25 de mayo de 2010

La felicidad dionisíaca.

La felicidad tiene muchas formas de manifestarse. A veces la sentimos como una ausencia de problemas, como un estado de placidez y despreocupación. Otras como un placer, físico o intelectual, como la culminación de un empeño o de un deseo, como el premio de un esfuerzo realizado.
Otras, sin embargo, la felicidad es un estado de catarsis, una revolución que nos hace aflorar vivencias que corren más internas, sentimientos que se van gestando poco a poco y que, de repente, encuentran una fuerza dionisíaca, visceral y desatada, que nos agarra por dentro y nos entrega de manera febril al abandono de la razón. La música y la danza son proclives a despertar estos estados, y así lo han hecho este pasado sábado, llevándome a explotar de júbilo ante la felicidad de los que quiero, ante el cariño y la complicidad que siento por ellos, ante la suerte de tener relaciones tan ricas y tan llenas de pasado y de futuro, tan libres y comprensivas, tan auténticas. Por ello, como nunca antes había hecho, me dejé llevar por la música, y por la embriaguez de la felicidad. La resaca, dulce, aún me droga caminando firme por la nueva semana anodina. Hay que seguir viviendo, hay que seguir bailando, hay que seguir desatándose...




6 de mayo de 2010

Paraíso inhabitado


"A lo mejor no estaba triste por ninguna de estas cosas, pensé. La tristeza parecía un sentimiento muy delicado, que se podía rasgar en cualquier momento, que se podía convertir inesperadamente en otra cosa, algo que me repelía. Todo esto bullía en mi cabeza, sin saber muy bien lo que significaba, pero anticipando un vacío. Un vacío parecido al que sentí aquella mañana en que Isabel me llevó con ella al terrado, y me apoyé en la baranda y miré hacia abajo y me invadió un irresistible impulso hacia el abismo. Sólo la voz rotunda de Isabel y sus brazos vigorosos me apartaron de aquel atractivo. El imán, la atracción que recogía las piezas caídas del Meccano, se abría ahora, sutil, bajo cuanto hacía o decía papá.
- Pide lo que quieras, hoy no tienes que comer lo que no te guste, y, cuando ya no tengas apetito, puedes dejar en el plato lo que no quieras…
Creo aún recordar, como en una neblina, casi todo lo que ocurrió en aquella comida, y la voz de papá. Intentaba ser amable, intentaba darme confianza, intentaba quizá, darme cariño. Pero yo tenía miedo: y así supe que siempre lo había tenido, y que el miedo acababa apoderándose de todo lo que hacía o decía, o escuchaba. Era un miedo sutil, frágil, y sin embargo, poderosamente destructor. "


PARAÍSO INHABITADO, Ana María Matute, 2008

Los ojos de Adriana, la protagonista de la última novela de Ana María Matute, desde sus diez años, observan el mundo y ya se dan cuenta que ella va a ser (es) diferente a casi todos los que la rodean. Rara, hasta mala la empezarán a llamar. Desde su inocencia es capaz, sin embargo, de perturbarnos con su mirada sobre cosas que conforman el universo particular de los seres sensibles, frágiles, pero que se beben la vida a tragos largos: el miedo, la duda, el vértigo, la atracción… Todo ello comienza a despertar, desde sus diez años, y lo hace con una capacidad asombrosa para hacernos cómplices a los adultos que leemos estas páginas, y para conseguir que nos identifiquemos, desde la distancia temporal y emocional, con esas sensaciones que, sin embargo, ya, son tan puras, tan definidas. La pérdida de la candidez, la consciencia de la turbidez de la vida, de la pulsión, del deseo, de la fascinación. Todo eso leemos en Adriana, sin que resulte impostado, fuera de lugar o de edad. Por eso esta novela, a medida que voy avanzando en ella, se me antoja un ejemplo absoluto de literatura, de humanidad, de universalidad. ¿Qué es la vida sino un experimento, una continua reacción, una temblorosa, oscura y progresiva clarividencia de uno mismo y de los demás? Y por encima de todo ello, la fantasía desatada, la realidad inhabitada pero intensamente existente, casi palpable, como dimensión añadida que nos explica el infinito, aunque con ello nos condene a esa inefable melancolía vital.