30 de marzo de 2007

Silencio.

Lleva ya más de cien noches soñando que se despierta, y al despertar no hay nadie. Nadie recogido entre sus sábanas, nadie a sus pies, nadie para compartir su primer café. Y el sueño se repite siempre igual. Pero cada noche es más nítida la sensación de quietud en el aire. Más blanca la luz que penetra por la ventana, y más brillante aún su piel al contemplarse en el espejo. Más ácida la naranja del zumo y más amargo y oscuro el contenido de su taza blanca. Sale de casa y la ciudad parece amortiguada, sin el sonido habitual de coches, autobuses y zapatos sobre las aceras. Nada. Silencio y naturaleza adormecida, como detenida en el tiempo y en la existencia. Ni sus propios pasos escucha, se los traga la soledad que inunda todo. Pasos que buscan en el tiempo y en los espacios conocidos y desconocidos. Sin éxito alguno. Siempre termina cayendo la tarde, lenta y silenciosamente, trayendo consigo un frío intenso, que tampoco se puede escuchar.

Los primeros días sintió ganas de despertar, de salir de ese sueño estúpido, de desprenderse del miedo que lo acompañaba, agazapado en su espalda. Un miedo sin rostro al que tampoco puede oír, pero cuya presencia siente, intensa y arácnida, como la misma nada que invade su sueño recurrente, que lo fragmenta despacio, que lo detiene y lo anula.

Después, de alguna extraña manera, consiguió vencer esa ausencia que lo atrapaba en la inconsciencia áspera de las noches. Y hacerla discreta amiga, distante, aunque existente. Una columna de aire que se transforma en espejo. Espejo al que es difícil mirar, pero al que terminó por desafiar, discretamente, entre las hojas del temor. Se hizo, pues, habitar de espejos, y llegó a recorrer las tardes del sueño guiado por el vacío. Por fin, un día cualquiera, sintió que le gustaría habitar para siempre aquellas estrechas calles, aquel silencio ya conocido.

Pero aquel día, al despertar y alargar su brazo sobre su lecho, por primera vez, no sintió nada. Y al abrir los ojos, le cegó la claridad, pero tampoco pudo descubrirle. Ni su olor, ni el tacto suave de su cuello estaban ya. Su presencia diaria simplemente se había esfumando. Despertar del sueño se convirtió, de repente, en una vuelta a su particular reino de Morfeo.
Desde entonces, ya nunca más ha vuelto a saber qué sueña y qué vive, porque la frontera de la vigilia se ha deshecho para él, innecesaria, y ya nada tiene sentido. En realidad, con aquel primer sueño, había comenzado el inicio del final.

26 de marzo de 2007

Temblor.

Mario no sabe por qué, pero desde hace días, no puede evitar acercarse al faro y contemplar el océano, que se ha puesto de un color azul bastante oscuro. Los días despejados, como éstos últimos, suelen dar al mar un color más claro. Sin embargo, el agua se empeña en hacer de la densidad de ese color índigo un reclamo que casi nadie parece percibir. Salvo él, que acude hipnótico día a día a mirar las olas negras y encrespadas desde las rocas ausentes del cabo, allá al oeste de la ciudad.

Inconsciente de la existencia de Mario, Alex se asoma a la otra orilla, a miles de kilómetros de distancia. Su motivo para observar el mar es bien distinto. No es el océano el que le persigue. Más bien es él quien lo busca desesperadamente.
Alex conoció a Laura por casualidad, en un chat, y lleva meses hablando con ella. Bueno, hablar, lo que es hablar, sólo han hablado unas cinco o seis veces en todo este tiempo. El resto lo han pasado chateando a través de su programa de mensajería, escribiendo palabras de buscada polisemia en una cajita blanca sobre las pantallas de sus ordenadores y asomándose -sólo de vez en cuando- a esa cámara web que, al menos a él, le aterra.
También hace días que camina con un vacío en su interior. Un vacío que ha ido ganando tamaño lentamente, hasta hacerse casi incontenible. Un vacío que no es capaz de explicar con ninguna palabra, y que sólo parece saciarse con la cercanía del mar. La cercanía de la orilla inquieta que, de alguna forma, también le transporta al otro lado.

Después de 10 meses conociéndose, por fin se lo ha dicho. Le ha dicho que sueña con él. Y le ha pedido que vaya: que lo deje todo y que viaje a España, que se conozcan de una jodida vez. Y que se hunda el mundo. Él no ha sabido qué decir. Ha apagado la cámara web fingiendo un corte del servicio, pero sus mejillas no han hecho más que temblar mientras sus manos componían con dificultad las palabras sobre el teclado. Palabras que, sin querer, han traicionaado su supuesta racionalidad, y le han hecho ver con claridad que siente un miedo atroz a que su sueño se haga realidad.

Laura llega últimamente tarde a la oficina. Se queda dormida sobre el teclado mientras el fin de las conversaciones trasatlánticas atraviesa la noche para casi rozar el amanecer. Y ella se queda casi sin fuerzas para levantarse e ir a la cama. Muchos días, descansa esas pocas horas hasta el amanecer tumbada en el sofá, a veces con el ordenador aún encendido. Su necesidad de Alex la envuelve en una inexplicable melancolía. Antes, caminar hasta la oficina solía ser algo fácil, lleno de placer. La cuasi-perfección de la mañana le llenaba de energía. El olor a cabello recién lavado en el autobús, o esa forma especial de brillar el sol cuando aún está bajo y va llenando las primeras horas del día de esa indescriptible luz blanquecina.
Ahora, casi le cuesta que todos esos detalles le rocen los sentidos. Y es que su melancolía la arrastra a su interior, al borde de la zozobra ante el silencio de Alex. Hace dos días que se lo dijo. Los mismos que lleva masticando el silencio y esas pequeñas dosis de angustia frente a la pantalla del ordenador, refrescando insistentemente su correo electrónico sin éxito, revisando meticulosamente todas las posibilidades de su programa de mensajería electrónico.
Sin embargo, a Jorge, no ha podido evitar llamarlo cada día. Con él todo es fácil, sin complicaciones. Siempre que quedan tienen buen sexo. Es cierto que tras el polvo siempre acaba agobiándose un poco, pues el pobre es bastante aburrido, y también es verdad que si no llama ella, él desaparece. Pero siempre que lo hace, está dispuesto a que se vean.
Llevan dos días encontrándose. Llevando el sexo a su lado más salvaje. Sólo así consigue, por un rato, olvidarse de esa extrañeza que la devora. Esta noche ha estado a punto de pedirle que se quede a dormir, pero al final le dijo que se fuera. Él, obediente, se vistió lentamente, como siempre, y salió sin ni siquiera despedirse de ella con un beso. El portazo, aunque suave, desencadenó de nuevo una noche de lágrimas frente a una pantalla que siguió sin darle respuestas.

Al salir de casa de Laura, Jorge se deja llevar por sus pasos, pero éstos no le acercan a casa. Se habría quedado a dormir con Laura si se lo hubiese pedido. De alguna forma, casi le pareció intuir que ella lo necesitaba. Pero a él nunca le salen las palabras. En el fondo, Laura le intimida demasiado. Esta noche, sin embargo, para él ha sido poco. Su deseo aún está insatisfecho, y le aguijonea el sexo y la garganta. Saca el móvil y llama a Pedro, su ex-compañero de piso, para ver si está en casa. le responde de muy buen humor. Le da la impresión que lleva ya alguna copa encima. Alguna vez se ha enrollado con él cuando han salido juntos y han bebido de más. La verdad que es bastante bueno en la cama, y esta noche, con el ansia deshaciéndole la lengua, no le ha costado mucho convencerle para que se vean. No está lejos, además. Jorge cuelga y camina aprisa atravesando la avenida casi vacía.

Casi se tropieza con Marta, en su camino de vuelta al hotel. Cansada de la cena con los dos compañeros de trabajo con los que está de viaje estos días, se ha excusado (con el pretexto de un dolor de cabeza) para caminar un poco en la noche, anormalmente cálida, de primavera. De alguna forma, forzó que la incluyeran en este viaje para poder salir de casa. Para escapar de la rutina y de la cercanía paralizadora de Ernesto.
Lleva demasiados meses levantándose junto a él sin que ese hecho le provoque la mínima ilusión. Ambos se han ido, poco a poco, refugiando en sus vidas, cada vez más independientes, y colocando sólo en el tablero de juego la cordialidad aprendida después de todo este tiempo. Una cordialidad que ya no les cuesta buscar, discreta en gestos, de palabras justas. Y Marta necesita aire, cada vez más, para respirar. Y tomar distancia para atreverse -tan sólo- a dejar que por su cabeza se cruce la idea de dejar a Ernesto.
Esta noche, en la extrañeza del primer viento cálido de la estación, casi comienza a pensar, envuelta en miedo, en una vida sin él.

Jorge llega antes de lo previsto al bar en el que ha quedado con Pedro, que está acompañado de un par de amigos bastante guapos. Parece que entre todos ellos hay bastante confianza, por lo que Jorge al principio se siente algo cohibido. Pero tras la primera copa y la mano de Pedro acercándolo e hacia él, comienza a relajarse y a interactuar con todos. A Jorge sólo le hace falta relajarse un poco para soltarse, para hablar de él e incluso llegar a ser ocurrente. Así hace, y se deja llevar por el primer y leve efecto embriagador de la copa. Al cabo de un rato ya está jugueteando con sus dedos en la espalda de Jorge. Sus amigos se despiden rápido, y los dejan en una esquina del bar. Tras un primer y largo beso, salen del bar y caminan avenida abajo, sin rumbo fijo, como sonámbulos huyendo de la vigilia que temen les asalte en cualquier momento. Su deseo mutuo se confunde con la necesidad de la cercanía de la piel, del calor del sexo que les seca las lenguas. Y caminan hacia el mar, lentamente.

Marta ya no recuerda cuánto tiempo lleva sentada sobre la balaustrada del paseo marítimo, escuchando las olas que apenas distingue en la oscuridad, pero que siente cada vez más inquietas y ruidosas. En la soledad del océano oscuro que la va conquistando, siente una repentina libertad que le deshace las barreras que normalmente se levantan dentro de ella cada vez que quiere pensar en su vida con Ernesto. De repente, esa puerta abierta le deja imaginar que salir de su frustración con él es posible, que volver a vivir sola no parece estar ya dentro de lo prohibido. Algo la llama a seguir la línea de la playa hasta el final, hasta las rocas inmensas que se levantan en forma de acantilado, bajo el faro, al final de la playa. Y empieza a caminar despacio hacia ellas. El viento que sopla cada vez le parece más caliente, y su imaginación galopa y galopa, dibujando el futuro que necesita, que tanto desea...

Laura sigue desesperada frente a la pantalla, buscando a Alex entre las ventanitas de sus programas... Pero no, parece que la noche quiere ser larga y perversa en su puntiaguda asfixia, que se le agarra a la garganta más y más a cada minuto que pasa. De repente, a una hora indeterminada, decide apagar el ordenador de un golpe seco sobre el botón y, sin entender muy bien cómo, se deja llevar por una repentina necesidad de salir a la calle. Se viste rápidamente, sin pensar en nada más que en la calle. El viento cálido de la noche la golpea al salir del portal. Huele mucho a mar, y ese olor la atrae sin remedio hacia el paseo marítimo. El viento es cada vez más fuerte, y al llegar a la playa, comienza a recorrerla, a pasos cada vez más rápidos, en dirección a los acantilados del oeste.

La inusual temperatura de la noche lleva las caricias entre Jorge y Pedro desde la espalda, a descender bajo el pantalón... Y en su momento de procacidad callejera, deciden encaminarse a la playa. Una vez allí, Pedro comenta que en verano suele acudir a una determinada zona bajo los acantilados del oeste, donde hay intimidad y cierta protección del viento. Y allí se dirigen, entre besos y manos ansiosas de piel.

Y el cielo se hace poco a poco más y más oscuro. Y las olas negras se oscurecen aún más en la noche tibia y espesa, que parece tragarse el viento y expulsarlo al mismo tiempo en ráfagas que peinan la playa y las rocas con una fuerza extraña, que nace más allá del aire mismo. Porque las olas, en su color triste e intenso de estos últimos días, no han hecho más que traducir el leve temblor del lecho marino, anunciando su agitación... Hasta que finalmente, esta noche, se ha partido en dos, con un crujido proveniente de la más remota profundidad, que ha sorprendido por igual a peces y algas. El océano ha respondido desplazándose con furia, creando un maremoto que ya se riza en su superficie con una espuma blanquísima, que parece empujar milagrosamente la gran montaña negra de agua que se aproxima lentamente a la playa.

Mario ha sentido la llamada del mar muy temprano esta mañana. Y se ha levantado de la cama cuando aún el sol no ha asomado entre los edificios. La prisa lo angustia extrañamente en su camino al faro, aunque al llegar a la playa, súbitamente intuye que algo ha pasado. Policías y bomberos acordonan la zona, anegada completamente de agua. Algunas zonas de la balaustrada del paseo marítimo han desaparecido. Escucha a alguien hablar de "una ola gigante", y le pregunta. Así, se entera que de madrugada ha habido un pequeño maremoto que ha llegado de lleno a la ciudad, provocando algunos destrozos. Mario siente que las olas de estos días, de alguna forma, era eso lo que querían contarle. Y se siente triste, muy triste, sin saber por qué. Avanza, entre los aún pocos curiosos que quieren ver el estado del paseo, hacia el faro. Cuando llega al inicio de la pendiente que sube sobre los acantilados, descubre con curiosidad la agitación de un grupo de personas junto a una ambulancia que mantiene aún su luz giratoria en rápido movimiento sobre las miradas de los que allí se encuentran. Algo le dice que mire, que se acerque. Así que, superando su habitual falta de morbo para este tipo de situaciones, se aproxima al grupo de personas que parecen rodear un gran objeto que descansa en el suelo. Antes de ver nada, escucha como uno de los médicos relata a un recién llegado. "No, no hemos podido hacer nada. Los ha devuelto el mar, así como los ve, en este estado...". Bajo él, la manta térmica no ha conseguido tapar lo que parecen ser cuatro cuerpos enredados entre sí, extrañamente, como en una especie de estrecho abrazo del que aparentemente aún nadie ha sido capaz de separarlos.

Hay dos chicas y dos chicos. Desconocidos. La escena es profundamente desgarradora, y las expresiones de todos desprenden una misteriosa mezcla de placer y espanto. Eso le ha parecido ver, los pocos segundos que ha podido mirar hacia ellos, hasta que alguien ha colocado otra manta sobre sus rostros.

De repente, una sensación de familiaridad se ha apoderado de él, como si conociera a esas personas de siempre, como si, sin saber cómo, hubieran formado parte de su vida desde hacía mucho... Siente frío, y una sensación de desconsuelo, como de algo que, imperceptiblemente, se hubiera roto en su interior. Algo que –lo sabe con seguridad- va a provocar otro maremoto... en su propia vida

Al otro lado del océano, en mitad de la madrugada, Alex acaba de tomar una decisión. Aún no se lo ha dicho a Laura, será una sorpresa. Pero ha decidido lanzarse al vacío. Superar su miedo e ir a verla... y que se hunda el mundo. En este preciso instante, pulsa el botón a través del que adquiere un pasaje de avión, Buenos Aires-Madrid, para cruzar el océano. Dentro de -exactamente- diecisiete días, nueve horas y veintiséis minutos. Su garganta, al igual que la de Mario, experimenta con toda su intensidad ese temblor amargo del desasosiego.

21 de marzo de 2007

Y se hizo la luz...

Crack. Un ruido seco que sólo se escucha en el interior de las montañas. La balanza cambia de signo y en este hemisferio iniciamos el giro hacia la frontalidad del sol y las noches escuetas. Imperceptible sonido seco que libera las sombras. Espacio vacío que queda detrás, monotonía del gris en las aceras, y vértigo en el cuello de tu camisa al nacer de ella el aire encerrado de tu piel. Basculamos despacio, como un tobogán magnético, como una serpiente enamorada. Y la luz se hace, y nos invade, y ya no es necesario buscarla, porque se ha hecho entre todos, expandiéndose, interrumpiendo la ironía de la razón en su búsqueda inútil de la eternidad. El solsticio nos despierta al cambio, a la lúcida perspectiva, al desenfreno de la sed. Y la vida recobra su viejo sueño de olas y humedad. Y nace, renace, se reencarna sobre la carne misma, sobre la caricia del silencio, mientras la ruta del estío se desciñe, de pronto, sobre la cintura.

Como dice René Jacobs en el vídeo, "une fois qu'elle a chanté ça, on est dans la lumière". Porque nadie como Mozart para desceñir, para rasgar y hacer que entre le luz, de la manera más bella. Y es que esta música, a pesar de ser religiosa, habla de encarnación y vida, de milagros y eclosiones, de puntos de inflexión, de ecuadores... Es inmensa la delicadeza de Mozart a la hora de escribir esta parte del Credo en las misas que compuso, diferenciándola y haciendo de ellas verdaderos cantos a la vida. Éste, el de su gran Misa en do menor, es en realidad todo un (ingenioso) concierto en el que el instrumento concertante es la propia voz (audacias del Salzburgués), llevada a su máxima expresión de belleza, transformada en un instrumento de viento más, protagonista en este caso, que retorna a la naturaleza, al igual que a través de ella se materializa la carne que da soporte y sentido a la existencia.
La soprano francesa Natalie Dessay, con su habitual expresividad vocal y gestual, nos asombra con su naturalidad en este registro de coloratura que impone la luz de manera inequívoca y humana... FELIZ PRIMAVERA A TODOS.

19 de marzo de 2007

Quid Sum Miser

Quid sum miser tunc dicturus?
Quem patronum, rogaturus
Cum vix justus sit securus?


Mísero de mí, ¿qué diré pues?
¿A quién voy a invocar protección
Cuando hasta el justo permanecerá en la inquietud?


Eran los últimos días de noviembre de 1993. Sobre Munich empezaban ya a caer las heladas a primera hora de la tarde y Reinhild se ajustaba su foulard en el breve camino que separaba su hotel de la sala de la Filarmónica. El pobre Sergiu está ya mayor, piensa, y se empeña en dirigirnos largos discursos antes de comenzar cada ensayo, con todas esas teorías suyas de la experiencia trascendental y la visión zen de la música.
Sí, iba ya muy mayor, pero hay que reconocer que su visión de la música había ganado en estos últimos años un refinamiento fuera de toda duda. A pesar de lo exigente que era y de lo perfeccionista que se había vuelto, el viejo Sergiu tenía algo de mágico, en esa forma suya tan redonda, tan olímpica, tan... sí, zen, ¿por qué no?, de dirigir la orquesta.
Esa tarde se celebraba el centenario de la orquesta, e iban a retransmitir el concierto por la radio. No le gustaba mucho a Sergiu aquello, siempre insistiendo en la música como algo que sólo tiene sentido en el momento y en el lugar de crearse, para preservar una pureza que, de otra forma, se destruiría. Por eso apenas hay grabaciones de él. Y, por ello también, puede considerarse afortunado quien pudo oírle en concierto. Cuando alguno de los asistentes venía a decirle que iban a colocar los micrófonos para la grabación, él siempre soltaba alguna expresión altisonante en su rumano natal. A Reinhild siempre le hacía sonreír con eso.
Los ensayos del réquiem de Verdi, la obra que iban a interpretar, habían sido especialmente difíciles, y el viejo Sergiu se había empeñado en un efecto especial (uno de esos tan típicos suyos) para retardar la parte instrumental del Quid sum miser. En su visión de esa obra maestra de Verdi, este verso dedicado a la misericordia venía envuelto de un dramatismo de efectos tenebristas, que casi recordaban a la pintura de Caravaggio (eso decía él). Y así, la suplica descarnada nacía de la extrañeza del sonido absolutamente sugestivo de la frase del fagot, que iba recorriendo la voz de los cantantes, en un acto más de seducción que de acompañamiento. Sí, era un sonido que debía ser percibido como absolutamente seductor. Debía ser, de hecho, la seducción misma.
Didier, primer fagot de la orquesta, sin embargo, se empeñaba en desobedecer al Maestro y adaptarse a un tempo algo más rápido, más como una caja de música que desde el desconcierto, lanza el lamento de los solistas.
Didier era joven y (todo hay que decirlo) extremadamente guapo. Su oposición al Maestro estaba fuera de toda cuestión, y respondía más bien a una inevitable visión vitalista de la vida y a un exceso de rebeldía, la misma que lo llevaría poco después a abandonar la orquesta. El viejo Sergiu no solía aceptar sugerencias ni puntos de vista ajenos a su idea de la música. Con Didier, sin embargo, siempre tuvo una especial debilidad, que le impedía enfadarse. Las miradas entre Didier y el Maestro eran ciertamente cegadoras, terribles.
Lo cierto es que aquella noche, un milagro hizo que aquellos pasajes que tan polémicos habían resultado, se transformasen en algo milagroso y absolutamente irrepetible. Didier entendió al fin que debía seducir con su instrumento. Y así lo hizo, tomando a Verdi en su vertiente más carnal, desplegando esa terrible y sinuosa curva de sonido que describe perfectamente el fagot en ese extraño fragmento (sí, ciertamente, Reinhild nunca había pensado en la importancia de este pasaje, que bascula toda la obra en un segundo hacia un intimismo carnal de intensísima sugestión). Así sonó Didier, arrojando una arrebatada mirada desde detrás de su instrumento a una Rinhild que, de repente, se estremecía ante la idea de tener que imponerse al fagot con los ojos de Didier clavados en los suyos. Después de tantos conciertos, tantos grandes Maestros, y tantas afamadas salas de concierto, Reinhild nunca ha vuelto a sentir algo así. En aquel segundo Didier consiguió seducir al auditorio entero, que contuvo su respiración nada más comenzar la melodía.

Didier dejó la orquesta poco después, por desavenencias con el Maestro. Pero Reinhild volvió a coincidir con ella en la Ópera de Paris, años después, cuando ya había fallecido el pobre Sergiu. Ambos recordaban aquel momento aún. Hoy, años después, viven juntos en la capital francesa. Didier casi siempre permanece en su apartamento del 15e arrondissement, pues su trabajo en la Orquesta del Teatro de la Ópera de la Bastilla le otorga más estabilidad geográfica que su mujer. Así que es él quien la mayoría del tiempo cuida de la pequeña Sarah, que con sus 6 años, ya comienza a mostrar un incipiente talento para la música. Mientras, su madre, la célebre mezzo-soprano alemana, recorre el mundo de teatro de ópera en teatro de ópera.
Hace unos años, el hijo del Maestro Celibidache, decidió dar permiso al sello EMI para que editara algunas de las grabaciones de la Radio Muniquesa de la última etapa de su padre como Director titular de la orquesta alemana. La portada del CD preside el pequeño rincón de la discoteca de la casa de Sarah, que siempre pregunta con curiosidad quién es el señor mayor que aparece en la portada. Didier no sabe nunca cómo responder. Pero le pone con frecuencia la música que contiene, para que Sarah oiga a su madre.
Sarah, a pesar de su edad, adora esa larguísima obra, y aunque no se ha atrevido a decírselo, ya se ha dado cuenta de que esa melodía que suena al inicio del Quid Sum Miser, es la misma que papá toca a mamá por teléfono cada noche, en la madrugada, entornando la puerta del dormitorio.




Quid sum Miser, de la misa de réquiem de Giuseppe Verdi.
Münchner Philharmoniker - Philharmonischer Chor München
Elena Filipova - Reinhild Runkel - peter Dvorsky - Kurt Rydil
Director: Sergiu Celibidache.
grabado en vivo 27 y 30 de Noviembre de 1993.

Enlace a la biografía y filosofía del grandísimo director de orquesta rumano, Sergiu Celibidache

15 de marzo de 2007

Y qué...


¿Y qué si os deseo a todos?
A los escondidos, a los que no se atreven a mirar, pero les duele el impulso de no hacerlo. A los que viven detrás de las palabras o bajo la indefinible pared que envuelve los sueños. A los que miráis de reojo en el metro, o de soslayo al sentaros dos asientos más allá en el autobús, A los que miráis por encima de vuestra lectura para encontraros con mi mirada, sobre la mía. A los que escribís por aquí sin rostro, a los que dejáis imágenes que clasifico en el archivo de mi memoria privada de perversiones. A los que me hacéis temblar y soñar, a los que pasáis un segundo junto a mi y me hacéis olvidar que existo, a los que observo en la distancia mientras callo, a los que no me atrevo a mirar de frente, a los que me claváis con la mirada esa aguja afilada, a los que arañáis con palabras mi garganta, a los que escucho en secreto acelerado, a quienes no confieso que su piel me estremece con solo mirar de cerca, a aquellos que mojan su lengua junto a la mía un instante... o dos, a ti, con quien recorrí de incógnito la noche y los portales, a los que me sirven un café sonriendo tras la cuerda invisible que nos une un segundo, a quien escribe cifrando el aliento desde lo más profundo, a quien se cruza o con quien me cruzo en una esquina, o en una palabra, o en un impulso electrónico de la red de redes, dejando ese sonido del desgarro extenderse un momento sobre la boca...
¿Y qué?
¿y qué si os deseo a todos,
ya sea un instante o unas horas,
o un día o dos,
o tal vez meses o años,
de manera continua o intermitente...?
¿Y qué? Para eso existe el deseo...
Quien así desee, que tome mi piel y mi sueño,
y que se adentre conmigo en ese túnel oscuro y mórbido
hacia lo que sólo existe donde deja de existir.

13 de marzo de 2007

Letargos.

¿Por qué a veces el alma se aparca en la acera... y se cubren de polvo sus bordes luminosos... y queda la mirada encarcelada de cadenas invisibles que no sabemos por qué existen, pero están ahí?

Son las siestas del alma, que necesita reinventarse en otro lugar al que no tenemos acceso racional. Sólo a veces, como una estrella fugaz que se cruza, vemos el otro lado, el de lo que no existe, pero que podría existir.
Y es que a veces es tan fácil sentir que todo es de cartón piedra, que es un simple juego de dados azaroso el que ha determinado todas y cada una de las máscaras que nos rodean y con las que nos cubrimos... Aparcados en la incomprensión, agazapados en el márgen, viviendo quizá en la calle del tránsito curvilíneo del conformismo. LLegando a nuestro sillón de orejas mágico cada día para rendirnos al suave letargo de la tarde, al espinoso espejo de la incertidumbre que nos acecha detrás, a la espesa frustración que nos acaricia los pies.
Cuando nos atrape y seamos incipiente presa, pinchará de nuevo nuestros dedos con su cristal frío, y despertará el Deseo, empujando la piel, quebrando la mirada. Y volveremos a vivir en los pliegues de la imperfección, creyéndonos, sin embargo, inmortales.

12 de marzo de 2007

Toulouse, la ville rose.


Rojo de ladrillo y de fuerza obrera, dispuesta a luchar como siempre ha luchado la izquierda en Francia, con coherencia y siempre a causa de injusticias sociales, y no como vemos que hacen algunos aquí, que manifestación tras manifestación han ido vaciando esta forma de protesta de su sentido legítimo. Ciudad de acogida de muchos exiliados españoles y llena de referencias a nuestro país, aunque con menos influencia cultural nuestra de lo que imaginaba, a pesar de la cercanía.

Su importancia política fue grande en la Baja Edad Media, aunque con el pretexto de la lucha contra los cátaros, la corona de Francia termino anexionándose todas estas tierras. Su importancia como centro religioso y de peregrinaje, dentro de la ruta del Camino de Santiago, sin embargo, no decayó, y de ello dan muestra los impresionantes edificios eclesiásticos y monásticos que pueblan la ciudad. Un románico excepcional, del que desgraciadamente ya quedan pocos, aunque sobresalientes ejemplos, y un gótico meridional más sobrio del que estamos acostumbrados a recordar del norte del país galo.
En fin, una ciudad que ha permanecido durante siglos en un discreto papel, pero que desde hace más de medio siglo ha ido recuperando una posición importante como centro de atracción de empleo, ya que es la sede de las mayores empresas relacionadas con la industria aeroespacial europea. Ello, unido a la enorme población universitaria que alberga, ha dado lugar a una de las ciudades más vitales y dinámicas del sur de Europa. Una ciudad que guarda un delicioso equilibro entre el sur (por el clima y la vitalidad) y el norte (en la seriedad y orden que en realidad lo francés impone a todo), con una amplísima vida cultural, y un casco urbano hecho a la medida del ciudadano. El ladrillo y el trazado medieval de las calles, que conserva en su casi totalidad, hacen de ésta una ciudad irregular, humana y sugestiva, donde perderse es dejarse seducir por su elegancia discreta y escondida, y en la que el sol de la tarde sobre el rojo intenso de los ladrillos recortados de ventanas de colores pastel, puede sorprendernos en una extraña placidez de los sentidos.

Conocer la cultura y hablar bien la lengua son dos elementos fundamentales a la hora de realmente disfrutar de las visitas en Francia. Así intento hacerlo. La inmersión cultural es esencial para que "lo francés " no resulte pedante o ridículo. Siempre disfruto de hacerlo, y sigo sintiéndome en casa cada vez que voy. Ha sido una escapada perfecta para desconectar y dejarse llevar por las tardes de sol junto al río Garona. Para repetir sin duda.

9 de marzo de 2007

No me arrepiento de nada

En el día de la mujer.
Invitada: Gioconda Belli


Desde la mujer que soy,
a veces me da por contemplar
aquellas que pude haber sido;
las mujeres primorosas,
hacendosas, buenas esposas,
dechado de virtudes,
que deseara mi madre.
No sé por qué
la vida entera he pasado
rebelándome contra ellas.
Odio sus amenazas en mi cuerpo.
La culpa que sus vidas impecables,
por extraño maleficio,
me inspiran.
Reniego de sus buenos oficios;
de los llantos a escondidas del esposo,
del pudor de su desnudez
bajo la planchada y almidonada ropa interior.
Estas mujeres, sin embargo,
me miran desde el interior de los espejos,
levantan su dedo acusador
y, a veces, cedo a sus miradas de reproche
y quiero ganarme la aceptación universal,
ser la "niña buena", la "mujer decente"
la Gioconda irreprochable.
Sacarme diez en conducta
con el partido, el estado, las amistades,
mi familia, mis hijos y todos los demás seres
que abundantes pueblan este mundo nuestro.
En esta contradicción inevitable
entre lo que debió haber sido y lo que es,
he librado numerosas batallas mortales,
batallas a mordiscos de ellas contra mí
—ellas habitando en mí queriendo ser yo misma—
transgrediendo maternos mandamientos,
desgarro adolorida y a trompicones
a las mujeres internas
que, desde la infancia, me retuercen los ojos
porque no quepo en el molde perfecto de sus sueños,
porque me atrevo a ser esta loca, falible, tierna y vulnerable,
que se enamora como alma en pena
de causas justas, hombres hermosos,
y palabras juguetonas.
Porque, de adulta, me atreví a vivir la niñez vedada,
e hice el amor sobre escritorios
—en horas de oficina—
y rompí lazos inviolables
y me atreví a gozar
el cuerpo sano y sinuoso
con que los genes de todos mis ancestros
me dotaron.
No culpo a nadie. Más bien les agradezco los dones.
No me arrepiento de nada, como dijo Edith Piaf.
Pero en los pozos oscuros en que me hundo,
cuando, en las mañanas, no más abrir los ojos,
siento las lágrimas pujando;
veo a esas otras mujeres esperando en el vestíbulo,
blandiendo condenas contra mi felicidad.
Impertérritas niñas buenas me circundan
y danzan sus canciones infantiles contra mí
contra esta mujer
hecha y derecha,
plena.
Esta mujer de pechos en pecho
y caderas anchas
que, por mi madre y contra ella,
me gusta ser.

8 de marzo de 2007

El frágil sueño de la Libertad (2)

Muchas gracias a todos. El tema de las misiones pedagógicas es un tema que siempre me ha emocionado, desde que lo conocí... Ya había visto yo alguna información de la misma en otras exposiciones (La preciosa que la residencia de estudiantes dedicó hace 4 o 5 años a Luis Cernuda, o aquella otra que la Biblioteca Nacional dedicó al proyecto republicano de las bibliotecas itinerantes). Pero conocerlo desde este punto de vista tan directo de los que lo llevaron a cabo me ha llegado al corazón.
Una buena amiga ha trabajado de documentalista en ella, y me ha prometido ya un café para contarme anécdotas (tengo también mucho interés en conocer la procedencia de muchos documentos y cómo han resistido el paso de la dictadura... )
Lo que más me queda de esto es la labor desinteresada de estas personas en un proyecto laico y sin vinculación ideológica, que en su día todos criticaron por uno y otro bando, pero que dejó una honda huella en todos a los que benefició. Como me dice mi amiga, era una forma de que el mundo desarrollado de la ciudad devolviese al mundo rural lo que (en realidad) le debía...

Gente como Luis Cernuda, todo un señorito andaluz, que se montaron en un burro y se dedicaron a visitar durante semanas lugares tan atrasados como nos los puedan parecer hoy en día muchos del tercer mundo, y dedicarse a alimentar y hacer crecer las almas de esa gente hundida en la pobreza y el retraso. Hay una foto muy bonita de él con un niño en brazos, que recuerdo vivamente.

Son tantas y tantas las que se me quedaron grabadas en la retina, como esa que iniciaba la entrada anterior, con esos niños descubriendo el placer de la lectura... Había testimonios de diarios de maestros realmente conmovedores, o cartas escritas desde estos pueblos (supongo que al amparo de los maestros locales) que pedían dotación para completar sus bibliotecas (una en especial de un grupo de niños de Asturias que querían completar su colección de novelas de Emilio Salgari...) Ya digo, tantos y tantos testimonios... Luego los del final, las maestras recordando cómo debieron negar que lo eran ante la autoridad, y cómo, por confesarlo, muchos fueron encarcelados... Realmente, la represión del saber es una de las más crueles y mezquinas que puedo imaginar... siempre me ha despertado una profunda tristeza la gente que murió, no ya por defender sus ideas, sino por defender que todos tuviesen derecho y capacidad para defender las suyas...

Como dice Antinoo, ¿qué nos queda ahora, en la sociedad del acceso a la información sin límites, del acceso más o menos democrático a la cultura, a la casi completa mercantilización de la misma...? ¿Qué nos queda, qué valor, qué papel tiene hoy en día la cultura?

Yo creo que la cultura, como decía él, se ha convertido en un bien de consumo, y está pasando por una etapa de banalización, en la que lo que es de acceso universal es sólo la capacidad de , ya sea, llegar a, conocer, o adquirir los "productos" que la cultura genera.

Y yo pienso, sin embargo, que la verdadera cultura, más que un acceso a una serie de cosas, consiste en un aprendizaje, y requiere (más que de su asimilación), de un esfuerzo para que lo que nos llega nos aporte y nos haga crecer a nivel intelectual y humano.
En el fondo, la cultura es un desafío a la capacidad de la persona, y obliga a una búsqueda personal, al ejercicio de la duda y al compromiso de la crítica.
A pesar de que a través de la red tantas cosas sean accesibles desde cualquier lugar y por cualquier persona, no sé si, en el fondo, eso implica que el aprovechamiento de la cultura haya tenido lugar. La cultura necesita de una actitud, y ésa sí debe ser enseñada... Me pregunto si los sistemas educacionales enseñan a tomar la cultura de esa forma. Siempre he sido partidario del sistema de educación francés, porque es profundamente incisivo en la formación en humanidades, que no deja de ser la herramienta para conseguir todo eso que digo... Pero ¿¿¿qué se hace aquí??? ¿¿¿Por qué nos empeñamos en que la educación sea cada vez más una formación casi profesional y profundamente específica??? ¿¿¿Dónde quedó la importancia del espíritu Renacentista del hombre global, de la cosmovisión del mundo?? ¿Cómo vamos a ser capaces de tomar distancia de la vida sí cada vez somos más escecíficos?

Bufff, muchas preguntas, seguramente con poca respuesta... Alguien se anima a opinar???

7 de marzo de 2007

El frágil sueño de la Libertad

Termina esta semana en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid una de las exposiciones más emocionantes que se han exhibido aquí en los últimos años.
A iniciativa de la Fundación Giner de los Ríos ( Institución Libre de Enseñanza), y con el apoyo de la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, la Residencia de Estudiantes y el Ayuntamiento de la capital entre otros, la muestra LAS MISIONES PEDAGÓGICAS 1931-1936, pretende ser un homenaje, en el 75 aniversario de su fundación, a su presidente, Manuel Bartolomé Cossío, y a todas las personas que participaron en ellas. Este proyecto, nacido de la propia mente de Bartolomé Cossío, e impulsado con gran ilusión por el gobierno de la Segunda República, constituye una de las aventuras más innovadoras y revolucionarias que un gobierno europeo haya emprendido en el siglo XX.


Conscientes de las grandes desigualdades existentes en la época entre las ciudades y los entornos rurales, se emprende este proyecto en el año 1931, con tres grandes objetivos:

· El fomento de la cultura general por medio de la creación de bibliotecas y de la organización de conferencias, lecturas públicas, proyecciones cinematográficas, audiciones musicales, recitales de coros o pequeñas orquestas, representaciones de teatro y guiñol, exposiciones de pintura por medio de un museo circulante…
· La educación ciudadana en los postulados democráticos a través de conversaciones acerca de los derechos y deberes de los ciudadanos, con el objetivo de dar a conocer la Constitución y el espíritu de la República.
· La orientación pedagógica de los maestros de las escuelas rurales a partir de visitas a las escuelas y cursos para mejorar la metodología docente y la calidad de la enseñanza.

El Patronato estaba organizado en siete servicios para la realización de las diversas actividades que planteaba:
– Museo Pedagógico Nacional
– Museo Circulante
– El Coro y el Teatro del Pueblo y Retablo de Fantoches
– Servicio de Cine y Proyecciones Fijas
– Servicio de Música
– Servicio de Bibliotecas
– Otras actividades de Misiones Pedagógicas.


Estas acciones "ambulantes" se desarrollaron a lo largo de la vida de la Segunda República en "Misiones" que recorrieron más de 7000 pueblos de la geografía española.
La exposición pretende dar a conocer esta importantísima labor, pero no como un ejercicio de propaganda de la acción cultural ejercida por el gobierno democrático de la República, sino más desde un punto de vista testimonial de los misioneros que participaron en ellas (maestros, intelectuales, dramaturgos... no hay que olvidar el número de personas conocidísimas del mundo de la cultura como Luis Cernuda o María Moliner, que se implicaron en ellas) y de quienes se beneficiaron de ellas.

Todo ello a través de multitud de emocionantísimos documentos en forma de películas, cartas, diarios, textos oficiales, y un abudantísimo fondo fotográfico que nos dibuja esa dura realidad rural de la España de la época y cómo desde el esfuerzo y la ilusión de estos visionarios, se inició la materialización de uno de los sueños más bellos que uno pueda imaginar: el de la democratización de la cultura. Porque, a pesar de la obligatoriedad de la escolarización, la escasez de medios y la pobreza generalizada hacían que el acceso a la cultura fuera algo imposible para determinadas clases sociales, especialmente en los ámbitos rurales. Y hay que admitir que la igualdad y el progreso sólo son posibles con la condición de un acceso universal a la cultura:

Porque la cultura es la única herramienta indestructible para poder ser libre, ya que nos permite conocer la realidad en su totalidad y por ello nos otorga la capacidad de ser críticos. Porque es la única vía para ser capaces de elegir, de opinar, de progresar... y eso sólo es posible desde una cultura laica y global, como la que se proponía en estas misiones pedagógicas, generosa en compartirlo todo y sin practicar el adoctrinamiento, como sí sucedió más tarde.

Y también porque contribuyendo a enseñar a apreciar la belleza en las artes, podemos hacer que la gente sueñe, y sólo los sueños nos hacen imaginar y construir, y ser conscientes de lo que puede ser, de lo que podemos ser, y así entregarnos a ello.



Y por tantas y tantas razones... he entendido que se trata de uno de los proyectos más hermosos que se que hayan llevado a cabo en este país, realmente de los más hermosos que uno pueda imaginar.
Por eso, y porque siempre he vivido de manera muy especial el antiguo ejercicio del maestro, del enseñante, del tutor... , porque mi madre lo ha sido durante toda su vida con convicción y vocación, haciendo de su oficio un valor en sí mismo, por el arrojo y la pasión que siempre ha puesto en las aulas a la hora de ejercerlo. Por eso, creo que sé vivir el trasfondo emocionante de esas imágenes de una maestra accionando el gramófono frente a un grupo de niños para hacer sonar los clásicos donde nunca sonaron y seguramente nunca podrán volver a sonar en muchísimos años, porque sé qué hay detrás de la emoción de ser capaz de transmitir la pasión por la lectura y el arte sin limataciones, porque sé qué hay en esa satisfacción de transmitir lo que se sabe, de compartirlo de la manera más bella que existe: como herramienta para crecer.


Por todo ello me emocioné, y me emocioné mucho, leyendo y escuchando esas palabras, viendo esos rostros, o mirando esas imágenes de cine. Y (lamentablemente) porque, después de todo eso, repentino, como siempre lo hace, llegó el tiempo de la oscuridad. Y muchos misioneros terminaron huyendo o siendo perseguidos e incluso asesinados... porque supongo que esa labor se convirtió en subversiva y peligrosa para el nuevo régimen, porque la libertad siempre es peligrosa para los que pretenden imponer su visión de la vida... Por ello, los últimos testimonios del horror no pude terminar de leerlos y necesité salir fuera a respirar y ver el sol, porque me sentí triste y mezquino de lo que el hombre puede llegar a hacer.

Sí, la libertad no es una conquista fácil, aunque a veces parece que pueda tocarse con los dedos. Por eso, desde aquí quiero expresar mi más sentido agradecimiento y sentimiento de orgullo para los que contribuyeron a que la libertad estuviese un poquito más cerca de ser una realidad, y también para todos esos otros que han tenido la bellísima idea de acercárnoslo en esta imprescindible exposición que cerrará el domingo sus puertas. Era un homenaje más que necesario.

6 de marzo de 2007

Mariza...

Continuando mi post anterior en el que hablaba de ella, y siguiendo a Pe-Jota que también ha querido hablar de ella, he decidido dedicerle una entrada completa. Se lo merece, porque es la más intensa y personal cantante de fados de la actualidad.


Un voz, que cuando escuché por primera vez, hace como cinco años, la identifiqué e seguida con la de la incomparable Amália Rodrigues, y eso es ya mucho para empezar.
Y nada más recordar eso, me viene a la memoria aquella tarde de verano que dejábamos una Lisboa agostada de humedad y calor, de noches de ginginha y vinho verde en el Bairro Alto, y de guiños azules del Tejo infinito que se recoje a sus pies. La dejábamos con esa sutil melancolía con que se dejan las ciudades mágicas, las ciudades del corazón. Y de repente sonó ella mientras cruzábamos el puente del 25 de abril. No conducía yo, así que me volví a mirar la ciudad asomada al estuario, escalada la pendiente de casas blancas y miradores llenos de ojos limpios y miradas oscuras... Y suspiré, porque algo de sangre portuguesa llevo en la venas, porque mi tatarabuela lo era, y supongo que algo de ello llevo en la forma de acariciar el aire altántico y de tener saudades de esa tierra donde siempre me siento tan bien, y donde siempre soy tan bien recibido.

Cuando el domingo estuve revisando vídeos de Mariza para colgar, aún no estaba colgado el que quiero compartir hoy, que pertenece a su último trabajo en directo, cantando precísamente aquella canción que me hizo suspirar mientras volaba sobre el río aquel día de verano.
Y es que justo ese lugar eligió Mariza para su concierto, al borde del río, junto a la Torre de Belém.
Una canción que fue su primer éxito, y que habla de la gente de su tierra. Emocionada por el instante, deja de cantar unos momentos para liberar sus lágrimas. Un momento irrepetible y emocionante. Les dejo de nuevo con ella.

Dedicado especialmente a mis amigos Portugueses, a los reales y al virtual. Para Fernando, para Miguel, y para Luis. Muitos beijos e abraços para os tres.

4 de marzo de 2007

Madrid, encuentros, inicios... y música.


Chico de negro, chico Mart-ini, que se esconde tras una mirada que se pierde en el primer abrazo, que se torna torpe porque sabe que se emociona y no quiere que se note tanto. Yo también me emociono, por dentro, aunque lo disimule. Porque de tu voz no se deduce tu espontaneidad sincera, ni tus ganas de compartir y de dar, que sí imaginaba, pero que no podía "ver" de esa forma sincera y casi infantil que te recorre cuando dices algo, cuando dices casi todo. O esa otra, que desarma, de tu sonrisa. Por estar lleno de sinceridad y de humanidad... Por eso, te has quedado ya con un trocito del corazón mío, de éste que a veces es esquivo, pero que no quiere ni se deja querer por cualquiera. Pena que se cruzaron tantas historias y tantos recorridos por esas calles de Madrid, ese Madrid que tanto quiero y que espero que veas desde ahora, si cabe, con una mirada más familiar, más cercana, como la ciudad donde vivimos, entre otros, nosotros. La agenda fue imposible de estirar, y este Madrid me llevó de aquí para allá en una tarde de luz inimitable que se desplomó despacio sobre la acera mientras caminaba con el ingenio de unos ojos imposibles de esquivar, y que acompañaron con deseo tangente la tarde retorcida de argumento y placer, de naranja y negro. Palabras tangentes y palabras secantes, palabras cortadas y susurros que perseguir. Noche inyectada bajo la piel de la luna velada, y vida, como siempre recorriendo caudalosa las horas.
Gracias por el fin de semana a todos los que de una forma u otra, os habéis cruzado conmigo dejando huella en este primer aliento del futuro equinoccio.

El fin de semana, además, comenzaba con la sorpresa de encontrar entradas a última hora para ver el concierto de Mariza, que, como siempre que viene a Madrid, conquista a todos los que acudimos a verla. En el marco del interesante festival Ellas Crean que el gobierno de este país organiza coincidiendo con la celebración del día de la mujer trabajadora, esta portuguesa nacida en Mozambique, nos acompañó en un recorrido por los 4 discos que lleva ya editados.
En una ciudad, como ella llamó, amiga, donde acaba de colaborar con el director español Carlos Saura en su último proyecto (Fado) y donde confesó que se siente como en casa. No en vano, el público atento y sensible al especial universo musical de nuestro querido país vecino -que siempre he observado en sus conciertos-, la acoge siempre con evidente calidez. Es lo mínimo que podemos hacer para agradecer dos horas de emoción y belleza.
Mariza es la gran renovadora del fado en la actualidad, y en los pocos años que lleva desarrollando su carrera ha demostrado su grandísima inteligencia y personalidad, herramientas con las que ha sabido transformar el fado en algo absolutamente propio sin desvirtuar el género ni un ápice. Dotada de una voz sobrenatural y una elegancia que raramente se puede ya ver en un escenario, sigue apoderándose del auditorio a través de una puesta en escena impecable y contenida, pero llena de pasión y sinceridad, que sin embargo sabe salpicar de una espontaneidad enternecedora. Es una dignísima embajadora del alma portuguesa, que no pierde esa esencia de búsqueda de identidad, destino y melancolía que es inseparable del carácter lusitano, pero que sabe conectar con cualquier audiencia, porque su música y sus palabras parten de las emociones más sencillas, más universales. Música y poesía, saudade, a través de una de las voces con más capacidad para emocionar en directo que yo haya escuchado.

Les dejo con dos muestras de su arte. En la primera, un vídeo de su último trabajo de creación, el imprescindible

La otra, una toma de su último trabajo, un concierto en directo muy cercano a lo que disfrutamos el viernes, interpretando Primavera, uno de los fados más conocidos del repertorio clásico, que como ella dice es su verdadera pasión. Su forma de interpretarlo, absolutamente personal, así lo evidencia.