27 de abril de 2007

Requiem In Pace

Hoy me he despertado con una de esas noticias especialmente tristes. Triste porque desaparece alguien que era excepcional, y que nos había hecho emocionar a muchos con su forma de interpretar.

Mstislav Rostropovich es uno de los grandes interpretes de violonchelo de toda la historia de la música. Personaje de sobra conocido, incluso para los no relacionados con el mundo de la música clásica. Se nos ha ido, a los 80 años, cuando la mayoría no lo esperábamos. Yo tampoco.

El violonchelista ruso era un personaje admirado por todos los melómanos, sin ningún tipo de concesión. Porque su forma de interpretar, rotunda y contundente, virtuosa, pero profundamente iluminada, no daba lugar a críticas. Su pasión y amor por el instrumento eran evidentes en cuanto se le escuchaba interpretar. Fue, en definitiva, un gran maestro.

Pero la pérdida de Mstislav es especialmente triste, porque su humanidad y compromiso con el mundo que le tocó vivir fueron inequívocos, y esto es especialmente relevante porque le tocó sufrir circunstancias donde uno puede elegir comprometerse simplemente de pensamiento, o actuar. Y él fue un hombre que actuó. Y fue siempre claro su alineamiento con la libertad, con la lucha contra la injusticia, en pro de los derechos humanos y de las causas sociales. Y porque siempre fue un convencido embajador de la cultura musical de Rusia, que siempre interpretó y difundió en su faceta de interprete de violonchelo y de director de orquesta.

Recuerdo la primera vez que le vi sobre un escenario, como director de una de las orquestas de Londres. Interpretaban a Shostakovich. Al final del concierto, tras señalar a los solistas y levantar a toda la orquesta para compartir el triunfo con ellos, se bajó del podio, tomó la genial partitura de la quinta sinfonía que acababan de interpretar, y la bajó hasta situarla sobre un gran ramo de flores que decoraban el inicio del escenario, para después extender sus brazos hacia ella y rendir homenaje al grandísimo compositor ruso. Es sólo un gesto, pero dice mucho de su carácter sencillo, humilde y comprometido.

Rostropovich interpretando a Bach frente al muro de Berlin, en 1989

Un gran ser humano.

Os dejo con una de sus interpretaciones más conmovedoras. La del más bello concierto para violonchelo que jamás se ha escrito, el del checo Antonin Dvorák. Es el fragmento final. Si os esperáis al final, oiréis el tristísimo y bellísimo canto de cisne con el que termina. Sin palabras. En la dirección, otro grandísimo, recientemente fallecido también, el italiano (y adorado) Carlo Maria Giulini.

Descanse en paz.



26 de abril de 2007

La caja.

He abierto la caja
Meticulosamente, deshaciendo la cuerda que lo rodeaba con mucho cuidado, para evitar que una excesiva presión hiciese la más mínima marca sobre el papel del envoltorio. La cuerda es de color dorado, y aún brilla con fuerza. Tanta, que permite siempre identificar en el desván el lugar donde está guardada. Casi no he tenido que limpiar el polvo sobre ella. Se nota que ha sido ordenada y desordenada con esmero en los últimos meses, poniendo cuidado de dejarla bien limpita cada vez. La cuerda dorada ha caído silenciosamente sobre el suelo, sin hacer apenas ruido... Conozco bien el ruido de las cuerdas, soy un experto en hacerlas sonar mientras hago y deshago nudos de todo tipo. Debajo, el papel de regalo con el que está envuelta muestra unos colores intensos pero que (por primera vez) comienzan a parecerme un poco desvaídos, como si la huella del tiempo hubiese querido, de una vez por todas, escribir sobre ella la marca de una caducidad, la fecha que señala que algo forma parte de un pasado que ya ha comenzado a idealizarse, que ya no tiene aristas ni espinas, que se recuerda como en un technicolor antiguo, dulce, inocuo al dolor. A pesar de ello, desenvuelvo despacio el papel, intentando no arrugarlo nada, haciendo que conserve una novedad sólo interrumpida por los pliegues gemelos a los ángulos de la caja. Termina igualmente cayendo sobre el suelo, despacio y sin ruido. La caja está como nueva, su tacto me transporta al pasado. El envoltorio ciertamente lo protege de la acción ambiental, de la luz y el aire... De casi todo. La abro con muchísimo cuidado. En su interior nada ha cambiado. Las fotografías están en el mismo orden que las guardé la última vez. Tu mirada en ellas es ahora más triste. Más lejana. A pesar de que las palabras que se mezclan entre ellas siguen conservando esa caligrafía atractiva de siempre, su poder de evocación está intacto. Pero tu mirada ya no. Es sombría, ausente... se podría decir que casi es inquietante. Hay más objetos. Una brújula, una pequeña colección de cd's, dos lápices, guantes de colores, una libreta que no voy a abrir y una galleta con una esquina mordida. Dejo que mi nariz descienda hasta la caja y respiro profundamente. Por última vez... Siempre me digo eso, por última vez. Pero hoy va a ser diferente. Busco un papel oscuro, y envuelvo la caja sin prestar mucha atención al resultado. Y me decido finalmente a usar cinta adhesiva de embalaje. Es más práctica e higiénica. Una vez he terminado, deposito la caja al final del desván... del desván de mi memoria.
Al salir, ni siquiera me doy cuenta que he pisado sobre el papel de colores, sobre la cinta dorada. Es igual, he decidido que ya no los necesito más.

25 de abril de 2007

La válvula

Es justo tener sed por la mañana. Nadie diría lo contrario. Una sed atroz que me abrasa la garganta al despertar, que me consume la boca, que la transforma en tierra amarga. Y corro a beber y saciarme, no importa la cantidad. La cantidad nunca me importó. Y luego, con esa sed de últimamente, llegan los desvaríos. Las trayectorias equivocadas. Mentir sin poder evitarlo. Decirte que no sin saber muy bien por qué. Hacer que no escucho, que no he mirado el número que aparece intermitente en la pantalla de tu móvil, mientras tú lo apartas violento de la vista de los demás. Decir que me gusta la sopa, que siempre quise tener una consola de videojuegos. Sonreírle mientras me cruzo con ella por el pasillo de mi despacho. Ir a tomar café a la máquina sin ganas. Enviarte un sms también sin ganas. Escribir por escribir. No ir a ver la película que más me gusta. Llamarte cuando no tengo ganas de hacerlo. Fingir que no me parece bien lo que has hecho cuando hablo con él. No decirle a nadie que te miro sin que tú lo sepas. No dejarme a mí mismo que el deseo tome lugar cuando pienso en ti. Desayunar siempre en esa cafetería para pasar por delante de tu antigua casa. Mentir para no quedar esta tarde. Querer estar solo. Llamar a alguien para quejarme de que estoy solo. Escribir tu nombre a escondidas y después borrarlo. Ver los programas de televisión que menos me interesan. No ser capaz de apagar el televisor. Imaginar tu sonrisa. Imaginar tu sonrisa más cerca. No tomar la última onza de chocolate que queda en la despensa. No encender la luz cuando se oculta el sol. Quedarme a oscuras. Sentir que la cámara blindada donde escondo el que no quiero ser se ha llenado de dobles míos. Y de cuchillos afilados. Y que la presión duele, aunque esté acorazada.
Y notar aliviado como suena un larguísimo piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip
La válvula de escape, como siempre a punto, deja escapar el vapor caliente en que se transforma la presión. Sí, esa presión de ser tantas personas que no me gustan. Pero suena la música y ya no son nada, sólo soplan con insistencia aguda en la habitación, impulsadas por el fuego lento que me lleva reproduciendo espinas todo el día.
Acciono la música. Tomo conciencia del cuerpo, que comienza a moverse lentamente, como sacudiéndose el vapor... las hojas se desploman, el ritmo me ocupa, la libertad se hace movimiento, y yo me recupero, poco a poco, como yo, y como todos los que soy y quiero ser... Suena algo así como Mercedes Peón, cuando se deja llevar por esta canción... tan sólo cerrad los ojos.

23 de abril de 2007

La fiesta de los lectores.

Hoy, día 23 de abril, se celebra el día del libro. Y aunque normalmente solemos dedicarlo a homenajear a autores y promocionar la lectura, yo querría este año poner el acento de manera especial en hablar del lector.
Porque nosotros, como lectores, hacemos que el mundo de la lectura, los infinitos universos que nos descubre, se hagan realidad en algún lugar. Porque cada vez que abrimos un libro y comenzamos a leerlo, estamos abriendo una puerta a un universo nuevo, que es nuestra particular mirada sobre las palabras del autor. Un universo que existe desde que comenzamos a leer, y que sólo existe a partir de ese momento, pero que nunca se abriría si no llegamos a leerlo. Porque es única e irrepetible la forma en que cada uno interpreta cada libro. Es única, y crea una visión sobre las palabras que es a su vez un nuevo acto de creación y de sugestión. Por eso, he querido yo hoy trasladar aquí un párrafo del libro que ando leyendo estos días. Para dároslo a conocer, si es que no sabíais de él, y para compartir con vosotros algunas de las reflexiones que propone, que creo que quedan más o menos dibujadas en estas palabras. Que cada uno construya su particular mundo con ellas.

SÁNDOR MÁRAI. La Mujer Justa (narrativa Salamandra), 2005.

Sándor Márai es un escritor Húngaro que tuvo gran éxito en el periodo entre guerras, y que más tarde, con la llegada del comunismo a su país, cayó en el olvido. Hace unos diez años comenzó a recuperarse su obra en gran parte de Europa, a partir de la vuelta a la edición de una de sus novelas más interesantes “El último encuentro”. Su narrativa incisiva y llena de reflexión sobre las relaciones personales, su particular bisturí a la hora de diseccionar la naturaleza humana, la cultura europea, el papel de la burguesía, la oscuridad del hombre, son casi perfectamente vigentes hoy en día. Navegar por sus libros nos lleva a una continua y profunda reflexión sobre la vida y el mundo en el que vivimos. Es un escritor adictivo, y muchos de los que terminamos seducidos por aquella primera novela suya reeditada nos convertimos en seguidores incondicionales. Y hemos esperado con verdadera ilusión que poco a poco se hayan ido recuperando las novelas que escribió. Hace pocas semanas lo hacía otra de ellas (“la hermana”) que yo ya albergaba en mi biblioteca en su traducción italiana, puesto que este verano cuando estuve allí ya estaba traducida y no pude resistirme a comprarla...
La mujer justa fue la última novela que escribió en vida, y en ella el nivel de reflexión alcanza una altura conmovedora... Quiero compartir con vosotros uno de sus pasajes...
Feliz día del libro.



"(...) Todos ignoraban quién era el amor secreto del criado y de la cocinera salvo mi madre, que con toda seguridad no era muy experta en cuestiones amorosas y probablemente nunca había leído nada sobre deseos tan ambiguos como la pasión sin esperanza de la cocinera por Judit... Pero sabía la verdad. Era ya mayor y no se asustaba de nada. Sabía que la presencia de Judit en la casa era peligrosa y no sólo para el criado o la cocinera... era peligrosa para todos sus habitantes. Por mi padre ya no se preocupaba porque para entonces era un anciano y estaba enfermo, y además mis padres no se amaban. Pero a mí sí me quería mi madre; más tarde me pregunté por qué no había alejado a tiempo aquel peligro de la casa si lo sabía todo... He tenido que llegar a estas alturas de mi vida para comprenderlo finalmente.
Acércate un poco. Mi madre deseaba aquel peligro para mí
Quizá porque temía que yo fuese víctima de un peligro mayor... ¿Sabes cuál? ¿No lo adivinas?
La soledad, esa terrible soledad en la que se habían consumido sus vidas, las vidas típicas de una clase social triunfante, acomodada y ceremoniosa. En la existencia de las personas puede verificarse un proceso que es alarmante, angustioso, peor que cualquier otra cosa... El progresivo aislamiento del mundo. El proceso de convertirse en máquinas. En casa reina un orden severo, en el trabajo reina un orden aún más rígido, y en torno a ellos, un orden social absolutamente estricto; incluso su diversión, sus inclinaciones y sus vidas amorosas se desarrollan según un orden. Saben por adelantado a qué hora deben vestirse, desayunar, trabajar, amar, divertirse y dedicarse a la cultura. Están rodeados de un orden maníaco. Y en ese orden descomunal, poco a poco se va congelando la vida a su alrededor, como si, durante una expedición que se dirigiera a lugares lejanos y frondosos, de pronto el océano y la tierra se cubrieran de hielo y todos sus planes y objetivos cayeran miserablemente en el frío y la quietud. ¿Y que es la muerte sino frío y quietud? Es un proceso lento e inexorable. Un día, la vida familiar se coagula. Todo se vuelve importante, se concentran en cada detalle, pero pierden de vista el conjunto, la vida misma... Se visten con tanto esmero por la mañana y por la noche como si al ponerse la bata tuvieran la intención de celebrar algún rito solemne y sagrado, un entierro o una boda, o de asistir al pronunciamiento del fallo de un juez. Van a fiestas, reciben invitados, pero detrás de todo se esconde la soledad. Y mientras la esperanza se mantenga viva en sus corazones y en sus almas, detrás de tanta soledad, la vida será soportable. Seguirán viviendo... como buenamente puedan, sin la dignidad del ser humano, pero vivirán. Por la mañana tendrá sentido darle cuerda al mecanismo para que funcione hasta la noche."

20 de abril de 2007

La belleza de comprender a Mozart.


Ópera y Cine siempre me han parecido dos mundos con pocas posibilidades de conciliación. El acercamiento del séptimo arte a la creación operística siempre ha ido por caminos errados, de resultados poco convincentes. La visión de la Flauta Mágica del sueco Ingmar Bergman quizá sea la única que hasta el momento conseguía haber superado la prueba de manera brillante.
Imagino que Kenneth Branagh tenía muy en mente estas dos consideraciones. Y sin embargo, puso toda la carne en el asador, para enfrentarse a semejante reto precisamente en el año del aniversario Mozartiano. El resultado es bastante aceptable, yo diría que brillante. Sobre todo porque Branagh se atreve a ir más allá y plantearnos algo diferente. Es posible que la película no guste ni a cinéfilos ni a puristas de la ópera, pero yo creo que el verdadero milagro de la obra se produce cuando la vemos sin ningún tipo de prejuicio.

Branagh traduce la obra al inglés y modifica sutilmente el libretto original de Schickaneder para redondear un alegato contra la guerra que a mí me parece más que convincente, además de profundamente apasionado. Las adaptaciones de obras se convierten en algo peligroso cuando el intérprete intenta forzar un sentido o una visión que realmente la obra no recoge (sea a nivel de intención o de escenario). Sólo desde un conocimiento profundo de los textos, desde su análisis detallado y minucioso, desde su verdadera asimilación, se puede partir para construir una visión propia. Y, para ser sinceros, siempre encuentro una inmensa superficialidad en los montajes teatrales y operísticos que veo últimamente, lo cual, debo confesar que me lleva a continuas desilusiones cuando acudo a los teatros. Sin duda la versión de Branagh es bastante libre, pero lo hace desde la base de haber llegado hasta el final de lo que la Flauta Mágica nos cuenta, manteniendo la estructura y la intención, en definitiva, el verdadero espíritu de la obra. Y dejando, eso sí, intactas las notas de Mozart.

Con la Flauta Mágica Mozart llegó a una cumbre de inspiración sin precedentes, creando una de las más grandes obras maestras del repertorio belcantístico y sin duda una obra única, que suponía un paso hacia otra forma de entender la ópera (tanto a nivel musical, como de estructura dramática) que lamentablemente se quebró con el final de su vida. La Flauta queda, pues, sola en un camino por el que nadie supo seguir, quizá sólo Beethoven se acercó un poco con su Fidelio.

La obra nace como una fábula, un cuento, pero el libretto está lleno de pasajes que se hunden en la oscuridad y en lo críptico. De hecho, en un primer acercamiento, hasta nos puede parecer que las escenas son inconexas o faltas de sentido. Stephen Fry (el guionista) se apoya en esta ambiguedad para modificar sutilmente el diálogo y cerrar una visión que potencia el sentido de confrontación de la obra. Y es que la Flauta Mágica, en el fondo, nos habla del conflicto, del choque entre la fuerza del bien y del mal, de la destrucción como resultado del mismo, de la oscuridad vital y de la oscuridad personal, de la luz, del camino del conocimiento como vía de liberación, del amor como único redentor del lado miserable de la existencia. Así, Branagh toma estas fuerzas que chocan a causa del odio y el rencor, y los convierte en ejércitos en lucha en plena Primera Guerra Mundial, en medio de un devastado campo de batalla surcado de infames trincheras. Pero sin dejar que, en el fondo la historia deje de ser lo que es: un cuento. Un cuento con señores, castillos, salvadores, héroes y villanos, con toda la imaginería que éstos conllevan, y que Brannagh despliega con abundante derroche de imaginación, efectos digitales y espectacularidad en el uso de perspectivas y planos. El lado "real" de su puesta en escena, es decir, el de la contienda, refuerza (paradójicamente) el lado más simbólico y mágico de la historia, con el que Branagh nos apunta convincentemente lo inevitable del mal, la guerra como ejercicio del conflicto personal. Y frente a ellas, con una emoción sincera y sabia, la música y el amor como salvación. No quiero destripar más la película, pero baste señalar que la maestría de Branagh y su gran sentido de la escena se dejan sentir en cada fotograma, junto con una fantasía absolutamente desbordada y llena de guiños de humor (no olvidemos que la Flauta tiene mucho de ópera cómica, en el fondo), pero perfectamente contenida en los momentos más dramáticos. Mozart nos queda a veces quizá (la única pega que le pongo) un poco de fondo, sobre todo para quien conoce bien la ópera, pues la cantidad de estímulos es tal, que podemos caer en dejar la música a un lado. Grave error, puesto que, en realidad, es la música la que da sentido a la historia, la que dibuja con un pincel certero a todos los personajes, y crea el alma de esta historia fantástica sobre lo más sencillo y a la vez complejo de la existencia: la vida, la muerte, el mal, el bien, el camino, la elección... Una música profundamente humana, en la que Mozart encontró cauce a algunas de sus mejores arias. La máscara de lo mágico le sirvió de pretexto para comunicar sin barrera alguna, y dejar que júbilo y tristeza se plasmasen sobre el pentagrama de una forma descarnada y directa. La versión musical, a cargo de James Conlon con la Orquesta de Cámara de Europa, y unos cantantes solistas de primera fila, tampoco defrauda, y nos brinda una visión vibrante y vitalista a la vez que delicada y llena de matices, que se traduce en una versión de muy elevado nivel. En definitiva, un resultado que divierte y emociona a partes iguales, pero quizá no apta para no iniciados en la ópera ni en Mozart. Si quieren ir a verla, les recomiendo que con antelación lean un poco de la historia y escuchen la ópera. Van a disfrutarla mucho más. Una vez delante de la pantalla, por favor, déjense llevar. Mozart les llevará sin duda al paraíso, eso sí, pasando por los infiernos.

17 de abril de 2007

Pequeñas ramas quebradas

Me sucede de vez en cuando. Me da por soñar con personas que se han ido, con deseos que no fueron, con situaciones que ya no se pueden repetir...
Normalmente no suelo tener conciencia de lo que sueño, y esta vida que sucede por la noche tras mis ojos, ahí se queda, sin molestar más, supongo que como un reajuste de las cosas que nos pasan por el inconsciente.
Sin embargo, a veces, esas situaciones que aparecen en los sueños, no sé bien por qué, se cortan con el despertar en el momento más intenso, y esos personajes, como por arte de magia, pasan, desde la mañana ya, a martillearme la imaginación. Siempre que me ocurren estas interrupciones, los sueños corresponden a situaciones y personas que no suelen ser las más importantes de mi vida, pero regresan con fuerza recurrente, como si quisiesen escapar de la censura a la que les obligo en mi mente.
A las personas que necesito olvidar de verdad, las suelo mantener bien en los sueños que no cruzan al día. A éstos no. Supongo que mi voluntad de hacer que estén en la zona oscura no es tan fuerte, o no tan necesaria.
En estos sueños aparecen preguntas a las que jamás podré responder, personas que se fueron sin razón, personas cuyas razones nunca supe entender, personas que me dejaron al borde de abismos... Casi siempre personas ya ausentes, que se fueron sin entender yo muy bien cómo, dejando un rastro irrecuperable de culpa. Esos días me levanto silencioso, y le doy muchas vueltas a la cucharilla del café, como si deshaciendo bien el azúcar en la taza consiguiera disolver los fantasmas.
Es como si, de alguna forma, esas personas me quisiesen decir algo, como si no estuviesen conformes con el olvido al que los tengo relegados, como si quisiesen insistir en que algo no funciona bien dentro de mí. Mi revuelo no suele durar mucho más que un desayuno. Pero siempre me pregunto si, en el fondo, no es ésta una representación más de la insatisfacción que siempre me persigue, de mi inconformidad con la consecución del deseo, de esa disfunción, esa anomalía que a algunos nos impide pararnos y asumir lo que tenemos, aceptarlo sin sucumbir al pozo oscuro que siempre nos llama desde la nada más cercana. Ese pozo que nos llama al imposible, a la necesidad de perseguir los brotes y lamer de ellos, de buscar sin descanso las ramas rotas, de recomponerlas, de sentir la llamada de lo que no existe, pero puede existir. Un desorden del deseo quizá, una necesidad infinita de llenar ese espacio de la imperfección de la existencia. No sé qué será. Siempre pensé que con una vida en general más ordenada (en lo sentimental, en lo laboral) aquello iba a suavizarse... Y de alguna forma así es. Pero la insatisfacción es una especie de estigma, y aparece con fuerza cuando menos lo esperas. Él tiene nombre y apellidos, y debe existir en algún lugar, imagino. No fue tan importante, no influyó tanto en mi vida, pero ahí lo tengo, desde la mañana, mirándome con descaro desde el sueño, intentando componer pedazos de recuerdos que se ha dedicado a extraer a lo largo del día, para dejar que corran por mis neuronas. Ahí está, frente a mí, y me mira fijamente, me mira con melancolía, con melancolía y rencor. Y una parte de mí, inevitablemente, se arroja al pozo sin pensarlo dos veces.

15 de abril de 2007

Llévame.

Llévame de aquí, aléjame de todas las cosas feas que me rodean. Sonríe cerca de mí, para que no se acerquen los hombres grises, y extiende tu mano, que siempre llega al final de mi cadera. Extiéndela y llévame contigo, allí donde ni yo mismo quería ir hace un instante. Ya sabes que a veces me despierto tras mis pupilas para trazarme con lo ajeno, para llevarme por la inevitable oscuridad de jugar a no ser yo, para arrastrarme a la frontera que me autodestruye. Pero tú, tú me procuras despacio, siempre con templanza, sabiendo que a cada instante me busco sin encontrarme, que a cada instante quiero dejar de buscar, y seguir buscando. Nunca has hallado reproche a mi incoherencia, ni a la irracionalidad que me corona, ni has impuesto condiciones a mi deseo intermitente y certero. Contigo me siento yo, sin saber quien soy. Y siento que no huyes del abismo de mi mirada, ni de los pozos que se hunden bajo mis manos. Sabes que a veces me sumerjo en la noche opaca, y afilo mis garras con la luna, pero siempre sabes estar al final, con tu infinita y discreta presencia.

Hoy no quiero que esperes al final. Quiero que entres y me tomes, para llevarme lejos de aquí, para llevarme al final de la sombra, dentro de tu mirada, allá lejos, al final del amor...

11 de abril de 2007

RISO AMARO

Arroz amargo, 1949, director: Dino de Laurentis.

Película que pese a su edad sigue conservando una extraña fuerza. Resultó casi un experimento, intentando hacer un híbrido de neorrealismo italiano, cine negro americano y cine social al servicio del comunismo. De resultado irregular y discutible, pero aún así indiscutile Obra Maestra del cine. De una belleza brutal y terrible, sobrecogedora, y con una sensualidad que nos abrasa aún cuando la vemos. Con ella nació uno de los mitos eróticos más célebres de la industria cinematográfica italiana:

Bellissima Silvana Mangano,

Soberbia en su complejo papel de mujer herida y sedienta de vida. Es curioso, porque era aún su primer papel de protagonista, y ella mejoraría mucho como intérprete película a película. Pero ya aquí, frente a una Doris Dowling que (salta a la vista) es técnicamente superior como actriz en ese momento, basta un simple gesto de Silvana, amarga como el arroz de la película cuando quiere, para oscurecerla, y hacer temblar al más frío espectador. Es lo que tienen los animales de cine como ella.


8 de abril de 2007

Olympia.

Para Efesor.

Hoy es un día especial para una persona especial. Una de esas personas que, por casualidad, se cruzan en tu vida y sin saber muy bien por qué, sabes que hay un pasado entre tú y él, aunque no puedas recordarlo.
Te conocí el día que partías, después de haber vivido años en esta ciudad sin saberlo. Y la distancia se hizo, palabra tras palabra, un hilo de historias en las que realidad y sueño tejieron sólas ese cuento a través del que nos desnudamos poco a poco. Eres una de esas personas en las que uno no puede evitar pensar casi todos los días. Una persona de mirada azul y sonrisa encarnada, que trae siempre azúcar en los dedos y sal en la garganta. Bajo barreras y murallas, sabemos que la palabra atraviesa la piedra, y nos llega, esquiva pero certera, al corazón.
A veces, sobre todo últimamente, me sirvo del silencio, un silencio casual que me proteje de la distancia y de la mirada. Ya sé que los hilos no son de aire, y ya sé que esa mirada y esta mirada no son de cristal cuando se miran de cerca. Pero por eso, porque es de verdad, dejamos que la historia se invente por sí sola, y que los hilos, en su dejadez o su insistencia, en su color y en su rebeldía, se crucen y se unan como ellos quieran hacer.
FELICIDADES, nene.
Mi regalo es un cuento. Un cuento que acabo de escribir ahora. Un cuento que ha resultado inquietante, y que podría bien ser el prólogo a la historia que poco a poco hemos estado escribiendo desde que estás en ahí, en tu círculo polar. Una historia que habla de lo que no podemos entender, de las historias que tienen un pasado que no podemos recordar ni tocar, un presente de búsqueda y un futuro que también tiene palabras escritas. De lo intangible y lo incomprensible, de la irracionalidad y la poesía, de la necesidad de la oscuridad... Y, como no, de Olympia, de nuestra querida Olympia. Es todo tuyo. Un beso bien fuerte.

OLYMPIA

Julia lleva años huyendo de parte de su pasado, vagando por diferentes partes de mundo. El olvido la lleva a cambiar de paisaje con frecuencia, porque los escenarios se le quedan pequeños muy rápido. En cuanto comienzan a acumular recuerdos, le resultan ya profundamente melancólicos. Y ella quiere huir de la melancolía. No sabe por qué. Le sucede desde que encontró a aquel portugués de ojos oscuros que recorría solitario las calles de Lisboa en aquel otoño de hace ya algunos años.

Ella se apresuraba para alcanzar a sus compañeras de viaje, que caminaban más adelantadas. Pero su mirada se cruzó con la de él. Una mirada que la desasosegó en sólo un instante, llenándola de todas las dudas que había estado acumulando en los últimos años. Un segundo sólo para llevarla al borde del abismo. No recuerda el tiempo que permaneció con él. Ni siquiera sabe si existió realmente aquel personaje oscuro. Tampoco recuerda bien qué hablaron, ni en qué idioma lo hicieron. Pero sí que recuerda cómo la infectó de tristeza, de una tristeza apegada al suelo, como una enfermedad que la llevaría a entristecer por todo lo que permanecía demasiado en sus manos. Aquella noche, de repente, las paredes que decoraban su vida desaparecieron y se encontró en un precipicio sin fondo aparente. La mirada de ese portugués sin nombre se le clava cada día en su pensamiento. Él desapareció esa misma noche, de la misma forma que apareció. Cuando recuperó la noción del tiempo, la única mirada que la escrutaba, allí sentada, muerta de frío en aquellas escaleras del Bairro Alto, era la oscura e indagante de aquel gato negro que elevaba provocante su cola. Supo que no lo encontraría más. Pero el secreto que le había revelado, había quedado sumido en su memoria en una niebla espesa de la que no podía recuperarlo.

A partir de ahí, Julia inició su viaje. Un viaje huyendo de la tristeza que la perseguía, de la melancolía que iba naciendo cada vez que permanecía demasiado en un lugar. Para vivir debió hacer de todo, trabajar con sus manos, y a veces con su cuerpo. Poco a poco aprendió a deshacer la frontera entre la realidad y el sueño. Algunas noches, un sueño recurrente la asaltaba. Siempre comenzaba en aquellas escaleras del Bairro Alto. Y en cada ocasión le iba revelando pistas. Nombres de ciudades, objetos, actividades, perversiones... Y ella, al despertar, se iba prestando a todos ellos: a los viajes, a las tentaciones y a las posesiones. El sueño, de alguna forma, le dictaba la fórmula para esquivar la melancolía.

El día que soñó con París, supo que ese era el destino final de su viaje. Soñó con París y con la vida oscura de sus calles en la noche. sabía que algo sórdido le esperaba en la ciudad del Sena. Esa noche se encontraba en Helsinki, y había vendido su cuerpo a un enorme chico de cabellos rubios, que la había tratado con bastante rudeza. Se había quedado dormida unos instantes sobre las sábanas de raso, sola un momento en el que el chico se había ausentado al baño. Fue entoncés, en es instante de inconsciencia, cuando vio la noche de Paris y supo que ése era su destino final.

Lleva 30 días en París, y ha visitado casi todas las calles a la medianoche. Ha trabajado de cajera en un café de Montmartre, y ha escuchado las historias de casi todos sus habituales. Ha vagado por locales y burdeles, por discotecas de moda y casas de encuentro, por jardines que no cierran al anochecer y por zonas oscuras de estaciones de tren. Y aún no encuentra nada. La melancolía de París está ya a punto de desbordarse dentro de ella. Y no sabe qué hacer, pues los sueños ya se han detenido. Por más que lo intenta, no han vuelto. Sólo sueña con Paris, y con el río que corre deprisa en sus paseos. Y nada más, sólo ella mirándose en el río. Ha recorrido el río una y otra vez, y se ha mirado en él con insistencia, pero nada ha pasado. ¿será éste el final del precipcio?, se pregunta mientras pasea por la orilla del Sena. La respuesta la encuentra al levantar la mirada y encontrarse con el gran edificio de la estación de Orsay, que atrapa repentinamente su atención. Recuerda ese edificio sin haber estado nunca en él, no sabe por qué. Acude a su puerta y descubre que el edificio ha sido transformado en Museo. Claro, uno de los museos más visitados de la ciudad. Entra, y, como si conociera el lugar de memoria, se dirige a la primera planta, y llega hasta el retrato de Olympia, de Edouard Manet.

La mirada de esa chica, desafiante, la absorbe por completo. Una mirada directa, provocadora, pero llena de melancolía al mismo tiempo. Su cuerpo desnudo, en pose de entrega, se encuentra sutilmente tocado tan solo por una flor en el cabello, un brazalete en el antebrazo, un zapato en actitud de deslizarse del pie, y ese lazo negro al cuello, profundamente vulgar y al mismo tiempo terriblemente turbador, porque curza la carne blanca y la muestra al apetito. Una criada negra que la mira con curiosidad mientras le ofrece un bouquet de flores que ella ni siquiera mira. Su mirada se dedica exclusivamente al espectador, como invitándolo a entrar en el cuadro, abarcándolo y haciéndolo cruzar la barrera de lo prohibido, de lo incomprensible. Y es Julia la que mira. La que mira y a quien mira. Y no sabe si la vida se puede volver a vivir, y si se pueden recordar otras vidas, pero ahora ella sabe con certeza que ha estado sobre esas sábanas alguna vez, y la sostenido en su mirada la de Edouard, que que en ese lugar sucedió algo que ya no puede recordar. De Edouard sólo recuerda la mirada intensa detrás de su pincel. La misma mirada de Lisboa, sin duda. Era él quien la interceptó aquella noche, quien detuvo su vida para recordarle que tenía otra vida pendiente de terminar. Y la condenó a vagar hasta encontrarla. Ahora, sólo le queda encontrar al nuevo Edouard.

A la derecha, dentro del cuadro, un gato negro de cola levantada la mira con sorpresa. Es el mismo gato negro que la asaltó en la noche lisboeta, es el reflejo de Edouard, su propia mirada de pintor sobre la escena, maldiciéndola, poseyéndola, ansioso de encontrar un lugar donde posar los ojos, eligiendo entre arrojarse a la mirada de Olympia o atravesar esa mano extendida que esconde con extraño pudor el secreto de su sexo. Tras haber sido poseída por tantos hombres, tampoco ella sabe cual es el secreto de su sexo voraz, no, tampoco lo sabe. El gato negro, que de repente cobra vida, le susurra un secreto en el silencio de la sala. La clave de la elección de Edouard. Dos ciudades que determinan cada una de ellas. La mirada es Madrid, en la noche. La mano sobre el sexo está en uno de los más recónditos canales de Venecia. Julia mira en su bolso y cuenta el dinero que ha ganado en los últimos días. Se dirige a la tienda y adquiere una reproducción postal del cuadro que acaba de contemplar. Después, sale del museo y toma un taxi, que la lleva rápido al aeropuerto. Mientras el Sena cruza veloz por la ventanilla del coche, aún no sabe dónde terminará esa noche. Lo único de lo que está segura es que sólo le queda una oportunidad para salvar el abismo, sólo una... De lo contrario, deberá arrojarse definitivamente en él.

6 de abril de 2007

Utopía de Viernes Santo.

Desde mi inexistente religiosidad y mi acercamiento al arte como mero aficionado, como simple buscador de belleza, la aproximación que tengo al arte religioso, siempre ha sido guiada por el convencimiento de que muchas de las ideas que se expresaban a través del universo iconográfico y legendario del cristianismo iban mucho más allá de la religiosidad. Pienso en creadores de todo tipo, y llego a entender la necesidad de crear para las instituciones eclesiásticas pues sólo quienes sustentaban el poder podían financiar el arte. Pero también creo que los artistas burlaron muchas veces la limitación conceptual para ir más allá y expresar muchas de las ideas que corrían por sus cabezas, adaptándolas a las figuras y escenas de las Escrituras. El Nuevo Testamento y la Pasión de Jesucristo, en su dramatismo y violencia, en su representación de la condición humana, de la vulnerabilidad y la duda, el dolor y la incomprensión, el perdón y la necesidad, desplegaban toda una paleta de posibilidades, y dejaban inmensas grietas para poder también hablar del deseo y de la carne, del mal y el hedonismo, de la naturaleza y la brevedad de la vida, de la pasión humana... Hoy, día en el que la Cristiandad rememora todo eso, cae en mis manos esta pintura de Antonello da Messina, pintor italiano del Quattrocento que me ha asaltado con su profunda expresividad.
Antonello da Messina, Cristo muerto, sostenido por un ángel.
(pinchar para agrandar)

Lo descubrí el otro día dando un paseo por El Prado con mi madre. La pureza de las líneas me recuerda al mejor Bellini, pero su expresividad me ha conquistado. Hay obras de arte que uno no sabe por qué, pero lo seducen fuertemente. Puede que sea esa carne y sus pliegues, tan delicadamente plasmados, la herida en contraste sobre ella. Quizá la naturaleza del fondo, cuidada en todos sus detalles, creando la impresión de un mundo, de una realidad completa y apacible más allá de la que vivimos. O la ciudad y su urbanismo atractivo, que casi nos invita a caminar hacia ella, a descubrir qué guarda en su interior. O la vivísima expresión de dolor de Jesús atravesado por la lanza, que sin embargo no deja de atraernos en su belleza, su enorme boca abierta, sus cabellos delicadamente dibujados de manera sensual sobre su hombro, la delicadeza infinita con la que el ángel lo recoge, lo sostiene, plegando la tela azul con diminutas arrugas, su expresión de abandono... No sé qué es, o si lo es todo, pero no puedo dejar de mirarlo...

4 de abril de 2007

Si todo puede suceder

Música de Adriana Calcanhoto, una vez más.
A la sutilidad de la composición musical se une, como siempre, un exquisito y sensible texto que quiero dedicar a todas esas almas sensibles que me rodean y que, por una u otra causa, se sienten solos, con necesidad de que aparezca alguien que ilumine de forma especial sus existencias. En especial, para Ennis, con todo mi corazón.



SI TODO PUEDE SUCEDER.


Si todo puede suceder,
si puede suceder
cualquier cosa,
un desierto florecer
una nube llena no llover.
Puede alguien aparecer,
y suceder que seas tú,
un cometa volver al suelo,
un relámpago en la oscuridad,
y la gente caminando
dadas de la mano,
de qualquier forma
Quiero que ese momento
dure la vida entera
y más allá de la vida,
incluso por la mañana
al otro día.
Si fuéramos tu y yo,
si así sucediera...

SE TUDO PODE ACONTECER.

Se tudo pode acontecer
Se pode acontecer
Qualquer coisa
Um deserto florescer
Uma nuvem cheia não chover
Pode alguém aparecer
E acontecer de ser você
Um cometa vir ao chão
Um relâmpago na escuridão
E a gente caminhando
De mão dada
de qualquer maneira
Eu quero que esse momento
Dure a vida inteira
E além da vida
Ainda de manhã
No outro dia
Se for eu e você
Se assim acontecer

3 de abril de 2007

Franz Osten revisited.

En 1929, el director de cine alemán Franz Osten realizó "A throw of dice", una película muda, tercera en una trilogía que, para la época, adquirió una dimensión épica por la cantidad de extras y de medios que se usaron. Más allá de este hecho, el director alemán es considerado por muchos uno de los mejores directores de la historia del cine, y fue aclamado en Europa y en India (donde realizó sus últimas y mejores películas). Su adscripción al partido Nazi alemán no le deparó un buen futuro y, tras la Segunda Guerra Mundial, películas y director cayeron en el anonimato más absoluto (como tantos y tantas otras). A pesar de la evidente calidad de su trabajo, apenas es mencionado ya en los libros de historia del cine.
En la realización de estas películas indias que he mencionado, combinó la técnica del documental con argumentos extraídos del universo legendario de la India. El resultado es sorprendente y subyugante, de una belleza indiscutible. El British Film Institute Archive ha sacado a la luz recientemente "A throw of dice", y el resultado es de una belleza cautivadora. El gran músico indo-britanico (y adorado por mí) Nitin Sawhney ha puesto música a la cinta. Pueden ver y escuchar extractos de la película aquí. Y de muestra, les dejo con unas imágenes también de la película, tratadas especialmente con la música de Sawhney. Para disfrutar...