30 de mayo de 2007

Libertad, Literatura y Gran Vía.

Teniendo en cuenta mi falta de inspiración de últimamente, he decidido tomar el Meme que me pasó Pe-jota hace ya algunas semanas. A mi manera, claro. Porque buscar en el libro que leo la página 139 y escribir el segundo párrafo, no tiene porque dar como resultado algo coherente ni siquiera interesante. Lo probé con el libro que estaba leyendo, sin funcionar. Con el que acababa de leer... tampoco. El que pensaba leer después: era el mismo que leía el propio Pe-jota... Nada, aquello no funcionaba. Entonces comencé a buscar en mi estantería libros de esos que llevo en el corazón, de los que me han atrapado por alguna razón. De esos que la memoria guarda con un envoltorio especial, porque nos hicieron sentir especiales cuando los leímos. Esos libros, de alguna forma, se transforman en amigos que se quedan con nosotros, y que nos acompañan.
Tomé el que primero vino a mis manos.

LO RARO ES VIVIR, de Carmen Martín Gaite.

No por casualidad, sino porque es uno de los libros que más felicidad de lector me dio cuando lo leí. No creo que sea una novela ejemplar, aunque sí está bastante bien escrita. Simplemente, aquellos personajes que se movían en él (que se mueven aún en él) me llegaron. Me atraparon ellos y sus circunstancias, sus situaciones, sus paisajes... La página 139, curiosamente, da inicio a uno de los momentos más redondos de la novela (sic)

La ciudad se convierte a veces en una víscera que empieza a funcionar mal, y al llegar a una esquina determinada te asalta de improviso el dolor desconocido, como una punzada en el páncreas.

Con él, además, uno de mis iconos urbanos favoritos, la "jungla humana" de la Gran Vía madrileña, como vía de escape y jaula, como precipicio y paraíso, como noche y día, entró a formar parte de cómo soy y de cómo siento.

Yo, al igual que la protagonista, he debido afrontar muchas veces lo irremediable de la atracción fatal, la necesidad del cariño que no merecemos, el oscuro e inevitable peso del pasado, su entrada casual, como un océano en nuestra vida en calma. También, como ella, he caminado atravesando la Gran Vía huyendo y perseguido, haciendo de ella refugio e inevitable bálsamo. Una vez, recuerdo, con una rosa en la mano y la mirada perdida, aún con la suya bañando la mía, aún con nuestro pasado paralizando mis dedos y un dolor agudo de espina deteniendo el tiempo...


Página 140:


Entré en un snack-bar de la Gran Vía a comerme un perrito caliente con una cerveza y de repente me dio mucha rabia haberle dejado mi teléfono a Roque; es que no tengo remedio, qué insensateces se me ocurren, como si no tuviera ya la vida bastante complicada de por sí. Y además Roque no se merece que le dé pie a nada, borrón y cuenta nueva, ya está bien de idealizar. Así que me dirigí de nuevo hacia la esquina donde había visto al diablo, con ánimo más que nada de dirimir aquella cuestión y extirpar su daño. Si el papelito seguía en el platillo, es que no se trataba de Roque, porque se habría agachado a cogerlo al verme desaparecer, es lo menos que se podía esperar, y si el papelito, en cambio, había desaparecido, pensaba dirigirme a él y pedírselo, aunque fuera con cajas destempladas.
De todas las maneras, lo único evidente era que con el pretexto del papelito ya me bullía la sangre otra vez y volvía a meterme en los laberintos peligrosos de la obsesión, así que subí la cuesta despacio, indecisa, deseando a la vez desentenderme de aquel asunto y seguir hurgando en sus enigmas. A ratos me paraba. Porque además habían pasado tres horas ¿y quién te asegura -me amonestaba mi parte sensata- que el diablo siga en esa misma esquina?
Pero seguía allí. Y también el papelito, que desenterré de entre las monedas con gestos crispados y sin contemplaciones, resoplando de ira. Luego me incorporé y no pude por menos de mirar a la estatua viviente. Esta vez sonreía un poco más. Era Roque, sin duda.
-¡Eres un asqueroso, le increpé!-. Y además no sé cuándo me has protegido ni me has consolado de nada. ¡No eras el del sueño!
Luego salí corriendo y paré un taxi.


(Fin del capítulo XII)

28 de mayo de 2007

Besos de cine (1)

La vida es a veces así. Inexplicablemente así. Y es quizá por ello que a veces merece la pena. Uno de los besos más conmovedores de toda la historia del cine...

24 de mayo de 2007

Demasiada primavera

Demasiada luz.
Demasiado intensa la mirada.
Demasiada primavera.

La luz temblaba de miedo en la tarde. Demasiada piel tentadora. Y el olor, sostenido entre mis párpados. Palabras, demasiadas palabras, demasiada velocidad para tus dedos voluptuosos. Demasiada vida en cuarenta y cinco minutos. Demasiadas flores esta mañana tras el cristal. La vida abultada que no digieren estas venas dormidas. El acero latiendo sobre la acera. El paso corto y el peso ausente. Digestión veloz, ansia feroz, frutas en la garganta. Sueños que llueven, y el beso estremecido que se deshace entre las nubes. Mi vacío huye conmigo, sube hacia la noche estrellada, cuando aún no existe.

Demasiada luz.
Demasiado temor entre mis pestañas.
Mareo intenso al regresar.
Demasiada, primavera,
demasiada primavera...

20 de mayo de 2007

Amor con Fortuna

Aquel primer segundo casi no pude verle. Se escondía tras la sombra de un gran castaño, en plena noche. Sólo su rostro quedaba oculto a la luz de la farola. La oscuridad de aquella solitaria avenida era aprovechada por muchos buscadores de placeres nocturnos. Y se paseaban con descaro, o permanecían quietos en la semisombra que proporcionaban las ramas enredadas entre el alumbrado público. Así le conocí. Y aquella primera imagen de él, no sé por qué, me recordó aquella escena de "To catch a thief" de Hitchcock, en la que Grace Kelly queda a oscuras, pero la luz exterior consigue iluminar su cuerpo solo hasta el cuello, hasta ese magnífico collar que luce en el cuello, mientras su cabeza permanece en la sombra.

Evidentemente, Enrique no llevaba ningún collar de diamantes el cuello. Pero tampoco llevaba ninguna de esas cadenas gruesas de oro que tan poco me gustan, lo cual, en aquel lugar era ya algo. Sin embargo, sus poderosas manos llamaron inmediatamente mi atención. Me detuve ante él, atraído por ellas, y por los inmensos brazos que las acompañaban. Entonces, poco a poco, fue surgiendo su rostro de las sombras. Unos inmensos ojos azules se dibujaron de inmediato sobre su rostro anguloso y alargado. Me tendió la mano, y caí en ella inevitablemente. Cruzamos unas pocas palabras, y me subió con él en la moto. Me agarré a su pecho como pude. No estaba muy acostumbrado a subir en moto detrás, y me pareció que casi no podía abarcar con mis brazos su cuerpo. Su olor corporal me invadió y el viento contra mi cara no impedía que llegase intenso a mi cabeza. Veía la ciudad pasar, en aquella noche veraniega, y sentía el calor que transmitía su cuerpo en mis brazos. Y me pregunté sólo un instante qué hacía yo allí, camino de quién sabe dónde, agarrado a aquel desconocido del que poco más sabía que el intenso color de sus ojos. Pero la brisa tibia de la noche me calmaba, y me hacía olvidar cualquier temor, cualquier duda. Sólo tenía que dejarme llevar. Dejarme llevar, dejarme llevar... Seguro que tiene más de 30 años, pensé. A mis 22 años, todavía no solía hacer ninguna discriminación de edad a la hora de sentir atracción por alguien. Pero al final, nunca terminaba con chicos muy mayores, a pesar de que la madurez sí que era algo que yo valoraba.

Cuando llegamos a su casa, casi escondida en una tortuosa calle del centro, me condujo a oscuras a través de las estrechas escaleras. Olía a polvo y a cerrado, y cuando me estrechó contra la pared y me rodeó con sus brazos, tuve por primera vez en mi vida esa sensación embriagadora de ser poseído, de ser tomado por aquel cuerpo que sentía que podría hacer conmigo lo que se propusiera sin que yo pudiera físicamente evitarlo. Su boca era amplia, y su lengua, voluminosa como todo él, me supo extraña cuando se introdujo en mi boca. Casi sostenido por su fuerza, arrastrado escaleras arriba, entramos en su habitación, y me depositó suavemente sobre su cama. Después se levantó un instante, para dirigirse al otro lado de la habitación. Escogió un cd, y lo puso en su equipo de música. Yo esperaba cualquier tipo de música romántica que me fuera a borrar la líbido del cuerpo conseguida en la escalera. Incluso algo de jazz suave que nos aislara del ruido de las ventanas abiertas a la calle. Pero entonces comenzó a sonar aquella música.



Nunca hubiera imaginado que de aquellos altavoces fuese a salir aquella música de danzas del renacimiento. En casa tenía algo de música clásica, pero la música antigua me parecía un auténtico aburrimiento. Lacónica y repetitiva.

A Enrique, sin embargo, parecía gustarle mucho. Comenzó a bailar desnudo por la habitación, imitando esos bailes medievales reverenciales y saltarines. Yo aún estaba perplejo sobre la cama. Él parecía tener su mundo propio donde todo aquello cobraba sentido, donde hasta lo más aparentemente aburrido podía transformarse en algo dinámico y divertido. Así, pasó del suelo de losa a las sábanas, danzando, moviéndose sin parar. Y su danza se transformó en compartida sobre el lecho. Y bailamos retorciendo nuestros brazos y nuestras piernas. Y las manos recorrían la piel del otro como rasgando la piel de los tambores que nos acompasaban. Yo me sentía volar, como inmerso en otro mundo donde todo era posible. Y volamos, claro que volábamos... él me rodeó de nuevo, y me hizo sentir esa serena pérdida de la realidad mientras su piel recorría la mía, mientras su vértigo entraba en el mío. Lo hizo, pero también se dejó dentro de mí esa inquietud infalible para transformar el vacío de la vida, para hacer del tiempo búsqueda. Para hacer de la música una compañera.

En Enrique, todo era grande, no solo su físico. Desde su tremenda inquietud hasta la oscuridad en la que bañaba la mayoría de su vida. Poco a poco fui sabiendo detalles. Los que me desconcertaron, como el de saber que tenía nada menos que 46 años que (sinceramente) no aparentaba ni en aspecto ni en vigor, pero que me trasportaban a una zona de inquietud e inseguridad de mi aún escasa madurez. (a pesar de todo, allí seguía yendo yo, casi a diario). Los que me atrapaban y enloquecían, como aquella inagotable pasión por todo, por reconstruir la historia de aquel libro antiguo que había heredado de su padre, o sus convicciones políticas, o aquella música del Renacimiento Español que podía escuchar hasta la extenuación sin perder un ápice de placer en la mirada, ni en el ritmo que siempre seguía con la cabeza. Y yo que iba aprendiendo con él, y apasionándome por todo lo que él vivía con pasión.

Y así, entre visitas a aquel ático de Sevilla, y búsquedas del libro aquel, y danzas sobre la cama, y ratos de espía de aquella aristócrata local que vivía en frente y a la que controlábamos todos sus amantes, fui entrando poco a poco en el hábito del sexo desenfrenado, y también de las danzas renacentistas. Comprendí que la música respondía a una necesidad que era universal. Como también lo eran las palabras y la grandeza de la literatura. Y que algunos, como él, y como quizá yo también, podían vivir sus emociones a través de la memoria de otra época. Porque la intensidad y la pasión son siempre las mismas e igualmente actuales, aunque la gente nos tomase por locos.

Enrique se fue un día. De repente, como un golpe seco. Desapareció de mi vida, casi sin decir adiós. Siempre supuse que había vuelto con su antigua pareja. Hablaba con mucha frecuencia de él. En el fondo yo sólo debí ser un entretenimiento, poco más.
Pero me acostumbré rápido a no tenerle. Me hice a otros brazos y a otros sexos. Cada vez que pasaba delante de su casa miraba hacia su pequeña ventana, pero nunca vi a nadie. Sin embargó, la emoción por aquella música nunca me dejó. Y así ingresé en el conservatorio, y terminé todos los estudios de percusión, e impulsé aquel pequeño grupito de aficionados a la música antigua que nació como un juego, con los compañeros de clase, pero que es ahora un grupo de cierto reconocimiento.

Han pasado más de 15 años, y no he vuelto a ver a Enrique, hasta esta noche. Han pasado muchos hombres por mi vida, Y todos los he vivido como si fueran el primero, y a la vez como si fueran el último de mi vida. Como si tuviera que agotar la intensidad cada día. tal y como aprendí de él. Tal y como me contagió él.

Estaba en primera fila del auditorio, seguro que no me reconoció, pero yo e él sí. Su vejez de ahora ya no es camuflable, pero sigue teniendo esa misma fuerza en la mirada. Habría querido preguntarle tantas cosas... Pero no, no podía. Así que tan solo me dejé llevar por aquellos recuerdos que casi ya había olvidado, para interpretar ese villancico de Juan del Enzina que estaba en el programa. Recordé cuánto le gustaba escucharlo. Y creo que nunca habrá escuchado una versión más entregada que la de hoy... No sé si me reconoció, supongo que no, pero en un breve instante que conseguí mirar hacia él sin distraerme reconocí su sonrisa de satisfacción y placer. Aquella que me llevó a este amor con fortuna. La fortuna de encontrar la pasión por existir y sentirse vivos.



AMOR CON FORTUNA

Amor con fortuna
me muestra enemiga.
No sé qué me diga.

No sé lo que quiero
pues busqué mi daño.
Yo mesmo m'engaño,
me meto do muero
y, muerto no espero
salir de fatiga.
No sé qué me diga.

Amor me persigue
con muy cruda guerra.
Por mar y por tierra
fortuna me sigue.
¿Quién hay que desligue
amor donde liga?
No sé qué me diga.

Fortuna traidora
me hace mudança
y amor, esperança
que siempre empeora.
Jamás no mejora
mi suerte enemiga.
No sé qué me diga.

17 de mayo de 2007

17 de maio, día das Letras Galegas

Hoxe celébrase o dia das Letras Galegas. Unha festa da palabra. Palabra como reivindicación da identidade cultural, como xeito de afirmar a necesidade da fala como eixo da vida e da humanización deste mundo á deriva. Para min, dependente confeso da palabra, é un día especial, porque tamén esta lingua e a maioría das súas palabras, dos seus xiros, da súa fráxil e fermosa poesía, camiñan a modo polas miñas veas.
Cada ano, homenaxease unha figura das Letras Galegas, e normalmente inténtase revalorizar algunha figura esquecida ou pouco estudada. Este ano, a elixida foi a poeta María Mariño, da que inclúo unha pequena poesía.

Somos un ou somos dous, ou tantos como en nós temos?
Cada un é o caber dun mundo que non sabemos
si somos ou si el é o que ten e nós mecemos.

A miña propia homenaxe ten un autor convidado, un dos meus preferidos. E ven con xeito de conto pequeno, casi microrrelato, e que deixa ese doce vértigo da existencia ao que nos ten afeitos.

Convidado: MANUEL RIVAS

A PONTE DE MARLEY, extraído de "As chamadas perdidas"

Tiña na parede da habitación un póster de Bob Marley e a avoa, que só vía cando quería, e así estaba como unha rosa, díxolle: "Moi ben, nena ¡un sagrado corazón!" E era verdade que se parecían. Marley, Xesús Cristo e o mozo da ponte. Mirábao pasar dende a praia fluvial co seu pelo de rasta e o andar desgonzado, pero rítmico, como se camiñase sobre unha corda frouxa ou na liña do horizonte. Un día cruzáronse e el sorriulle. Ela ampliou o sorriso até que ocupou a súa mente. Namorouse daquel sorriso. Pero endexamais volveu ver ao mozo da ponte. naquel pobo, a xente humilde nacía cunha maleta debaixo do brazo.
Cando de verdade casou, xa non tiña o póster de Marley nin de ningún outro. So unha pquena reproducción de Paxaros na noite, de Edward Hopper. A avoa, si. Conservaba o seu Sagrado Corazón de Xesús, cada vez mais esvaído. Era un cadro este que a ela a deprimía. A exposición da víscera rosácea, coas súas chagas e a coroa de espiñas parecíalle un icono de crueldade na habitacíón dunha enferma. A pintura dunha cultura canibal, que sentía devoción pola súa víctima, Cristo, o derradeiro cristián.A avoa mentía. Dicía que só vía un resplandor.
Ela casaba cun sorriso que pertencía á vida. A véspera da voda levara ao seu noivo á ponte e conseguiron abaneala co embate dos seus corpos entrelazados. O outro enlace, o oficial, foi unha ceremonia ao grande, á que se deixaron levar sen resistencia, conscientes de que unían dous apelidos, dúas herdanzas, dúas dinastías. Era o día do Corpus e, ao saíren da Igrexa, camiñaron como reis sobre unha alfombra de flores. Ao principio, entre flashes e saúdosnon se fixou nas estampas vexetais que pisaba despreocupada, e que ducias de mans compuseran na noite.
Até que empezou a ver a alfombra como un cadro que a metía dentro, O Espírito Santo, unha pomba de pétalos de dalia branca. A Biblia cos lombos de casca de piñeiro e o perfil de follas de fideo. Un Deus Pai co cabelo prateado de serraduras de aluminio e o manto azul de hortensia. Na man, un lóstrego mouro, de grans de café, con resplandor de candeas. E, con tento de non pisar o Sagrado Corazón, pétalos de rosa con coroa de silveira ao cabo da alfombra, alzou a vista, buscando con angustia o seu propio sorriso. Había anos que a ponte non existía.

16 de mayo de 2007

Elección Virtual

Mi nueva oficina está dotada de nuevas máquinas expendedoras de bebidas y alimentos. Son máquinas más atractivas que las antiguas, de colores vivos, aunque tematizadas con los slogans corporativos, para que no olvidemos la actitud que se espera de nosotros. Una serie de actores guapos y estupendos nos lo recuerdan con una sonrisa abierta y vacía. A fuerza de leer lo increíblemente buenos que somos mientras nos tomamos el primer café de la mañana, es posible que alguno termine por creer el ello. Debe ser eso, pues no entiendo de otra forma la inversión económica en algo así.

La cosa no se queda ahí. Las nuevas máquinas ofrecen artículos muy diversos. Bollería industrial y chocolatinas. Sándwiches variados. Los hay hasta de pan de pita, porque está más de moda. Tenemos incluso una máquina que exhibe a través de una ventana circular un cargamento de naranjas, y que por la módica cantidad de 80 céntimos exprime un par de ellas para disfrutar de un zumo recién hecho y sin pérdida de vitaminas. Qué suerte para la empresa que el naranja también sea un color corporativo. Se ha ahorrado un color para el mensaje correspondiente.

El café se puede tomar 100% natural o en una cuidada mezcla con torrefacto, para los que gustan de las experiencias un poco más fuertes. La selección de bebidas incluye refrescos isotónicos (por aquello de apagar la sed del esfuerzo realizado por el pasillo) y todo tipo de variaciones "light", para aquellos a los que el sedentarismo o la obsesión les asusten a enfrentarse al azúcar.

Las nuevas salas de café están debidamente insonorizadas, aunque estratégicamente acristaladas hacia la zona de trabajo, para que todos puedan ver quién es más y menos aficionado a las dichosas maquinitas. La presencia de un par de mesas con algunas sillas puede convertir ese acto espía en todo un catálogo de actitudes y actividades. Eso sí, la insonorización asegura la confidencialidad de las conversaciones.

A todos los empleados se les equipa con una tarjeta-monedero recargable en las propias máquinas expendedoras y que no resulta de mucha utilidad, pero que transmite una extraña sensación de dominio y eficiencia.

Cada mañana acudo a ese mínimo espacio donde todo parace estar hecho para la elección. Rebelde con respecto a mi nueva tarjeta, aguanto los 50 centimos con fuerza en mi mano. Cualquier producto que elija va a saberme casi igual. Pero soy consciente de que es la única elección que voy a poder tomar en toda mi jornada laboral. Los que toman las decisiones de verdad saben que estos pequeños márgenes contentan a la mayoría. A lo mejor un día de esos, hasta lo consiguen conmigo.

Se va, se va... se fue.

Sin palabras...
(si todo empieza y todo tiene un final, hay que pensar que la tristeza también)
Dedicado a Javier.

14 de mayo de 2007

Favoritos de Eurovisión

Es increible lo mucho que se ha hablado por la blogosfera del Festival de Eurovisión. Tanto material da para una tesis. Yo, buscando en mi memoria, he querido retomar una de mis canciones favoritas de las que ganaron el Festival. Corría el año 1965 y la francesa France Gall, representando curiosamente a Luxemburgo, se hacía con la victoria. Esta chica sosa y modosita, comedida y elegante, pero con evidente espontaneidad, se hacía con el jurado del certamen. Y es que la canción tiene algo... A mí, es que me la cantaba mi madre, que le gustaba mucho. Igual es por eso...

11 de mayo de 2007

Ideal de perfección


La perfección es sólo un producto del azar, y su belleza está en lo efímero, como si tendiésemos una trampa al caos natural de la existencia.

¿Por qué la perfección dura sólo un instante? ¿Qué delgada frontera separa el control del caos? El estado ideal no existe. La perfección tampoco.
La perfección y el control obligan a la pérdida de la libertad. Porque libertad es caos e imperfección. Pero también vida, diferencia, y riqueza.



La perfección es el reino de los que tienen miedo. Miedo a la vida, y miedo a sí mismos. Miedo a dudar de lo que piensan y de lo que afirman ser. Miedo a afirmar que la seguridad no es de acero, que tiene los pies de barro y que sólo la voluntad la cristaliza. La voluntad de negar que la materia humana es mudable.

Cristalizar las ideas y los sueños a la larga duele. Porque el vacío, ese infinito vacío de pensar que la existencia es infinita, termina por entrar en nosotros y robarnos la capacidad de sentir, de vibrar, para dejarnos tan sólo ese absurdo apego a perpetuar lo más efímero e inútil de la vida.

Porque el caos, también él, tiene su lógica, y sus reglas. Así que dame la mano y ven, ven a volar conmigo, y a estrellarte también. Ven a ser caos de Galaxia y alas de espacio negro. Ven, ven conmigo, que cruzaremos el Universo.

8 de mayo de 2007

A media mañana...

7:45 horas de la mañana. La primera luz del día ya araña los edificios más altos de la ciudad, aunque yo no pueda verlos, porque viajo veloz en el suburbano. Porque mi novela es interesante y ni levanto la vista para mirar nada más. Bueno, sólo una vez. La levanto y me quedo con la mirada fija en la tristeza de aquel chico de rojo. Por qué estará tan triste, pienso. Y, de repente, todo me parece gris.
Llego a la oficina. Ahí ya sí que veo la luz. La luz lo inunda todo, como si todos flotásemos en ella. Pero es todo artificial, como una naturaleza muerta gigantesca, de vidrio y metal, como una gran jaula de acero. Y nos reímos con la última anécdota. Los compañeros están hoy de buen humor. Menos mal
Enciendo el ordenador, con presteza. El antivirus tarda en pasar 5 minutos. Y yo, me pierdo mientras observo el pequeño reloj de arena que gira sobre la pantalla. Gira y gira.
¿un café? Me preguntan
Sí, digo.
Pero no me apetece, en realidad.
Más risas. Algún programa de televisión de ayer. Luego quejas, siempre quejas. Críticas más tarde. Y participo, participo como uno más, sin que sea perceptible la banalidad con la que vivo el momento. Tras secar las bocas, vuelta a las pantallas. Los rayos del sol se comen la mía a mordiscos. Tiemblan los mensajes en rojo. El informe... Aquella llamada después. Si me da tiempo antes del descanso, quizá termine aquellas cuentas. Seguramente volveré a la máquina de café. Yo solo. Ese café me sabrá mejor.
Y de repente, recuerdo que no te he abrazado esta mañana. No con la suficiente fuerza al menos. Una sensación de infinita soledad me invade. Sólo quiero abrazarte. Abrazarte fuerte, como si fuese el último abrazo que te doy, como si toda mi mente y todo mi cuerpo fuesen sólo un inmenso deseo de mezclarme contigo, como si mi vida dependiese de ello... ¿Acaso no?

7 de mayo de 2007

Las consecuencias del Amor

Como la primera vez que la vi. Paris, Texas, sigue ejerciendo sobre mí el efecto de un alcohol de alta graduación. Duro, abrasador, cortante al inicio, y luego desplegando poco a poco el efecto embriagador de una belleza que, en este caso, se siente extraña y lejana, pero que me ataca directamente al centro de gravedad.

Win Wenders juega de maravilla con lo inquietante, con el secreto y la elipsis, con el lado más áspero de la belleza. Y (en este caso) lo hace para sumirnos en ese oscuro pozo de la insatisfacción humana, del sentido de la existencia, de lo inexplicable del Amor.

Su inquietante inicio nos sumerge en un personaje perdido, distante, como llegado de otro planeta. Y nos esboza la existencia de un misterio vital que ronda y condiciona la vida de los personajes que van a estar a su alrededor. Su hermano, la mujer de éste, su propio hijo...

La película nos cuenta la exhaustiva búsqueda de este personaje a la deriva. La búsqueda de su vida anterior perdida, de una culpa no redimida, de todo lo no conquistado...pero que nos deja ver de fondo una búsqueda aún más desesperada: la de su propia identidad, la de la amarga soledad de fondo de la vida. Una soledad que baña la película, paso a paso, con el extremadamente elegante aunque impasible ritmo de Wenders. Una soledad que nos araña en la desolación de una vida que terminamos por fusionar con los áridos paisajes silenciosos de Texas. Una soledad que nos hiere, como las agujas afiladas de las colinas erosionadas que jalonan el viaje de Trevis, axfixiante, como la angustiosa música de Ry Cooder que nos acompaña en todo momento. Pero bella, infinitamente bella, tal y como nos dibuja todo Wenders. Usando planos, ángulos y colores con los que nos contagia esa misteriosa ambivalencia de la soledad. Un poco como en los paisajes de Edward Hopper.

Sin perder ritmo alguno, el nudo se va tensando, hasta la magnética aparición en escena de una impresionante Nastassja Kinski. Turbadora, sobre todo porque estamos preparados para ello, porque el recurso de la imagen grabada como fetiche ha sido perfectamente usado por el director para que su aparición sea absolutamente embriagadora, siendo como es en realidad, profundamente sórdida. Una felicidad pasada casi enlatada, que nos ha hechizado y que nos golpea en el angustioso e indefinible presente.
Magistral su interpretación. Magistral también la escena del peepshow, contundente en su concepción y en su contenido, que nos deja sin respiro para desatarnos ese nudo que nos descubre las devastadoras consecuencias de un amor arrebatado, pero que por intenso, por inigualable, nos acerca también a la durísima certeza de la soledad, de la inevitable soledad. Y a ese vacío inexplicable que nos arroja a la autodestrucción, al absurdo, al abandono... Y al infinito olvido.

Definitivamente una obra maestra.

3 de mayo de 2007

Mini diario de una moderna

Frenética mirada de noche recién estrenada. Nombres y más noche. Oscura, como me gusta a mí la noche, para que brillen las estrellas. Y días claros, de manos y palabras.

Días de palabras, y juegos de palabras. Y nombres nuevos que añadir a la lista personal, a la de recuerdos de miradas y momentos. Añadir de nuevo caricias a Sevilla. De nuevo primaveras de fuego y vértigo. De nuevo. Después de tantas otras lejos.

Y es que, rompiendo mi costumbre, he dejado que mi blog, sea, sólo por hoy, un pequeño diario de mis recuerdos en Sevilla estos días, que son, invitablemente, recuerdos de personas que me han dado momentos tan especiales y divertidos.


El anfitrión, a pesar de su cansancio crónico, paseó de maravilla a todos arriba y abajo (especialmente de un lado a otro de la alameda), pero es que como él hay pocos. Y da igual que le guste organizarlo todo, para eso estamos nosotros, para romper los planes y salir por la tangente (especialmente yo).

Los niños del norte estuvieron tan cercanos y cariñosos!!!... En Madrid, el año pasado, nos conocimos sólo un poco. Ahora seguiré pendiente de ellos, pero mi sonrisa será más grande aún cuando los lea.

Los de siempre, siguen conquistando mi corazón...

Luigi, siempre especial y dispuesto a cruzar la ciudad para abrazarme... y si hay una cerveza de por medio, vendrá aún más rápido. Es el más especial de los especiales. Tengo predilección por él, porque es el que sabe poner la sonrisa más bonita a la vida, aunque ésta nos pisotee a veces.

Mi paquito, metiéndose en cada visita más y más en el espíritu de nuestra indescriptible ciudad, y de unos insospechados habitantes que la hacen inolvidable. Me gusta mucho verle feliz cuando estamos con vosotros.

La Antonia siempre me sorprende, nunca me hago a la idea de lo que me quiere... Es que ella es más fría... Pero esta vez me dio sus manos, y me gustó mucho cogérselas así fuerte.

Ver a Mikgel siempre es algo especial. Aunque sea la segunda vez. Como si hiciera muchos años que lo conozco. Siempre me entran esas ganas inmensas de abrazarlo y estrujarlo, de achucharlo como una abuelita con los nietos. Un día de estos también te besuquearé, que ganas tampoco me faltan.

Pedro... ¿por qué siempre me parece poco el tiempo que pasamos juntos? La noche tiene eso, que siempre nos parece escasa y siempre nos llega el agotamiento en un momento dado. Mejor que te vengas tú, que te quedes en casa, y que nos dediques el tiempo con más exclusividad... ¿Vale? A veces qué poco hay que decir para saber que uno quiere... que a uno le quieren...

Shiquillo and company... Qué lindo es veros siempre juntitos. Más os conozco y más voy viendo lo rotunda y auto-explicable que es esa imagen tuya de tu blog con los Epi y Blas en actitud de abrazables...

Y los niños nuevos...

Luis y Fran, qué parejita. Amigos y residentes en Madrid. Y tan diferentes!!! Si no hubiera sido por Fran, creo que no me habría animado a serviros todas esas anécdotas que ahora ya quedan en nuestra memoria del privado de nuestra amistad, y del blog. Aún estoy expectante de encontrármelo en algún sitio indebido, jejejeje... creo que quedó algo pendiente, pero no consigo recordar qué.

Víctor, al que acribillé a comentarios llenos de ironía, pero también de cariño, Porque, como muchos (en realidad no soy nada original) yo también te veo algo...

Dieguito, que desde tu “seriedad” de profesional, a veces dices más con la mirada que con la palabra... pero lo dices. Deberías animarte a hablar más, porque ciertamente tienes una voz preciosa.

Pedro (el pediatra), que me pareció encantador y especial... Y me apenó no hablar más con él. No hubo más tiempo, espero que en otras ocasiones podamos hablar más. Una sonrisa así le quita a uno de cualquier cosa fea.

Alberto... qué puedo decir de él. Creo que a pesar de haber hablado poco funcionó la buena onda, y el reconocimiento mutuo en muchas cosas. Espero que haya otras ocasiones, guapo.

Y ya por último, mis nuevos adorables... Carlitos y Chema. No por ir al final son los últimos, aunque sí que fueron los últimos en dejarse conocer. Mira que tenía yo curiosidad... Gracias por dejaros ser como sois, y no abrumaros con la circunstancia. Carlitos, me ha encantado verte como lo que no pensé que eras: Un niño pequeñín en la piel de un niño grande... Solo hay que verte la mirada para comprenderlo. Y cómo pronuncias las palabras cuando estás de broma o quieres decirle a alguien indirectamente que le quieres un poquito. De Chema me quedo con su ironía y su carácter iconoclasta, así, arrasándolo todo... es que me estaría toda la tarde hablando con él y poniendo a ya sabe él quienes a pan pedir...

Al final, ya lo sabéis todos... acabaremos siempre hablando de lo mismo... Del maravilloso chocolate de OCUMARE (qué os creíais??)

Muchos besos a todos (qué modenna soy, dios mío, que ni me aguanto)