12 de diciembre de 2008

Sofía

Sofía se levanta un sábado más sin pensar en nada. Abre la ventana para que se airee la habitación y se dispone a ordenar la cocina. Ayer no estaba de humor para recoger los cacharros de la cena. Deja después todo dispuesto para el desayuno y se dirige al baño para tomar su ducha. Le gusta hacerlo con calma el fin de semana, dejando que el agua muy caliente se recree por su cuerpo durante muchos minutos. Se seca con sumo cuidado, se aplica crema hidratante con parsimonia por todo el cuerpo, y antes de pasar a los cuidados del la piel de la cara se acerca a la cocina a poner la cafetera al fuego. En unos minutos el olor intenso de café se extenderá por la casa. Sin él no le parece que el día pueda ponerse en movimiento. En realidad no le gusta demasiado el café, y se lo sirve con una abundante cantidad de leche tibia, pero ese olor le recuerda a la niñez, a las mañanas antes de ir al colegio, cuando su madre se preparaba una taza mientras les ponía la leche y las galletas sobre la mesa. Aquellas mañanas en las que no había que pensar en nada más, sólo en ir a clase y hacer los deberes después. Jugar un rato, dibujar o leer, y nada más.

Ahora es diferente, las responsabilidades, ya se sabe. Tiene que pensar en otras muchas cosas más. Pensar por ejemplo en organizar la cena de navidad del grupo de amigos de la facultad. Si no fuera por ella, ya casi ni se verían. Esta mañana, además, tiene que hacerle la compra a su madre, que desde que se cayó ya no está para subirla por las escaleras. Tampoco puede dejar de ir al gimnasio para poder cumplir con la tabla de ejercicios semanal que le ha recomendado su monitor. Y después ha de pasar por casa de Marga, que la ha invitado a comer. No le apetece demasiado, pero Marga ha estado mal esta semana después de romper con Hugo y supone que seguro que quiere desahogarse.

Mientras toma el café tranquilamente vuelve a fijarse en la carta sobre la librería del comedor. El membrete de la Universidad de Lyon lleva ahí mirándola desde hace más de una semana. Dentro de él está la especificación de documentos que tiene que aportar para poder formalizar la plaza que le han otorgado. Supone que aún tiene varios días para que se acabe el plazo de aceptación, pero aún no ha sido capaz de abrirla. Inconscientemente lo va dejando de un día para otro. El membrete la espía sin piedad y la desconcierta. Sospecha –sin ser realmente consciente- que el día que la abra el plazo será ya tan corto que no le dará tiempo para completar todos los formalismos. Aún así, apura su plazo imaginario al máximo. Mira el sobre de reojo una vez más mientras mastica distraída el último pedazo de su tostada.

Sofía es callada y su pelo es bonito y abundante. Le cae en una cascada de ondas irregulares desde las sienes hasta los hombros. Oscuro y resistente, le brilla con mucha intensidad, especialmente después de lavárselo, como ahora. Se lo cuida mucho, siempre ha pensado que es lo único bonito que tiene, o eso le decía su madre de pequeña, como intentando poner en valor alguna característica suya. Siendo bajita como era y con exceso de acné, su cara de expresión triste no le ayudaba mucho a sentirse guapa y, aunque nunca se lo ha llegado a preguntar, siempre ha pensado que su madre alababa su pelo porque era lo único bonito que veía en ella. Con los años no ha dejado de sentirlo así, a pesar de que objetivamente se transformó en una atractiva joven y ahora, recién pasados los cuarenta, luce una madurez serena y bella que, sin haber perdido cierto aire de melancolía, continúa sabiendo generar sus dosis de deseo. Así lo sintió Alberto el jueves cuando volvió a coincidir con ella en la tienda de ultramarinos de debajo de la casa de los padres de ella. Vino a pasar unos días con sus padres y aprovechaba para saludar a Manolita, la tendera, que lo cuidaba de pequeño, cuando la descubrió junto a la caja. Hacía años que no se cruzaba con ella, desde aquella tarde en la que coincidieron en el centro y se la llevó al cine a ver una película a la que siguieron unas cañas, y tras éstas una tímida declaración de Alberto a la que ella, a pesar de sentirse también algo efusiva a causa del alcohol, evito responder cambiando de tema con agilidad, pensando que algo así sólo podría ser producto de una noche equívoca y de la confusión que les causaba la cerveza. Sofía había prometido ir a Madrid a verle un fin de semana, pero aquello nunca sucedió y Alberto había terminado por perder el contacto con ella.

No sabe muy bien por qué, pero Sofía no ha dejado de tener aquella percepción acerca de los comentarios de su madre sobre su pelo. Con 23 años se lo corto de pura rabia por aquellos sentimientos, y así lo ha mantenido hasta hoy, una melena corta que en realidad no termina de convencerle, pero cuyo cambio aplaza una y otra vez cuando va a la peluquería Spray, la misma a la que lleva años y años yendo. Marga le ha hablado de la nueva que han abierto junto a su casa, toda en colores crudos y con asistentas impecables, pero Sofía se siente cautiva de las manos de Aurora, y del champú con aroma a romero con el que sigue lavándole la cabeza desde que puede recordar. Al sentarse en el cómodo sillón, algo desvencijado ya, de su salón de belleza, Sofía nunca tiene fuerzas para decir que quiere otra cosa, y un lacónico "sí, claro, lo de siempre" se le escapa entre los labios, como si fuera otra la que lo pronunciara.

Sofía se da cuenta de que se ha entretenido demasiado en el desayuno y corre a enjuagar las tazas bajo el grifo. Ya terminará después, cuanto pueda. Mientras el agua resbala por sus dedos y los restos de leche diluidos se escapan por el desagüe, recuerda la expresión de despedida de Alberto el jueves. En el fondo, es un chico estupendo, piensa. Recuerda cuánto le gustaba de niña...¡a rabiar! y sonríe. De eso hace ya demasiados años. Eran ellos dos muy chicos, razona. Después intenta pensar qué ocurrió para que dejara de sentir aquello por él, pero lo cierto es que no logra recordarlo. Simplemente no ocurrió nada, se lamenta. Nada. O eso cree. Pero, siguiendo una de sus costumbres habituales, decide que lo pensará otro día con más calma.

Sofía repasa de nuevo las tareas de la mañana del sábado y se convence de que no tiene en realidad tiempo de abrir la dichosa carta y quizá comenzar a organizar el papeleo. "No..." se reafirma. Además, hacerlo significaría que ha elegido aceptar y en realidad eso aún no lo ha hecho. La elección se le retuerce dentro, muy dentro. Duda un instante si en realidad se trata de un problema con las decisiones en general. Pero no. Es más, en el fondo la plaza la pidió porque se lo dijo Marga, porque la convenció de que era lo que necesitaba, cambiar de aires, conocer a gente nueva, irse a Francia, con lo que le gustaba a ella. En el fondo, sin embargo, ella lo que quiere es estar aquí, en su casa, cerca de su madre. Lo que quiere es tener algo más de tiempo, estar en casa y dedicarse a leer, que es lo que realmente le gusta. Pero es que con tantas cosas que hacer casi nunca tiene tiempo de hacerlo. "Si sólo tuviera un poco más de tiempo... Sí, con eso sería suficiente" piensa. "Qué tontería, Lyon"
Sale a la calle y comprueba por última vez la lista de la compra que le ha dictado su madre al teléfono. Aún está a tiempo de llegar temprano al super, antes de que se llene de marujas armando alboroto. Al pasar por delante de la tienda de doña Manolita se encuentra con Alberto de nuevo y cruzan un par de frases.

- No nos vemos nunca o nos vemos todos los días, ¿eh?
- Sí. Es que como mamá está mal, vengo más por aquí.
-Yo ya no vengo mucho, la verdad...- dice dejando la frase en el aire, como si quisiera dar a entender algo más.
- Es que poco hay que hacer por aquí. Tú en Madrid tendrás tantas cosas que hacer...
- Sí, hombre, no me quejo. Ya sabes que estás invitada a comprobarlo desde hace mucho tiempo.
- Es verdad- sonríe tímidamente- lo que pasa que ahora, hasta que mamá mejore y eso... Lo tengo un poco complicado, la verdad. Además, a lo mejor me voy a vivir a Lyon, ¿sabes?- suelta sin saber muy bien por qué.
- ¿De veras? ¡Qué bien! ¿no?. A ti te gustó siempre mucho Francia.

Sofía asiente, sin decir nada.

- Bueno... pues nos veremos cuando coincidamos por aquí, espero - Alberto no sabe mirar a Sofía sin esa ternura inimitable que se le escapa en la mirada.
- Sí... A ver si vienes más - dice ella agarrándole la mano en un gesto de cariño incontrolable.
- A ver... De todas formas, Sofía, lo de Madrid, a pesar de todo... sigue en pie, ¿vale?

Sofía vuelve a asentir sin decir palabra.
Se besan en la mejilla y cada uno sigue su camino. Sofía siente que se le viene el mundo encima un momento. Respira hondo y piensa.
"Este pelo necesita un arreglo ya" se dice a sí misma, "pasaré por donde Aurora a pedir una cita".

Y retoma sus pasos pensando que quizá esta noche tenga un ratito para leer...
"Sí, tranquilamente, en el sofá..." casi susurra.

9 comentarios:

Martini dijo...

y vamos dejado las cosas para otra vez y vamos perdiendo las oportunidades... me ha encantado!

mikgel dijo...

Sofía es tan yo... o yo soy tan Sofía...

Tessitore di Sogno dijo...

Caro,

Hay quienes se aferran tanto al pasado que, cuando se dan cuenta, se han ido sus mejores días y con ellos la felicidad.

Besos.

nocheoscura dijo...

¡Joer!, no me da tiempo a leer la entrada :-( Otro día vuelvo, lo prometo.

Arquitecturibe dijo...

Jugar un rato, dibujar o leer, y nada más...
yo a mis veintitantos aun lo hago.
Saludos desde mi lejana galaxia

senses and nonsenses dijo...

estoy ya con el segundo café. sin duchar (aún) y nada de gimnasio, por supuesto. y qué mejor que empezar un sábado con uno de tus relatos.
a mí me hubiera gustado saber más sobre la decisión de Sophie, supongo que pedir cita en la peluquería puede ser a veces una decisión importante.

un abrazo.

Javier dijo...

Demasiadas cosas aplazadas, que a veces terminan olvidadas y así, día a día vamos muriendo un poco, pero nos acabamos por conformar.

Anónimo dijo...

Ha sido una lectura terrible, el retrato de una vida muy triste y anodina. Sofía está ahogada en la abulia y en el sinsentido,lo poquísimo que la saca de la nada son cosas que hace por los demás o por rutina, y nunca realmente por ella misma. En este relato, sin que haya un solo atisbo de violencia, se ve más horror y dureza que en los míos o en los del diario de un impresentable, que no sé si conoces.
Salud y Libertinaje

Argax dijo...

En parte estoy de acuerdo con el Gato. Pero yo no veo tanto la crudeza sino más bien esos engranajes que hay detrás de las vidas, esas omisiones en las que están las verdades más importantes, los miedos inconfesados y las mentiras que decimos y nos decimos para acabar, una y otra vez en el mismo sitio: el desamor y la mayor de las soledades.

Un abrazo. Te veo pronto.