16 de noviembre de 2009

Giros de guión.

All I really wanted was one night with him, just one night -one hour, even- if only to determine whether I wanted him for another night after that. What I didn't realize was that wanting to test desire is nothing more than a ruse to get what we want without admiting that we want it.

André Aciman (Call me by your name)




Abandona la senda de arena,
con tus huellas tú,
en la arena nada,
salvo las agujas de los pinos.

La rama se deshace al viento,
no quiere seguir paralela al mar,
con la fuerza de la palma de la mano
sobre la piel de la incógnita.

Se hunde el sueño,
sobre el tiempo,
sobre la puerta erguida,
desdibujada,
sobre el futuro que borra ya,
despacio,
el pasado que nunca hubo.


Aria de Horacio, de la zarzuela “Amor aumenta el valor, de José de Nebra Blasco



Adiós prenda de mi amor
que tú lograrás vencer
pues mi alma has de temer
Y ella te dará valor.
Tu esposo pretendí ser,
no lo quiso hado traidor con morir,
con fallecer, satisfaré tu rigor.

4 de noviembre de 2009

Detrás de la normalidad.


La ducha fría ha deshecho ya
el ardor consumado,
el sudor huye veloz por el desagüe,
los humores regresan
tras filtrar en el agua su disfraz.

Retorna la mirada perdida
y la normalidad.
La sonrisa no huye,
se incrusta rebelde sobre las cejas
No la doblega ni el hidratante
aplicado con ahínco.

El temblor se ha agarrado con fuerza
al guante de la tarde,
en silencio.
Se duerme entre tus dedos,
viaja lento,
sedado entre las horas,
jugando en el olvido,
en la desidia y la memoria,
camuflada la mentira,
la estéril normalidad.

No sabes cuándo,
Pero intuyes que el deseo
se despega en su cloaca
la máscara de sudor
y navega afilando
su quilla subterránea.
En sus colmillos se respira
de nuevo tu nuca mojada,
tu olvido,
tu desidia,
tu memoria,
tu mentira,
tu jodida normalidad.

2 de noviembre de 2009

El arte de la fuga.


Aquella era una herida que atravesó el frío
hundiéndose en la piel,
disolviendo su cicatriz en la sangre,
retando insolentemente a su causa,
contagiando el futuro como una maldición atávica.

Su pecado fue averiguar
que el miedo lo habían inventado otros.
Su condena,
descubrir que tenían razón. Su existencia lo probaba
cada vez que el viento del norte soplaba
y sus gargantas se llenaban.

Sin miedo, ya no supo qué hacer,
y su vivir se perdió entre pasos frágiles,
mirando de soslayo las serpientes.
Encarcelado pues,
en su propio paraíso.