28 de agosto de 2007

De lo diminuto



Albergamos un reino de lo diminuto, de lo imperceptible. Un reino acorde con las múltiples dimensiones de la Naturaleza y del Universo. En el fondo, la dimensión es una cuestión de escalas. Átomo, Planeta, Molécula, Galaxia. Y entre ellos, un sinfín de equivalentes que conforman realidades sobrepuestas en cada momento. Si miramos con atención, hasta descubrimos cómo dentro de cada uno de nosotros existen también diferentes dimensiones. No sólo al observar la física naturaleza de nuestro cuerpo (que también acumula mundos que se hacen minúsculas partes de otro) sino también cuando observamos nuestra capacidad de sentir y de percibir la realidad. La teoría de las diferentes escalas también puede aplicarse a todo eso que sucede dentro de cada uno. Y así, junto al deseo y el temblor, perdido entre la cotidiana seguridad de lo que sentimos porque ocupa un gran espacio de acuerdo a la capacidad de nuestros sentidos, existe otra realidad de pálpitos diminutos, imperceptibles por su silencio, que no llegamos a escuchar, como si estuviesen en una de esas frecuencias que el oído humano es incapaz de descubrir. En su dimensión, se relacionan con otras pequeñísimas sensaciones que pasan inadvertidas. Visiones fugaces de las que no somos conscientes, miradas instantáneas en seguida olvidadas, eco de ardores intensísimos que, sin embargo, no somos capaces de adivinar, recuerdos sólo aparentemente olvidados, diminutas palabras que se filtran en la dimensión de lo que asimilamos, pero que aún así, etiquetamos como inocuas.
Conforman toda una legión de alfileres rojos sobre la que duermen los sentidos... Pero bajo ellos, oculto a la realidad aparente, existe otra forma de existir, independiente, una isla lejana en la que la piel recuerda sus otros universos, todos aquellos mundos que no suceden allí, pero aquí hierven, en su diminuta escala, sobre los sueños que, a su manera, son como reglas que, a veces también, tienen su trompe-l'oeil particular. Ínfimas pero intensas emociones que a veces, sin saber por qué, en la más soleada de las tardes, surgen y nos traspasan, y nos traen la sombra de la confusión y del vértigo. Supongo que son, a su manera, desajustes de escala...

27 de agosto de 2007

Mi manchi.


Surgiste de las palabras y de una forma especial de ver el mundo. Y a golpe de canciones de Mina y recuerdos italianos te hiciste un hueco grande en mi corazón, aunque no quisieras contestarme. Después vinieron las conversaciones interminables interrumpidas por la ducha, las frases secretas, las horas de noche compartida, y finalmente, tu sonrisa que me llegó como un torrente en puro invierno, cuando tiritaba aquel coche sobre el asfalto frío. Y así hemos seguido tiritando con nuestra amistad quizá arrebatada, pero inequívoca, de esas que uno sabe que van a durar y a seguir creciendo.
Las palabras nunca han faltado, ni las noches de confidencias y abrazos. La sonrisa tampoco, siempre has sido un mago para eso. Cercano como nadie sabe serlo, impulsivo y auténtico, un sabio de amistades y de cercanía. Porque sabes ser tan cercano sin necesidad de demostrarlo, que es siempre especial estar contigo. Por eso estos días han sido como un sueño, como un bálsamo en este verano extraño...
Mi manchi, caro... e come!
Un bacio grosso, amore... Per il tuo sguardo, per il tuo sorriso, per la tua presenza... Per tutti i tuoi baci e i tuoi abbracci.

Cantiamo insieme?? Dai, dai...

24 de agosto de 2007

El rubio del ascensor


Inconscientemente he ido probando diferentes horas para salir de la oficina. Y he descubierto que, invariablemente, tomas el ascensor a las tres menos cuarto. Entras en él con tu sonrisa perfecta, como si las horas de oficina y peleas frente a la pantalla no hubiesen causado ningún efecto en ti. Eres alto, casi tanto como yo, de cabello rubio y espeso, que luces corto, siempre peinado con aparente casualidad, pero con evidente cuidado. Así, en la mitad del día, uno diría que nada ha tocado uno solo de esos mechones perfectamente colocados de forma armónica sobre tu frente.
Tu moreno es perfecto. Ni demasiado acentuado, ni dejando evidencia de unas vacaciones quizá demasiado cortas. Tu grado de bronceado es ideal y uniforme. Por tu gesto de indolencia y descuido cualquiera pensaría que no eres consciente de ello, que ese color es resultado natural de la generosidad de tu cuerpo. Pero en realidad sé que lo debes cuidar con un esmero casi milimétrico. Tus brazos también son perfectos, y la curva de sus músculos continúa con sumo cuidado debajo de la camiseta. De todas esas camisetas de diseño que te he visto. Aún no he observado ninguna repetida. Y todas parecen haber sido cosidas a la mediada exacta de tu cuerpo. Su longitud y perímetro son tales, que evidencian con cierta provocación la curva levísima de tus caderas y el arco inclinado de tu espalda. Y no, ninguna de las dos pasan desapercibidas a mi mirada sólo aparentemente distraída. Siempre mantienes la cabeza erguida, como si nada te afectase (ni la frenada brusca del ascensor, ni contestar las bromas de tu compañera de trabajo, ni esa llamada que te hace bajar suavemente el tono de tu voz grave), y las breves miradas que dedicas al resto son neutras y más bien distantes. Tu sonrisa, sin embargo, tiembla un poco más, dudando entre ser máscara o deseo de querer decir algo más.
Bajo esa apariencia de hombre perfecto, de esos que nunca me han gustado, ejerces un extraño influjo sobre mí.
Sin que nadie se entere, te he buscado por tu planta varias veces, fingiendo sacar un café en la máquina que está cerca de tu mesa. Y he adelantado la hora de salida para coincidir contigo en el ascensor. Ya casi he conseguido que ocurra casi todos los días, así que cuando me descubres al entrar, esbozas una leve sonrisa, que rompe un poco ese tono de seriedad que le imprimes a todo.
Hoy hemos bajado solos, y hasta te has atrevido a mirarme a los ojos. No, definitivamente no me gustas. No me gustas nada. Pero no puedo evitar mirarte. Mirarte incluso con cierta concupiscencia. No la puedo esconder. Sé que te das cuenta de ello, pero tu profesionalidad (esa con la que eres capaz de no desentonar en una empresa seria a pesar de vestir de manera informal y moderna) te impide mover uno solo de los músculos de tu rostro. Salimos a la vez, y nos dirigimos al aparcamiento casi a la par. El viento me trae tu perfume, como si acabaras de aplicarlo sobre tu piel a primera hora de la mañana, fresco, intenso... A mí nunca me sucede así, siempre pienso que el perfume se disipa a los cinco minutos sobre mi piel. No quiero mirarte más, me siento embriagado por tu perfección, que me abruma a cada paso que das, al mismo tiempo que me atrae irremediablemente. Y entramos cada uno en su vehículo. Tú, un flamante y llamativo Alfa Romeo, azul oscuro metalizado, impecable, brillando al sol con la misma perfección que su dueño. Yo, en mi viejo y destartalado turismo, que uso sólo por obligación para venir a esta oficina que está un poco en el fin del mundo. Me he sentido de repente pequeño, muy pequeño, como culpable de no poder llegar ni a la mitad del esplendor del que tú irradias. Hasta la manera en la que entras y te acomodas en el coche es impecable... Me siento mal, como revuelto. Pero me reafirmo, sin embargo, en lo poco que me atraes, eso sí, sin poderte quitar la vista de encima. Arranco el coche y me dispongo a salir. Cuando paso junto a ti, me doy cuenta de que tú aún no has encendido el motor. Permaneces inmóvil, con el cinturón puesto y la mirada perdida. Los mechones de tu flequillo aún siguen intactos, pero tu expresión está desencajada. Aminoro la marcha, inconscientemente. Tú pareces no percibir nada. Sigues mirando a la nada. Acelero y me alejo. En el último instante he visto brillar una lágrima en tu mejilla... Me voy, definitivamente, no sin cierta desazón. Una desazón que se ha instalado en mi estómago pero que se va aliviando poco a poco a medida que voy pensando en otras cosas... algo me dice que que detrás de tu perfume de y tu muralla bronceada se esconde un mundo desprotegido que nada tiene que ver con toda esa perfección que te empeñas en ejercer pero que seguramente detestas... O no, no lo sé. Nunca lo sabré.
Además, presiento que no volveré a verte más.

22 de agosto de 2007

Pasados Olvidados.


Rastrear en el túnel del tiempo me ha traído este fin de semana pasado a recorrer tierras del sur de Soria. Campos rojos, paisajes de ambigua melancolía, castillos y fortalezas maravillosas, ruinas misteriosas de antiguos pobladores íberos que pueden resultarnos hoy en día incluso exóticos, pero que están en la raíz de nuestra identidad y de nuestra cultura... Y finalmente, llegar a uno de los lugares más mágicos de este país nuestro. La Ermita Mozárabe de San Baudelio de Berlanga, a la que uno llega extrañado de lo desértico y olvidado de su enclave, de lo anodino de su exterior...

Pero nada más cruzar el umbral de su sencillo arco de inspiración visigoda, entramos en una especie de sueño paradisíaco, como en un oasis, en una ilusión, en un sueño...


No sólo por la singularidad del espacio, difícil de describir, pero que te atrapa inmediatamente. (planta cuadrada, con una tribuna sostenida sobre una galería de tres filas de arcos de herradura, como simulando un pequeña mezquita, y en medio una gran columna central del que salen ocho nervios, en forma claramente representativa de una palmera, (árbol de la vida en la simbología del Islam). También hay una pequeña capilla adyacente, y el acceso a una gruta que era el lugar de reposo de los ermitas que en ella habitaron durante la edad media.

La ermita cuenta también con el interés de albergar uno de los conjuntos pictóricos de frescos románicos más impresionantes y espectaculares de todo el medievo español. La ignorancia hizo que durante siglos la ermita fuese usada como establo de animales y que en los años veinte un marchante de arte italiano las descubriera e intentara comprarlas. Lamentablemente y a pesar de las protestas, el Tribunal Supremo de este país (en aquella época) le dio la razón, y muchos de los frescos (vendidos por la ridícula cantidad de 75.000 pesetas) fueron arrancados y terminaron en manos de coleccionistas americanos. Actualmente se exhiben en diferentes Museos de aquel país. A finales de los 50, el gobierno español recuperó algunos (conservados hoy en el Museo del Prado) pero fue a cambio nada menos que del ábside de la iglesia de Fuentidueña (en Segovia) por muy difícil que sea de creer. Pero la historia del mundo del arte es así de mercantilista, y la visión de los estados frente a este tema no ha sido siempre la que es hoy, desafortunadamente.
A pesar de todo, lo poco que queda sobrecoge... Porque aparecen al menos dos maestros. Uno, creador del ciclo de pinturas inferior, de simbología sorprendentemente orientalizante (islámica) y pagana, aunque reinterpretada para la cristiandad. Otro, del más puro estilo románico, quizá de menor calidad.

La Teoría de que la Ermita fuese concebida inicialmente como mezquita y posteriormente fuese "reciclada" para convertirse en lugar de culto cristiano parece descartarse con las evidencias de que ambos ciclos pictóricos son contemporáneos...

¿¿Cabe pensar que un lugar como ese pudiese servir a ambos cultos contemporáneamente??? ¿¿Resultará que la integración cultural de la España medieval era mucho más global y cohesionada de lo que los libros de Historia tradicionalmente nos han querido contar?? ¿¿Qué fue la Reconquista realmente??¿¿Cómo vivían realmente los hombres de aquella época?? ¿¿ Qué pensaban??

Son preguntas que vienen a la cabeza inevitablemente al entrar en un lugar como este. Una Palmera Gigantesca y paradisíaca en un lugar donde jamás crecería sobre la tierra. Sobre ella, un espacio casi inaccesible, en forma de almendra o de huevo. Se trata de un espacio irreal, iniciático, cuya existencia nos extraña porque su explicación se hunde en la oscuridad de quién sabe qué razón filosófica o cabalística (incluso caprichosa). Unos frescos subyugantes. Los más cercanos (los de la parte inferior) con extraños temas para un lugar como ese (un guerrero, un halconero, un elefante portando un castillo con tres torres, un dromedario, un oso, perros rampantes, bóvidos afrontados...).

Todo nos envuelve como en un sueño. La necesidad de explicaciones se va disipando y poco a poco se despierta el placer de la meditación, del bienestar que se desprende del misticismo y del silencio del lugar... Y podría uno estar allí durante horas interminables, escuchando las voces de lo inexplicable, dejándose sumergir en este sueño extraño de colores y formas... Al salir, la rudeza seca del paisaje castellano nos devuelve a la realidad de nuevo. A la realidad de la vida a veces estéril que se extiende hasta el infinito... sólo si no sabemos entrar en lugares mágicos como éstos... Pero ya sabéis, sólo con ojos inquietos encontramos las puertas a estos mundos reales paralelos. El que no se convierta, sólo verá un montón de piedras antiguas, y dibujos toscos que las recubren en parte... ¿Tú qué ves?

21 de agosto de 2007

Propuestas de verano.

Después de la poesía y las palabras, un paréntesis para respirar entre noches de insomnio y tardes de sonrisas con h. Y la necesidad de que también el verano responda a sus tópicos y me empuje a querer perderme en la noche y el desenfreno... ¿Quién se apunta?? Hagamos semana loca.
Me encanta este vídeo, tiene mucho más de mí de lo que muchos podrían creer...

20 de agosto de 2007

Imsomnio Lorquiano.

(...)

"El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados. "

(...)

Federico García Lorca.

Se acercan poco a poco. Y su galope suena en la noche, cada vez más alto. Y la luna reparte el ruido del tambor entre los árboles. Sopla el viento y me trae las miradas entornadas de los gitanos, y el hueco de sus manos al tomar las riendas con fuerza. Entra un frío extraño por la ventana, y me dispongo a cerrarla. Pero el frío ya ha entrado en mis pupilas. Y la noche dibuja nombres sobre la pared en sombras. Nombres con lengua que lamen mi espalda, y mi mano frágil, como la de un niño, sobre el yunque negro, que me martillea las sienes. El susurro me cuenta que las estrellas han comenzado a desencajarse, y caen llevadas por el viento de la luna, como pétalos de flores agostadas por el sol. Y las lenguas se deshacen sobre la pared, y soplan, soplan, soplan. Fuertes como la noche. Y llegan por fin, con su grito afilado en los labios, y alzan sus brazos, sosteniendo las cuchillas invisibles. Y ya nada vuelve a ser como antes.

(...)

"El aire la vela, vela
el aire la está velando."

16 de agosto de 2007

Armas de libertad

A pesar de que la palabra arma no case mucho con la palabra libertad, la histórica escasez de la segunda ha hecho que debamos emplear la primera para destacar que frente a los poderes establecidos y la falta de conciencia de muchos, la defensa de la libertad mediante algún elemento de "ataque" es necesaria. En este caso, la defensa de la libertad pasa por un primer examen en el que reflexionar sobre el significado de la misma. No podemos defender lo que no comprendemos o comprendemos mal.

LIBERTAD: 1. f. Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos (D.R.A.E.)

Por lo tanto, asumiríamos que es lícito luchar contra el hecho de que a uno no le dejen actuar, responsablemente, de la manera que le apetezca. Un examen de conciencia más estrecho nos llevaría a reflexionar si en nuestro comportamiento diario coartamos a los demás a actuar así, como se define. Y seguramente nos sorprenderíamos de ver en cuántas ocasiones somos nosotros mismos los que negamos, impedimos o juzgamos actos de libertad de otras personas. Yo mismo lo hago muchas veces sin ser consciente, a pesar de que siempre defienda que cualquier relación con el resto del mundo debe nacer de un principio de libertad mutua. Supongo que el yo sentimental y todas sus imperfecciones y debilidades nos llevan hacia esta incoherencia. A pesar de ello (o precísamente por ello) soy partidario de defenderla y de luchar contra los que la impiden indiscriminadamente.
Se dice que hoy en día vivimos en un mundo en el que cada vez hay más libertad. Yo no pienso así. Pienso que caminamos hacia un mundo donde cada vez más los poderes nos dan más comodidades materiales, que nos relajan de alguna forma, pero nos ofrecen a cambio una realidad cada vez más estrecha, más dirigida (incluso en su propia autocrítica) y con tal grado de manipulación que la evasión de la realidad y la inserción en una realidad alternativa es prácticamente inevitable. Los medios de información y de opinión (tradicionales creadores de crítica y de reflexión de la realidad) conforman oligopolios donde las opiniones están simplificadas (a veces hasta puntos que constituyen una verdadera tomadura de pelo para cualquier persona) y son vendidas como un producto de consumo más.
La irrupción del mundo de los blogs y su uso para verter opiniones o crónicas de la realidad cotidiana personal y/o colectiva han supuesto un pequeño (pero consistente) balón de oxígeno para las mentes críticas y han conseguido que la libertad se filtre poco a poco, de manera honesta, a través de la red. Ya sea para hablar de política, literatura, vida diaria, o incluso frivolidad. Lo importante es que cada uno cree un espacio en el que hacer lo que le viene en gana sin ofender, vejar ni perjudicar a nadie. Libertad de creación, libertad de crítica y libertad de lectura, pero de manera responsable.
Por eso, me duele mucho ver lo que ha sucedido en Egipto, donde dos blogueros han sido detenidos por expresar opiniones que el gobierno de ese país no comparte y por denunciar hechos intolerables e indignos de un país que se considera democrático. En el enlace de la noticia, de Reporteros sin Fronteras, podéis firmar la protesta oficial que esta organización elevará al gobierno egipcio.
Sí, intolerable que ocurran estas cosas. Y sin embargo, en su pequeña pero importante medida, veo a diario estos comportamientos en algunos de los blogs que visito. Falta el poder para hacer daño, para destruir, pero no falta la motivación para obstruir a los demás el ejercicio de su libertad. Tampoco la falta de escrúpulos para transformar crítica en insulto o discrepancia en incipiente acto de dictadura moral. Me apena mucho ver que no somos capaces de ser responsables con la libertad y la crítica, porque todo lo demás que sucede, todo eso que incluso denostamos y contra lo que luchamos, en realidad, surge de ahí. Desde aquí mi sincera simpatía por aquellos que a través de la blogosfera son quienes son o quieres deciden ser, con responsabilidad.

14 de agosto de 2007

La belleza de la brevedad


Son las flores de los cactus de mi casa. Nacen como un tallo terminado en un pequeño bulbo que se eleva por encima del cuerpo. Durante muchos días va creciendo y engrosando, irguiéndose hacia el sol poco a poco. De repente un día se abren. Tan súbitamente que si uno es cuidadoso y acontece que esté cerca, casi puede escuchar su corto crujido al hacerlo. Se abren, y son así de bonitas. Pero (alegorías de la naturaleza) tienen una breve existencia... Tan sólo unas horas. Menos de un día y ya se mustian, se doblan y caen, ya cerradas, sobre las espinas de su madre.
Ayer noche, se abrieron cinco a la vez. Ya estaba oscuro y ni la lluvia de las Perseidas ni la tenue luz de mi terraza fueron suficientes para poder contemplarlas bien... Es duro que su belleza sea tan breve. Quizá por ello su esplendor es tan radiante, tan blanco, tan tentador.
Es un blanco que me ha acompañado toda la mañana, aunque no haya sido hasta esta tarde en la piscina cuando me he dado cuenta que no les he prestado atención a la hora de la comida. Ha sido al ver el horizonte de nubes espesas que se cernían sobre la sierra, como presagiando algo. Eran tan blancas que me han hecho recordar la belleza de las flores de mis cactus. Eran también extrañas y voluptuosas, como las horas de este verano que nos visita: ardiente sin ser tórrido, procaz, pero de manera velada. Un verano que ha entrado sigilosamente, fragmentando rutas y deseos, barajándolos a su antojo para trazar un mapa de sigilo y estupor, de confusiones frente a las señales, de pérdidas impalpables y encrucijadas que pasan desapercibidas. Mientras, las salamandras, las únicas que lo saben todo, observan desde el borde. Me observaban a mí también, antes de zambullirme, como sonriendo, como susurrándome mientras trepan por los muros acariciando sus pieles opacas.
Splash...
La masa de agua siempre me protege y me acaricia, como dedos de sirena dispuestas a besar la extrañeza que se disuelve lentamente bajo mi piel.
Entonces ha surgido de la superficie, rasgando la onda que su brazo levantaba al nadar. Lo hacía rápido, maquinalmente, como sin respirar. Al detenerse a dar la vuelta me ha mirado un segundo, con fijación, como intentando llegar al fondo de mi pensamiento. Y entonces ha ido hasta el final, nadando sin tregua, y ha vuelto. Y al girar de nuevo, me ha vuelto a clavar el fondo de esos ojos oscuros. Y yo he comenzado a nadar también, desorientado, atolondrado entre la espuma de los bañistas, y él que surcaba el perímetro como una flecha, que dejaba exponer su piel sólo un instante a mi mirada, que me perseguía una y otra vez, que me devoraba con sus dedos breves mientras abrían el agua. Y yo que me dejaba perseguir, aún en la extenuación.

Cuando he salido todo me daba vueltas. Al caer sobre la toalla, el cielo parecía acercarse peligrosamente. He sentido todo moverse, como si la tierra girase más veloz que nunca. Me he agarrado con fuerza al césped, como para no caer de este verano que me sacude cuando menos lo espero. Entonces lo he visto, saliendo del borde sobre sus brazos, despacio, tan despacio que detenía el aire a su paso. Y se ha dirigido a la ducha, abriendo con un impulso rápido el grifo, hasta el final. Y la lluvia de finísimos y potentes hilos ha caído sobre su piel, y al estrellase en ella ha levantado una gran nube de agua ingrávida que le ha borrado un instante. Entonces, el mismo viento caprichoso que sigue reteniendo las nubes (observo que comienzan a ser negruzcas) la desplaza suavemente hacia mí, rozándome apenas. Y yo la veo pasar. Y es todo como en un sueño, como en una película. Y al pasar él junto a mí, el frescor de su cuerpo perfecto me invade, pero su mirada me abrasa, y yo siento que me mareo. Una vez más. Y debo agarrarme al césped de nuevo, porque todo se inclina. Porque su mirada no es sólo su mirada, son todas las miradas. Son todas esas palabras forradas de silencio de estas semanas, y es tu mirada esquiva y tu mano sobre los labios, como distraída, y es tu miedo y el mío, y ese tren que partió sin mí, y es tu abrazo fuerte y todas esas caricias que no he llegado a darte, porque mi mano se paraliza.
Y entonces todo da más y más vueltas. Y ya ni el césped evita mi vértigo... De repente, me acuerdo de mis flores, a punto de marchitarse. Y algo me dice que necesito huir rápido, que debo cruzar la ciudad salpicada de sombras y correr hasta ellas. Correr como si huyese. Igual que si huyese de este verano raro del que en realidad estoy prendado. Llego aún con la prisa sobre los dedos, con el temblor en la mirada y en las sienes. Y ahí están, breves y perfectas, blancas, bellísimas justo antes de morir, reservando su última perfección para mí. Y así, sin saber entender porqué tiene que ser así, me quedo frente a ellas, pensando que me gustaría poder detener el tiempo para que no se acabasen, para que no se acabase nunca este verano, para que nunca dejasen las rutas de esconderse, y nosotros de perder la consciencia de ellas y entregarnos a lo efímero desde la eternidad.

12 de agosto de 2007

Piedras Naranjas


Habla la Consoli en esta canción compuesta por Goran Bregovic de lo difícil de la inclinada cuesta del abandono. De cómo la vida nos entrega riquezas y miserias y ambas son indisolubles, del olvido como remedio a la impotencia... Palabras en las que no termino de creer. Porque en el fondo nunca se olvida lo que te construye, lo que te cambió o quien te hizo tocar la eternidad.
Y aunque ella diga que un viento cálido anuncia siempre el despertar de tiempos mejores, a mí el viento cálido me devuelve también siempre a un recuerdo cada vez más sano y del que soy consciente de que no deseo borrar porque, a su manera, también me hace bien.

El Mediterráneo, de alguna forma, es un poco el abandono. El abandono del vestigio que nos une a lo que somos. Porque en el Mediterráneo están gran parte de nuestras raíces culturales e intelectuales. Por eso me gusta acercarme en verano a esos sitios en los que lo que queda de ese pasado parece querernos hablar. Para imaginar entre piedras caídas una existencia que quizá olvidé, pero que siento que me habla cuando en silencio las toco y las escucho. Ahí está Ovidio en cada esquina, imaginando lo que sigue repitiéndose una y otra vez transformado y metamorfoseado desde entonces: personajes, dramas, dilemas, tentaciones, traiciones... Y sólo tocando las piedras, mirándolas, en ese inevitable y aristotélico acto, consigo alcanzar ese íntimo placer de entender la intensidad de la vida.
Por eso, este verano, más allá de visitar de nuevo mi adorada Italia, de hablar su lengua y mezclarme con sus gentes, más allá de contemplar la maravilla del Barroco Siciliano o de su abrupta costa noroccidental o de subir a sus escarpadas y pintorescas villas, necesitaba llegar a sus piedras. A todas esas piedras de los pueblos antiguos del mediterráneo que la poseyeron, que hicieron de ella su hogar y el reino de sus deseos, y que también a muerte la defendieron, entre tierras de profundo amarillo y verdes desiguales, intensos de las viñas y pálidos de los sabios olivos ancianos. Entre ellos, sin duda, destacan los griegos, que desde que en el año 734 antes de cristo establecieran allí su primera colonia en lo que hoy es Giardino Naxos, convirtieron esta isla paradisíaca del Mediterráneo en su sueño dorado. La Magna Grecia llegaron a nombrarla.
Y la isla, que ha visto pasar pueblos e identidades durante siglos y siglos como en pocos lugares del mundo, no ha dejado de olvidar aquellos bellos helenos que levantaron templos y palabras, sueños y belleza. Aquellos que sin embargo debieron olvidar allí la blancura impoluta de la piedra del Egeo, y entregarse a ese naranja, bellísimo también, de la tierra siciliana. Un naranja que sobrecoge al atardecer, que te llena de su esencia y te acompaña para siempre. Sicilia ha cuidado tanto estas piedras que quizá sea aquí donde podemos encontrar los más completos y cuidados restos arqueológicos del mundo griego... qué curioso.

He recorrido la mayoría de ellas este verano. Casi todas me han gustado, por su poder de evocación, por su belleza, afilada y abundante a pesar del calor que siempre cayó a plomo sobre nosotros. Sin embargo, sólo las ruinas de Segesta consiguieron conmoverme.

Quizá por esa sensación aguda de abandono que que se transforma en eco. Porque está ubicada lejos de la civilización e incluso ni en verano está abarrotada de turistas. Porque en ella hay silencio. Porque su templo está inacabado y nunca se llegó a terminar, como asumiendo la belleza de la imperfección, como susurrando que la belleza absoluta duele bajo la piel. Porque su teatro tiene una de las ubicaciones más melancólicas que jamás he visto, mirando hacia colinas de verde y amarillo, como sobrevolando el mundo.


Me senté a admirar el templo desde su parte trasera, la que da sobre un elevado precipicio desde el que Agathocles, una vez los Cartagineses hubieron conquistado la ciudad tras casi cien años de intentarlo, arrojó a unos 8.000 habitantes de la misma en el curso de tres días. Una colonia de grajos parece querer, aún hoy en día, recordar aquella tragedia. La destrucción y la crueldad, como siempre, han sido indisolubles a la civilización y a la belleza en la antigüedad. Ahora, desde que en el siglo XIII los árabes decidieran abandonar la ciudad, sólo queda eso, abandono.



A pesar de todo, una extraña paz se respiraba allí. No sé... me quedé muchos minutos. Las voces de aquellos ya no se escuchaban. De repente, comencé a escuchar aquella otra, que me hablaba de distancia y deseo, de isla y de intensidad. Y aquel sol de la tarde que descendía, y me llenaba de luz anaranjada, y de palabras que siguen flotando siempre en el aire del atardecer. Y recordé el invierno y el olvido, y el silencio que guarda palabras secretas. Y entonces todo comenzó a precipitar sobre el Mediterráneo.
Desde Madrid, miro cada tarde a la ventana, esperando que lleguen las piedras. Deben haber equivocado ruta. Sin duda vuelan hacia su casa en el oriente.

"Ma un vento caldo annuncerà il risveglio di tempi migliori
Ma un vento caldo plasmerà il rigori di spietati inverni..."

9 de agosto de 2007

Vidas soñadas

Dedicado a mi amigo Gatchan, por nuestras interminables charlas sobre la vida y los sueños, porque siempre me pierdo en su discreta mirada llena de vida.



Este clip de Yann Thiersen que traigo hoy se mezcla con secuencias de la película de Erick Zonca a la que servía de banda sonora, La vie rêvée des anges (la vida soñada de los ángeles), una de las películas más desoladoras del cine francés de los últimos diez años.

La película es una inmersión sin anestesia en el universo de la soledad, la falta de comunicación y lanza una sincera y profunda mirada al complejo mundo de los inadaptados. Es una película no apta para corazones sensibles, pues seguramente los devastará sin piedad.

El desolado e inhóspito paisaje urbano de la norteña ciudad de Lille (una de las ciudades de mi vida, por otra parte, y aseguro que no es tan fría) sirve de decorado para recrear el encuentro entre dos formas diametralmente opuestas de mirar la soledad y los sueños. Más que una reflexión, un desolador retrato de las búsqedas vitales y de la inadaptación al mundo, de lo inevitable de las almas que caminan incomprensiblemente hacia la autodestrucción, de la lección inmensa de los que siempre devuelven vida ante la adversidad, y de cómo el choque entre esos dos mundos puede ser infinitamente bello, pero camina sin remedio al desencuentro... Inolvidables las interpretaciones de Élodie Bouchez (siempre sublime en todo lo que hace) y Natacha Régnier.
(Gatchan, nos quedamos con Élodie, ya verás)

7 de agosto de 2007

El Rey de la Pista

Debe hacer como unos siete u ocho años. Las cosas eran diferentes y yo, aquel verano, me entregaba religiosamente a exprimir las noches de fin de semana bailando hasta el amanecer con la esperanza de abrazar cada noche una piel diferente. Y sin embargo, era la tuya la que siempre miraba con más atención. Eras el más deseado, y también el más inaccesible.
Iba cada noche al bar en el que trabajabas como camarero. A pesar de tu tono más bien arrogante a la hora de tratar a los clientes, yo no podía apartar la mirada de tus ojos, que jamás se detuvieron en los míos. También averigüé cuál era la sala a la que acudías al terminar tu trabajo. Allí donde eras el rey de la pista, allí donde todo el deseo descontrolado de la noche pasaba siempre rozando el perfil de tu cuerpo. Pero tú los esquivabas siempre.
Te gustaba bailar en la escalera, desde donde podías tener una perspectiva de todo el espacio, desde donde también todos podían observarte. Te gustaba ser observado mientras bailabas. Bailabas como nadie, despacio, deteniéndote en cada giro de la música, transformándote en un objeto inevitable del deseo.
Yo siempre me quedaba detrás, mirándote durante horas, observando cómo se te acercaban los demás, y cómo tú los rechazabas... Así durante semanas y semanas. Al final de la noche siempre escogías al más guapo, le susurrabas algo al oído y huías con él. Mi corazón se aceleraba al mirar cómo te marchabas, en un deseo desmedido de ser el aire estrecho que dejabas entre tus labios y sus oídos. Masticando la impotencia de no poder huir yo también contigo, de no saber qué hacer, desorientado en la noche, caminando sobre mi soledad con las notas de la música disco aún jugueteando alrededor.
Los veranos, aunque parezca que van a durar eternamente, siempre terminan. Aquel se llevó consigo los pasos y el silencio, y el deseo recortando tu cuerpo cada noche de sábado. Y nunca te volví a ver. Hasta que ayer, de repente, surgiste en la frutería del supermercado de mi barrio. Sigues pareciendo tener veintitantos, aunque con seguridad ya pasas de treinta. Y tu mirada sigue teniendo un brillo espumoso y esquivo. Ya no se me ha detenido la respiración, pero te he seguido con la mirada hasta que te has perdido detrás de una montaña de albaricoques dorados. Después, de repente, nos hemos encontrado de frente, súbitamente, tratando de coger el mismo melón de agua. Creo que es la primera vez que me has mirado. Sin embargo, un sutil tono de sorpresa se desprende de la mirada que me dedicas, y me haces dudar. Nos quedamos esos interminables segundos detenidos, con las manos sobre la fruta. Hasta que me sonríes y me lo cedes. Yo también te sonrío. Tomas otro y te alejas. Sólo llevas fiambre y queso envasado en la cesta. Mientras te alejas te giras una vez hacia mí. Te veo triste, infinitamente triste. Y en seguida llega él. No es uno de aquellos guapos de entonces. Es más bien discreto, de esos que pasan desapercibidos. Te toma ligeramente de la cintura y desliza en la cesta un tubo de dentífrico. Y os alejáis los dos, inconscientes de mi mirada que os persigue, que levanta con cuidado el velo de la cotidianeidad para descubrir un vacío enorme, un vacío que ya no llenas con noches de sábado ni deseo sobre la escalera. Un deseo que se desvanece en mi memoria, en mi memoria que poco a poco se llena también de vacíos, de decepciones... y de tubos de dentífrico que se suceden sin remedio.