26 de marzo de 2007

Temblor.

Mario no sabe por qué, pero desde hace días, no puede evitar acercarse al faro y contemplar el océano, que se ha puesto de un color azul bastante oscuro. Los días despejados, como éstos últimos, suelen dar al mar un color más claro. Sin embargo, el agua se empeña en hacer de la densidad de ese color índigo un reclamo que casi nadie parece percibir. Salvo él, que acude hipnótico día a día a mirar las olas negras y encrespadas desde las rocas ausentes del cabo, allá al oeste de la ciudad.

Inconsciente de la existencia de Mario, Alex se asoma a la otra orilla, a miles de kilómetros de distancia. Su motivo para observar el mar es bien distinto. No es el océano el que le persigue. Más bien es él quien lo busca desesperadamente.
Alex conoció a Laura por casualidad, en un chat, y lleva meses hablando con ella. Bueno, hablar, lo que es hablar, sólo han hablado unas cinco o seis veces en todo este tiempo. El resto lo han pasado chateando a través de su programa de mensajería, escribiendo palabras de buscada polisemia en una cajita blanca sobre las pantallas de sus ordenadores y asomándose -sólo de vez en cuando- a esa cámara web que, al menos a él, le aterra.
También hace días que camina con un vacío en su interior. Un vacío que ha ido ganando tamaño lentamente, hasta hacerse casi incontenible. Un vacío que no es capaz de explicar con ninguna palabra, y que sólo parece saciarse con la cercanía del mar. La cercanía de la orilla inquieta que, de alguna forma, también le transporta al otro lado.

Después de 10 meses conociéndose, por fin se lo ha dicho. Le ha dicho que sueña con él. Y le ha pedido que vaya: que lo deje todo y que viaje a España, que se conozcan de una jodida vez. Y que se hunda el mundo. Él no ha sabido qué decir. Ha apagado la cámara web fingiendo un corte del servicio, pero sus mejillas no han hecho más que temblar mientras sus manos componían con dificultad las palabras sobre el teclado. Palabras que, sin querer, han traicionaado su supuesta racionalidad, y le han hecho ver con claridad que siente un miedo atroz a que su sueño se haga realidad.

Laura llega últimamente tarde a la oficina. Se queda dormida sobre el teclado mientras el fin de las conversaciones trasatlánticas atraviesa la noche para casi rozar el amanecer. Y ella se queda casi sin fuerzas para levantarse e ir a la cama. Muchos días, descansa esas pocas horas hasta el amanecer tumbada en el sofá, a veces con el ordenador aún encendido. Su necesidad de Alex la envuelve en una inexplicable melancolía. Antes, caminar hasta la oficina solía ser algo fácil, lleno de placer. La cuasi-perfección de la mañana le llenaba de energía. El olor a cabello recién lavado en el autobús, o esa forma especial de brillar el sol cuando aún está bajo y va llenando las primeras horas del día de esa indescriptible luz blanquecina.
Ahora, casi le cuesta que todos esos detalles le rocen los sentidos. Y es que su melancolía la arrastra a su interior, al borde de la zozobra ante el silencio de Alex. Hace dos días que se lo dijo. Los mismos que lleva masticando el silencio y esas pequeñas dosis de angustia frente a la pantalla del ordenador, refrescando insistentemente su correo electrónico sin éxito, revisando meticulosamente todas las posibilidades de su programa de mensajería electrónico.
Sin embargo, a Jorge, no ha podido evitar llamarlo cada día. Con él todo es fácil, sin complicaciones. Siempre que quedan tienen buen sexo. Es cierto que tras el polvo siempre acaba agobiándose un poco, pues el pobre es bastante aburrido, y también es verdad que si no llama ella, él desaparece. Pero siempre que lo hace, está dispuesto a que se vean.
Llevan dos días encontrándose. Llevando el sexo a su lado más salvaje. Sólo así consigue, por un rato, olvidarse de esa extrañeza que la devora. Esta noche ha estado a punto de pedirle que se quede a dormir, pero al final le dijo que se fuera. Él, obediente, se vistió lentamente, como siempre, y salió sin ni siquiera despedirse de ella con un beso. El portazo, aunque suave, desencadenó de nuevo una noche de lágrimas frente a una pantalla que siguió sin darle respuestas.

Al salir de casa de Laura, Jorge se deja llevar por sus pasos, pero éstos no le acercan a casa. Se habría quedado a dormir con Laura si se lo hubiese pedido. De alguna forma, casi le pareció intuir que ella lo necesitaba. Pero a él nunca le salen las palabras. En el fondo, Laura le intimida demasiado. Esta noche, sin embargo, para él ha sido poco. Su deseo aún está insatisfecho, y le aguijonea el sexo y la garganta. Saca el móvil y llama a Pedro, su ex-compañero de piso, para ver si está en casa. le responde de muy buen humor. Le da la impresión que lleva ya alguna copa encima. Alguna vez se ha enrollado con él cuando han salido juntos y han bebido de más. La verdad que es bastante bueno en la cama, y esta noche, con el ansia deshaciéndole la lengua, no le ha costado mucho convencerle para que se vean. No está lejos, además. Jorge cuelga y camina aprisa atravesando la avenida casi vacía.

Casi se tropieza con Marta, en su camino de vuelta al hotel. Cansada de la cena con los dos compañeros de trabajo con los que está de viaje estos días, se ha excusado (con el pretexto de un dolor de cabeza) para caminar un poco en la noche, anormalmente cálida, de primavera. De alguna forma, forzó que la incluyeran en este viaje para poder salir de casa. Para escapar de la rutina y de la cercanía paralizadora de Ernesto.
Lleva demasiados meses levantándose junto a él sin que ese hecho le provoque la mínima ilusión. Ambos se han ido, poco a poco, refugiando en sus vidas, cada vez más independientes, y colocando sólo en el tablero de juego la cordialidad aprendida después de todo este tiempo. Una cordialidad que ya no les cuesta buscar, discreta en gestos, de palabras justas. Y Marta necesita aire, cada vez más, para respirar. Y tomar distancia para atreverse -tan sólo- a dejar que por su cabeza se cruce la idea de dejar a Ernesto.
Esta noche, en la extrañeza del primer viento cálido de la estación, casi comienza a pensar, envuelta en miedo, en una vida sin él.

Jorge llega antes de lo previsto al bar en el que ha quedado con Pedro, que está acompañado de un par de amigos bastante guapos. Parece que entre todos ellos hay bastante confianza, por lo que Jorge al principio se siente algo cohibido. Pero tras la primera copa y la mano de Pedro acercándolo e hacia él, comienza a relajarse y a interactuar con todos. A Jorge sólo le hace falta relajarse un poco para soltarse, para hablar de él e incluso llegar a ser ocurrente. Así hace, y se deja llevar por el primer y leve efecto embriagador de la copa. Al cabo de un rato ya está jugueteando con sus dedos en la espalda de Jorge. Sus amigos se despiden rápido, y los dejan en una esquina del bar. Tras un primer y largo beso, salen del bar y caminan avenida abajo, sin rumbo fijo, como sonámbulos huyendo de la vigilia que temen les asalte en cualquier momento. Su deseo mutuo se confunde con la necesidad de la cercanía de la piel, del calor del sexo que les seca las lenguas. Y caminan hacia el mar, lentamente.

Marta ya no recuerda cuánto tiempo lleva sentada sobre la balaustrada del paseo marítimo, escuchando las olas que apenas distingue en la oscuridad, pero que siente cada vez más inquietas y ruidosas. En la soledad del océano oscuro que la va conquistando, siente una repentina libertad que le deshace las barreras que normalmente se levantan dentro de ella cada vez que quiere pensar en su vida con Ernesto. De repente, esa puerta abierta le deja imaginar que salir de su frustración con él es posible, que volver a vivir sola no parece estar ya dentro de lo prohibido. Algo la llama a seguir la línea de la playa hasta el final, hasta las rocas inmensas que se levantan en forma de acantilado, bajo el faro, al final de la playa. Y empieza a caminar despacio hacia ellas. El viento que sopla cada vez le parece más caliente, y su imaginación galopa y galopa, dibujando el futuro que necesita, que tanto desea...

Laura sigue desesperada frente a la pantalla, buscando a Alex entre las ventanitas de sus programas... Pero no, parece que la noche quiere ser larga y perversa en su puntiaguda asfixia, que se le agarra a la garganta más y más a cada minuto que pasa. De repente, a una hora indeterminada, decide apagar el ordenador de un golpe seco sobre el botón y, sin entender muy bien cómo, se deja llevar por una repentina necesidad de salir a la calle. Se viste rápidamente, sin pensar en nada más que en la calle. El viento cálido de la noche la golpea al salir del portal. Huele mucho a mar, y ese olor la atrae sin remedio hacia el paseo marítimo. El viento es cada vez más fuerte, y al llegar a la playa, comienza a recorrerla, a pasos cada vez más rápidos, en dirección a los acantilados del oeste.

La inusual temperatura de la noche lleva las caricias entre Jorge y Pedro desde la espalda, a descender bajo el pantalón... Y en su momento de procacidad callejera, deciden encaminarse a la playa. Una vez allí, Pedro comenta que en verano suele acudir a una determinada zona bajo los acantilados del oeste, donde hay intimidad y cierta protección del viento. Y allí se dirigen, entre besos y manos ansiosas de piel.

Y el cielo se hace poco a poco más y más oscuro. Y las olas negras se oscurecen aún más en la noche tibia y espesa, que parece tragarse el viento y expulsarlo al mismo tiempo en ráfagas que peinan la playa y las rocas con una fuerza extraña, que nace más allá del aire mismo. Porque las olas, en su color triste e intenso de estos últimos días, no han hecho más que traducir el leve temblor del lecho marino, anunciando su agitación... Hasta que finalmente, esta noche, se ha partido en dos, con un crujido proveniente de la más remota profundidad, que ha sorprendido por igual a peces y algas. El océano ha respondido desplazándose con furia, creando un maremoto que ya se riza en su superficie con una espuma blanquísima, que parece empujar milagrosamente la gran montaña negra de agua que se aproxima lentamente a la playa.

Mario ha sentido la llamada del mar muy temprano esta mañana. Y se ha levantado de la cama cuando aún el sol no ha asomado entre los edificios. La prisa lo angustia extrañamente en su camino al faro, aunque al llegar a la playa, súbitamente intuye que algo ha pasado. Policías y bomberos acordonan la zona, anegada completamente de agua. Algunas zonas de la balaustrada del paseo marítimo han desaparecido. Escucha a alguien hablar de "una ola gigante", y le pregunta. Así, se entera que de madrugada ha habido un pequeño maremoto que ha llegado de lleno a la ciudad, provocando algunos destrozos. Mario siente que las olas de estos días, de alguna forma, era eso lo que querían contarle. Y se siente triste, muy triste, sin saber por qué. Avanza, entre los aún pocos curiosos que quieren ver el estado del paseo, hacia el faro. Cuando llega al inicio de la pendiente que sube sobre los acantilados, descubre con curiosidad la agitación de un grupo de personas junto a una ambulancia que mantiene aún su luz giratoria en rápido movimiento sobre las miradas de los que allí se encuentran. Algo le dice que mire, que se acerque. Así que, superando su habitual falta de morbo para este tipo de situaciones, se aproxima al grupo de personas que parecen rodear un gran objeto que descansa en el suelo. Antes de ver nada, escucha como uno de los médicos relata a un recién llegado. "No, no hemos podido hacer nada. Los ha devuelto el mar, así como los ve, en este estado...". Bajo él, la manta térmica no ha conseguido tapar lo que parecen ser cuatro cuerpos enredados entre sí, extrañamente, como en una especie de estrecho abrazo del que aparentemente aún nadie ha sido capaz de separarlos.

Hay dos chicas y dos chicos. Desconocidos. La escena es profundamente desgarradora, y las expresiones de todos desprenden una misteriosa mezcla de placer y espanto. Eso le ha parecido ver, los pocos segundos que ha podido mirar hacia ellos, hasta que alguien ha colocado otra manta sobre sus rostros.

De repente, una sensación de familiaridad se ha apoderado de él, como si conociera a esas personas de siempre, como si, sin saber cómo, hubieran formado parte de su vida desde hacía mucho... Siente frío, y una sensación de desconsuelo, como de algo que, imperceptiblemente, se hubiera roto en su interior. Algo que –lo sabe con seguridad- va a provocar otro maremoto... en su propia vida

Al otro lado del océano, en mitad de la madrugada, Alex acaba de tomar una decisión. Aún no se lo ha dicho a Laura, será una sorpresa. Pero ha decidido lanzarse al vacío. Superar su miedo e ir a verla... y que se hunda el mundo. En este preciso instante, pulsa el botón a través del que adquiere un pasaje de avión, Buenos Aires-Madrid, para cruzar el océano. Dentro de -exactamente- diecisiete días, nueve horas y veintiséis minutos. Su garganta, al igual que la de Mario, experimenta con toda su intensidad ese temblor amargo del desasosiego.

15 comentarios:

Martini dijo...

deliciosamente triste y confunso...

salva dijo...

NIño que bien escribes, da envidia guapo, es curioso como las historias se entrelazan entre sí, como cada persona tiene una historia mejor o peor pero propia, y a veces sin una causa aparente esas personas se juntan, se enredan y su historia se une a otra.

Me ha encantado, y me ha hecho reflexionar, las oportunidades son caprichosas y muchas veces se han de tomar tal como vienen, si uno se lo piensa demasiado puede tener consecuencias.

senses and nonsenses dijo...

sabes cómo enganchar con una historia, aunque el final te deja un sabor agridulce, amargo ...en el viaje imposible del deseo los círculos cambian y las circunstancias casi siempre son las que lo planifican.

alex y mario se conocerán? es muy fácil que algún día coincidan en ese mar revuelto.

un abrazo.

luigi dijo...

He sido Laura, he sido Jorge, he sido Alex. Alguna vez incluso fui Pedro y fui Marta. Y entre todos yo, siendo cada uno.
Yo que casi no tengo tiempo para ver los blogs, que casi no tengo tiempo para nada, casi ni para ti.
Espero volver del todo a ser yo despues de Semana Santa. Espero verte pronto. Espero leerte de nuevo, leer de nuevo cosas tan preciosas como estas.
¿Me esperaras tu?
Un beso guapisimo ;)

Anónimo dijo...

Pero de donde sacas tiempo para textos tan larrrrgossssssss.
;-P

Alfredo dijo...

Vidas cruzadas. Bonito y triste.

Javier Herce dijo...

Hacía tiempo que no nos regalabas un relato. Me ha gustado mucho.

Pronto nos vemos!

Luís Galego dijo...

mais do que triste acho o texto belo....li-o a uma amiga que quase chorou....perguntou-me de quem era....repondi-lhe que era de um grande escritor espanhol

Anónimo dijo...

No debí leerlo. No en estos días.
No en medio de mi propio desasosiego.
Demasiado bueno para este momento, niño.
Demasiado triste su final. Demasiado hermoso para no admirarlo en su conjunto, y en su corazón, a pesar de todo.

NaT dijo...

Ayyyy, me ¡¡HA ENCANTADO!!!
esas son las historias que a mi me gustan... uno ahogándose en su propia pena y desasosiego a pesar de poderse aferrar a otra mano, a otro cuerpo.
La salvación y la condena son de uno mismo, la redención no nos la puede dar nadie, ni siquiera el extenso mar, no siquiera la muerte.

Besos mi niño!!

No sé si te ha tragado el agua a ti o me ha tragado a mi... :(

David dijo...

Precioso relato chico. Me ha servido para lograr un rato de relax en un día al borde de un ataque de nervios. Me acerca a las casualidades y curiosidades que son las que dan sentido a las cosas.

Anónimo dijo...

tus personajes están siempre tan solos, en el fondo tan solos, se sienten tan incomprendidos todos.

anónima intermitente.

Vulcano Lover dijo...

La existencia misma implica una cierta dosis de incomprensión... De nosotros mismos, y de lo que nos sucede... No sé si venimos a la vida preparados para asumir que la soledad forma parte inseparable de existir... Todos nos sentimos solos, en el fondo...porque, de alguna manera, siempre lo estamos... Los demás ayudan a aliviar esa contundente realidad, casi a imaginar por momentos, que podemos olvidarla... pero siempre termina asaltándonos en cualquier esquina de la vida... Forma parte de integrar qué es la vida... un instante de lucidez sólo en medio de la nada...

Gracias a todos por leerme y ayudarme a seguir haciéndolo... gracias también a ti, querida anónima.

David dijo...

Me quedo con tu última reflexión sobre la soledad, esclarecedora...

Javier dijo...

Me lo imprimo y me lo leo, es que me he perdido, entre tanto lío.