29 de noviembre de 2006

Bálsamos en forma de ocaso.


OCASO EN HOLLYWOOD


Extracto del libro: IL VIZIO DEL CINEMA, de Gianni Amelio, director de cine italiano.
A propósito de la película: El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard), de Billy Wilder, 1950.

Me he permitido traducir del italiano este pequeño artículo que forma parte del delicioso ensayo de Gianni Amelio, porque a la hora de hablar de esta grandísima película sobre el mito, el arte y la decadencia humanas se me iban las palabras al infinito. Y realmente poco hace falta para destacar su grandeza.
Así, como en la película, a través de una anécdota, el autor viene a dar una pincelada certera sobre esta inmensa película de Wilder.
Dedicado a todos los que amamos esta película imprescindible de la historia del cine.


"No soy yo quien vuelve al cine, es el cine quien vuelve a mí". Parece que fue ésta la respuesta de Eric von Stroheim durante una rueda de prensa en la Paramount, antes del rodaje de "Cinco tumbas al cairo" de Billy Wilder. Corría el año 1943 y su última película como director, "La reina Kelly", se la habían quitado de las manos en el año 29 al tiempo que nacía el cine sonoro. Con el paso de los años, sobre todo en Europa, se ganaría el pan actuando, pero su estela de gran creador se había acabado para siempre.
"Fugitivo de Hollywood" era el nombre de un libro sobre su vida que leí cuando era niño. Sin embargo, el título original, tenía otro significado: Hollywood Scapegoat , es decir, el chivo expiatorio de Hollywood. Y es que de Stroheim (en palabras del autor del libro, Peter Noble) "se quiso hacer artificialmente un símbolo negativo, siendo escogido para espiar las locuras y las extravagancias de la ciudad del cine en los así llamados clamorosos años veinte (the roaring twenties) ".

Wilder lo veneraba, y con razón. Estaba aún en sus inicios como director cuando se conocieron, y le pareció un milagro poderle confiar el papel de Rommel en su película ambientada en el Sahara y rodado en Arizona (la citada "cinco tumbas al Cairo"). Se hablaban, imagino, en su lengua materna -procedían ambos de Viena- y Wilder desveló más tarde que el "von" que exhibía el maestro era una inocua coquetería: se hacía pasar por noble, pero había nacido -como Wilder- en un barrio popular, y su acento lo traicionaba... No sin embargo su porte, que le permitió exhibir dentro y fuera de la pantalla una autoridad al límite de la arrogancia. Despiadado consigo mismo y con su mundo en sus mutiladas obras maestras (Greed, The Merry Widow), intransigente hasta la autodestrucción, dilapidó el éxito como si fuese un arma corruptora y dejó a las generaciones futuras la obligación de hacer las cuentas con su genio.
El crepúsculo de los dioses no podía evitarle. La fuerza intacta de esta obra maestra está más allá de las vicisitudes que cuenta. Está en el retorno a las vidas de sus intérpretes. No sólo porque la Swanson y Stroheim se habían literalmente dejado vente años atrás sobre las cenizas de una película inacabada, sino también porque su moraleja humana, aún en lo degradante, tenía aún un aura de grandeza. En ello consistía la nobleza de Stroheim, director y actor. Y él mismo, más allá del "von", era consiente de ello. Wilder recuerda que durante su primer encuentro con él, buscando decirle algo que pudiera agradarle, hizo la siguiente observación " ¿sabe por qué, señor Stroheim, ya no le hacen dirigir películas? Porque usted se ha anticipado siempre diez años a su tiempo..." A lo cual Stroheim, glacial, contestó: " Veinte, querido, veinte..."

Gianni Amelio

La escena final, imborrable de la memoria de quien la haya visto, es una auténtica obra de arte...


Colaboración de Pe-jota.

Nos traes a tu blog no sólo una película emblemática si no a unos genios del cine, personas que no solamente brillaron en la pantalla si no que brillaron por su intelecto t buen hacer, cine en estado puro, capaz de asimilar la realidad y transformarla creando parábolas que no sólo reflejaron los tiempos en los que les tocó vivir si no que hoy en día podemos aplicarnos muchas de las reflexiones que nos propusieron, adelantados en su época, adelantados que los conviente en contemporaneos, reyes del celuloide, Billy Wyler nos hizo reir con su fina ironía en con Faldas y a lo loco, nos conmovió en Irma la Dulce, nos fascinó en Testigo de cargo, reflejó la otra cara del periodismo en Primera Plana, esto sólo por nombrar alguanas películas. Erich von Stroheim, leyenda del cine, director sobretodo recordado por esa magnífica Viuda alegre, que puede ser considerada como su única obra integra, Ya que los estudios no meterieron la tijera, pero el personaje en este caso supéró con creces a su obra y por último Gloria, Gloria Swanson, leyenda del cine, del mudo pasó al sonoro, desde 1915 en que debuta en la pantalla y su conversión en icono y mito de la mano de Cecil B. DeMille, hasta esa magistral Norma Desmond, en su último papel, en el papel de su vida, esa princesa Salomé, esa estrella retirada que pasará a simbolizar todo lo que de bueno y malo posee esta industria del cine, parábola del olvido, parábola sobre injusticias y deseperaciones, y el veneno de las cámaras, Y amigo mio esa bajada de la escalera del final de la película, esa escena que te deja petrificado, absolútamente magistral y grandiosa.Ahora mismo cierro los ojos y puedo rememorar con facilidad el rostro de Gloria avanzando hacia la cámara.....

27 de noviembre de 2006

Noches de esquiva humedad.

Recorremos juntos las calles mojadas, en silencio... Y no dices nada. Sólo se escucha el suave pisar de los zapatos sobre la humedad del suelo. Y ni me atrevo a mirarte. Ni casi a respirar cuando tus manos hacen ese sonido tan sordo al entrar en tus bolsillos. No, no decimos nada, teniendo tanto que decir. Y es que, a veces, sobran tanto las palabras. En mi cabeza suena tu mirada, y a veces ese extraño compás de Schumann, sincopado, atormentado, que se me clava en la piel mientras evito arañarme con el último envite de tus ojos. Las gotas nos circundan, ¿recuerdas? Comenzaron a caer atronadoras, amortiguadas por la física del sexo bajo las cremalleras. Y se lanzaron al desliz evidente, a la hora nocturna del escondite vano y las voces en el ombligo. Suena el eco gemido sobre la piel, sobre tu estrecho tálamo, bajo tu erizado vientre. No posaré mi mano, tan sólo mi voz y mi espasmo. Y sobre ellos, ese fondo oscuro de poseerme que casi nunca atisbo, que casi nunca atisbas... Sólo en esas noches de principiante sin luna.

22 de noviembre de 2006

Sevilla, mi Sevilla.

"Ir al atardecer junto al río de agua luminosa y tranquila, cuando el sol se iba poniendo entre leves cirros morados que orlaban la línea pura del horizonte. Siguiendo con rumbo contrario al agua, pasada ya la blanca fachada hermosamente clásica de la Caridad, unos murallones ocultaban la estación, el humo, el ruido, la fiebre de los hombres. Luego, en soledad de nuevo, el río era tan verde y misterioso como un espejo, copiando el cielo vasto, las acacias en flor, el declive arcilloso de las márgenes."

Luis Cernuda


Y volveré a ti esta tarde. Volveré a tus esquinas de silencio, a ceñirme con tu azul y a perseguir tu blanco... Y retornaré al mareo sobre tus aguas, al reflejo de la melancolía que se despierta sobre el verde. Y me dejarás sentir la sordina de la alegría y la sombra del recuerdo azul. Como siempre, me asaltarás con tu belleza, me amarás y te amaré. Y detrás de mis pasos guardarás, vestida de piedra, las voces de un pasado que decidí no continuar entre ellas. Te echo de menos muchas veces. En secreto te disfrazas de Madrid antiguo y me arañas con tu memoria... tantas veces. Pero no, ese asombro del alma, ese estupor, tan sólo vuelve al retornar a tu laberinto. Sólo cuando, de repente, al volver una esquina, al atravesar una plaza que tenía olvidada, me acuchillas la retina con tu torre infinita...

Te tengo tan descuidada, Sevilla mía... Y he decidido que estos días recuperaré mi imaginario íntimo contigo. Cuatro días para mí y mi familia. Dejarme cuidar y cuidar. Y también dejarme vivir a través de los hilos esa ciudad mágica. Y me dejaré caer en los abrazos de siempre, y en mis rutas fetiche, jugando a encontrar y a esquivar mis recuerdos. Pero sobre todo, y después de tantos años, me vas a dar nuevos abrazos, nuevas miradas, nuevos besos en la noche. Entre todos, en especial, uno... Él bien sabe... Hasta luego.

Música en conserva.

Ayer pasó por Madrid el pianista de origen indio Christian Zacharias, dentro del ciclo de grandes intérpretes del Auditorio Nacional. El programa escogido recorría algunas de las vértebras más significativas del repertorio romántico. A pesar de los vítores (la gente, como siempre, aplaude a los nombres más que al trabajo real de interpretación realizado y este señor, reconozcámoslo, tiene un nombre) la velada resultó de lo más sosa y aburrida.

Comenzar con una de las piezas clave del opus de Schumann, como son sus escenas para niños op 15, no es precisamente hacerlo discretamente. Y sin embargo, Christian consiguió deshacer ese encantador mosaico de poesía y ensoñaciones, y reducirlo a simples melodías tocadas en un (sinceramente) aburrido y engolado estilo. Nunca me gustó la música enlatada, ligera y lista para saborear. La música de Shumann exige sin duda más carácter poético, más inflexiones y matices que indaguen hasta la raíz de esa poesía hecha música, de las inmensas posibilidades expresivas de esta partitura que camina entre el juego y la ternura, el olvido y la inocencia, pero siempre por esas delgadas cuerdas del prisma de la melancolía. Lo mejor de la noche sin duda vino con la segunda obra, una de las sonatas primerizas de Beethoven, la número 4,.en la que supo encontrar acentos dramáticos y ritmos algo más inquietantes que en el resto de la noche. El tono romántico indudable de esta sonata que, sin embargo, aún arrastra el peso del formalismo clásico quizá sea el marco perfecto para que Zacharias se suelte y dé algo más de rienda suelta a su capacidad expresiva mientras la disciplina del pentagrama lo mantiene sujeto sobre las notas.
Mantenía la esperanza de que mi impresión fuera el resultado de una mala noche que podía aún recuperarse con Schubert, pero no fue así. Zacharias simplemente no está hecho para este repertorio. La penúltima de las sonatas del alemán ( D 959) es una de las más grandes composiciones pianísticas de todos los tiempos. Pero ciertamente precisa de una gran perspectiva y madurez para su interpretación. Como en otras de las composiciones últimas de Schubert, éste nos induce a acompañarle en un viaje interior que disecciona la existencia entre nieblas y oscuridades. La continua alteración de ritmos, humores, notas dominantes y melodías, estructuran un viaje lleno de luces y sombras, pliegues, grietas, belleza y misterio, abismo y vértigos... Las transiciones no pueden suavizarse. No pueden aclararse las sombras. Tampoco tornarse amables los precipicios. Zacharias, sin embargo, apuesta por una visión modulada en torno a la musicalidad, a la cristalinidad del sonido, limando con desatino las innumerables aristas que pueblan la partitura, dándoles una uniformidad que no tienen, negándoles el carácter de introspección humana que pretenden ser, evitando el acento dramático que salpica la obra en obligado contraste con los pasajes de dulzura. Su uso del pedal para suavizar los tránsitos, para disfrazar, casi esconder, esos maravillosos silencios (en los que se roza extraordinariamente la nada) que nos asaltan en esta partitura, terminan resultando hasta insultantes. El resultado pasó por aburrido y sofocante. Una pena ante semejante obra. Me dieron ganas de salirme de la sala, pero uno aún guarda respeto por el trabajo de los músicos. A este chico le hace falta revisar lecturas básicas de esta partitura, como las de Brendel, Pires, Horowitz o Planès, por orientarle en un abanico de muy diferentes posibilidades de interpretación, todas grandiosas. Sin olvidar el magnífico Schubert que se ha oído este año en el Auditorio de la mano de Richard Goode o Leif-Ove Andsnes. No, definitivamente la música enlatada con etiqueta de diseño y contenido standard no es lo mío.

21 de noviembre de 2006

Hostilidades

Hay días en los que, como hoy, me despierto desasosegado, apenas asimilando la señal que la mañana me envía. El café supo amargo, y las galletas no crujen como siempre. Y mis ojos se hacen pequeñitos, se quieren cerrar. Me vuelvo difícil. Nadie es amable, el mundo entero parece que quiere desmontar mi tranquilidad. Hostil. Así siento el mundo hoy. Y así también me siento a mí mismo. Hostilidad mutua. La barrera de mi piel es frontera peligrosa hoy. Agacho la mirada, porque podría escupir fuego por ella. Y, de verdad, no quiero. Las palabras, masticadas en la boca, se me llenan de espinas, y siento que nacen destructivas, destruidas, inútiles. Y quiero que me dejen de observar. Tampoco yo observo. Ya digo, bajo la mirada. Y me quiero ir, lejos de aquí, lejos de cualquier lugar. Donde no me encuentren. En la orilla de mi playa vacía. En mi verano perdido. Con mi sol amigo. Sol sobre la piel y piel sobre la arena que arde. Arden mis pies y mis manos sobre la arena. Sólo escucho el rumor de las olas. Y me pierdo en su humedad sensual. Me pierdo también en mi sueño, el elegido, el que se despliega sólo si estoy apartado de la vida. Me hago fantasía propia. Me alejo... Hoy, sólo quiero estar en mi playa y en mi verano. Mañana.... Mañana será otro día.

20 de noviembre de 2006

Críptica dominical.

Ya no soy yo quien habla por mi. Es la palabra quien habla por mí. La palabra, que me persigue y me toma, que me usurpa y me avasalla. La palabra que se descompone en mi deseo, en mi oscuro deseo. Deseo atravesado de palabra que en noches de luna sabrosa e inalcanzable huye conmigo entre las sábanas. Y me ciega, blandiendo su ardor incandescente sobre mi piel. El latido sordo de su herida hace brotar fuentes de sed inútil sobre la sangre, pero en esas tardes de olvido regresa heroico, para rasgarme el aliento sin remedio en una parada de autobús. En la última parada de autobús. Regresa desnudo, anudado a esa esquina que la reflexión de los domingos tristes esconde bajo la sombra de las ramas levemente agitadas. Regresa en fin para descargar su física asfixiante sobre mis dedos ateridos. Y se desliza sigilosa sobre la voluntad esquiva, para conquistar el espacio de mis vísceras plegadas. La palabra, esa palabra, roza mis actos con violento coqueteo y respira por mis poros diminutas burbujas de aliento sin regreso enamorado. Y así, se abre la fuente. Sobre piel y sangre. Sobre sexo y boca. Y se desploman en el aire las palabras que escriben nombres y colores, lugares y estaciones, párpados sobre la noche y veladas caricias inconfesas. Sólo permanece UNA, sobre la noche y sobre el recuerdo, Teñida de necesidad y latidos. Imborrable en tu mirada. Inconfesable en la mía. Tú.

17 de noviembre de 2006

Críptica del amor sórdido


Al inicio de la noche oscura les podrás observar. Ahí donde el frío hace quebrar el hielo, y la tierra salada llena de cristales las aceras. Los verás precedidos de un ejercito de furgones de la limpieza escupiendo latidos de luz en las paredes y en los corazones. Estos amantes sigilosos se esconden en portales dormidos, y esculpen el suelo inerte de caricias derramadas. Si te fijas, verás bañar sus gargantas de ámbar dulce y espinas curvas. Mientras, el aire descansa en las ventanas con espesa intención, y sólo su tenue latido de chapa sobre granito conseguirá besar el momento previo. Los operarios proceden con sus guantes, barriendo esquemáticos la huella de las lenguas sobre el pincel de carne. En sus manos se refleja la mirada de cien gatos que escrutan el sexo entre los plásticos de futuros reciclajes. El lamento del éxtasis será el único que labre las filas interminables de ladrillos. Será el único, el único sobre la grama urbana. Su aliento quedará inerte entre las escobas, y descenderá para gritar a todos que, una vez más, la noche volverá a degustar su secreto triunfo de segundas intenciones.

14 de noviembre de 2006

El otro engranaje.



"Y bajo los congresos, las giras, rodajes,

las ferias agrícolas y convenciones,
gira inexorable el otro engranaje,
la noria invisible de las transgresiones."
Jorge Drexler


La noria invisible que gira en nuestra cabeza. La sutil tentación de trasgredir. La transgresión misma. Esa otra vida que todos llevamos dentro. La vida en constante duda, en perpetuo caminar por un borde de vértigos, por un acantilado de afilada arista. La vida a un lado y la no vida al otro. Y las nubes que arrecian. Porque siempre arrecian. Porque incluso en la mayor de las felicidades, siempre está ahí el abismo de la necesidad de saber qué hay bajo la escarpada arista.

La necesidad inexorable que siempre impulsa, que empuja esa débil concepción de lo que somos. ¿somos lo que somos, o también lo que no somos? ¿por qué somos? Vivimos en perpetua elección, en un continuo abandono de vías que no sabemos dónde llevan, que se pierden el el horizonte difuso del abismo. ¿Por qué debemos elegir? ¿Hemos elegido bien?

La vida es un universo infinito, y a medida que lo vamos viviendo, más conscientes somos de lo infinito que es, y también de lo ínfimos que somos nosotros. Y así, se va abriendo poco a poco esa brecha inmensa entre la realidad consciente y lo que no sucede, que pasa a ser olvido, y a veces deseo. Imposibles que nos empequeñecen ante el gran sin sentido de vivir tan poco, tan pequeños. Tan pequeños, y tan inconscientes de nuestra pequeñez. Pero a la vez, cada elección, cada irrepetible camino elegido, a pesar de dejar atrás otro universo, nos regala uno único, grande, sin igual, que con frecuencia no admite otros para ser vivido.

La vida está hecha de renuncias, pero cada renuncia implica una ganancia: la de vivir de forma plena el camino elegido. Es una cuestión de calidad, de asunción de nuestra humana grandeza, de nuestra humana miseria. Los otros universos siguen ahí, y para ellos quedó el mundo del deseo y los sueños, la literatura y la palabra, la mente y los instantes de (in)visible transgresión... ¡Qué sería la vida sin ellos!

13 de noviembre de 2006

Dolce Vita en Barcelona.


Días de relax y diversión...
Barcelona tomada por el espíritu republicano en varias exposiciónes (tremenda la del archivo fotográfico de Centelles)
Los catalanes, excepcionalmente acogedores, nos han tratado muy muy bien, como siempre. Me siento como en casa en esta ciudad... Intento hacer de urbanita con glamour por el Passeig de Gràcia y acto seguido me transfiguro en espíritu libertario.
Fins aviat, amics.

8 de noviembre de 2006

Crucigramas.

Siempre hubo un hilo de palabras entre nosotros. Tú aparecías y desaparecías, estabas o dejabas de estar. Pero tus palabras siempre trazaron un rastro. A veces torcido, intermitente otras, pero siguiendo una dirección que, a la larga, nunca se detuvo. Sí, siempre plagaste de palabras el camino. Quizá porque sí te espantaba el vacío, aunque pretendieras que no.
Pero al final te fuiste. Durante algunos meses el vacío tomó forma y casi se hizo tangible... No, claro que a pesar de ello no olvidé. Además, siempre fui hábil para seguirte la pista: amigos comunes, sospechas, evidencias de tu tímida, pero existente, vida pública... Todo me sirvió de ayuda, usado con inteligencia. Era difícil, pero no imposible. Tampoco fue un buen momento para ti, lo he ido sabiendo, casi adivinando. Me ha servido el hecho de que nunca hayas dejado aquel trabajo, casi afición, de escritor de crucigramas en un periódico local. Admito que tardé algunos meses en darme cuenta. Antes, ¿recuerdas?, solía hacerlos siempre por sonreírme con las palabras que introducías inspiradas en las cosas que nos pasaban. En los últimos tiempos, sin embargo, ya casi no lo hacía, o lo hacía muy poco...

Fue hace un par de meses, al observar a mi hermana hacer tu crucigrama, cuando surgió aquel nombre propio (5 vertical, 8 letras). Aquello me hizo pensar. Comencé a devorar la página de pasatiempos día a día. Intenté incluso recopilar todos los ejemplares anteriores que pude. Cada día, una palabra, siempre en el vertical 5. Las palabras parecían tener sentido si las encadenaba cronológicamente. La frase, lo descubrí al ir componiendo los más antiguos, era siempre la misma, que se repetía una y otra vez. Era una cita de mi libro favorito. Algo inocente, pero que me martilleaba la cabeza... ¿Casualidad o intención?

Hace ya demasiado que he olvidado las razones... Quizá porque durante mucho tiempo pensé que sólo las tuviste tú. Ahora, supongo, también las tengo yo. Y sin embargo, aquí estoy, descifrando tus crucigramas, inventando nuevas razones para creer que existes otra vez.
Hoy, de casualidad, he descubierto que esa misma cita la escribí como inicio del primer mensaje que te envié, cuando nos conocimos. Para ser sinceros, lo había olvidado. ¡Se olvidan tantas cosas por obligación! Al toparme con ella de bruces, una indescifrable catarata de palabras se ha desmoronado por mi garganta, ahogándome por un instante. Todas esas palabras han terminado esparcidas por el suelo y se han transformado, cada una, en una misma palabra, repetida. ¡Hay tantas palabras que cada día se transforman en esa única palabra! No creas, también me he dado cuenta que, en el vertical 3, repites siempre un mismo vocablo (al menos aparentemente): 5 letras, comenzando por D. Y yo, como un tonto, intento encajarlo sin éxito, día a día: DESEO. Pero nada, nunca encaja... Menos mal que mi lapicero es largo y siempre lo mantengo afilado. Debe ser cuestión de seguir intentándolo.

6 de noviembre de 2006

La sonrisa de Sergio



"Luz e progreso en todas partes...,
pero
as dudas nos corazós,

e bágoas que un non sabe por qué corren,
e dores que un non sabe por qué son."
Rosalía de Castro.


Sergio baja con lentitud los escalones de la parada del metro. Va con el tiempo algo justo para llegar a la estación de autobuses y tomar el suyo, pero a él nunca le ha gustado apresurarse. Los dos días en Madrid han discurrido entre agradables y divertidos, y ha hecho prácticamente todo lo que tenía en su agenda mental. Cada vez es más habitual en él venir a la capital a pasar el fin de semana. Desde que conoció a Jaime. Se queda en casa de él, y suele aprovechar la estratégica situación de su apartamento y su hospitalidad para huir del aburrido panorama que le depara Cáceres, donde las mismas caras y la ausencia de cualquier novedad de ocio le auguran horas de sofá y televisión. A Miguel le gusta así, y además detesta las grandes ciudades. Por eso, rara vez le acompaña. Después de ocho años juntos, han decidido dejarse algunos fines de semana libres para que cada uno pueda dedicarse a sus aficiones no compartidas. Es una costumbre que ha mejorado aún más su relación, disminuyendo los escasos, pero cada vez más frecuentes encontronazos que antes solían tener a causa de los planes del fin de semana.
Sergio se detiene un momento en medio del andén. Su maleta naranja en una mano, guarda sus nuevas adquisiciones de las tiendas de la calle Fuencarral. En la otra, una bolsa de plástico blanca con pasteles, de los que le gustan a Miguel. Mira el reloj con parsimonia, pensando que ha dormido poco, esperando poder echar una cabezada en el autobús. Ayer volvieron tarde de marcha. Él, Jaime y toda su pandilla, de la que se ha hecho ya uno más. Jorge se acercó ayer un poco más de lo habitual. Siempre ha pensado que Jorge le miraba de una forma especial, aunque él siempre ha mantenido la distancia. Ayer, sin embargo, por alguna razón, rompió esa barrera, y lo cierto es que encontró agradable charlar más con él. Recuerda por un instante su aliento en el oído, intentando hacerse entender sobre la música de la discoteca. No está seguro de si llegó, en algún segundo olvidado, a tocar con sus labios el lóbulo. No, no lo recuerda. Se despidió de él con una sonrisa. La sonrisa empaña las horas de compras, charlas y paseos por las avenidas de Madrid, y le hacen repasar con incisivo ánimo de exploración los mejores momentos del viaje.
El tren está ahora entrando en la estación. Al pasar junto a él, el contacto de la máquina con los cables de la corriente eléctrica emite un terrible y seco chasquido. La chispa que se desprende, se queda grabada en su retina, y levanta de su mente por un instante ese barniz impermeable de su sonrisa. Esa que le imprime una opaca y espesa fachada de chico cariñoso y agradable. Sergio no habla mucho de lo que ocurre bajo esa piel. Ha inventado una intimidad paralela, que es la que muestra a los demás. Pero el chasquido del metro acaba de desencadenar, misteriosamente, una especie de liberación. Lo primero que se libera, con fuerza, es esa melodía que lleva sonando en su cabeza, sin que pueda evitarlo, todo el fin de semana. La misma que suena ahora, por elección propia, en sus auriculares: una morna de Cesaria Évora, que comienza a liberar la melancolía infinita que lleva habitando el fondo de su pensamiento estos días. En ambas, morna y melancolía, un nombre: el mismo que da vueltas y que lleva rozándole las esquinas del pensamiento durante meses. Ese nombre arrastra la oscuridad de detrás de su sonrisa, donde vive escondida de forma imperceptible. Otro fin de semana sin verlo, piensa. Una melodía, y la ausencia de mensajes en estos dos últimos días. Dentro del vagón, ha tenido suerte y ha encontrado un asiento. Son muchas paradas y lo agradece. Deja la maleta a un lado, mientras el chasquido de hace unos instantes, como una piedra lanzada sobre un lago tranquilo, comienza a ejercer su efecto concéntrico sobre el pensamiento. Morna y ondas, que revuelven el poso de sus entrañas con suave amargura. Morna, chasquidos y un nombre. Y la ausencia que toma lugar, justo en el centro de su vida perfecta, devorando furiosamente la imperturbable sonrisa con la que se disfraza. Espera, como única razón de su viaje, un correo electrónico al llegar. Sí, besará a Miguel y pondrá una excusa para conectarse unos minutos a la red. Es posible que me haya escrito, piensa. Y el vagón, de repente, se convierte en la cárcel más oscura que pueda imaginar. Sergio aprieta con fuerza la bolsa de los pasteles, mientras desde su ojo derecho, inevitable, una lágrima inmensa y redonda le cruza la mejilla, quemándole la piel.

3 de noviembre de 2006

La vida es un Milagro

Suelo escuchar música pausada por las mañanas. Sin embargo hoy, por alguna razón, saltó a mi mp3 una de esas canciones trepidantes de las películas de Emir Kusturica. Iba a cambiarla cuando vi que mi voluntad se resistía... Sentí que mi cuerpo la necesitaba y seguí adelante con ella en medio de la multitud gris que, como yo, se dirigía al trabajo.


Life is a Miracle...

Life is a candy with a red hot chilli pepper filling inside
Life! are you ready?, you'll be a butterfly in the ultimate fight
Life treats you gently like Virgin Mary but then strikes back like Chriss Eubank
Life, it is full of surprise, crossroad to hell or paradise
But little did I know, mr Preacher man, what real life could do and shit could hit the fan
Life is beyond peace and war, destiny and God, I remember that time...
...when life was a miracle
as if Zidane plays for Liverpool
Life is a business risky and confused
God gave you a deal that you cannot refuse
Life is terrorism, globalism, optimism
give peace a chance, give war romance
When life was a miracle and pigs might fly that was credible
But little did I know mr preacher man, what real life could do and shit could hit the fan
Life is beyond peace and war, justice and crime
Do you remember that time when life was a miracle...


Y es que la vida da muchas vueltas. Día a día, semana a semana, mes a mes. Llena de trampas e ilusiones, de grandeza y debilidad, de locura y pasión, de dudas y aciertos... de incertidumbres. Un auténtico laberinto cuya exploración más se parece a veces a un viaje en una montaña rusa, acelerada por el ardor o la melancolía, según los días, pero siempre tocando el vértigo con los dedos. Ese vértigo que me ha llevado a recordar esta película. Una película que quizá resulta reiterativa ya que desde la fascinante "underground" poca cosa nueva nos ha descubierto el director Serbio. A pesar de todo, mi querido Emir sigue haciéndome sentir el milagro de la existencia y del júbilo de vivir cuando veo sus trabajos.

Life is a Miracle supera con más dificultades que otras películas suyas la inicial grandiosidad con la que está concebida. Aún así (a riesgo de ser una opinión absolutamente personal) a mí me convence. Kusturica desata en ella su fantasía surrealista hasta el límite, con todo lo malo y lo bueno que ello conlleva. Así, la historia sufre continuos desvaríos, dispersando la atención del espectador con facilidad en un sinfín de barrabasadas fílmicas que no tienen mucho sentido. Pero el despliegue de esa galería de personajes disparatados y llenos de vicios y cualidades humanas se me dibuja como un fresco extremadamente personal de la historia del mundo.

La locura, esa divina locura, toma el poder del guión, y a pesar de ello, Kusturica consigue una cierta elegancia argumental y estética. Él es un narrador nato y logra hacernos sentir con fuerza esa naturaleza humana imperfecta, donde la mezquindad de la corrupción y de los más bajos sentimientos humanos se mezcla con los más altos sentimientos, haciendo latir con insistencia ese milagro grandísimo de la existencia. Nos dibuja así una guerra de los Balcanes muy particular, crítica desde una óptica muy de humor y sutileza a la hora de denunciar la visión del conflicto que se dio desde fuera, y con el acierto de nunca juzgar a nadie. Kusturica no retrata vencedores ni vencidos, tan solo víctimas. Y a pesar de la dureza del contexto que nos retrata, siempre encuentra una ventana, un respiro, para hacer una exaltación de la vida y del hombre, a veces ruin, pero siempre capaz de amar.

El sexo y la ternura se convierten en absolutos redentores en este conmovedor relato antibelicista. En la crudeza más desoladora, el amor voraz e inevitable de repente se erige como razón única y desatada frente a la sinrazón. Siempre me conmovió la habilidad de Kusturica para dibujar personajes bastante soeces y primitivos, pero capaces de albergar sin fisuras una ternura infinita a la hora de amar. Todo un sentido homenaje a lo más noble que podemos expresar como seres humanos: el perdón, la tolerancia, el deseo... La Humanidad (con mayúsculas) queda reflejada, en su grandeza y su miseria, en su imperfección y su belleza. De la destrucción a la creación, de la violencia a al amor, siempre en ese sentido, siempre desde ese origen hacia ese fin. Quien la haya visto, no podrá olvidar jamás esa escena de Luka y Sabaha volando en su cama sobre las montañas de Eslavonia.

La música, como siempre en sus películas, es un personaje más, vertebrador de locura y danza, de sexo y violencia, de arrebato y lujuria, de esenfreno, de vida al fin...
Y es que, aunque muchos se empeñen en dinamitarlo, la vida, desde luego, es todo un Milagro. Susúrrenlo despacio, en sus despertares, en sus viajes al trabajo, en la hora de la comida, al contemplar el ocaso... Life is a miracle, life is a miracle, life is a miracle... nosotros con ella, de alguna forma, también lo somos.

1 de noviembre de 2006

De Libertinos y Difuntos

Me resulta curiosa esta costumbre tan de nuestro país de celebrar esta fecha de todos los santos y difuntos con representaciones del Don Juan, en sus diferentes versiones. Pero es que este delicioso disoluto no deja de ser un anarquista de la moral, todo un iconoclasta, al que (en fin) la historia se encarga de castigarlo y llevarlo a los infiernos (decididamente la parte más aburrida de la historia, claro). Un rey del "usar y tirar" al que secretamente, en algún momento, hemos envidiado todos, salvo los que piensan que el pobre en el fondo vivía en una apesadumbrada soledad de espíritu. No sé yo, pues en el transcurso de la historia es sin duda el que mejor se lo pasa. En el fondo, el Seductor con Mayúsculas consigue ejercer su magnetismo sobre el espectador. Su gentileza, su elegancia y su estilo luchan contra el ánimo de venganza que va creciendo poco a poco en las víctimas, pobres ingenuas presas de un amor que no es más que placer, necesidad de poder y juego, menos intencionadas seguramente de lo que imaginan.
La versión de Molière fue adaptada por Lorenzo da Ponte para ser libreto de una de la más aclamadas óperas de Mozart.
Don Giovanni
encuentra en la música de Mozart un molde perfecto, y la historia halla un apoyo mayúsculo para ejercer su poder, ya que como en ninguna otra ópera, Mozart compuso aquí una auténtica caja llena de engranajes que funcionan a la perfección. Cada personaje está perfectamente delimitado por una impronta musical propia durante toda la obra, que define con precisión sus rasgos principales y simbólicos. Después, la tensión dramática, el
desatado espíritu libertino de Don Giovanni, la acumulación del ánimo de venganza de los personajes, el oscuro duelo del comendador y sus repercusiones, se van hilando en un ejercicio asombroso de creación dramática, que llega a su culminación con la escena del Comendador, que vuelve de entre los muertos para vengar su propia muerte en defensa del honor de su mancillada hija Doña Ana. Don Giovanni, que no vive más que para el hedonismo absoluto, no teme en ningún momento la muerte en pago del no arrepentimiento de sus actos. Este libertino no teme a la muerte, pues jamás ha reflexionado sobre ella. El giro interesante de Mozart aquí para mí gusto, es su desvinculación de la lección moral que pretende ser el castigo del Comendador. A pesar del añadido final, claramente forzado, la intención de la notas es (nítidamente) otra. La escena del Comendador (absolutamente magistral) nos muestra más un personaje que se lanza a la muerte sin temor, pues ha vivido en el error (que no pecado) de no haber pensado jamás en ella. Y cuando le llega de frente, en forma de estatua de piedra que le condena, aún se niega a pensar que existe. Es más la pérdida de un sentido para la vida el que mueve a Mozart para guiar a este personaje, para el que incluso es capaz de tener piedad en el punto más álgido de la acción dramática. Tanta seducción, tanto magnetismo, tanta caballerosidad, tanto honor y valentía... para nada. Creo que es la forma de verlo que el músico refleja en la obra.

De los diferentes montajes que conozco, me he decidido por éste, que forma parte de la película Amadeus, de Milos Forman. Porque es una de las que más acertadamente se acercan a la intención de la partitura, y de las que resultan más dinámicas y con un dramatismo más creíble. Es una pena que justo se corte en el momento final del descenso a los infiernos de Don Giovanni. No encontré otro vídeo con la escena, lo siento.
Por otra parte, el acierto de hacernos ver la obra de Mozart desde una perspectiva de uno de los pocos que contemporáneamente podía ser consciente de la grandiosidad de la música de Mozart, y que, al mismo tiempo, le odiaba por ello, constituye un acierto a la hora de transmitirnos el sentido de sus obras. Esa presencia en secreto de Salieri en todas las representaciones de Don Giovanni, conmovido por la belleza de la música, al tiempo que luchaba por que la eliminaran del teatro, en su simbolismo de imperfecta humanidad, de síntesis de la miseria y de la grandeza de las personas, es algo que siempre me emocionó, que me sigue emocionando, que me emocionará para siempre.
Sólo escuchen, y vean...

Para quien quiera una versión completa de la escena, pueden verla aquí. Es uno de los Don Giovanni recientes más interesantes, el de Bryn Terfel.