12 de junio de 2011

La mirada del pasado.




Dentro del festival Photoespaña 2011 encontramos este año una sorprendente exposición. Lo sorprendente en este caso es que en realidad no se trata de una exposición de fotografía, sino de pintura. Son algunos de los llamados “retratos de Fayun”, y representan pinturas del rostro de difuntos sobre tabla hechos para ser colocados sobre la tez, adheridos a las momias de sus propietarios. Estas pinturas fueron ejecutadas a lo largo de los siglos I al IV en muchas localizaciones de Egipto, pero han sido encontradas de manera especialmente abundante en la zona de la meseta de Fayum, de la cual este peculiar estilo ha adoptado el nombre. Constituyen por lo tanto, los retratos bidimensionales más antiguos que se conservan.

Representan un testimonio histórico y humano del Egipto de aquellos siglos, dominado por la gran cantidad de población griega que se asentó en la zona en aquélla época y que se mezcló bastante con la población autóctona. De hecho, el estilo de las pinturas está más relacionado con la tradición grecoromana que con la egipcia, si bien su destino era su uso en un rito funerario auténticamente egipcio. Su inclusión en PHE2011 responde a su semejanza con fotos reales. En el texto de la exposición habla de “las primeras fotos de carné” debido a su formato y a su función. En ellas, los pintores retrataban lo más exactamente posible los rasgos de los sujetos para que el alma de los difuntos pudiese ser identificada y dirigida al reino de Osiris.



La expo termina con un vídeo de Adrian Paci que habla de la inquietud de estado de tránsito de unos posibles emigrantes que esperan para partir a sus destinos en la pista de un aeropuerto, sobre una escalerilla que no conduce a ningún avión, conectados de una sutil forma a los muertos-vivos de Fayum. El escritor John Berger ya había relacionado estas pinturas con las migraciones de nuestra época en un bello texto que se usa aquí de excusa y argumento de la exposición.

La calidad técnica de estas pinturas es variable aunque de media son bastante notables, pero lo que más desconcierta en ellos es el propio reconocimiento: son retratos muy realistas e intensos, que captan a los modelos con una profundidad psicológica que nos deja sin aliento. En ellos nos reconocemos nosotros mismos, personas que conocemos, personas que desearíamos conocer. La expresión del alma en esos rostros poco ha cambiado a lo largo de los siglos. Las inquietudes, los miedos, los odios y los secretos continúan teniendo la misma expresión en nuestros rostros, la misma importancia en nuestras vidas. Sin embargo, en el caso de las de ellos, nos hablan directamente desde el pasado, de sus inquietudes, de sus frustraciones, de sus deseos.


Reconozco que me perturban esos ojos que parecen llevar escritas vidas enteras que se han preservado de alguna manera en esos gramos de pintura sobre la tabla. Reconozco que me agitan el corazón algunas de esas miradas, algunas de esas melancolías, algunas de esas soberbias. Reconozco que me turban esos rostros jóvenes, esas cabezas y esos labios que se muestran llenos de vida aún. La vida, que desde este túnel ficticio entre la antigüedad y el presente, parece querer reírse de nuestra condición, avisándonos de que no tiene nada de excepcional, que se perpetúa interminablemente, y no dejamos de ser minúsculos eslabones de una cadena que quizá no tiene nada de particular.
Pero al mismo tiempo, nos remueve esa curiosidad sobre la vida y sus secretos, sobre el misterio mudo del pasado, de lo humano que nos separa y nos identifica. Miradas de seres en tránsito hacia otra realidad, quizá en tránsito hacia el vacío, hacia la nada. Un tránsito que iniciamos desde el momento en que empezamos a vivir, inconscientes de si esa luz con la que lanzamos nuestro primer llanto nace en ese momento o proviene de otro estado, de otro lugar ignoto. La vida parece tan abultada en esos ojos, tan llena de deseos, de proyectos, de miedos… Que parece inexplicable que se haya extinguido. Es el espejo de lo que somos, desde el pasado, pero también desde la no existencia que nos asfixia, pero que nos atrae de manera poderosa. Me quedaría horas inmóvil, mirando sus miradas, imaginando sus secretos, fundiéndome con ellos en esa no existencia de la que sin remedio, también, pasaré yo a ser parte.