26 de marzo de 2010

Placebo primaveral



La primavera ha traído la calma,
las tardes ordenadas,
desbaratadas letras sobre el sofá.

Alejo de mí el recuerdo del torrente,
su fuerza transparente, helando mi piel,
alejo de mí el incendio de mis dedos
en las tardes de lluvia,
alejo de mí las esperas del aire
sobre la pantalla inclinada,
las migas que ya no quedan en el sofá.

De tanto alejar, sobre el borde del deseo
se aproxima la nada,
una nada que medra y se hincha,
que acaricia la mejilla,
que se contagia a mi estómago,
a mis tendones,
al aire entre mis dientes.

Me lanzo a un océano
de orden involuntario,
de placeres discretos,
de placebos secretos,
de engaños del antídoto
de lo trivial.

Trivial como el lodazal tras la tormenta,
como las tardes cada vez más largas,
como los paseos programados,
como las rutinas y las conversaciones.

Paso tras paso,
huella tras huella,
caminando de nuevo al lejano futuro,
a las improbables noches,
a la pasión deshecha
que sólo entonces recordará quién es,
para volver a precipitarse
sobre el torrente.

La nada,
amordazada,
continuará sonriendo en secreto.


* * *

Celle qui fait tout mon tourment,
Je l'aime à la folie;
depuis longtemps je suis amant
De l'aimable Sylvie,
la voir et l'aimer seulement,
C'est toute mon envie.
Je n'ai point passé de moment
Sans l'avoir bien servie.
Les maux que je souffre en l'aimant
Me coûteron la vie.
Dès que je la vois cependant,
Mon âme en est ravie.

Marc-Antoine Charpentier: Chanson à danser.
Anne Sophie Von Otter, mezzosoprano.
Les Arts Florissants, dirigidos por William Christie.

2 de marzo de 2010

Austerlitz


Incluso ahora, cuando me esfuerzo por recordar, cuando he vuelto a ocuparme del plano de cangrejo de Breendonk y leo en la leyenda las palabras antigua oficina, imprenta, barraca, sala Jacques Ochs, celdas de confinamiento, depósito de cadáveres, cámara de reliquias y museo, la oscuridad no se desvanece, sino que se espesa al pensar lo poco que podemos retener, cuántas cosas y cuánto caen continuamente en el olvido, al extinguirse cada vida, cómo el mundo, por decirlo así, se vacía a sí mismo, porque las historias unidas a innumerables lugares y objetos, que no tienen capacidad para recordar, no son oídas, descritas ni transmitidas por nadie (…)
De “Austerlitz” (W.G. Sebald)



Austerliz es una historia, pero podrían ser cientos de historias. Igualmente podría no ser ninguna. Muchas, como las de los cientos personajes anónimos que la cruzan y que quedan reflejados por una imagen, por una mirada, por algo que en un momento se quedó grabado, quién sabe por qué, en la memoria de alguno de los narradores de esta novela. Ninguna, porque la historia de Austerliz es la historia de un hombre desarraigado que intenta descubrir su identidad pero que a fuerza de convertir su vida en un ejercicio obsesivo para conseguirlo, va vaciándose de vida propia poco a poco.

Sebald nos propone un viaje sorprendente, desasosegante y fascinante a la vez, a través de alguien que busca su origen para poder entender su destino.
Austerliz es una novela compleja, que se va tejiendo como un mosaico de historias anónimas, de esas que vieron truncada su existencia como consecuencia del exterminio nazi en la Europa de la segunda gran guerra. Es un homenaje a la memoria perdida de quienes desaparecieron en la nada en un ejercicio no sólo de pérdida de la dignidad propia, sino dejando en un desamparo afectivo y de identidad, lleno de estupor, a familias, amigos y conocidos. Homenaje también a quienes debieron crecer en la mentira, o en la dolorosa ausencia de pasado y de raíces, a quienes debieron abandonar sus pasado, sus hogares, para vagar en una diáspora amarga y silenciosa, en medio de la indiferencia general.

En un momento en el que el valor del sacrificio no existe, en una era en la que la memoria carece de valor, porque todo parece poder ser registrado y fotografiado automáticamente, Austerliz se convierte en una reflexión necesaria sobre la importancia de la memoria y del testimonio como necesidad humana y literaria. En ella, el texto se conjuga con la imagen de cientos de fotografías que no son casuales, sino que se nos presentan como piezas ineludibles, fascinantes, junto a las palabras, o a las reflexiones sobre arquitectura, de un texto provocador y magnético, que nos habla de la locura del hombre, de las raíces, del destino, de la fatalidad, pero sobre todo de búsqueda de la identidad. De una búsqueda insistente y perturbadora que a medida que va dibujando un pasado, va borrando sutilmente el futuro, como si la pérdida, ya fuera aquí que allí, nos provocase una condena inevitable. Como si la identidad no pudiese dejar de ser un oscuro misterio que no nos deja vivir tranquilos.

Absolutamente recomendable.