28 de febrero de 2007

La Ville-Lumière

La noche que llegó Inés, sólo mi hermano Sergio estaba en casa, así que cuando el resto llegamos, ya estaban los dos allí charlando animosamente en la salita pequeña. Nunca me contaron las razones por las que apareció, o quizá era yo muy pequeña aún para poderlas entender. Desde el primer instante, ella me fascinó de manera poderosa: su larga melena oscura, sus ojos profundos y tristes, ese lunar sobre el labio, como una actriz de Hollywood. Vestía una gabardina de corte masculino, que llevaba con una indiscutible elegancia y misterio. Sí, Inés fue siempre para mí una mujer llena de misterio. Sin duda lo que más me gustaba de ella era cómo se colocaba aquella boina oscura de manera ladeada sobre su cabeza. No he vuelto a ver a nadie hacerlo como ella.

Inés venía de París, lo cual me llenaba de curiosidad. Cuando los mayores nos dejaban, siempre aprovechaba para preguntarle cosas. Cómo eran las avenidas, cómo eran los parisinos. Pero sobre todo le pedía que me cantara, que me cantara "la vie en rose", porque ella la cantaba como nadie, con esa voz tan oscura suya. ¡Inés era tan elegante! . Es cierto que siempre la rodeaba un halo de melancolía, de gravedad, pero a mí, todo lo que hacía y decía me parecía absolutamente fascinante. Cuando me llevaba, a veces, de paseo al centro, me describía con tanta precisión los Boulevards, los cafés, los paseos junto al Sena, que Madrid casi se transformaba y adquiría mucha más luz, más brillo, más glamour...

Íbamos con frecuencia a pasear al puente de Toledo, y me decía que aquello no era nada comparado con los puentes de París, que dónde iba a parar. Que en París el río era inmenso, y en las orillas se alineaban puestecillos de libros usados, y que por las calles se escuchaba música de acordeón, y que estaba plagada de gente muy elegante y moderna, y que se podían ver las chicas con la ropa más provocativa del mundo. Solíamos caminar hasta la cuesta de la Vega, y contemplar allí la puesta de sol. Era entonces cuando me solía hablar de su novio Michel. Que era muy moreno y guapo, y mucho más amable que los españoles, que le enviaba unas cartas larguísimas y llenas de cosas bonitas, que en francés, sonaban aún mejor. Michel era conductor del metro. Porque el de Paris era un metro con muchas líneas de muchos colores, muchas más que aquí. Y Michel le enviaba fotos que tomaba en muchas de las paradas por las que pasaba, y eran unas fotos preciosas. Y siempre terminaba tarareando "la vie en rose" mientras el sol se ocultaba tras los árboles de la casa de campo.

Un día, Inés dejó de venir. Aún era yo una niña, y no consigo recordar muy bien qué pasó. Mamá dijo que ya no volvería nunca. Sé que lloré mucho, y recuerdo que mamá me abrazaba con fuerza, pero que no decía nada. Nunca volvió a decirme nada, simplemente, nunca volvimos a hablar del tema.
De alguna forma creo que, a pesar de que nadie me lo confirmara, imaginé que Inés se había ido al final a vivir con su Michel. Pero no podía perdonarle que se hubiese ido así, sin despedirse de mí. Un poco a causa de aquello, París se transformó para mí en la ciudad más triste del mundo, y prometí que nunca iría. Pasó el tiempo y no llegaron cartas, ni ninguna de aquellas fotos que tomaba Michel por las estaciones de metro.
Yo fui olvidando poco a poco a Inés, y a Michel, y los boulevares de París, y las chicas francesas por la calle. Hasta que un día dejé de pensar en ellos, y de recordarlos. París pasó a ser una ciudad en la sombra, que siempre me transmitía una indescifrable melancolía cuando se cruzaba conmigo en las novelas, o en las películas.

Muchos años después me otorgaron aquella beca para terminar mi doctorado en La Sorbona. No era mi primera opción, pero era una oportunidad muy interesante, que no podía dejar escapar. Entonces, de repente, los recordé a todos, después de tantos años en el más absoluto olvido. Fue aquel día que recibí la noticia y comencé a imaginar mi estancia allí. Inés, Michel, y todas aquellas historias de la ciudad que había escuchado de sus labios entraron en mi cabeza como una cascada imparable.
Corrí a preguntarle a mamá por ella. Al principio pareció no recordar quién era esa Inés. Luego sí (también como yo) de repente, pareció recordar. Un gesto sombrío la recorrió al hacerlo.

- Eras tú tan pequeña, hija... que no quisimos decirte nada, como le cogiste tanto cariño... ¿pero cómo es que te has acordado de ella ahora? Hace ya muchos años que pasó todo-
-No sé, supongo que como ella vino de París, y me contaba siempre tantas cosas de allí...-
-¿De París? No, hijita, qué cosas... Inés no había salido nunca de Madrid... Leía mucho, eso sí, y tenía mucha imaginación... Pero, qué cosas, ¡así que te hablaba de París como si hubiera vivido allí! Qué chiquilla, la pobre- y le brillaron los ojos un instante-
-Sí, ella me hablaba siempre de París... y me cantaba "la vie en rose", la cantaba tan bien-

Al parecer, Inés tenía una personalidad mucho más autodestructiva de lo que parecía, o de lo que yo suponía... Su novio la había dejado unos días antes de casarse por una chica con la que, al parecer, se había marchado fuera de España.

-¿No recuerdas su nombre, mamá?-
-Menudo sinvergüenza era ese Miguel. Sí, así se llamaba, Miguel-
-Apuesto a que huyeron a París-
-No sé, es posible. En aquella época mucha gente se iba a Francia a trabajar-

Inés quedó muy afectada después de aquello. Fue en aquella época cuando, al parecer, frecuentó tanto nuestra casa. Nadie consiguió borrarle la tristeza de la pérdida de Miguel, y terminó la pobre suicidándose con una sobredosis de pastillas. A mí, decidieron no decirme nada.

Hoy he decidido bajar desde la Cité Universitaire hasta la biblioteca de la Sorbona a pie, a lo largo de la rue Saint Jacques. De repente me ha llamado la atención un pequeño centro cultural de barrio en el que nunca había reparado hasta hoy. La razón, que exhibían una muestra de fotografía de un desconocido autor local, un tal Michel Dévigny. El cartel es bastante grande, y destaca mucho más que la discreta placa de información que anuncia la presencia del centro. En él, aparece una de esas bonitas paradas de metro art-nouveau fotografiado con una luz muy especial: “Une vie au métro-lumière”. Me he animado a entrar.

La exposición es curiosa, y muestra fotos de distintos lugares de la red de metro parisina, en blanco y negro fundamentalmente. Tomo uno de los folletos, y leo que la retrospectiva se realiza al cumplirse un año de la muerte de Michel Dévigny, fotógrafo aficionado cuya principal ocupación era la de conductor de trenes en el metro, y que dedicó parte de su vida a retratar con evidente poesía los rincones más anodinos del suburbano, transformándolos en verdaderas obras de arte que, gracias al trabajo de un grupo de amigos, han podido ser catalogadas y ordenadas para rendir homenaje a este hasta ahora desconocido artista. No puedo evitar pensar en el Michel de Inés. En ese Michel fruto de la fantasía o de un canalla Miguel transformado por la bondad de una chica desesperada a la búsqueda de otra realidad. Inés no encontró otra realidad... ¿o sí?. La inquietante última fotografía muestra la silueta de una mujer de espaldas, de cabello largo y oscuro, envuelta en una gabardina de hombre, subiendo unas interminables escaleras incrustadas en un blanco túnel de baldosines. El inequívoco toque de su boina ladeada no me deja lugar a dudas. En el hilo musical, Edith Piaf inicia su “vie en rose”. Sí, es ella. Desde esta mañana siento como entonces su presencia. Paris vuelve a ser la ciudad de la luz, la ville-lumière.

24 de febrero de 2007

Drexler Dixit


Jorge Drexler

Aún con el mareo encima, fruto de la embriaguez de las palabras y de la música. Del contexto y la cercanía. Un concierto nacido de la sencillez y la elegancia, con todo el compromiso humano que tienen sus palabras. Porque es en la cercanía de un concierto así, pausado pero desde la emoción, donde las palabras más llegan. Y él tiene muchas para regalar. Palabras que sitúan al hombre en el siglo XXI, pero nadando contra corriente, buscándose y equivocándose en el intento. Un hombre que tiene como arma su cuaderno en blanco, pasando página de las frases erradas, apostando siempre por el presente y el futuro desde el necesario pasado. Un cuaderno, en definitiva atravesado de belleza y reflexión. Un hombre que usa la duda como herramienta y no como pudor. Un hombre en fin que ama y que vive, y que se deja recorrer por la física del amor y de la igualdad, porque entiende que sólo ellas nos redimen, que sólo ellas nos dan algo de sentido. Pero al mismo tiempo asume su debilidad para errar en el camino de conseguirlo. Es por ello un hombre que se sabe imperfecto, que reconoce la necesidad de la oscuridad y del crecimiento, fiel a sus instintos y consciente de ser un átomo minúsculo en el mundo, pero capaz de ser bello, y capaz de dar belleza. Un segundo de luz en la nada, pero consciente de estar ese breve momento compartiendo espacio y tiempo con otros, en lo escaso y a la vez infinito de la existencia. Ante todo determinado a ejercer la responsabilidad de no dejar de luchar en un mundo injusto, devorador, complaciente y egoísta. Planeando peligrosamente en las curvas del intento, pero sin dejar que su esperanza enmudezca.
Es una visión del mundo que comparto plenamente, que intento ejercer, y que por ello me llena de profunda emoción ver transformada en música y poesía. Ayer, desde mi asiento lateral en el ateneo de cc.oo. asistí uno de esos pequeños instantes de privacidad que para un cantante deben tener momentos así. Pegado a las bambalinas, curioso y lleno de orgullo, su hijito le observaba con atención. A él le dedicó la última canción... Y a él se abrazó nada más salir. Un abrazo que me confirma que lo suyo no es palabra vacía, sino inevitable pasión por la existencia.

22 de febrero de 2007

Maitia nun zira?

Una canción dedicada a todos los blogueros de Euskadi que sé que se pasean por aquí, y por los que tengo una predilección especial, por su sensibilidad y por su mirada. Porque, no sé por qué, me resultan todos muy especiales. Para ellos esta maravillosa canción popular que supongo que conocerán, en versión de la impresionante voz de la Portuguesa Dulce Pontes acompañada de la no menos impresionante Trikititxa de Kepa Junkera. Uno de esos milagros de colaboración entre artistas de lo que se llaman "nuevas músicas" y que no es más que la renovación de la música más auténtica y la más enredada en la raíz de los pueblos...



Maitia, nun zira?
Nik ez zaitut ikusten,
ez berririk jakiten,
nurat galdu zira?

Hainbat kanbiatu da
zure deseinua.
Hitz eman zinerautan
ez behin, bai berritan,
enia zinela!

Hainbat kanbiatu da...



(Cariño, donde estas?
yo no te veo
ni se noticias tuyas
donde te has perdido?

Tanto ha cambiado
tu deseo.
Me prometiste
no una vez, sino dos veces
que eras mia!!)

19 de febrero de 2007

Victoria de la sinceridad


Juegos secretos, Todd Field, 2006


No es la primera vez que un cineasta viene a hablarnos de la insatisfacción. Tampoco es la primera que se nos ofrece un retrato de lo que esconden detrás de si muchas de esas familias perfectas de la clase media americana. Otros lo han hecho antes, y quizás con más éxito.Y sin embargo, la mirada cautivadora de Todd Field me ha emocionado este fin de semana. Y no por abrirme los ojos a nuevas historias o por la originalidad de su propuesta, que no lo es en absoluto. Pero consigue ofrecer un retrato muy sincero de unos personajes a la deriva vital. Un hecho casual, que cruza la vida de dos personas, aparentemente felices e integradas en sus aparentemente perfectas vidas familiares, que de repente comienzan a bordear peligrosamente el filo de sus inmensas debilidades, en una historia relatada en un poderoso in-crescendo que nos atrapa por la rotundidad de un guión muy sólido y unas interpretaciones de gran nivel. En el fondo, sobran muchos de los detalles que Field se detiene a incluir en el fresco, pues es quizá demasiado redundante la insistencia en un retrato de los vicios de la sociedad americana que nos suena un poco a déjà vu. Pero las interpretaciones de Jackie Earle Haley y Phyllis Sommerville como madre e hijo (pedófilo recién salido de la cárcel que vuelve a la casa materna ante la oposición de toda la comunidad) que se convierten en diablos que todos pretenden exorcizar sin concesión alguna como medio a dejar libres sus conciencias, y que planean con su historia a lo largo de toda la película, como un referente que la articula, no deja indiferente a nadie, que sentirá en su propia incomodidad, en su propia duda interior, un elemento más de una crítica del lado oscuro de la naturaleza humana que ejercemos con demasiada superficialidad, casi como un espejo donde arrojar basuras propias y ajenas que son más fáciles de eliminar higiénicamente así, que de afrontar.
La historia central es la de una infidelidad. Una de tantas a las que hemos asistido en la historia del cine. Y sin embargo, hay algo en ella que nos atrapa. La serenidad con la que ambos protagonistas afrontan sus personajes no nos deja indiferentes. Kate Winslet nos brinda una Sarah madura y arrojada, profundamente apasionada y cegada ante un hombre que le abre la puerta a la luz de la vida, y que la coloca en la la contemplación de su propia (otra) miseria existencial. Pero consigue hacerlo sin estridencias y con evidente verosimilitud. Patrick Wilson también convence en su papel de Brad, "amo de casa forzoso" que descubre que la vida puede ser mucho más estimulante y satisfactoria de lo que llevaba mucho tiempo sin sospechar, al tiempo que consigue también estimularnos a muchos con sus generosas escenas de "baño" y "cama". Al final triunfa la sinceridad de un amor que surge poderoso, arrasándolo todo, devorando la realidad misma. Esos momentos en los que la felicidad los atrapa, bajo la única mirada inocente de sus hijos pequeños, testigos vírgenes que no juzgan, pero que son conscientes de muchas cosas (no en vano la película se llama en su versión original little children) más allá de lo que la historia nos deja ver, son verdaderamente conmovedores. Pero, en fin, pronto el prejuicio y las reglas se apoderarán de ellos (muy interesante cómo hace el director coincidir este germen de la culpa, con la escena del pedófilo que se dispone a usar la piscina pública ante la alarmada oposición de todos sus ocupantes). Algo se quiebra, y el peso de la responsabilidad, de las coincidencias ahora adversas, la seguridad vital, la falta de expectativas quizá, el miedo sin duda, precipitan la historia hacia un agridulce final, que nos deja un extraño sabor de boca. Quizá una traición al verdadero sentido de la película, pero sin duda un final absolutamente creíble y real. La vida, ciertamente, suele ser mucho más compleja de lo que parece.
La película tiene también evidentes deficiencias. Un abuso en ciertos momentos de la voz en off del narrador que a veces se hace simplemente redundante o superflua, a pesar de que a veces nos deje con la miel en los labios del interesante texto original, de Tom Perrotta y un final quizá demasiado maniqueo para la historia del pedófilo McGorvey, que ensombrece algo lo que podría haber sido un brillante final... Aún así, la película nos deja escenas que se nos quedan marcadas en la memoria... He seleccionado dos. La primera, en la que, tras refugiarse en casa de Sarah a causa de una tormenta, Brad descubre la verdadera naturaleza de los sentimientos de Sarah hacia él.


En esta otra, Kate Winsley nos muestra cómo defiende su personaje con absoluta contención y serenidad, pero evidente pasión. La alusión a la Madame Bovary y esa lectura B del mito literario me pareció tan acertada. Su sentencia es absolutamente conmovedora, liberadora incluso. The hunger for an alternative... and the refusal to accept a life of unhappiness

15 de febrero de 2007

El diccionario no engaña... ¿o sí?

abismo.
(Quizá del lat. vulg. *abyssimus, der. de abyssus, y este del gr. ἄβυσσος, sin fondo).
1. m. Profundidad grande, imponente y peligrosa, como la de los mares, la de un tajo, la de una sima, etc. U. t. en sent. fig. Se sumió en el abismo de la desesperación.
2. m. infierno (ǁ lugar de castigo eterno).
3. m. Cosa inmensa, insondable o incomprensible.
4. m. Diferencia grande entre cosas, personas, ideas, sentimientos, etc.
5. m. Heráldo. Punto o parte central del escudo.
6. m. Nic. Maldad, perdición, ruina moral.



Abismo siempre me ha parecido una palabra grande y sagrada, a la que me he ido acostumbrando con el discurrir de los años.
Dice el diccionario de la Real Academia que abismo es una profundidad grande, imponente y peligrosa, como la de los mares, la de un tajo, la de una sima, etc.
Durante gran parte de mi niñez, encontraba esta definición algo oscura y dolorosa, nada que ver con esa espléndida sensación que me producía la contemplación del atlántico infinito desde aquel faro tímido que observaba mis pasos todos aquellos veranos de julio. El abismo pintado de azul de innumerables matices no podía ser peligroso.
Poco después, la vida comenzó a brindarme esos momentos de mareo vital de la existencia, que tenían más que ver con el otro lado de la contemplación del abismo. El diccionario se atreve a dar un ejemplo: “se sumió en el abismo de la desesperación”. Sí, algo así sentía yo a veces. El abismo comenzaba a dibujarme poco a poco sus dos inseparables caras.
La segunda definición del diccionario alude directamente al infierno, lugar de castigo eterno, aclara. Me parece una combinación de palabras espantosa, para mí que la crearon los mismos que ante el lado oscuro de los abismos se dejaron dominar por el pánico y sintieron envidia de los que seguían viendo el azul intenso en ellos.
Pasando a la tercera acepción, me encuentro con la definición siguiente: “cosa inmensa, insondable o incomprensible”. Sí, es cierto, en todo este tiempo he aprendido que ese estupor ante al abismo sólo lo podía superar admitiendo que su naturaleza es insondable e incomprensible. Y que a pesar de todo la vida es diminuta y sencilla, más agradable en sus momentos de gloriosa mediocridad, esos en los que uno se ríe un poco del abismo.
La cuarta definición me aclara muchas cosas: “Diferencia grande entre cosas, personas, ideas, sentimientos, etc”. Tanto tiempo buscando una misteriosa razón que explique el desconcierto que siento ante la inmensidad me ha conducido irremediablemente a pensar que nunca he sabido contemplar con serenidad lo desconocido, lo inabarcable. Y sin embargo lo diferente existe, lo infinito también. Y existen ambos a pesar de que ante ellos demostremos miedo o silencio, respeto o furor.
Al llegar a esta altura del diccionario, siento que ya es suficiente, que no necesito leer más. Tomo las llaves del coche y subo a él. Dejando atrás el atasco de la ciudad, me dirijo hacia el norte, al atlántico de mi abismo preferido. A ese azul que me reconcilia con el mundo y su imperfección. Además, el mejor pulpo a la gallega del mundo lo hacen allí al lado, en la playa. Pero eso, creo que no lo indica el diccionario.

12 de febrero de 2007

La belleza del desenfreno.


Siempre se exhibía en la V con evidente desafío. Uno de esos Cd's que te apetece tener, porque sabes que la música que contienen te va a gustar y porque (por alguna extraña razón) quieres tener la caja, porque no te vale descargar el archivo musical desde Internet. Admito que con la mayoría de la música adolezco de ese fetichismo quizá estúpido que me hace desear el original, con su cajita y su librito. Éste salía más caro de la cuenta, y siempre lo apartaba de mi cabeza con un rotundo ("otro día" o "ya bajará de precio con el tiempo"). Pero nada, después de seis años hay que empezar a pensar que es ese su precio... Así que el sábado, en un momento de debilidad, se quedó en mis manos. La resistencia venía de que, para ser francos, ya tengo esa obra en varias versiones. Pero después de los ríos de tinta que sé que esta versión (incluso su inicial intento del año 1991) ha generado desde su aparición en el mundo de la música.
Por pocos discos que se tengan de música clásica, éste es uno de esos que se puede encontrar en casi todas las casas. No sé si Vivaldi era consciente cuando las compuso, pero sus estaciones se cuentan entre las obras más grabadas de toda la historia de la fonografía de la música clásica. Y sin embargo, este señor piensa que puede ofrecer algo nuevo al interpretarlas. No sólo una, sino dos veces, la última de ellas (de la que hablo) en el año 2001, diez años después de la primera.

No exento de polémica, el italiano Fabio Biondi, pasa por ser uno de los más aclamados intérpretes de música barroca de la actualidad. Su "especialidad" han sido desde sus inicios estas archiconocidas "estaciones" del genial Vivaldi. Esas obras adelantadas a su época, rompedoras en más de un aspecto, innovadoras y frescas, a las que Biondi da literalmente la vuelta con su lectura. Una lectura absolutamente desenfrenada, incluso endiablada, frenética y con intensos contrastes rítmicos, no exenta de múltiples "efectos" que a veces quizá parezcan un poco concesiones al divismo de un músico que, sin embargo, ofrece una lectura (criticable, sí) pero evidentemente homogénea y con sentido, además de llena de sinceridad; sinceridad que, en mi opinión, casi se mastica aquí. Una versión que acerca esta música a su inspiración original, y que nos transmite una Naturaleza salvaje y contrastada, que roza lo telúrico, donde la sutilidad y la belleza se suceden inesperadamente a los pasajes donde la fuerza es ejercida con inimitable rabia y agresividad (incluso violencia, nótese los golpes de arco sobre la madera del violín) en pasajes que resultan absolutamente delirantes. Y para muestra, no hay más que dejarse llevar por su ejecución del tercer movimiento del verano, esa tormenta que despliegan con arrollador frenesí de notas, espectaculares cambios de ritmo, y efectos de sobrado lucimiento para la galería... Es una obra lo suficientemente conocida como para que puedan opinar ustedes mismos oyéndola... ¿divismo y vacío o ganas de reinterpretar la obra y acercarla más a la imitación a la Naturaleza que podría haber sido???. Les dejo con Fabio.

9 de febrero de 2007

(somewhere)

Después de la borrachera de amor y de cariño, un espacio casi en blanco, dedicado a todos los amores invisibles, a todos los amores imposibles, a todos esos sentimientos que viven bajo piedras y paredes, entre venas y neuronas amordazadas... Por la intensidad callada, por ellos, por nosotros, por todos.




There's a place for us
Somewhere a place for us
Peace and quiet and open air
Wait for us
Somewhere

There's a time for us
Some day a time for us
Time together and time to spare
Time to look, time to care
Someday
Somewhere

We'll find a new way of living
We'll find there's a way of forgiving
Somewhere

There's a place for us
A time and place for us
Hold my hand and we're halfway there
Hold my hand and I'll take you there
Somehow
Someday
Somewhere


8 de febrero de 2007

Cinco




Cinco años, sesenta meses, doscientas cuarenta semanas, mil ochocientos veinticinco días, cuarenta y tres mil ochocientas horas, dos millones seiscientos veintiocho mil minutos... recorridos casi todos ellos en la cercanía de tu mirada, aunque a veces estuvieras lejos, o lo estuviera yo, aunque a veces el corazón se ausente o se esconda, porque así es la vida cuando se decide vivirla siempre hacia adelante. Medir el tiempo es, de alguna forma, ser consciente de él y de la perspectiva que nos brinda para lanzar una mirada hacia el siguiente minuto, día, semana, mes...
Cinco años juntos. Y sigo teniendo casi tantas razones como ausencia de ellas. Porque, aunque razones las haya, es la necesidad de estar contigo la que siento y no puedo explicar, el deseo inevitable de caminar contigo. Porque contigo no me siento en ninguna parte, ni siento que lo nuestro sea algo definido o concreto. Haces más bien que me sienta en un viaje del que soy adicto, en un continuo viajar siendo conscientes del camino, aunque a veces nos detengamos. Un continuo mirarse y descubrirse, a veces callarse. Un algo que no se parece a nada de lo que conocía antes, que no se asemeja a nada de lo que veo alrededor, que hasta me cuesta explicar para que otros lo comprendan, pero que no me importa no poder hacerlo. Lo nuestro es algo que me gusta, algo que es lo que quiero y sé que es lo que quieres. Y algo, en definitiva, que nos construye como somos, que nos define y nos explica, que nos sitúa en el mundo, y que más allá de las dificultades, nos sigue estremeciendo y llenando de sonrisas al acercar tu piel a la mía, con esa inexplicable sencillez...
Por eso, nuestro amor, no va a parar de fluir...




O nosso amor não vai parar de rolar
De fugir e seguir como um rio
Como uma pedra que divide um rio
Me diga coisas bonitas
O nosso amor não vai olhar para trás
Desencantar, nem ser tema de livro
A vida inteira eu quis um verso simples
P'ra transformar o que eu digo
Rimas fáceis, calafrios
Furo o dedo, faz um pacto comigo
Num segundo teu no meu
Por um segundo mais feliz

Adriana Calcanhoto.

(Nuestro amor no va a parar de fluir
De huir y seguir como un río
Como una piedra que divide un río
Me diga cosas bonitas
Nuestro amor no va a mirar para atrás
Desencantar ni ser tema de libro
La vida entera yo quise un verso simple
Para transformar lo que digo.
Rimas fáciles, escalofríos
Pincho el dedo, haz un pacto conmigo
En un segundo tuyo en el mío
Por un segundo más feliz)

6 de febrero de 2007

Les larmes de Cateherine


No sé si recuerdan esta película de André Téchiné ("los ladrones"), en la que una de las protagonistas, Catherine Deneuve, hacía de profesora Universitaria que tenía un affaire un tanto tórrido con una de sus alumnas. El hermano policía de ésta, Daniel Auteil, investigaba una serie de robos donde estaría implicada su hermana y entabla con la subyugante aunque distante profesora una extraña relación...
Con toda la sutilidad de que es capaz Téchiné, la rudeza y sordidez del mundo que se describía en la película resultaban en la pantalla intrigantes y conmovedoras, con un Lyon como escenario, que yo acababa de visitar poco antes de ver la película.

Curiosamente, lo que más me conmovió de aquella película fue cómo la frialdad de la Deneuve, sin embargo, se veía de golpe rota ante el espectador en la escena en la que ella lo invita a él a asistir a la ópera. Se trataba de la ópera de Lyon, ese maravilloso edificio remodelado por Jean Nouvel, que para mí fue uno de los descubrimientos más bellos de la ciudad del Ródano (Rhône) y del Saona (Saôn). La representación correspondía a La Flauta Mágica, en concreto a uno de sus fragmentos más crípticos y extraños, pero también de los más líricos y conmovedores de toda la ópera, situado en mitad de un recitativo: un instante en el que Mozart descubría repentinamente su más nítida faceta de creador de humanidad. En esa demoledora escena (recitativo como digo) en la que Tamino, habla con el orador

TAMINO
¿Cuándo, pues,
se disiparán estas tinieblas?


ORADOR

Cuando la mano de la amistad
te introduzca en este santuario,

para ligarte eternamente.


(sale)


y ya sólo en escena, le pregunta a la misma noche estrellada (en la peli de Téchiné, vuelto de espaldas al público) esa universal pregunta:



TAMINO
¡Oh, noche eterna!
¿Cuándo te disiparas?
¿
Cuándo encontrarán
mis ojos la luz?

Y ese coro misterioso y ausente, que le responde desde la nada:

CORO
(desde dentro)
¡Pronto, pronto,
joven, o nunca!


TAMINO

¿Pronto, decís,
o nunca?

Oh invisibles,
decidme,

¿vive Pamina aún?

CORO

Pamina vive aún.


Daniel Auteil, en aquel momento, giraba la cabeza en el asiento, incómodo y desconcertado de ver cómo de Catherine brotaban lágrimas qué él no llegaba a entender...


Yo, amante de Mozart y en especial de la Flauta, adolescente aún, me conmovía igualmente en el asiento del cine.
Mozart se parece algo a mí en una cierta mirada sobre la vida... Supongo que por eso me identifico tanto con su música. Siempre jugando, pero nunca olvidándose de sacar siempre, a veces con descarnada fuerza, ese magma de búsqueda y vacío que llevamos dentro, esa sensación de ahogo y de nada que nos asalta en inesperadas esquinas, como en las noches de verano delante del firmamento infinito. Su habilidad para ser profundo, incluso desde la frivolidad (como demostró en óperas cómicas del estilo de las noches de Fígaro o el Così fan tutte) me recuerda mucho a mis intenciones (malogradas la mayoría e las veces) a la hora de escribir.
Mozart, la noche lyonesa, el infinito entre la luz y los abismos, y esas lágrimas discretas de la Deneuve que en mi cabeza se multiplicaron en cascada. Tan consciente fui en aquel momento de lo absurdo de la existencia...

El diálogo que transcribo se desarrolla en el siguiente vídeo, a partir del minuto 4:55 -4:35 en cuenta atrás- (dejen que se descargue y vayan a esa altura, sino, al ser un recitativo se hace un poco pesado) y hasta el minuto 6:28-3:03 en cuenta atrás-. La continuación, es un arrebatado canto de esperanza tras la revelación secreta de la noche...


Y, para quien no la haya visto, les dejo también aquí el trailer de la película.

2 de febrero de 2007

En un muro de piedra...


En un muro de piedra la encontré, aunque en aquel momento no era de piedra-piedra, al menos el decorado. Y coincidió que su imagen pública acababa de cambiar para converirse el algo indudablemente satánico. Pero sólo había que leerla para matizar ese satanismo. Aquella historia de ordenar las cintas de VHS me hizo tirar del hilo. Y ya después, sinceramente, no sé cómo sucedió todo. Pero sucedió que nos cruzamos, y que nos volvimos a cruzar, y a la tercera surgiste con fuerza y nerviosismo, una voz en el móvil, tan dulce, tan lista para que la mimaran... Y tú misma, surgiendo de aquel café de malasaña, con esa sonrisa que no se puede explicar hasta que la ves, y con ese abrazo así, fuerte fuerte, anunciado, pero no por ello menos intenso. Porque intensos lo siguen siendo cada vez que los repetimos.
Esto pretendía ser un regalo, y yo sin saber aún cómo hacer para que lo sea... Cómo hacer para que sea un regalo contar que la persona a quien le quieres regalar es, a su vez, uno de los regalos más bonitos que el blog me ha dado... Porque así es. Yo, con mi escepticismo de las relaciones a través de esto, y ella, como un huracán, rompiendo mis esquemas, haciendo nacer todo un universo de personas de carne y hueso, todas ellas especiales, como ella, así, de repente...
Gracias Nat, por los momentos de este último año. Por acompañarme en ser siempre los mayores del grupito sin dejar de ser los más jóvenes de espíritu, gracias por tu espontáneidad y tu escucha, por tu complicidad y por tu rebeldía, que me han reconfortado mucho con el mundo y con es otra forma de estar en él. Por hacer y ser como te gusta y no dejarte arrastrar por la crítica, por ser la más guapa Peter Pan de Madrid. Por dejar que las relaciones puedan ser malsanas sin dejar de ser maravillosas... y gracias (un pequeño secreto) por descubrirme el regaliz de Ikea.

Y después de tanto agradecimiento, mi regalo lo conoces bien... Es tan simple como cada vez que nos vemos, tan fuerte como nuestros abrazos, y tan libre como nuestra amistad. No lo adivinas??? Pues claro, eso mismo (shshshshs, que no se entere nadie)
FELIZ CUMPLEAÑOS, NAT.

Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido


Guillermo hace ya semanas que no piensa en Rubén, pero sigue paseando con frecuencia por cierto parque, esperando encontrarse con él. En el fondo, ambos sabían que así debía ser, pero fue Rubén quien dijo nunca más. A pesar de ello, es él quien más piensa en aquellas noches.
Complicarse la vida no era la idea de amor que ninguno de los dos tenía. Pero la oscuridad de aquellos encuentros siempre tuvo algo de irrenunciable y de irreversible.
Les falto ver el mar, y pasear bajo el sol. Desayunar con mermelada y viajar lejos de aquí, aunque los viajes de sus lenguas y los de sus manos, cruzaron el ecuador del deseo con tanta desmesura como para hacer olvidar Nueva York o Camboya.
No contaron con la insistencia del olvido en necesitar ser ejercicio diario, pues a cada instante se volvía esquivo en las esquinas del ardor, asaltándoles en la inocencia y en la consciencia, desde la ventana o en la noche.
Así, sumando olvido tras olvido, llegaron a olvidar que debían olvidar, y entonces todo pasó a ser un tremendo lío en el que poner sentido, ni siquiera resultaba razonable.
Ahora que ya se han quedado sin calcetines ni camisetas, sin canciones ni películas, ahora que los colores han dejado de forrar palabras que ya no existen, Guillermo se las encuentra hoy todas, de bruces, mientras lee un ambiguo mensaje en la sección de contactos de un conocido periódico a la que es, secretamente, adicto.

1 de febrero de 2007

Ejercicios anti-invernales

Disfrutar del poder benéfico del sol templadito en estas fechas en las que lo gris y el frío, la ausencia de luz y su apariencia estrecha dominan corazones y ánimos, no es siempre un ejercicio al alcance de cualquiera. Y para mí, gran afectado de estas cuestiones, debería ser un bien de primera necesidad. Esta mañana me entraba el frío por la abertura del abrigo y entre los dedos de mis manos sin guantes (por qué diablos pensaría yo que no hacía tanto frío??). Se me hielan las orejas y los labios, y el viento afilado me entorpece el caminar por la calle...
A falta de poder chasquear los dedos y trasladarme a otras latitudes donde, por mucho que mi razón tenga dificultades para asimilarlo, en este mismo instante el verano toma lugar en la más tórrida de sus expresiones, yo llevo a cabo un apaño más peregrino.
Es curioso cómo podemos perder la conciencia de la existencia del verano cuando pasamos por estas fechas de días cortos y fríos... pero así es. Sucede, en este mismo instante, al otro lado del globo. Pues, como les decía, a falta de apoyo financiero que me permita vivir (aparte de sin trabajar) viajando continuamente en búsqueda del tiempo veraniego, debo conformarme con el sucedáneo de mi propia y poderosa capacidad de sugestión, alimentada por mi menos poderosa, pero vehemente memoria de veranos mediterráneos... Lo malo es que también me sucede al contrario: en esos días de calor robados al hedonismo de, pongamos, una playa en el mar Egeo, o una colina sobre el Adriático, me suelen venir a la mente con la extrañeza (la misma) de la razón para asimilar la existencia contemporánea de una realidad así, esas imágenes del invierno y los abrigos, las bufandas sobre la cara, el frío en la piel... ¿por qué será? y es que confieso que me gusta pensar con frecuencia en situarme en ese otro momento futuro y diametralmente opuesto del año, en el que estaré pensando en éste mismo. ¿Simple mecanismo mental para inmortalizar la experiencia en el recuerdo o masoquismo conceptual?
A mí, ayer tarde, en la casualidad de toparme en mi terraza con el sol que se ponía, y dejaba una luz extraña y anaranjada, sin saber por qué, se me vino a la mente aquella pequeña bahía desierta en la que atracamos, hace ya tres veranos, en la costa de Turquía. Cómo estábamos casi solos en ella. Y cómo aquella puesta de sol, olímpicamente lenta y ambarina, nos dibujaba el placer en las miradas, y en las respiraciones. Y cómo lo prueban aquellas fotos llenas de felicidad y amplias sonrisas, viradas al naranja del sol eterno del mediterráneo oriental, que corrí a mirar justo después. Y cómo aquella noche, en el silencio de aquel vericueto de mar lleno de ecos de Grecia, la escuchamos, y bailamos sobre la cubierta del barco, frenéticamente, febrilmente, como con todo lo que ella canta: con pasión y elegancia, con ritmos de un oriente embriagador, inspirador... Les dejo con ella, con Eleftheria Arvanitaki, una de mis musas. Muévanse con su voz. De seguro hallarán la luz del sol y la sal del mare nostrum, como adheridos repentinamente a sus pieles.
(aquí tienen el enlace al texto que escribí el año pasado después de su concierto en Madrid en Mayo)