31 de julio de 2007

La belleza Inteligente.

Otro de los grandes del cine que se nos fue. Este verano el mundo del cine se queda muy huérfano. Nada más conocer la noticia de la desaparición de Michelangelo Antonioni no he podido evitar traer a mi memoria todas las imágenes (abundantes, rodeadas de una extraña perfección) que en mi memoria guardo de la visita que el año pasado hice a Ferrara, su ciudad natal. Una de las desconocidas de Italia, pese a ser patrimonio de la humanidad. Una ciudad (ya lo expliqué en su día) de una belleza extraña, escondida, sutil. Una ciudad donde la belleza lo inunda absolutamente todo, pero es como si no pesara. Porque no está basada en el la espectacularidad, en el desafío o en la perspectiva, sino que requiere una capacidad más allá de la convención para poder captar el equilibrio de su irregularidad, la cautivadora atracción de lo simple, de lo pequeño, de lo aparentemente normal.
Y es que a mí, que siempre me costó bastante conectar con esa distancia que impone el italiano en sus películas, me parece que su capacidad (inigualable) para plasmar la belleza en cada fotograma que filmó (aún en el más terrible de los lugares) tiene mucho que ver con esa silenciosa hermosura de Ferrara. La poesía que tiene cada uno de sus encuadres es inexplicable. Yo siento que su belleza tiene que ver un poco con la belleza del silencio, de la armonía, de lo cósmico... Ya sean las escenas de los suburbios de Roma, o la gris Londres, él siempre captaba en lo normal, en lo habitual, incluso en lo aparentemente feo, esa conexión que en todo hay con la capacidad para exprimir lo lírico, la belleza estricta. Tampoco he visto tantas películas de él, pero me quedo con esa capacidad única que para mí tiene, de fotografiar desde un inteligentísimo don para captar lo bello en la imagen. Dejo aquí, como recuerdo algunas de las fotos que hice el año pasado en aquel inolvidable paseo en bicicleta al atardecer, donde la ciudad entera plegaba furiosa su silencio, su color y su hermética belleza para nosotros... Seguro que le habrían gustado.
Adiós, Michelangelo, adiós.

La Linterna Mágica



30 de Julio de 2007. Fallece el director de cine sueco, Ingmar Bergman. No, por supuesto que no, la desaparición de uno de los más importantes e influyentes directores de la historia del cine no podía pasar desapercibido para ningún cinéfilo. Pero no voy a aprovechar aquí para ser riguroso en recordarle y ensalzar su trabajo, pues en muchos de los blogs de por aquí ya se ha hecho, y probablemente mucho mejor de lo que puedo hacerlo yo. Aquí sólo quería dejar un pequeño homenaje a lo que han significado para mí algunas de sus películas. Toda una lección de cine con mayúsculas. Esa imitación de la vida misma, desde esa perspectiva quizá demasiado fría y "nórdica" para muchos, pero rotunda, sincera y francamente profunda como pocas. Recuerdo aquella primera película suya que vi, Sonata de Otoño, en su dramatismo seco y desolador, que me conmovió profundamente, porque descarnaba el conflicto humano con un bisturí aséptico e impecable. Aún me persiguen a veces esos diálogos entre Ingrid Bergman y Liv Ullman.
Fue tras leer su ensayo autobiográfico "la linterna mágica" cuando caí en la curiosidad de rastrear su cine. Llegaron Fresas Salvajes, El Séptimo Sello o El Manantial de la Doncella. Para mí su sentido del cine parte inevitablemente del teatro, mundo en el que también trabajó mucho, y trata de plantear desde una profunda intelectualidad, los más importantes dramas y conflictos de la existencia. Por sus fotogramas se pasean el sentido de la vida, la muerte, el amor, la crueldad, la ira, la tradición, la sangre, el misterio, lo atávico, la ambigüedad, lo inexplicable, el deseo, y tantos otros argumentos. Siempre con rigor, siempre con hondura.
De extremada calidad me pareció también su incursión en el mundo de la ópera. Su película "La Flauta Mágica", representación de la obra de Mozart es todo un prodigio de la unión de cine y ópera, que aún no ha sido igualada como propuesta. Pero de ella hablaré otro día.

La película que más me ha cautivado siempre de él es FANNY Y ALEXANDER. Por su grandeza y su humanidad. Por su extremada belleza, por la exquisita música (la música clásica era otra de las fuentes de su creación) de Schumann que tan bien escogió para envolverla. Porque me conmovieron aquellos niños y lo que significaban. Por esa descarnada y sencilla forma de mostrar la aniquilación de la infancia y la privación de la libertad, por todo lo que representa en su cuidado simbolismo, en su críptica magia: desde la cautivadora linterna mágica de los niños al amante judío de la abuela o su oscuro sobrino. La sigo viendo y me sigo fascinando de la gran obra que es para mí, de cómo me mueve por dentro y cómo me llega hasta el fondo de lo que siento, de cómo yo siento, de cómo entiendo la vida...
Adiós Ingmar, adiós.

30 de julio de 2007

Distancia y recuerdo

A veces, uno siente que debe perderse para poder olvidarse de algunas cosas. Abandonar el lugar donde vive habitualmente y buscar otro escenario que lo llene todo, que no deje espacio, por pequeño que sea, para el recuerdo. El sur, el norte, el mar, la montaña... han sido desde siempre lugares a los que escapar, en los que refugiarse, en los que aislarse...

Sólo que, inevitablemente, el recuerdo camina siempre con nosotros. Porque forma parte de nuestro ser. Y camina de puntillas, detrás de la mirada, agazapado. Hasta que un sonido, un color, un rumor de árboles, el sabor de una cereza madura o de un vaso de agua de manantial, de repente, sin saber por qué, lo despierta...Y luego vuelve a amansarse, quizá no. Pero camina con nosotros. Y no hay desierto que lo borre, huracán que lo aleje, o tormenta que lo deshaga. Ni el sur más tórrido, ni el silencio de las columnas antiguas. Ni el mar, insultantemente azul, ni las montañas mordiendo el mismo cielo.
Nada. Del mismísimo vacío surgirá y conquistará su terreno en la blandura de nuestros labios.
Así, en aquella tarde apagada, en el destierro de un mapa roto, sin margen ni escala, cuando te vi mirar a ninguna parte, cuando te llevaste los dedos hacia la boca para sellar tu latido, cuando finalmente se humedecieron tus ojos... recordé aquellos otros, salvajemente hundidos en el recuerdo de aquel, aquel primero, del que jamás volvió a saber. Aquel cuyo nombre la cantante, descalza, cantaba en el escenario con una voz que entristecía hasta a los pájaros.

18 de julio de 2007

Cerrado (poco) por vacaciones.

E la bella Trinacria,
he caliga
tra Pachino e Peloro,
sopra 'l golfo
che riceve da Euro maggior briga,
non per Tifeo ma per nascente solfo,

attesi avrebbe li suoi regi ancora,
nati per me di Carlo e di Ridolfo,

se mala segnoria,
che sempre accora
li popoli suggetti,
non avesse
mosso Palermo a gridar: "Mora, mora!"

Dante

Paradiso: Canto VIII


Cuenta la Leyenda que tres ninfas que viajaban alrededor del mundo recogiendo lo mejor de éste, llegaron a un mar de extraordinaria belleza, y dejaron allí caer sus flores y sus frutos. De las aguas surgió la masa de tierra de una Isla con tres extremidades, y se convirtió en el cofre precioso de toda la belleza del mundo. Esa isla armoniosamente triangular no era otra que Sicilia, y esta leyenda explica su forma y da origen al símbolo de la isla, la Trinakria, una cabeza de medusa de la que salen tres piernas, las tres esquinas de esta tierra llena de Historia y de belleza.
La leyenda dio paso a la historia escrita de los abundantes moradores y conquistadores de la Isla, desde griegos y romanos, pasando por normandos y llegando a franceses y aragoneses. Miradas y miradas que han dejado sobre la isla una interminable herencia de patrimonio artístico y cultural. Un pueblo de infinita hospitalidad, pero con evidentes dobleces en su piel y en su memoria. Una tierra de contrastes y contradicciones.

El olvido del hedonismo mediterráneo, que lo envuelve y lo llena de su riqueza dramática y abrupta, la exuberancia de un paraíso de belleza que araña y abandona... Allí me voy, con mi verano de noches cálidas e inesperadas, con el sueño de las salamandras y las miradas intensas de julio, con la idea puesta en dejarme llevar por lo que salga en mi camino, sea mar, ruina griega, voluptuoso barroco, o una tarde infinita de farniente bajo la sombra que quiera cobijarme... Quiero abandonarme, como hago en cada viaje que emprendo. Abandonarme y ser yo también habitante de la isla de la trinakria...
Serán sólo unos días...
A la vuelta os contaré.

Hasta pronto, cuidadme el volcán, que yo andaré por otros. Os dejo, una vez más, con una de mis sicilianas favoritas, Carmen Consoli, cantando esta vez música de la tradición de su tierra de origen.

17 de julio de 2007

El sueño de una noche de verano.



See, even the Night herself is here
To favour your design,
And all her paceful train is near
That men to sleep incline.

Y se hizo la primera noche tibia del verano. Y el viento, imperceptible, pasó a levantar el recuerdo sobre nuestras pieles. Mas, qué extraño, era un recuerdo de algo que no había sucedido, que tal vez no llegase a suceder... Y sin embargo comenzaba a latir debajo de la piel como si quemase las venas, como si quisiese salir del cuerpo y gritar y evaporarse y soplar hasta las montañas frías y hasta el mar. Y un ejército de salamandras ha partido en busca de los sueños que se nos escapan por los dedos. Y serpentean en la noche, con su lengua ávida de ingrávidos secretos, de luz que no ciega, de vino que deshoja la muralla. Y detrás de cada cola que susurra en la pared, olvidada en su caza, van los animalitos perdiendo trozos de sombra, de sombra oscura que se nos clava en las manos, y en las esquinas de los ojos.
Y cada noche que se detiene el viento del norte, cada noche que el viento tibio de las salamandras invade la calle, despiertan todas esas sombras, y dejan de serlo un instante, para tener nombre -un nombre pequeño-, para tener mirada y para ser sólidas sobre las pestañas, bajo las sábanas, enredadas en las almohadas.
Y entonces, de repente, caminamos por la calle silenciosa, juntos. De repente, rozándonos un instante el sortilegio, sabemos que cualquier cosa, cualquiera, puede suceder esa noche. Olvido, encuentro, palabras a quemarropa, silencio, desenfreno...
Pero las sombras retornan, y desaparecen si no las tomamos. Hay que estar atentos, antes de que la noche de agosto deshaga los hilos a fuerza de estrellas que precipiten, antes de que los instantes para decidir se acaben, antes de que el frío viento del norte se sitúe ya detrás de la puerta y nos susurre por las noches, para espantar el hechizo de la reina de la noche.


OBERÓN
Muy bien, vete. De este bosque no saldrás
hasta que te haya atormentado por tu afrenta. –
Mi buen Robín, acércate. ¿Recuerdas
que una vez, sentado en un promontorio,
oí a una sirena montada en un delfín
entonar tan dulces y armoniosas melodías
que el rudo mar se volvió amable con su canto
y algunas estrellas saltaron locas de su esfera
oyendo a la ninfa de los mares?
ROBÍN
Lo recuerdo.
OBERÓN
Aquella vez yo vi (tú no podías),
volando entre la fría luna y la tierra,
a Cupido todo armado. Apuntó bien
a una hermosa virgen que reinaba en Occidente
y disparó con energía su amoroso dardo
cual si fuera a atravesar cien mil corazones.
Mas yo vi que los castos rayos de la luna
detenían la fogosa flecha de Cupido
y que la regia vestal seguía caminando
con sus puros pensamientos, libre de amores.
Observé en dónde caía el dardo:
cayó sobre una florecilla de Occidente,
antes blanca, ahora púrpura por la herida
del amor. Las muchachas la llaman «suspiro».
Tráeme esa flor: una vez te la enseñé.
Si se aplica su jugo sobre párpados dormidos,
el hombre o la mujer se enamoran locamente
del primer ser vivo al que se encuentran.
Tráeme la flor y vuelve aquí
antes que el leviatán nade una legua.
ROBÍN
Pondré un cinto a la tierra en cuarenta minutos.
[Sale.]
OBERÓN
En cuanto tenga el jugo
esperaré a que Titania esté dormida
para verter el líquido en sus ojos.
Al primer ser vivo que vea cuando despierte,
sea un león, un oso, un lobo, un toro,
el travieso mono, el incansable simio,
lo seguirá con las ansias del amor.
Y antes que yo quite de sus ojos el hechizo
(y puedo quitárselo con otra planta),
haré que me entregue su paje.

William Shakespeare.

14 de julio de 2007

Respira...

Por todos esos cuerpos que más allá de intelecto y cultura, de vez cuando... respiran.



CUMBIERA INTELECTUAL

La conocí en una bailanta todo apretado
Nos tropezamos pero fui yo el que se puso colorado
Era distinta y diferente su meneada
Y un destello inteligente había en su mirada...

Cuando le dije si quería bailar conmigo
Se puso a hablar de Jung, de Freud y Lacan
Mi idiosincracia le causaba mucha gracia
Me dijo al girar la cumbiera intelectual
Me dijo al girar... esa cumbiera intelectual...

(“Jung, Freud, Simone de Beauvoir, Gothe, Beckett,
Cosmos, Gershwin, Kurt Weill, Guggenheim...”)

Estudiaba una carrera poco conocida
Algo con ver con letra y filosofía
Era linda y hechizera su contoneada
Y sus ojos de lince me atravesaban

Cuando intenté arrimarle mi brazo
Se puso a hablar de Miller, de Anais Nin y Picasso
Y si osaba intentar robarle un beso
Se ponía a leer de Neruda unos versos
Me hizo mucho mal la cumbiera intelectual
No la puedo olvidar... a esa cumbiera intelectual

(“Paul Klee, Ante Garmaz, Kandinsky, Diego, Fridha,
Tolstoi, Bolshoi, Terry Gilliam, Shakespeare William...”)

Si le decía “Vamos al cine, rica”
Me decía “Veamos una de Kusturica”
Si le decía “Vamos a oler las flores”
Me hablaba de Virginia Wolf y sus amores
Me hizo mucho mal la cumbiera intelectual
No la puedo olvidar... a esa cumbiera intelectual...

Le pedí que me enseñe a usar el mouse
Pero solo quiere hablarme del Bauhaus
Le pregunté si era chorra o rockera
Me dijo “Gertrude Stein era re-tortillera”
No la puedo olvidar...

Yo no quiero que pienses tanto, cumbiera intelectual!
Yo voy a rezarle a tu santo para que te puedas soltar...
Para que seas más normal

(Jarmusch, Cousteau, Cocteau, Arto, Maguy Marin,
Twyla Tharp, Gilda, Visconti, Gismonti...)

Aprendí sobre un tal Hesse y de un Thomas Mann
Y todo sobre el existencialismo Alemán
Y ella me sigue dando cátedra todo el día
Aunque por suerte de vez en cuando su cuerpo respira
Su cuerpo respira, su cuerpo respira

Yo no quiero que pienses tanto, cumbiera intelectual
Yo voy a rezarle a tu santo, para que seas más normal
Para que te puedas soltar...
Cumbierita, cómo la quiero...!

Kevin Johansen

11 de julio de 2007

Fantaseando en wifi

El personal de apoyo informático del edificio donde trabajo es el único que osa romper el rígido código de vestuario que, sin ser oficial, es religiosamente seguido por la práctica totalidad de empleados. Los informáticos suelen ser gente joven, y muchas veces acogidos a contratos de tan corta duración que su rotación hace casi imposible reconocerlos porque a la segunda incidencia que vienen a ayudarle a uno, ya se trata de una nueva persona.

Hoy no era uno sino dos los que han venido. Yo no los había visto nunca. Me ha llamado la atención lo jóvenes que parecen. Con sus camisetas de rayas de colores y su pelo encerado y peinado con tanto estilo se hacen notar más en medio del tono gris general de la planta. Pero no, no venían a reparar ningún equipo. Traían en sus manos un extraño aparatito, equipado con una prominente antena, que iban dirigiendo a diferentes lugares, al tiempo que apuntaban una serie de valores en un teclado. Les he preguntado, lo admito, más por el interés de hablar con ellos que por el de saber qué estaban haciendo.
-Medimos la cobertura del wifi en el edificio- me ha dicho uno de ellos. He notado cierta sonrisa pronunciándose en la comisura de sus labios, aunque ha sido tan sutil, que es posible que haya sido más producto de mi fantasía que de la realidad. Es que el muchacho es sin duda atractivo. Y su tono de voz, aún lo hace más. Desafectado, pero con cierta concesión a una oscuridad entre seductora y correcta.
-- Ah -- he dicho, devolviéndole una sonrisa que, como digo, no estoy seguro de haber recibido. Después de esto sí que ha sonreído, y la sonrisa le sienta francamente bien. Tanto como su camiseta, ciertamente ceñida a un cuerpo que, al acercarse, me ha hecho temblar la imaginación. Y es que al apoyarse suavemente en mi mesa para hacer una de sus anotaciones, las curvas de su cadera, delimitadas por el intenso color naranja de su camiseta, han cambiado su ángulo con una levedad que no ha hecho más que despertar inevitablemente el ardor de mi mirada. Al salir de la sala le ha hecho un comentario en voz baja a su compañero, apoyando despacio la palma de la mano sobre su hombro. El otro, de complexión algo menos robusta, pero innegablemente atractivo, ha dirigido su mirada hacia mí, sólo un instante, justo al momento de cerrar la puerta de la planta.

En seguida me he puesto a continuar mi tarea. De todas formas, he de reconocer que lo aburrido del informe de seguimiento de actividad que realizaba esta mañana ha facilitado que las imágenes de estos dos chicos me hayan estado distrayendo de alguna manera, durante un par de horas.

A media mañana me he bajado a tomar un café a la máquina de la planta 6, donde no hay nadie, pues de momento está en obras. Voy ahí cuando no me apetece hablar con nadie, porque siempre está vacía. Hoy, sin embargo, he escuchado unos pasos mientras saboreaba mi café... He levantado la mirada, mientras, sin dejar lugar a que mi imaginación iniciase ya su habitual mecanismo de concupiscencia en estos casos de zonas a medio iluminar, han aparecido los informáticos de antes. Lo primero que he notado es que la semioscuridad del lugar reforzaba sin duda las sombras que dibujaban los músculos de sus torsos, creando una escena que no podía sino convertirse en objeto de deseo. Les he mirado fijamente un segundo, como de pasada, para bajar después los ojos hacia el suelo, arrepentido del atrevimiento. Ellos han seguido con sus mediciones aquí y allá, delante y detrás mío. Mientras, yo he ralentizado el terminar el poco café que quedaba ya en el vasito de plástico.

Es increíble la cantidad de rincones a los que puede llegar la conexión inalámbrica. ¿Serán necesarias tantas mediciones en una planta donde de momento no trabaja nadie?, me pregunto. Pero los chicos no hacen más que ir de un lado a otro anotando. De frente a mi, detrás, en una de las esquinas. Y yo los veo pasar con mi vasito en la boca, y mis ojos corriendo por la habitación detrás de sus espaldas, de sus pechos, de sus pantalones...
Finalmente han dejado el aparatito sobre una mesa, y se han internado en la zona que está propiamente en obras, dejando cerrar la puerta como con cautela. He visto la mano del último, blanquísima, como sellada en la madera, para después deslizarse y desaparecer despacio, casi como en una grabación a cámara lenta. He apurado con violencia el último trago de café, y me he quedado de nuevo en silencio, paralizado... Tras un par de minutos he abierto con cuidado la puerta, casi temblando. La oscuridad en esa zona es aún mayor. Me interno con cuidado. Los chicos parecen haber desaparecido. El silencio es casi preocupante. Pero la planta es diáfana, y de ellos no hay ni rastro. Hasta que mis ojos se detienen en la puerta del fondo, la única aparte de aquella por la que acabo de entrar, y que da acceso a los baños. Sin duda han ido al baño. Doy un par de pasos y dudo si seguir... Me acuerdo del informe, que debo entregar a última hora de la mañana, y que está a medio hacer en mi ordenador.

-- ¿Qué diablos hago aquí? -- me digo.
Pero no puedo evitar seguir hasta la puerta de los baños. La abro con cuidado y entro. Al principio no parece que haya nadie, pero en seguida percibo una respiración, primero casi imperceptible, y poco a poco haciéndose sentir más y más. ¿Agitada? No sé... Creo que sale de una de las puertas de los cubículos. Una que está entreabierta, situada al fondo, que se mueve un poco, como en una especie de balanceo. Me acerco aún más. El movimiento de las sombras que parece intuirse desde fuera me agita la respiración a mí también. Sobre el suelo, una de las dos camisetas. Un pie descalzo sobre ella. La espalda desnuda de uno de los dos, curvilínea y perfecta surge de repente inundándolo todo. La primera imagen que aparece ante mis ojos es la de la lengua del otro sobre sus hombros, deslizándose despacio, como saboreando la piel salada. Y su mirada de placer, que se desvía un instante para fulminarme de un golpe certero. El otro no se gira, pero extiende sus brazos hasta alcanzar las paredes de ambos lados. hacia uno de ellos se dirige aquella lengua, y me invita a mí a seguir por el otro. Lo hago temblando, agotando mi aliento al morder sus hombros y degustar los brazos duros, tensionados. Siento que bajo mi camisa se desliza también una mano. Y consigo con la mía traspasar su pantalón. Y tras el pantalón lo harán cremallera, licra, vello y piel. Y continúan las manos traspasando y bañándose en saliva, y en sudor. Y también los labios se unen a deslizarse hacia lo prohibido, a probar las diferentes texturas de las diferentes pieles, de las diferentes bocas, de los diferentes tactos de la carne, de sus curvas, de sus huecos... Y terminamos los tres flexionados en el suelo, con las bocas jadeantes y las manos bien apretadas, aún febriles de placer, aún húmedas, bañadas de semen. De nuevo, el de la camiseta naranja me dibuja su imaginaria sonrisa con un leve gesto de la comisura de su boca. No hay palabras. El otro se viste ya con rapidez. Y lo único que me viene a la cabeza es el wifi, como único testigo de lo que acaba de suceder... No sé por qué presiento que justo en ese lugar la cobertura debe ser máxima. Y que ellos lo saben. Las ondas electromagnéticas he debido absorberlas yo todas, pues al llegar a mi ordenador, los dedos han volado literalmente sobre las teclas para redactar del tirón el informe más exhaustivo que he preparado en los últimos meses. Lo hago entre suspiros de esfuerzo por el trabajo hecho a toda prisa y el placer de recordar lo que me acaba de suceder.
Mi Jefa ha pasado y ha preguntado que dónde me había metido, que si ya estaba listo en informe.
--Sí -- le contesto, -- en una hora lo tienes en tu bandeja de correo--.

Al final, hasta me ha felicitado y todo.
-- Es que con la nueva conexión inalámbrica tengo un acceso mucho más rápido a los datos -- le digo. Me ha mirado extrañada, como si no comprendiese. -- ¿Conexión wifi? -- me pregunta. -- Pero si precisamente se ha caído la red durante toda la mañana. Aún no la han arreglado, creo -- me comenta. -- Y parece que la avería es grave... Han venido unos chicos a arreglarla--.
-- ¿De verás? -- pregunto extrañado. Ahora soy yo el que traza una sonrisa imaginaria. -- Definitivamente sí, el wifi me lo he quedado todo yo. Y alguna cosa más, de paso, también.

9 de julio de 2007

Palabras y pasión

Las palabras se deshacen en el aire, y en la boca se transforman en pasión que alimenta el alma. O quizá sea la pasión la que las deshace antes de llegar a los labios. Quién sabe. Y es que es la pasión es un concepto que nos huye a la comprensión, y a la explicación...

La pasión, por ejemplo, no es como la energía, pues lo mismo se crea que se destruye... y sólo en algunos casos se transforma. Lo que sí hace es contagiarse. Se contagia a través de las manos, de las miradas, de los gestos, y de las palabras, esas mismas que a veces se deshacen nada más ser pronunciadas, pero que otras, nos llegan como dardos que hacen arder nuestros sentidos.
Dedicada a todos los que últimamente me alimentan con pasión. Pasión de palabras y de miradas, de momentos compartidos y de sonrisas, de complicidades y de abrazos, de preciosos abrazos. Y de besos. Y de piel...
Para ellos, bien saben quiénes son, esta canción. Parole di burro (palabras de mantequilla) de Carmen Consoli. Con un estribillo que bien podría ser un himno a la pasión.


"Cuéntame las historias que te gusta inventar, asústame
cuéntame las nuevas y exaltantes victorias
Conquístame, invéntame
Dame otra identidad
Atúrdeme, desármame, y al final golpea
abrázame y embriágame
de ironía y sensualidad
Abrázame y embriágame
de ironía y sensualidad"



Parole di Burro

Narciso parole di burro
si sciolgono sotto l'alito della passione
Narciso trasparenza e mistero
cospargimi di olio alle mandorle e vanità modellami…

Raccontami le storie che ami inventare spaventami
raccontami le nuove esaltanti vittorie
Conquistami inventami
dammi un'altra identità
stordiscimi disarmami e infine colpisci
abbracciami ed ubriacami
di ironia e sensualità

Narciso parole di burro
nascondono proverbiale egoismo nelle intenzioni
Narciso sublime apparenza
ricoprimi di eleganti premure e sontuosità ispirami.

Raccontami le storie che ami inventare spaventami
raccontami le nuove esaltanti vittorie
Conquistami inventami
dammi un'altra identità
stordiscimi disarmami e infine colpisci
abbracciami ed ubriacami
di ironia e sensualità
abbracciami ed ubriacami di ironia e sensualità

Conquistami

6 de julio de 2007

Amanece

Amanece.
Siempre amanece.
Amanece cuando más quería detener la luna en su redondez, cuando más quería retenerte a mi lado para que deshicieras el espacio. Y tan sólo consigo rozarte un instante, para después huir.
Pero mientas no se funde la noche, las yemas de mis dedos aún permanecen tibias, impregnadas de deseo, abrigadas de recuerdo.
Y la vida canalla que no nos acerca, y nos deja siempre en el abismo de contemplarnos desde el borde de la nada, desde la fractura de la realidad. Allí donde el tiempo de la noche se instala voraz, enemigo de la conquista de tu espalda, surcando lanzas sobre tu pecho, soplando mi viento blanco en los pliegues de tu piel, hilando una palabra que no se termina entre tus labios y los míos.
Sobre las sábanas me acerco un instante al teléfono, dejo que se ilumine, lo miro intensamente mientras mis dedos se cierran con fuerza. Ya casi clarea el cielo negro. Quedan un par de minutos, quizá tres. La duda se escapa a través de mis manos, como fuego violento, pero mi lágrima inevitable, de repente la apaga. Y de nuevo amanece. Siempre amanece. Me detiene la razón, y el sol dibuja una vez más mis sandalias vacías al pie de la cama, esperándome.
Esperándome...
Y mientras yo...
Yo...
¿A qué espero?

3 de julio de 2007

Inexplicable desamor.

Si la vez anterior no pudo conquistarme con su aclamada “Lejano”, el director turco Nuri Bilge Ceylan sí me ha convencido ésta con su última iklimler (los climas). Su técnica en lo esencial no ha variado. Abundante uso de la poesía visual, diálogos reducidos al mínimo y creación de atmósferas que hablan por sí mismas.

Nos enfrentamos en esta ocasión a un duro y espinoso ejercicio de desamor a la deriva, y a dos personajes (Isa y Bahar) que no son capaces de entender qué les está pasando. La amargura y la desazón de admitir la pérdida de un sentimiento, y lo inexplicable de no poderlo asumir les llevan por caminos separados llenos de ausencia y silencios. Esta es una de esas películas en las que muchos saldrán del cine sintiendo que no les han contado nada. Así me ocurrió a mí en “lejano”. El que, por el contrario, tenga la suerte de conectar con el elaborado universo íntimo del director, irá acumulando imágenes, silencios, palabras, y poco más. Pero cuando salga de la sala, sentirá cómo de repente se derrumba todo por dentro, y cómo la esencia del desamor se le habrá ya inevitablemente inyectado bajo la piel. Porque Ceylan se aleja de pretensiones conceptuales y nos lo retrata a través de lo mínimo, de lo cotidiano, desde el plano más sincero de la realidad. De ahí el maravilloso y sutil paralelismo con las estaciones climáticas. Y después lo envuelve todo con una poesía desatada y sensual, llena del esplendor monumental de Turquía, y no exenta de ciertos toques atávicos, para dejarnos ese retrato impecable del desamor y sus zarpazos.

Impresionantes las interpretaciones de los dos protagonistas. El propio director, de una dureza sobria, pero dejando translucir una fragilidad demoledora en ciertos momentos. Su mujer, en el papel de Bahar, silenciosa y dotada de una portentosa melancolía en sus gestos y en su mirada, una mirada que no podemos olvidar y en la que muchos no podrán evitar reflejarse.

2 de julio de 2007

Luar

Cuando era yo pequeño, existía en la aldea de mi madre un pequeño jardín, en una de esas casas con aspecto de abandono que pueblan todo el norte del país. Una verja de media altura separaba aquel jardín de la calle. Yo siempre me detenía en ella a mirar a través. Se contaban historias acerca de la familia que habitó allí. Historias de esas que un niño no termina de entender, porque un niño sólo entiende lo sencillo, lo simple, lo que tiene sentido. Las paredes grises de la casona, cubiertas de líquenes y grietas oscuras, transmitían el abandono de la casa casi con más insistencia que aquellas ventanas despintadas, perpetuamente cerradas. En contraste, el jardín siempre estaba impecable. Las flores ordenadas por colores y formando tramos perfectamente recortados sobre la hierba impoluta. Los setos de boj impecablemente podados delimitaban pequeños caminos que se cruzaban en el centro. Un olor a verde y fresco siempre se desprendía de aquel rincón extraño. El sol, cuando caía oblicuo en la tarde sobre aquel lugar, me transmitía una extraña sensación de perfección. Es una sensación que se ha quedado grabada en mi mente para siempre.
Aquella noche de verano tendría yo unos quince años. Volvía solo a casa por el camino de la ladera cuando, al pasar por el borde de la casona y ver la luz de la luna llena caer de pleno sobre el jardín, un deseo incontrolable se apoderó de mí. Debía traspasar aquella verja y cruzar al jardín.
Así lo hice, con cuidado de no ser visto; con cuidado de no ser escuchado. La mala fortuna quiso que una de las agujas de aquella reja traspasara mi camiseta rasgándola completamente. En un instante, la luz blanquecina que caía del cielo me había bañado por completo, embriagándome profundamente. Caí al suelo, y la hierba fría resbaló por mi piel mezclada con la luna. Al levantarme, sentí cómo se despertaba en mí el desconcierto y la desorientación. Desde dentro del jardín todo era diferente: la casa, el verde oscurecido por la noche, el camino exterior... No había terminado de situarme, cuando desde una de las esquinas de la casa surgió aquella mirada intensa, fija sobre mi piel. Me acerqué lentamente, poseído por su sombra incipiente, pero sin temor alguno. A medida que me acercaba, su piel, también despojada de ropa, fue poco a poco dibujándose tras la esquina. Era de un azul tenue, casi dulce, y recortaba la oscuridad con el apetito de un deseo que hasta entonces desconocía. Extendió su brazo, y alcanzó con su mano mi cadera, dejándome sentir de repente que la electricidad intensa de mi incipiente sexualidad se desvelara sobre mi piel. La luna misma descendió para llenar mi cuerpo y mi boca. Sobre su lengua me llegó un extraño zumo de oscuridad: voluptuosas imágenes de ansia que precipitaban a través de mis dedos, de mis labios, de mi cuerpo todo.
No sé cuánto tiempo duró aquello. Después de aquel primer instante, no recuerdo más. Sólo la noche de verano sobre mi piel y sobre mi sueño. Y el despertar en medio de la hierba, con la semilla de la extrañeza en el cuerpo. De repente, sentí que todo era imperfecto. Casa, jardín, camino, momento... Me sentí desnudo, me levanté y huí. Salí corriendo camino abajo, con el silencio de la noche silbando en mi oídos.
Ya nada volvió a ser lo mismo. Al día siguiente el jardín ya no era el mismo jardín. Casi no quedaban flores, y las que había, crecían anárquicamente, sin criterio. Y la hierba ya no parecía como recién cortada, y lo invadía todo. Tampoco el boj, que súbitamente había crecido sin control hasta formar espesas marañas que se cruzaban entre sí, ocultando lo que habían sido pequeñas sendas entre la hierba. Todo tenía el mismo aspecto de aquella casa gris. Y nunca más volvió a ser como yo la recordaba. Nunca. Recuerdo habérselo comentado años después a mi madre. Ella me respondió que no era posible, que aquel jardín siempre había estado así, descuidado y salvaje, desde que los dueños dejaron la casa, y que aquello había ocurrido años antes de nacer yo.
¿Lo habría soñado? ¿Será que sólo de niños somos capaces de percibir la perfección? El caso es que nunca después fui capaz de sentir que algo pudiese tener la perfección de aquel jardín cuando, en la tarde, caía sobre él el último sol. Siempre que algo me gusta mucho no puedo evitar que aquella imagen me venga a la cabeza, insistentemente, pero nunca consigo que la realidad la iguale. Y es que supongo que, de alguna forma, aquella noche también perdí al inocencia.