Quem patronum, rogaturus
Cum vix justus sit securus?
Mísero de mí, ¿qué diré pues?
¿A quién voy a invocar protección
Cuando hasta el justo permanecerá en la inquietud?
Eran los últimos días de noviembre de 1993. Sobre Munich empezaban ya a caer las heladas a primera hora de la tarde y Reinhild se ajustaba su foulard en el breve camino que separaba su hotel de la sala de la Filarmónica. El pobre Sergiu está ya mayor, piensa, y se empeña en dirigirnos largos discursos antes de comenzar cada ensayo, con todas esas teorías suyas de la experiencia trascendental y la visión zen de la música.
Sí, iba ya muy mayor, pero hay que reconocer que su visión de la música había ganado en estos últimos años un refinamiento fuera de toda duda. A pesar de lo exigente que era y de lo perfeccionista que se había vuelto, el viejo Sergiu tenía algo de mágico, en esa forma suya tan redonda, tan olímpica, tan... sí, zen, ¿por qué no?, de dirigir la orquesta.
Esa tarde se celebraba el centenario de la orquesta, e iban a retransmitir el concierto por la radio. No le gustaba mucho a Sergiu aquello, siempre insistiendo en la música como algo que sólo tiene sentido en el momento y en el lugar de crearse, para preservar una pureza que, de otra forma, se destruiría. Por eso apenas hay grabaciones de él. Y, por ello también, puede considerarse afortunado quien pudo oírle en concierto. Cuando alguno de los asistentes venía a decirle que iban a colocar los micrófonos para la grabación, él siempre soltaba alguna expresión altisonante en su rumano natal. A Reinhild siempre le hacía sonreír con eso.
Los ensayos del réquiem de Verdi, la obra que iban a interpretar, habían sido especialmente difíciles, y el viejo Sergiu se había empeñado en un efecto especial (uno de esos tan típicos suyos) para retardar la parte instrumental del Quid sum miser. En su visión de esa obra maestra de Verdi, este verso dedicado a la misericordia venía envuelto de un dramatismo de efectos tenebristas, que casi recordaban a la pintura de Caravaggio (eso decía él). Y así, la suplica descarnada nacía de la extrañeza del sonido absolutamente sugestivo de la frase del fagot, que iba recorriendo la voz de los cantantes, en un acto más de seducción que de acompañamiento. Sí, era un sonido que debía ser percibido como absolutamente seductor. Debía ser, de hecho, la seducción misma.
Didier, primer fagot de la orquesta, sin embargo, se empeñaba en desobedecer al Maestro y adaptarse a un tempo algo más rápido, más como una caja de música que desde el desconcierto, lanza el lamento de los solistas.
Didier era joven y (todo hay que decirlo) extremadamente guapo. Su oposición al Maestro estaba fuera de toda cuestión, y respondía más bien a una inevitable visión vitalista de la vida y a un exceso de rebeldía, la misma que lo llevaría poco después a abandonar la orquesta. El viejo Sergiu no solía aceptar sugerencias ni puntos de vista ajenos a su idea de la música. Con Didier, sin embargo, siempre tuvo una especial debilidad, que le impedía enfadarse. Las miradas entre Didier y el Maestro eran ciertamente cegadoras, terribles.
Lo cierto es que aquella noche, un milagro hizo que aquellos pasajes que tan polémicos habían resultado, se transformasen en algo milagroso y absolutamente irrepetible. Didier entendió al fin que debía seducir con su instrumento. Y así lo hizo, tomando a Verdi en su vertiente más carnal, desplegando esa terrible y sinuosa curva de sonido que describe perfectamente el fagot en ese extraño fragmento (sí, ciertamente, Reinhild nunca había pensado en la importancia de este pasaje, que bascula toda la obra en un segundo hacia un intimismo carnal de intensísima sugestión). Así sonó Didier, arrojando una arrebatada mirada desde detrás de su instrumento a una Rinhild que, de repente, se estremecía ante la idea de tener que imponerse al fagot con los ojos de Didier clavados en los suyos. Después de tantos conciertos, tantos grandes Maestros, y tantas afamadas salas de concierto, Reinhild nunca ha vuelto a sentir algo así. En aquel segundo Didier consiguió seducir al auditorio entero, que contuvo su respiración nada más comenzar la melodía.
Didier dejó la orquesta poco después, por desavenencias con el Maestro. Pero Reinhild volvió a coincidir con ella en la Ópera de Paris, años después, cuando ya había fallecido el pobre Sergiu. Ambos recordaban aquel momento aún. Hoy, años después, viven juntos en la capital francesa. Didier casi siempre permanece en su apartamento del 15e arrondissement, pues su trabajo en la Orquesta del Teatro de la Ópera de la Bastilla le otorga más estabilidad geográfica que su mujer. Así que es él quien la mayoría del tiempo cuida de la pequeña Sarah, que con sus 6 años, ya comienza a mostrar un incipiente talento para la música. Mientras, su madre, la célebre mezzo-soprano alemana, recorre el mundo de teatro de ópera en teatro de ópera.
Hace unos años, el hijo del Maestro Celibidache, decidió dar permiso al sello EMI para que editara algunas de las grabaciones de la Radio Muniquesa de la última etapa de su padre como Director titular de la orquesta alemana. La portada del CD preside el pequeño rincón de la discoteca de la casa de Sarah, que siempre pregunta con curiosidad quién es el señor mayor que aparece en la portada. Didier no sabe nunca cómo responder. Pero le pone con frecuencia la música que contiene, para que Sarah oiga a su madre.
Sarah, a pesar de su edad, adora esa larguísima obra, y aunque no se ha atrevido a decírselo, ya se ha dado cuenta de que esa melodía que suena al inicio del Quid Sum Miser, es la misma que papá toca a mamá por teléfono cada noche, en la madrugada, entornando la puerta del dormitorio.
Sí, iba ya muy mayor, pero hay que reconocer que su visión de la música había ganado en estos últimos años un refinamiento fuera de toda duda. A pesar de lo exigente que era y de lo perfeccionista que se había vuelto, el viejo Sergiu tenía algo de mágico, en esa forma suya tan redonda, tan olímpica, tan... sí, zen, ¿por qué no?, de dirigir la orquesta.
Esa tarde se celebraba el centenario de la orquesta, e iban a retransmitir el concierto por la radio. No le gustaba mucho a Sergiu aquello, siempre insistiendo en la música como algo que sólo tiene sentido en el momento y en el lugar de crearse, para preservar una pureza que, de otra forma, se destruiría. Por eso apenas hay grabaciones de él. Y, por ello también, puede considerarse afortunado quien pudo oírle en concierto. Cuando alguno de los asistentes venía a decirle que iban a colocar los micrófonos para la grabación, él siempre soltaba alguna expresión altisonante en su rumano natal. A Reinhild siempre le hacía sonreír con eso.
Los ensayos del réquiem de Verdi, la obra que iban a interpretar, habían sido especialmente difíciles, y el viejo Sergiu se había empeñado en un efecto especial (uno de esos tan típicos suyos) para retardar la parte instrumental del Quid sum miser. En su visión de esa obra maestra de Verdi, este verso dedicado a la misericordia venía envuelto de un dramatismo de efectos tenebristas, que casi recordaban a la pintura de Caravaggio (eso decía él). Y así, la suplica descarnada nacía de la extrañeza del sonido absolutamente sugestivo de la frase del fagot, que iba recorriendo la voz de los cantantes, en un acto más de seducción que de acompañamiento. Sí, era un sonido que debía ser percibido como absolutamente seductor. Debía ser, de hecho, la seducción misma.
Didier, primer fagot de la orquesta, sin embargo, se empeñaba en desobedecer al Maestro y adaptarse a un tempo algo más rápido, más como una caja de música que desde el desconcierto, lanza el lamento de los solistas.
Didier era joven y (todo hay que decirlo) extremadamente guapo. Su oposición al Maestro estaba fuera de toda cuestión, y respondía más bien a una inevitable visión vitalista de la vida y a un exceso de rebeldía, la misma que lo llevaría poco después a abandonar la orquesta. El viejo Sergiu no solía aceptar sugerencias ni puntos de vista ajenos a su idea de la música. Con Didier, sin embargo, siempre tuvo una especial debilidad, que le impedía enfadarse. Las miradas entre Didier y el Maestro eran ciertamente cegadoras, terribles.
Lo cierto es que aquella noche, un milagro hizo que aquellos pasajes que tan polémicos habían resultado, se transformasen en algo milagroso y absolutamente irrepetible. Didier entendió al fin que debía seducir con su instrumento. Y así lo hizo, tomando a Verdi en su vertiente más carnal, desplegando esa terrible y sinuosa curva de sonido que describe perfectamente el fagot en ese extraño fragmento (sí, ciertamente, Reinhild nunca había pensado en la importancia de este pasaje, que bascula toda la obra en un segundo hacia un intimismo carnal de intensísima sugestión). Así sonó Didier, arrojando una arrebatada mirada desde detrás de su instrumento a una Rinhild que, de repente, se estremecía ante la idea de tener que imponerse al fagot con los ojos de Didier clavados en los suyos. Después de tantos conciertos, tantos grandes Maestros, y tantas afamadas salas de concierto, Reinhild nunca ha vuelto a sentir algo así. En aquel segundo Didier consiguió seducir al auditorio entero, que contuvo su respiración nada más comenzar la melodía.
Didier dejó la orquesta poco después, por desavenencias con el Maestro. Pero Reinhild volvió a coincidir con ella en la Ópera de Paris, años después, cuando ya había fallecido el pobre Sergiu. Ambos recordaban aquel momento aún. Hoy, años después, viven juntos en la capital francesa. Didier casi siempre permanece en su apartamento del 15e arrondissement, pues su trabajo en la Orquesta del Teatro de la Ópera de la Bastilla le otorga más estabilidad geográfica que su mujer. Así que es él quien la mayoría del tiempo cuida de la pequeña Sarah, que con sus 6 años, ya comienza a mostrar un incipiente talento para la música. Mientras, su madre, la célebre mezzo-soprano alemana, recorre el mundo de teatro de ópera en teatro de ópera.
Hace unos años, el hijo del Maestro Celibidache, decidió dar permiso al sello EMI para que editara algunas de las grabaciones de la Radio Muniquesa de la última etapa de su padre como Director titular de la orquesta alemana. La portada del CD preside el pequeño rincón de la discoteca de la casa de Sarah, que siempre pregunta con curiosidad quién es el señor mayor que aparece en la portada. Didier no sabe nunca cómo responder. Pero le pone con frecuencia la música que contiene, para que Sarah oiga a su madre.
Sarah, a pesar de su edad, adora esa larguísima obra, y aunque no se ha atrevido a decírselo, ya se ha dado cuenta de que esa melodía que suena al inicio del Quid Sum Miser, es la misma que papá toca a mamá por teléfono cada noche, en la madrugada, entornando la puerta del dormitorio.
Quid sum Miser, de la misa de réquiem de Giuseppe Verdi.
Münchner Philharmoniker - Philharmonischer Chor München
Elena Filipova - Reinhild Runkel - peter Dvorsky - Kurt Rydil
Director: Sergiu Celibidache.
grabado en vivo 27 y 30 de Noviembre de 1993.
Enlace a la biografía y filosofía del grandísimo director de orquesta rumano, Sergiu Celibidache
10 comentarios:
No se como lo haces... es precioso.
Hace que no escribía yo nada por aqui. Un besazo.
;-P
bonita historia.. salvo el requiem de Mozart yo nunca he visto una ópera.... y es una de esas espinitas clavadas que me falta por quitarme...
espero que con tu sabiduría en este tema vaya poco a poco aprendiendo.
besos.
he de confesarte que creía que era una de tus críticas musicales y empezaba a leer entre líneas... pero la historia me ha enganchado de tal manera... no sé cómo lo haces.
...hasta me he puesto a Verdi.
un abrazo.
Ma, si non he vero he ben trobato!!!!!.
A veces no se qué pensar de las celebridades, biografías atormentadas, egos exagerados, irascibilidad desmedida y más de una falsedad, se crean sus propios mitos, y los adoramos, ¿por qué?.
Como siempre impecable, aunque Verdi ?¿?¿?¿
Niño que bien escribes, que bien describes las emociones, la rivalidad entre dos adversarios, que se odian, que se temen, que se admiran, que se vigilan, que se espían y que se adoran y adoran por igual aunque desde diferentes puntos de vista la música, la sienten dentro de sí.
Siempre me ha fascinado la capacidad que tiene la música de jugar con las emociones, de emocionarnos, de entristecernos, de alegrarnos.
Tengo un escaso conocimiento de la música clásica pero siempre me sorprende la capacidad que tiene de ponerme los vellos de punta y emocionarme profundamente los nocturnos de Chopin, siempre que escucho los acordes del piano no puedo más que cerrar los ojos y dejarme transportar por la música.
Niño siempre un placer leerte y también hablar contigo por el messenger.
Precioso nene... como siempre :)
Mil besos, que aunque no comente, siempre te leo :)
Como el Senses, empecé pensando que era una simplemente una crítica musical y luego me he enganchado en el relato...seré superfluo: ¡que guay te ha quedao!
Un abrazo grande.
Subscrevo o comentário de Salva. A música melhor do que tudo tem a capacidade de emocionar transmitindo-nos tais sentimentos que julgamos estar a entrar terra sagrada...como sempre um bom post para (re)ler e meditar.
Hace ya casi tantos años como tiene la grabación, asistí en Sevilla a mi primer concierto con una gran orquesta. Por aquella época, no pasaban este tipo de orquestas por la capital hispalense. No, Sevilla por aquella época era una ciudad muy provinciana y limitada.
Aquel primer concierto, al que me llevaron mis tías (verdaderas iniciadoras de mi melomanía) fue durante la Expo92, y se trataba nada más y nada menos que de la orquesta filarmónica de munich con Sergiu Celibidache, entonces (lo admito) un verdadero desconocido para mí. Mis tías, lo veceraban desde su juventud, y siempre me dijeron después que había entrado en el mundo de las grandes orquestas por la puerta grande....
Aún lo recuerdo... La sinfonía 39 de Mozart y la 4 dr Brahms... Impresionante la emoción que experimenté... Cuando los últimos acordes de la cuarta terminaban, recuerdo haberme abrazado a mi tía que a mi lado lloraba desconsolada, llena de emoción. Y es que con una familia que vive la música así, lo extraño es que no hubiera salido yo aún más loco...
Besos y gracias por vuestras palabras. Me gusta mucho que hayáis apreciado el relato. Es un guiño por mi parte para acercaros la obra un poco, de la forma que sé....
besos.
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