14 de mayo de 2011

El giro de llave.

Todo empezó en el momento en el que introdujo la llave en la cerradura para abrir la puerta de casa. Un acto tan cotidiano que a fuerza de hacerlo una y otra vez le salía solo, sin pensar. Sacar la llave del bolsillo interior de la mochila, donde siempre la guardaba, comprobar que estuviese en la posición correcta, encajarla, y dar un par de vueltas. Así lo había hecho. Sin embargo, algo extraño le había invadido al hacerlo. Era una sensación como de quien interpreta un papel, como de quien prepara un pastel siguiendo al pie de la letra las instrucciones de una receta, sin desviarse en un gramo de harina ni en unos minutos de más de horneado. En ese momento no le dio la menor importancia, pero la sensación continuó el resto del día, en cada cosa que debía hacer, en cada cosa que se propuso hacer. Era una sensación incómoda, inhóspita, pegajosa, como de extrañeza. Nada era igual que previamente. Lo que más le inquietaba era comprender lo que le estaba pasando de una manera casi racional. No se trataba de un dolor de cabeza que le impidiera su normal actividad, o de una herida en la mano que le obligase a hacer todo con mucho más cuidado. Se trataba de la consciencia de no ser él mismo al hacer todas y cada una de las cosas que hacía, como si su cuerpo y su mente no fueran suyos, y simplemente estuviesen siendo utilizados por él. Sin embargo, había una inercia poderosa que le dictaba qué debía hacer, qué debía pensar, cómo debía reaccionar, qué tenía que improvisar y qué decidir. Él, simplemente, acataba. Ordenar la casa, hacer la compra, llamar a Laura para preguntarle por su gripe, aguantar la conversación incómoda del vecino del tercero, evitar pasar por la calle Mayor al caminar hacia el centro, quedar con Inés sin que nadie les viera, tarde, como siempre, entrando por la puerta de atrás.
Todo lo hizo con el peso incómodo de quien se siente obligado, a pesar de hacer lo que desea. Su incomodidad iba creciendo hora a hora, a medida que se iba recreando en ella más y más, a medida que la palpaba y la intentaba observar desde fuera, como si no fuera suya. Él mismo creía estar fuera de sí, como apropiado de un cuerpo y de unos sentimientos que no le pertenecían del todo. Llegó incluso a rozar ese límite en el que lo extraño, lo incómodo, empiezan a ser casi deseables, como una vía hacia lo desconocido, a dejarse llevar sin tener miedo.
Al llegar a la puerta de su casa de nuevo recordó ese mismo instante de la tarde en el que había comenzado todo. Giró la llave en su mano, que brilló a la luz escasa del pasillo, como queriendo provocar un hechizo, y la introdujo en la cerradura. Fue entonces cuando descubrió aquel extraño sentado en su sofá, con los ojos clavados en él. A su lado, Laura tenía la mirada como perdida en el infinito, no se había percatado de su presencia.
- Dijiste que no ibas a volver hoy, Tony, ¡qué susto me has dado!
Entonces comprendió todo. Se sentó despacio, en el sofá, junto a ellos, y dijo.
- ¿es que no ponen algo más interesante en otro canal?
Aquella frase, ya le iba sonando más auténtica.