstas sean. Porque sólo viviéndolo, sintiéndolo mientras nos atraviesa, podemos sentir su velocidad.
En la trepidante última semana, Madrid ha tenido ocasión de despedirme, entre soles reflejados en cristales, hundido en el fondo de su verticalidad, sintiendo su calor áspero y ardiente. Diluyendo deseos que corrían subterráneos, apagando la piel que crujía con insólita insolencia. Aquí se queda por unos días, sin mis pasos para llenarse de su calor. Sin sus miradas torciendo esquinas o en la barra de un metro.
Sí, despego, me alejo de todos esos que mañana, que pasado mañana, que el día siguiente, despertaran con la sonrisa de la proximidad de las vacaciones, de las horas de piscina y sol, de las noches de insomnio o de placeres carnales. Este año, curiosamente, me voy de los primeros. Me voy, me voy, me voy, me voy, qué bien suena. Cada vez que uno parte, es para volver diferente, para sentir otras cosas, para sentir lo mismo de otra forma, para viajar por dentro y por fuera, para buscar placer, ya sea en lo ocioso, en la búsqueda de la belleza, en el dulce abandono, en la inmensidad de un helado, de la cresta de una ola, o de la carne tibia de alguien a quien amaremos como nunca.
A mí me espera la camiseta a rayas, y los palacios del Canal Grande. La arquitectura de Palladio, los frescos de Ghiotto en los Scrovegni, Aida en l’Arena, la fortaleza de los Este... y, sobre todo, la mejor de las compañías... Por no hablar de la posibilidad (que me emborracha ya sólo de pensarlo, la verdad) de practicar esa lengua que tanto me gusta... Y por último sin olvidarme de la belleza de los italianos, de la que acumularé todas las huellas sensitivas que pueda... A la vuelta os contaré...
A presto.
Baci.

4 de julio de 2006

Lo que más...

Siguiendo una petición de Mart-ini, expresada en su blog, que yo recojo y añado a la que me ha pedido personalmente, voy a dibujar yo también aquí la sonrisa que me despierta cada día.

Yo vivo con un personajillo especial, medio niño, medio adulto, que se despierta con los ojillos pegados y sin muchas ganas de hablar, pero que siempre me dedica una sonrisa cuando me ve. Que siempre tiene su mano preparada para abarcarme cuando mi sueño es difícil, que siempre tiene un beso dulce para mí, incluso cuando está dormido. Que alguien dormido te dedique un beso sí que es lo más grande que te puede pasar..




Es alguien que me sigue contrariando día a día, sorprendiendo día a día, enseñando día a día. Alguien absolutamente blanco en sus intenciones, repleto de valores, que me ha enseñado a plantear, a interrogar, a dudar, a reformular... Alguien que cree, como yo, que la vida desde la pareja se vive en una dualidad de compartir el crecimiento y crecer con la independencia. Alguien que me ama como nadie me ha amado nunca, y me lo demuestra cada día que pasa. Alguien imperfecto y con zonas oscuras, alguien que esconde en su mirada sombras y placer. Pero que me confiesa su humanidad con frecuencia, que encaja la desigualdad y la incoherencia, la imperfección de la vida, y que ha estado por encima de cualquier consideración a la hora de hacerme sentir con sutilidad que más allá de todo, despertarse conmigo cada día sigue siendo su primera prioridad. En resumen, alguien que para mí no puede ser sino excepcional. Alguien que me ha enseñado la verdadera dimensión de amar. Amar por necesidad carnal y personal, por deseo vital. Por eso, lo demás: las canciones, los libros, las películas, los sabores y olores, las imágenes, cabalgan siempre detrás. Han salido muchas, seguirán saliendo por aquí. Pero de él no hablo tanto, y sin embargo está ahí siempre, en el centro de mi vida. Y cuando regrese a la cama en unos minutos, me dará ese beso delicado desde su sueño, y yo seré de nuevo, como cada noche, feliz.