Hace muchos años vi tu foto colocada en el corcho de la habitación de un amigo. Estabas con tu pareja, sonrientes los dos, y tu mano rodeaba firmemente el hombro de él. Tu mirada fija y sostenida al objetivo de la cámara captó mi atención. Su efecto se deslizó desde el papel fotográfico, para hacerse densidad en mi recuerdo. Entonces, aún nadie se atrevía a colocar fotos de parejas de chicos, ni siquiera en corchos de dormitorios de estudiante. Pero éramos adolescentes viviendo en el extranjero, sentíamos cierta facilidad para infringir ese tipo de cosas. Supongo que aquello contribuyó a hechizarme aún más. Desde aquella ventana amplia, en la colina donde vivía mi amigo, se veía la afilada aguja, espectacular en su altura, del crucero de la catedral, alzarse gigantesca sobre los tejados e, iluminada, recortar la noche cuando bajábamos al centro por aquel minúsculo camino en pendiente, tropezando con raíces y arbustos. Él me enseñaba la ciudad en su secreta nocturnidad, silenciosa e hirientemente bella en sus, pocos ya, rincones medievales. Pero yo sólo deseaba regresar a la habitación para volver a mirar tu foto. Aprovechaba sus ausencias al baño para acercarme más, para recorrerte con necesidad de guardar tus rasgos en la memoria. El día que pregunté quién eras, lo hice con disimulo, como de pasada, como escondiendo la necesidad imperativa que tenía de saber de ti. "Es Luis, ese chico de Ciudad Real del que te hablé, que nos conocimos en un curso de verano, en Lovaina... Y ese es su novio, GertJan. Lo conoció precisamente allí". Cierto que me había hablado de él. ¡Cómo deseé ser ese Gertjan, y sentir el brazo de Luis sobre el mío, y escuchar su respiración en mi oído mientras nos deteníamos a hacer esa foto! Pero no, en realidad odiaba a ese Gertjan ¡ menudo nombrecito!-, y con esa cara pálida de flamenco y esos pelos tan rubios y tan lisos. Mi amigo cambió de tema en seguida, y distraídamente comenzó a hablar de algo interesante, impidiendo cualquier intento mío de poder hacer más preguntas sobre ti.
Aquella habitación no sirvió mucho tiempo más de residencia a mi amigo, pero cada vez que volvía a verle, lo cual hacía con relativa frecuencia, volvía a recrearme en secreto con tu mirada. Aprendí de memoria la curva de tu cuerpo, la elegancia de tu mano al tocar a tu chico, la sonrisa de felicidad que parcialmente iluminaba un sol que se adivinaba español. Mi necesidad de saber de ti siempre era frenada por el impulso de ocultar el evidente deseo que el tono de mis palabras podía descubrir. Así, inventaba complicados desarrollos en la conversación para poder hacer alguna pregunta relativa a ti. Tras meses de visitas, sólo supe que vivías en Bruselas, con él: juntos, quiero decir. Y que tú te abrías paso en el mundo de los "stagières" con deseos de ingresar en la Comisión. No sentías muchas ganas de volver a España, porque con tu familia no guardabas una buena relación.
Yo seguí amándote, y deseándote en secreto, en mis visitas a Mont Saint-Aignan de aquel invierno de 1993. Llegó el verano y en mi última visita también te vi por última vez, en aquel corcho que ahora secaba el mismo sol que me acompañó por el sena mientras ondeaban los centenares de banderas tricolores del 14 de Julio junto al lugar donde ajusticiaron a Juana de Arco. Aquel día yo también ardí, en mi interior, porque sabía que era el final de lo nuestro.
Después de muchos años, Bruselas se convirtió en una de mis ciudades. Antonio, mi amigo, se había establecido allí, y yo seguía visitándolo de vez en cuando. Conocía bien la ciudad, y poco a poco también su red de amigos. Supongo que en aquel momento ya me había olvidado conscientemente de ti. Era curioso, pero Antonio nunca te volvió a mencionar. Yo tampoco osé preguntar.
Hasta que un día, de repente, fuimos a cenar y me presentaron a GertJan. Lo recordaba perfectamente de la foto. Mi amigo me lo presentó como un amigo más, pero yo sabía que era él. Mi odio intenso, acrecentado después de tantos años, se volvió deseo en un instante. Deseo de tocar a Gertjan, de oler su piel, de hacerle el amor a quien tú amabas. La inusitada situación y la incapacidad de saber en ese instante nada de ti me turbaba profundamente. Conseguí sentarme junto a Gertjan esa noche, y hablamos en francés, porque así ocurrió. Gertjan es realmente encantador, apasionado, inteligente, profundo en su gesto y morboso en su mirada. Mi ansiedad por tocarle me paralizaba los brazos, y también la capacidad de reaccionar: no sabía cómo preguntarle por ti... Cuando, de repente, dijo algo en español perfecto, yo aproveché para preguntarle dónde había aprendido aquella más que correcta pronunciación. Con gesto neutro, contestó de manera seca "ah, es que tuve un novio español, pero de eso hace muchos años, mi español ya no es lo que era". La afirmación no me dejaba muchas posibilidades de preguntar sobre ti. De todas formas, y tras un par de miradas entre ambos, aquella noche conseguí su correo electrónico, y en un par de mensajes llegamos a conectar bastante. Descubrimos una complicidad que nos unió y que nos creó la suficiente curiosidad como para tirar del hilo de lo que sentíamos.
Mi siguiente viaje a Bruselas fue para estar en su casa, invitado por él. Recuerdo aquel viaje de avión con la respiración agitada, el corazón que se aceleraba poco a poco. La llegada al aeropuerto y el encontrar su mirada me arrebataron de tal forma, que supe que aquel fin de semana lo único que quería era hacer el amor con él. Fue una aventura perfecta, con pasión, ternura y una sensación de que todo era como tenía que ser, como yo habría soñado que fuera, si yo soñara con esas cosas, claro. Una aventura que ha durado mucho tiempo. Mientras tanto, tú habías desaparecido, te diluiste en cuanto sentí que era a Gertjan a quien yo siempre había amado, quien en realidad ocupaba mi deseo más oscuro. Llegué a saber más cosas de ti, claro, formabas parte de la vida de Gertjan. La relación en realidad duró muy poco. A los pocos meses de llegar a Bruselas y fracasar en tu primer intento de oposición, regresaste a España, harto del gris y de la tristeza de Bruselas, algo que yo, en la cima de mi amor por Gertjan, no entendía, ya que sólo veía en la ciudad belga la lírica belleza de una ciudad ecléctica, y cargada de sorpresas estéticas a las que Gertjan me enseñaba a ser receptivo. Siempre habías sido un chico con poca capacidad para crear vínulos estables, ni en el amor ni en la amistad, así que con tu partida cortaste con casi todos tus conocidos de Bruselas y ni siquiera Gertjan pudo continuar en contacto más de un par de llamadas y pocos más mensajes. Nada más: te esfumaste... La vida de Luis se diluyó de nuevo en un océano de olvido y desinterés.
Hoy he visto a Luis mientras compraba unos discos en la fnac. Al levantar la cabeza de una referencia, lo he visto frente a mí, imponente y guapo, como en realidad ha debido ser siempre. Con lo (en realidad) poco que llegué a saber de él, imaginé que terminaría su juventud descuidando su aspecto, quizá por acompañar su salida de mi mente de algún argumento racional. Pero me equivocaba. Ahí está, manteniéndome la mirada y sonriéndome. Sonrisa que, de repente, ha levantado todo el pasado de un soplo, y todo mi deseo de años de recordar aquel sol de verano llenar su mirada indescriptible, ha llegado intacto, recuperado, en una pulsión que siempre ha seguido existiendo, debajo de mi piel. Él se ha dado la vuelta y ha comenzado a caminar, girando su cabeza para mirarme un instante antes de abandonar la planta, sonriéndome de nuevo y confirmándome con certeza mi deseo de seguirle. Le he seguido, después de tantos años, por las calles de Madrid, por una Gran Vía atestada de gente que parecía caminar toda en sentido contrario. Hemos subido unas escaleras, con el deseo contenido de un encuentro anónimo (¿no lo es acaso?).Y tras la puerta abierta de su apartamento me esperan ahora sus labios impetuosos, sus manos infinitas, y su corazón en la boca, dispuesto a dejar que su cuerpo se entregue, se deshaga dentro del mío, sus ojos en los míos, mi boca y mi sexo en el suyo. Tras la lucha, felina, caemos en sueño, uno junto al otro, en una paz que siento como el momento más placentero de mi vida, una paz que he soñado durante años, una paz que siempre he vislumbrado desde el precipicio de mis abismos amorosos, pero a la que siempre una fuerza desconocida me ha impedido lanzarme. Ahora ha llegado, y me invade. Y, por primera vez, escucho su voz. Me dice "¿sabes? En realidad yo te conozco..." (Sé que Gertjan, con quien sigo en cercano y amistoso contacto, perdió el hilo de su existencia antes de aparecer yo en su vida) "Me has visto a lo mejor en la fnac alguna otra vez..." digo yo. "No", dice él, sonriendo. "de hace muchos, muchos años" Me quedo en silencio. Me acerco y escucho atentamente. "Sí, hace muchos años, en Francia, tenía un amigo, bueno, en realidad era un amante, que tenía una foto tuya en su corcho, en su habitación de la universidad. Supongo que te suena extraño (su voz es la que siempre había imaginado), pero aquella foto siempre me llamó la atención. Llevabas un abrigo verde oscuro, con capucha, y tenías a tu espalda el BigBen. ¿Me equivoco?" No, acierto a indicar con la cabeza, mientras un pánico terrible se apodera de mí. "Estuve en la habitación de aquel chico, Antonio se llamaba, dos o tres veces y siempre quise saber quién eras. En aquel momento no me atreví a preguntar. Además, tampoco consideré que fuera importante saberlo. Eras un amigo español, o al menos eso había dicho él el primer día, mientras me enseñaba las fotos... Después perdí el contacto con Antonio y la posibilidad de preguntar, de indagar sobre ti. Pero para entonces, ya había comenzado a obsesionarme con aquella foto... Viví algunos años en Bruselas, pero terminé hartándome de aquello y volví a España. ¡Uf!, ¡cuántas cosas han pasado! Sé que esto te resultará extraño, pero he soñado con este instante muchas veces en todos estos años. Y creo que en el fondo sabía que algún día, me encontraría contigo". Y me mira, inclinando el labio, como casi queriendo que yo lo tome por una broma.
Pero no es una broma. El viento que ha comenzado a soplar, empuja lacónicamente una rama contra el cristal de la ventana, y repentinamente siento que acabo de perder la capacidad para el deseo, en un instante, para siempre.