Mientras se va apagando la extensa tarde de verano, muy despacio, tomo conciencia de la velocidad del tiempo. Desde la lentitud, determino la rapidez. La rapidez de estos últimos meses, en los que siento que han pasado muchas cosas, pero, a la vez, apenas ninguna. En el fondo, sólo la mente humana puede crear el tiempo, y éste es controlado a su capricho, sin tener mucho en cuenta las mediciones mecánicas que hemos hecho de él, por escrupulosas y exactas que éstas sean. Porque sólo viviéndolo, sintiéndolo mientras nos atraviesa, podemos sentir su velocidad.
En la trepidante última semana, Madrid ha tenido ocasión de despedirme, entre soles reflejados en cristales, hundido en el fondo de su verticalidad, sintiendo su calor áspero y ardiente. Diluyendo deseos que corrían subterráneos, apagando la piel que crujía con insólita insolencia. Aquí se queda por unos días, sin mis pasos para llenarse de su calor. Sin sus miradas torciendo esquinas o en la barra de un metro.
Sí, despego, me alejo de todos esos que mañana, que pasado mañana, que el día siguiente, despertaran con la sonrisa de la proximidad de las vacaciones, de las horas de piscina y sol, de las noches de insomnio o de placeres carnales. Este año, curiosamente, me voy de los primeros. Me voy, me voy, me voy, me voy, qué bien suena. Cada vez que uno parte, es para volver diferente, para sentir otras cosas, para sentir lo mismo de otra forma, para viajar por dentro y por fuera, para buscar placer, ya sea en lo ocioso, en la búsqueda de la belleza, en el dulce abandono, en la inmensidad de un helado, de la cresta de una ola, o de la carne tibia de alguien a quien amaremos como nunca.
Sí, despego, me alejo de todos esos que mañana, que pasado mañana, que el día siguiente, despertaran con la sonrisa de la proximidad de las vacaciones, de las horas de piscina y sol, de las noches de insomnio o de placeres carnales. Este año, curiosamente, me voy de los primeros. Me voy, me voy, me voy, me voy, qué bien suena. Cada vez que uno parte, es para volver diferente, para sentir otras cosas, para sentir lo mismo de otra forma, para viajar por dentro y por fuera, para buscar placer, ya sea en lo ocioso, en la búsqueda de la belleza, en el dulce abandono, en la inmensidad de un helado, de la cresta de una ola, o de la carne tibia de alguien a quien amaremos como nunca.
A mí me espera la camiseta a rayas, y los palacios del Canal Grande. La arquitectura de Palladio, los frescos de Ghiotto en los Scrovegni, Aida en l’Arena, la fortaleza de los Este... y, sobre todo, la mejor de las compañías... Por no hablar de la posibilidad (que me emborracha ya sólo de pensarlo, la verdad) de practicar esa lengua que tanto me gusta... Y por último sin olvidarme de la belleza de los italianos, de la que acumularé todas las huellas sensitivas que pueda... A la vuelta os contaré...
A presto.
Baci.
A presto.
Baci.
2 comentarios:
Disfrutad mucho y llenaros de buenos recuerdos... Qué hermoso es descubrir lugares -exóticos o cotidianos- con la pareja. Yo estoy tachando los días que me quedan para despegar con mi chico... Ays, ya van siendo menos.
Muchos besos (de cine, claro)
Aprovecha estos días... y descansa, visita, observa, habla, escucha, toca, siente, saborea... (y todos los verbos que se te ocurran) Pero, sobre todo, disfruta todo lo que puedas!
Un abrazo!! (yo acabo de volver) jeje :)
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