Aunque el texto está en alguna entrada anterior de este blog, hace años ya, publico de nuevo la versión corregida que apareció en la revista literaria alex_lootz, hoy lamentablemente desaparecida.
Gracias, Iñaki, como siempre, por tus ánimos con mis escarceos literarios.
DULCE ANESTESIA
Carmen saca un poco la mano fuera de la ventanilla del coche
para dejar correr la brisa entre sus dedos. Necesita aire. También su vida
necesita aire nuevo, fresco, que renueve muchas cosas. Mientras Pedro conduce
hacia la sierra, ambos son conscientes de que planificar un viaje para crear un
punto de inflexión en la monotonía de su relación les impone también una
exigencia que ninguno de los dos sabe si estará dispuesto a asumir. Por eso
ambos callan. Callan y dejan pasar el paisaje casi sin mirar, ensimismados en sus
pensamientos, como hacen a diario, pasando de largo por los paisajes de su día a
día. Carmen, cansada de esperar que Pedro se implique mas en la relación, cada día
se centra mas en su clase de Pilates, en su grupo de amigas cinéfilas y en Mario, con el que ha vuelto a
tener hace poco un par de escarceos. Pedro, aburrido de la vida domestica, hace
cada vez más horas extras para poder evadirse de casa, porque le asfixia estar
toda la tarde con Carmen, planificando la compra o haciendo planes para esa
interminable obra de reforma en la cocina. Así, cuando están juntos y no hay
mas actividades a las que enfrentarse, terminan cada uno en un sillón, con un
libro en la mano, o viendo la televisión, mirando a veces de soslayo al otro,
pero incapaces de dirigirse ya una palabra que implique comunicación. Tal y
como ahora se miran, de manera esquiva, evitándose en el fondo. Evitando
palabras, evitando preguntas difíciles.
Carmen pone música, y Pedro se alegra, porque justo tenía ganas
de escuchar esas canciones en ese momento. Y Carmen sonríe. Los arboles parecen
dibujar la música a ambos lados de la autopista, y ambos piensan, con
sinceridad, que su relación siempre tuvo algo de especial, de esa magia del
azar que desde que se conocieron les persigue y les hace pasar buenos momentos,
de esos que no comparten con nadie mas. Momentos que lamentablemente olvidan en
su día a día, pero que en el fondo les cuesta poco recuperar.
Cuando llegan al hotel, uno de esos nuevos hoteles de diseño
construidos en ciudades de provincia, ambos salen eufóricos del coche, animados
por el impulso de la música. Y se dirigen a la recepción, con el pensamiento de
que ese inicio sin dudas les va a deparar resultados muy especiales. Cuando el recepcionista
les entrega la llave, Carmen repara en que Pedro lleva varios segundos con su
mirada detenida en el botones. Ella también se fija, con cierta curiosidad. El
chico no esta nada mal, y el uniforme atrevido y vanguardista que lleva,
seguramente diseñado por algún modista conocido, le sienta a la perfección. Suben
a su habitación en el cuarto piso. El ascensor es lo suficientemente grande
para que nadie dude de que caben los tres, pero adecuadamente pequeño para que
la estrechez de las distancias cree cierta sensación de ruptura de la intimidad. En el, la sonrisa del
chico se ha clavado incisivamente en retinas y espejos. Carmen se siente a
gusto. Pedro también.
La habitación es preciosa, y Carmen siente nada mas entrar unas
ganas enormes de usar el baño, cosa que hace con la rapidez y la curiosidad de
una niña traviesa. Si, realmente el baño es el mejor rincón de la habitación.
De curvas provocadoras y colores tenues, esta equipada con sales y velas, y
resulta ideal para tomar un baño caliente. Así que antes de volver al dormitorio
para buscar su bolsa de aseo, Carmen se preocupa de dejar abierto el grifo a
una temperatura tibia, casi caliente.
Pedro ha desaparecido, y cuando se acerca a la puerta a mirar en
el pasillo, casi se tropieza con el, que entra de nuevo en la habitación.
- La propina, nos habíamos olvidado de la propina-
Pero Carmen solo piensa en el baño caliente de sales que les
espera. Sin dudarlo, se desnuda en un instante, y corre a la bañera sinuosa, en
la que ya se levanta con abundancia la perfumada espuma. Dentro de esa bañera
todo parece diferente. La luz, las miradas, incluso las palabras de uno y otro
tienen un eco distinto. Ambos creen que el viaje si comienza a producir un
cierto efecto de cambio en los dos. Y así, su particular teoría del azar
comienza a desplegarse. Saben que cuando están de buen humor, la suerte siempre
les favorece, y todo les sale bien. Y el fin de semana, con cierta complicidad,
empieza a sonreírles... Llegan a los
monumentos en las horas de menor afluencia, escogen restaurantes especiales,
encuentran a gente interesante en los bares, se sienten ocurrentes y
predispuestos a sentir lo desconocido sin barreras, se llenan poco a poco de
una sensación creciente de que la vida puede ser algo nuevo a cada instante, sintiéndose
unidos por vivirlo juntos.
La noche del sábado deciden salir de copas y a bailar un poco.
Hace tiempo que pasan los sábados en casa viendo cine o cenando con amigos,
pero volviendo a casa siempre antes de las dos. Planear algo en el fondo tan
banal les llena de ilusión, como si con ello rompieran esas reglas invisibles
que sin querer se han impuesto. Mientras Carmen se arregla con esmero, Pedro
rompe la etiqueta de su nueva camiseta de diseño, con la que esta francamente
muy atractivo. Ambos vuelven a sentir de repente esas ganas de noche que no tenían
desde la adolescencia.
La vida nocturna parece animada y los locales cuidados y con música
bastante interesante... Con cierta sensación de novedad que la situación les
provoca, entran en un local que Pedro comenta que le han recomendado en el
hotel. Es ciertamente agradable. Pedro se dirige a la barra a pedir un par de gin-tonics
mientras Carmen acude al baño, al tiempo que suena el último éxito de su
grupo favorito. Al regreso, encuentra a Pedro hablando con alguien en la barra.
No puede ser, piensa, ¡si es el botones de ayer! Supone que ha reconocido a
Pedro y han comenzado a hablar.
-Mira Carmen, me he encontrado aquí a... ¿cómo te llamas?,
disculpa, no nos hemos presentado-
-Jaime, me llamo Jaime-
Y Jaime resulta ser esa compañía perfecta que la noche requería.
Estudiante de Filología en último año de carrera, se gana un sueldo extra
haciendo horas en el hotel. Su conversación es agradable, casi tanto como su físico
generoso y perfilado, de músculos curvos y geometría más que deseable. A lo que
añadir un rostro mediterráneo muy atractivo, con una de esas sonrisas que
provocan sin querer. Pero de el emana una fuerza especial, una capacidad de
empatizar que en seguida les hace sentir cómplices. En un par de horas, tras
varios gin-tonics más, ya se han hecho inseparables. Se dejan llevar de
un bar a otro, parándose en las plazas de piedra de la ciudad vieja, y han
hecho planes de viajes, de proyectos comunes y de escapadas de Jaime a las
noches de Madrid con ellos. Carmen se siente libre, desprendida de todas sus
obligaciones desagradables. Como si su viaje hubiera sido al otro lado del
planeta, como si llevaran ya semanas y semanas de ruta, Pedro también se siente
lejos de Madrid. Y se siente extraño, comprobando con sorpresa que por primera
vez su atracción por un hombre no encuentra barreras ni busca esquinas en las
que esconderse. Ha dudado mucho antes de dirigirle la palabra en el local, pero
desde que lo vio en el hotel lo lleva incrustado en el pensamiento. Con aquella
propina en el pasillo, sus miradas se habían cruzado con cierto deseo, y el, con
un arrojo poco común en su comportamiento, le había pedido recomendación de algún
sitio agradable donde tomar una copa. Y allí estaba. Le ha rozado ya un par de
veces en la mejilla, y otra le ha tomado por la cintura, una cintura que ha
comprobado tibia y acogedora. No le importa que Carmen le observe. Siente también
en sus ojos cierta excitación. Indudablemente, Carmen debe sentirse atraída por
Jaime. De hecho, le ha pasado ya la mano por la cadera y se ha detenido,
sintiendo la blandura de su carne bajo la palma, mirando fijamente a Pedro,
como buscando su aprobación. Carmen siempre ha sabido que a Pedro también le
gustaban los chicos. No esta segura de que tenga relaciones con otros hombre, y
tampoco ha osado sacar el tema. ¡Las tardes se pasan tantas veces sin hablar de
nada realmente importante! Ella siempre evita hacerse a la idea. Siempre
destierra de la cabeza imaginar una escena en la que Pedro tenga sexo con otro chico.
Pero ahora que ve su atracción por Jaime, ahora que siente como coquetea con
el, descubre que no le importa, que no le hace daño. Es mas, se siente cómplice
en su competición por atraer su atención.
Los gin-tonics siguen su curso, continuos en su destello
azulado sobre las barras por las que van pasando, bajando por las gargantas al
ritmo de las músicas que les van habitando la noche. Mientras, las miradas se
cruzan y se enredan entre los tres, como también sus manos han empezado a
cruzarse y, poco a poco, detienen mas los segundos que mantienen el contacto,
ese roce divino de la piel que comienza a despertar un deseo creciente. La
ginebra sigue durmiendo sus prejuicios, al tiempo que sutilmente despierta esas
libidos oscuras que descansan en rincones insospechados.
Al cierre del ultimo local, ninguno de los tres sabría decir
como, pero sus pasos se dirigen hacia el hotel, llevados por una inconsciencia
que parece no tener voluntad, pero que el agudo deseo mueve certeramente. Ninguno
habla, todos se miran intensamente. Como si todo hubiera sido premeditado,
entran los tres en el Hotel y suben a la habitación. La voluntad parece no
tener dudas, y ninguno se atreve a decir nada, como con miedo de romper el
camino tórrido de sus pasos. Silencio a pesar de lo inusual de la situación. Y
entonces, como si hubiese mediado un escrupuloso guion en el desarrollo de sus
actos, los tres se dejan caer en la cama abrasados de deseo, y se arrancan la
ropa con avidez. Los besos derraman la amargura del alcohol en las bocas de
todos, y las lenguas, al cruzarse, al enredarse, saborean el mismo zumo, la
misma necesidad de sexo. Pedro abraza a Jaime y lo acaricia con una pasión que
Carmen desconoce. Pero lejos de asustarla, le excita mucho. Les observa durante
largos minutos en los que se masturba lentamente, desbordando de imágenes su fantasía,
respirando profundamente mientras se acerca con una mano y toma ambos sexos con
ella. Jaime la abraza y la posee, y Pedro les mira, excitado también, sintiéndose
por primera vez en mucho tiempo desnudo de verdad, y libre, inmensamente libre.
Y se acerca a ellos enredándose entre sus sexos. Y se quedan así durante muchos
minutos, convertidos en piel y deseo, sintiendo la excitación crecer, manteniendo
el clímax durante un larguísimo éxtasis que colman tres orgasmos incontenibles,
abundantes, ruidosos, como un océano de agua azul oscura... Y así quedan, enmarañados
sobre la cama, con las manos aun pendientes de caricias lentas que se desplazan por muslos y
caderas. Cayendo con lentitud en un sueno espeso y dulce, arropados por el
calor de las pieles ajenas.
Al despertar, sienten el fresco de la mañana sobre sus espaldas.
Jaime ya se ha vestido, y esta peinándose en el lavabo. Debe hacer turno de mañana
y ya es la hora. Les sonríe por ultima vez y les deja su numero de móvil
escrito en un papel. Se despide con un beso en el aire y sale con sigilo. Pedro
y Carmen se miran. Sienten algo roto entre sus miradas. Pedro vuelve a sentirse
desnudo, pero ahora ya no le gusta. Carmen desvía la mirada y se apresura a ir
al baño. Durante la mañana, ninguno de los dos dice nada. Carmen es la primera
en hablar.
-Si nos volvemos ya, no pillaremos atasco-
-Sí –
Y vuelven ambos al silencio. Entran despacio en el coche y se
hunden en una sordina de la que no querrían despertar jamás. Ninguno quiere
pensar en lo que ha pasado. Ambos saben que nunca mas lo van a hablar. Pedro,
embriagado aun por el olor de Jaime, decide enterrarlo lentamente en su
intimidad mas secreta mientras observa la carretera que se extiende delante de él.
Áspera, descendiendo por la montana, como descienden poco a poco sus deseos,
sus sensaciones de la noche. Piensa en la semana, en lo cómodo de la jornada
laboral, en las agendas que esperan en la oficina, programadas de antemano,
sin posibilidad de cambios, sin opción a la duda, al que hacer. Saborea ya el
despertar del lunes, y su planificación semanal, fácil, sin complicaciones.
Carmen mira los arboles del camino. Pasan rápidos y en seguida quedan atrás. En
cada uno imagina una de las caricias de la noche anterior, una de las imágenes
que aun conserva su retina, que también van quedando atrás poco a poco. El
ronroneo del coche le trae sueno, y unas ganas enormes de volver a la monotonía,
a las clases de Pilates, a quedar con Mario el martes a la salida de su oficina,
o a volver a mirar aquellos muebles color beige que tanto le gustaron para la
cocina. Piensa en el lunes, sana y salva mientras toma la ducha antes de partir
para la oficina, y se deja invadir por esa dulce anestesia de la disciplina...
Si, es eso lo que necesitan, piensa. Y cierra los ojos.
Sobre la mesilla del hotel, ninguno se ha atrevido a coger la
nota con el teléfono de Jaime.