6 de abril de 2007

Utopía de Viernes Santo.

Desde mi inexistente religiosidad y mi acercamiento al arte como mero aficionado, como simple buscador de belleza, la aproximación que tengo al arte religioso, siempre ha sido guiada por el convencimiento de que muchas de las ideas que se expresaban a través del universo iconográfico y legendario del cristianismo iban mucho más allá de la religiosidad. Pienso en creadores de todo tipo, y llego a entender la necesidad de crear para las instituciones eclesiásticas pues sólo quienes sustentaban el poder podían financiar el arte. Pero también creo que los artistas burlaron muchas veces la limitación conceptual para ir más allá y expresar muchas de las ideas que corrían por sus cabezas, adaptándolas a las figuras y escenas de las Escrituras. El Nuevo Testamento y la Pasión de Jesucristo, en su dramatismo y violencia, en su representación de la condición humana, de la vulnerabilidad y la duda, el dolor y la incomprensión, el perdón y la necesidad, desplegaban toda una paleta de posibilidades, y dejaban inmensas grietas para poder también hablar del deseo y de la carne, del mal y el hedonismo, de la naturaleza y la brevedad de la vida, de la pasión humana... Hoy, día en el que la Cristiandad rememora todo eso, cae en mis manos esta pintura de Antonello da Messina, pintor italiano del Quattrocento que me ha asaltado con su profunda expresividad.
Antonello da Messina, Cristo muerto, sostenido por un ángel.
(pinchar para agrandar)

Lo descubrí el otro día dando un paseo por El Prado con mi madre. La pureza de las líneas me recuerda al mejor Bellini, pero su expresividad me ha conquistado. Hay obras de arte que uno no sabe por qué, pero lo seducen fuertemente. Puede que sea esa carne y sus pliegues, tan delicadamente plasmados, la herida en contraste sobre ella. Quizá la naturaleza del fondo, cuidada en todos sus detalles, creando la impresión de un mundo, de una realidad completa y apacible más allá de la que vivimos. O la ciudad y su urbanismo atractivo, que casi nos invita a caminar hacia ella, a descubrir qué guarda en su interior. O la vivísima expresión de dolor de Jesús atravesado por la lanza, que sin embargo no deja de atraernos en su belleza, su enorme boca abierta, sus cabellos delicadamente dibujados de manera sensual sobre su hombro, la delicadeza infinita con la que el ángel lo recoge, lo sostiene, plegando la tela azul con diminutas arrugas, su expresión de abandono... No sé qué es, o si lo es todo, pero no puedo dejar de mirarlo...

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¿No os fuisteis por ahí? ¿Disfrutando de la capi en Semana Santa?
Un besazo grandullón. Gracias por estar ahí (Aunque parezca que paso, es algo que valoro mucho, en serio)
;-P

Javier dijo...

No puedes dejar de ver y preguntarte lo mismo que muchos otros antes que tú, cual es la autentica realidad de ese cuadro, ese contraste de expresiones, el bello equilibrio del entorno que invita al placer de los sentidos y Cristo agonizante, es esa la expresión de un agonizante, o es eso lo que debemos ver, vemos lo que debemos porque así se nos ha educado, y en ese condicionante se nos escapa tal vez una realidad más sutil, pero que nos asalta y nos deja perplejos ante la observación de la obra.
Mirar un cuadro es ir más, mucho más allá de su contemplación, es sentirla, y al sentirla tal vez veamos lo que la obra enmascara y que nos ha generado esa perplejidad.

Martini dijo...

Es un cuadro realmente bello, lleno, como dices, de expresividad, de detalles que hacen que la vista se pierda entre las infinitas posibilidades...

Gracias por acercanos a esta belleza.

senses and nonsenses dijo...

pero qué bien escribes jodío!!!
un abrazo.

David dijo...

Cuando el arte te produce todos esos sentimientos, entonces ha conseguido todo lo que pretendía, con independencia de su temática. Es genial que te llegue de esa manera y que nos lo sepas contar de tal modo que me reconcilia con el Prado (al igual que en su día con Tolouse, Mozart...)