Extrañamente salpicada por muchos valores y costumbres compartidas y terriblemente diferente en tantos otros aspectos. Europa del Norte y Europa del sur. Europa Occidental y Europa Oriental. Europa conservadora y Europa liberal.
¿Caminamos hacia ser más parecidos o hacia una total atomización en visiones regionales, parciales, políticas?
¿Qué es Europa? ¿Qué la diferencia del resto del mundo?
Cuando era adolescente, cuando aún nos sentíamos aquí inferiores, cuando decíamos (aún lo seguimos diciendo muchas veces) voy a Europa si debíamos cruzar los Pirineos, mi idea de Europa (sin haber salido yo aún de la Península Ibérica) no era más que un conjunto de imágenes doradas por la fantasía, las de aquellas postales que tantas veces había mirado yo en casa de mi abuelo con ese deseo que más tarde se transformó en mi espíritu viajero.
Después, tuve la ocasión de viajar y conocer Europa de primera mano. Formé parte de esas primeras generaciones de estudiantes universitarios que probaron el ahora archiconocido Programa Erasmus. Hasta dos veces fui beneficiario de él.
En estos años me encontré con una Europa diferente a la imaginada. En los colores y en los sabores.
Pero una vez que pude poner vida a los iconos arquitectónicos y humanidad a los clichés culturales, una vez que aprendí con tesón varios de los idiomas de nuestro continente, una vez que me encontré en la intimidad del día a día con personas de diferentes países, fui componiendo el puzzle propio de esta Europa múltiple a la que ahora me siento tan intensamente vinculado. No sólo por la que ha sido mi experiencia vital, sino también a un nivel más global y "macrocultural", porque me reconozco parte de su forma de enfrentar la vida, de su ánimo por el progreso social y la lucha por unos valores humanistas, de su política quizá dominada por valores cristianos, pero con un claro espíritu liberal (frente al resto del mundo, sobre todo) y de su crecimiento vinculado a la importancia de la formación cultural, a la creatividad y a la integración de la diversidad de los pueblos. Ahora que parece que llegan tiempos de crisis de identidad y de proyecto de futuro para la vieja Europa, ahora que parece que otros vientos y otros poderes mucho más retrógrados y basados en el peor lado de la sociedad puramente capitalista parecen querer dar un giro de timón a las instituciones europeas, creo necesario pensar en la importancia de la pérdida de la oportunidad de que el liderazgo de Europa, en su lucha por representar y ofrecer su visión de sociedad al resto del mundo, acabe destruida por la globalización y el poder infinito de los valores ultraconservadores y de los intereses económicos de las grandes corporaciones multinacionales.
Para mí, Europa sigue representando esa esperanza de un mundo mejor, de una sociedad más justa a nivel mundial, de la paz y de la libertad, de la multiplicidad y del respeto, de la dignidad. Reconozco que mi discurso es quizá demasiado utópico, pero frente a la inevitable magnitud de la evolución de la realidad mundial, la utopía debe erigirse como una vía de cambio. Renunciar a los anhelos, por imposibles que éstos sean, es el primer paso para que nunca puedan llegar a realizarse.
Sin embargo, no puedo evitar sentir que una inevitable ruptura está a punto de producirse en el continente. Después de pensarlo mucho, creo que estoy a favor de que ésta se produzca a través de un cisma "amistoso" que cree una Europa a dos velocidades que al menos permita, aunque a ritmo más pausado, seguir por el camino que la Unión Europea lleva trazando medio siglo.
Pero por otro lado me parece un deber buscar también a nivel personal el vínculo que nos une a todo ello. Se trataría de un vínculo doble: el que va unido a esta idea de un mundo mejor, de una sociedad más justa y más sostenible, y otro, quizá más sentimental, posiblemente iluminado por la literatura o el cine, por la historia o por el arte, que nos haga también sentirlo como nuestro, como parte de nuestra identidad. De ahí esa pregunta inicial acerca de qué es Europa para mí.
Un amigo sudamericano compartía hace un tiempo conmigo su idea de Europa, y de cuándo y cómo la sentía más intensamente aquí, en Madrid. Le gustaba decirme que se sentía más en Europa cuando tomábamos café en uno de esos cafés antiguos que afortunadamente aún tenemos en la capital, o cuando escuchaba un vals de Chopin por las calles antiguas de la ciudad.
Para mí, la idea de Europa es aquella que tuve la primera vez que conseguí viajar a una de esas ciudades que aparecían en las postales que tantas veces había mirado con exhaustiva atención.
La primera vez que viajé a Francia llegué a través del canal de la Mancha y me dirigía a la ciudad de Rouen, capital de Normandía y famosa por las pinturas que de su imponente catedral realizó Claude Monet. También por que en ella murió ajusticiada en la hoguera Juana de Arco.
Es una ciudad que pese a los intensos bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, ha conservado bastante del entramado medieval de su centro histórico.
Yo conservaba una preciosa postal de tomada desde la calle del gran reloj (rue du Gros Horloge) con el imponente reloj del siglo XIV que para mí representaba esa Europa de raíz medieval que me sigue interesando y atrayendo hoy en día. Además, Francia representaba y sigue representando para mí el país que aúna un poco los valores del sur y del norte del continente, l'art de vivre y la eficiencia, el sol, el Mediterráneo, la lluvia, la nieve, el frío, la sociedad rural y la modernidad, la elegancia, la vanguardia y la tradición...
Aquella postal era para mí parte de la idea que yo tenía de Europa, así que cuando, con mis 21 años, atravesé por primera vez el arco de aquella calle de Rouen, sentí algo especial que se ha quedado ahí para siempre. Es la sensación que sigue representando Europa para mí, la sensación con la que identifico todo aquello de lo que aquí he hablado.
Estos días, en mi fugaz viaje a Normandía, he vuelto a Rouen, y a la rue du Gros Horloge. Y me he emocionado de nuevo.
Y para ti, ¿cuál es la imagen que representa a Europa?