28 de mayo de 2013

Después de la tormenta.


La arena del parque crujía extrañamente bajo sus pies después de la intensa lluvia. Era un sonido incómodo al que, sin embargo, en un par de minutos se volvió adicta, intentando pisar sobre todo en aquellas zonas donde la consistencia del suelo le parecía decir que el sonido podría ser más redondo.
Después de la tormenta comenzaban a escucharse los primeros pájaros y volvía a imponerse sobre todos los demás ruidos el del viento moviendo las ramas más altas de los enormes plátanos, que apenas dejaban entrever entre la maraña de hojas recién estrenadas, la carrera de nubes color gris oscuro allá en lo alto.
Nadie hubiese sospechado que en aquel momento sus pasos eran seguidos de cerca por alguien. Y menos que aquella persecución no fuese casual o arbitraria.
Aquellos otros pies caminaban sobre la hierba, con suavidad, sin provocar ningún sonido y con cierta cautela, refugiados en el anonimato del vacío que invadía casi todos los caminos del parque. Así fueron cruzando en diagonal casi toda su extensión, como un cuerpo y una sombra que caminase a cierta distancia de su dueño.
Cuando salió del recinto por la puerta norte, pensó que no se había cruzado con nadie, seguramente a causa del pésimo tiempo que hacía aquella tarde. Su seguidor se detuvo en uno de los últimos árboles antes de abandonar el parque, como temeroso de que la ciudad pudiese hacerle algún mal. La observó hasta que desapareció de su campo visual. Después volvió sobre sus pasos, hasta el otro extremo del parque, y, entonces sí, salió y cruzo la amplia avenida para entrar con rapidez en una parada de metro y regresar a casa. Si llegaba antes que él, le diría que había salido a comprar paracetamol a la farmacia. Por la mañana había mencionado que le dolía un poco la cabeza.
Pero ella no regresó.