27 de diciembre de 2008

Giovanni Bellini

Hablaba de él la guía de Venecia, pero no recuerdo haberle prestado mucha atención cuando la hojeé para preparar mi viaje de hace dos años. Y sin embargo había más de una recomendación para admirar mejor su trabajo. Cuando regresé, se había convertido sin duda en uno de mis descubrimientos de aquel viaje. Y eso hablando de una ciudad como la de los canales, supone mucho. Hablo de Giovanni Bellini, también conocido en Italia como "Il Giambellino".

Recuerdo que su retablo, en uno de los laterales de la iglesia de San Zaccaria, me retuvo más de media hora sentado en uno de los bancos cercanos. Éramos tres o cuatro turistas nada más, con esa sensación tan difícil de tener en Venecia de sentir que uno está descubriendo algo. Pero así sucedió. Aquellas americanas y nosotros nos alternábamos en depositar monedas que accionasen el foco que permitía una visión mucho más nítida de formas y colores de la tela. Al final, el propio sacristán se percató de que no éramos turistas al uso y nos habíamos literalmente enamorado del cuadro, así que tuvo la gentileza de encender la luz definitivamente con una sonrisa.


Fue un momento único de esos que a veces uno vive con extraños. Aquel pintor tenía algo magnético que no sabría explicar, pero que me atrapaba de una manera muy intensa. En aquellos días nos dedicamos a buscar cada una de sus pinturas por las iglesias y museos de la ciudad. A la vuelta me documenté y descubrí que se trataba de un pintor del Quattrocento italiano, mucho más importante de lo que había imaginado, si bien con menos reputación fuera de Italia que otros contemporáneos suyos. Una especie de pintor más de minorías pero que en Italia representó no sólo un modelo para muchos pintores de la época, sino que consiguió en un estilo absolutamente personal una reelaboración de varios lenguajes pictóricos de la época para crear el primer estilo auténticamente "italiano".


Coincidir en Roma con la gran retrospectiva de este pintor (la primera después de casi 50 años) en las Scuderie del Quirinale supuso toda una sorpresa para mí. La muestra es muy grande y recoge prácticamente tres cuartos de toda su producción. Recorrerla fue, no sólo un acto de afirmación de la Belleza con mayúsculas (que para mí es una de las características más determinantes de este artista), sino un interesantísimo y didáctico recorrido por la obra de este pintor del que tras salir de la exposición, descubrí que sabía en realidad bien poco.
Las retrospectivas no siempre consiguen ser capaces de ofrecer una visión de la evolución del trabajo de un autor. Sí lo es en el caso de ésta, en la que se ilustran impecablemente los cerca de sesenta años de vida productiva. Desde sus inicios, casi imbuidos en un estilo más parecido al Trecento de Giotto, hasta las obras finales, de un modernismo abrumador que apunta ya a Tiziano. Además, la colocación de obras, la ordenación de las mismas, la introducción de los diferentes temas que aborda, unida a la estupenda miniguía de mano que se entrega a todos los visitantes (y que va explicando de una manera concisa y didáctica cada una de las salas) permite un viaje apasionante por la obra de este personaje.


Nacido en el seno de una familia de artistas, Bellini tuvo la suerte de vivir en una Venecia por la que llegaron a circular en aquella época, pintores de la talla de Antonello da Messina, Giorgione o incluso Leonardo. Pintores que aportaron sus visiones maravillosas, pero que también le permitieron conocer los estilos de los lugares donde aquellos habían trabajado, lo cual supone hablar más o menos de todo lo que se hacía en Europa en aquel momento. En aquella época, sin embargo, él era considerado como el "maestro de todos"

La pintura de Bellini parte de una recreación poética de la belleza misma a través de las figuras y la forma en la que las rodea de contexto. Esta forma suya de pintar fue poco a poco evolucionando para producir una visión muy personal. Es muy interesante cómo en su pintura se observa un especial vínculo de la acción al lugar físico en el que se sitúa, prestando una atención muy precisa y delicada a la naturaleza y las arquitecturas de los fondos, un poco en la línea de la técnica de la pintura flamenca que debió conocer a través de Da Messina que había trabajado mucho en los países del norte. Sin embargo, Bellini siempre recreó estos elementos de una forma esencialmente veneciana a través de una luz extremadamente delicada y colores intensos que hacía destacar sobre el realismo sobrio de los personajes que representaba. Me gusta mucho en él esa minuciosidad en el detalle de todas las pequeñas cosas, especialmente aquellas relacionadas con la naturaleza.

Este estilo, sin embargo, va después transformándose y adaptándose su nuevas formas de pintar, con trazos más amplios y abstractos, con un uso directo del óleo sobre el lienzo para hacer las figuras. Al final de su carrera incluso dibujaba directamente con los dedos, creando inusitadas suavidades cromáticas que a veces incluso son capaces de transportarnos a la pintura de casi un siglo después. En definitiva, una de las carreras más interesantes y evolutivas de toda la historia de la pintura, a mi parecer.



El cierre de la muestra nos acerca a una de sus últimas y más intensas pinturas, l'Ebrezza di Noè, donde uno no sabe si sorprenderse más ante las formas suaves y difuminadas de las figuras, inmersas en una luz tenue que casi parece irreal, o con el sorprendente ejercicio simbólico que nos apunta la guía, como una mofa amarga que quiere representar la pérdida del papel y la dignidad del padre de familia como metáfora del fracaso de una sociedad debilitada por las crisis de estado y de la justicia y amenazada por la discordia familiar y civil. Una obra, en suma, maestra, que partiendo de un lenguaje simbólico tradicional y al uso en la época, es capaz de convertirlo en uno nuevo que nos habla de forma desvergonzadamente libre y sarcástica. Al terminar esta última sala sólo pudimos reconocer nuestras miradas, silenciosas y cómplices, y escuchar más de un suspiro con lectura privada, de esas que jamás podrían ser descritas con palabras.

5 comentarios:

julianen dijo...

que gusto leer un post dedicado a un pintor que idolatro desde mis 20 años en mi primer viaje a venecia, nunca se ha hecho justicia con el genial talento de este pintor, nadie como él para retratar la luz de un rostro y sus azules y sus verdes, tan únicos. gracias

senses and nonsenses dijo...

ha sido una gozada descubrir a este pintor a través de esta maravillosa entrada. entre la belleza del primer cuadro y el análisis del último te ha quedado un post perfecto.

un abrazo.

dijo...

Felices Fiestas!
un abrazo!

Unknown dijo...

caray... vaya repaso... no conocía mucho a este pintor y sinceramente me he quedado absorto con tu forma de escribir sobre el y tus estancias en Italia...
a mi en Roma me pasó lo mismo con Caravaggio.... estuve como loco buscando iglesias y lugares donde hubiese un cuadro suyo... y ahora no recuerdo en qué iglesia... también teníamos que meter monedas para ver mejor un cuadro suyo....
buena entrada en el 2009... yo con gripe...
besos.

Anónimo dijo...

esa "primera" pintura italiana, equilibrando hieratismo y calidez, siempre me ha fascinado mucho.
es la parte que más me gusta de la colección del thyssen