16 de enero de 2008

La tercera vez


Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... En la noche los pasos suenan nítidos sobre la acera mojada. No sé hasta cuando resistiré sin mirar. He decidido que simular una espera es lo único que tiene sentido para no sentirme idiota, así apoyado en la pared de esta esquina. Miro el reloj para resultar más convincente.
Enfundado en tu abrigo de marca, caminas con una elegancia que te hace diferente a todos. Me fijo en tus manos cerradas mientras sujetan un libro del que intento adivinar el título.
Te has detenido en el escaparate que hay junto a mí y miras con curiosidad los complementos de un maniquí. El libro que llevas por fin desvela su título. Lo conozco bien, siempre me ha gustado Mishima. Dejo de respirar, es un pequeño gesto que parece pedir al destino que te fijes en mí, que detengas esos ojos oscuros, aunque sólo sea un segundo, en los míos. Te llevas la mano a la barbilla, en un gesto que me parece tierno y fatal a la vez. Siento de repente que no puede existir nada en el mundo que me guste más.
Por fin reparas en mí. Me miras de abajo arriba, en uno de esos gestos que detesto generalmente, pero que en ti parecen acelerar mis latidos. Creo que me sonrojo y dejo de poder pensar. Sólo me preocupa no parecer estúpido. Te acercas un poco, con una expresión que parece decir que crees saber quien soy. Y yo miro de nuevo el reloj, como para fingir que la escena me es ajena.
- Perdona... ¿nos conocemos?
- Eh, pues... no sé, creo que no.
- Es que tu cara me suena de algo, pero no consigo saber de qué.
- La verdad es que no hace mucho que vivo aquí, así que me parece que no.
No me gusta mentir, pero es lo primero que se me ocurre para seguir manteniendo la situación, como si fuera la primera vez que te miro.
- Perdona entonces.
Te sonrío y, disimulando mi temblor, te pregunto tu nombre y me presento. No te digo mi nombre verdadero. Invento uno sobre la marcha, el de la última persona con la que he hablado por teléfono esta tarde. Aún no termino de creer que me hayas hablado, me parece mentira.

Y es que una puerta se acaba de abrir a una posibilidad que hasta este momento no me había parecido realista. La conversación continúa y a cada paso que damos todo me parece, cada vez más, algo soñado. Con esa sensación de que el suelo es tan blando que ni se escuchan las pisadas.

- ¿Esperas a alguien?
- Eh... sí, la verdad que sí. Pero no creo que venga.
No se me da bien improvisar y me pongo nervioso.
- ¿Te han dado plantón?
- Sí, más o menos. Se puede decir que sí.
- ¿Sabes una cosa? A mí también. No es que me sienta mejor por saber que no soy el único esta noche, pero reconozco que me siento un poco más... reconfortado.
- Bueno, a mí me da un poco igual, la verdad es que contaba con que no apareciese.
- Ya...
- De hecho, me iba ya.
Hago intención de comenzar a andar, entre asustado y deseoso de lo que está sucediendo
- ¿pero tienes prisa?
- No... La normal.
- ¿Sabes? en realidad no me han dejado plantado. He sido yo quien ha faltado a una cita. Lo acabo de decidir hace cinco minutos y aún no estaba muy seguro de qué hacer.
- ¿por qué me has dicho entonces que te sentías mal?
- No sé... por encontrar algo con qué identificarnos, por decir algo, por entablar conversación...
- Ah.
- Sí, ya sé lo que piensas... Piensas que quien te ha dejado plantado será igual de informal que yo. Pero en realidad mi historia es un poco más larga de contar que eso.
- No, no pienso nada de ti. Mi historia también es larga. En realidad, cualquier historia podría ser larga o corta, dependiendo de cómo se viva.
La verdad es que no quiero que me cuentes nada, y tampoco quiero yo que me preguntes y me obligues a seguir inventando una historia que no es la mía.
- Sí, en eso tienes razón. ¿En qué pensabas, entonces?
- Pues... pensaba que tú eres más previsor que yo, y que te has traído un libro para la espera. Pero claro, si eres tú el que estás haciendo esperar, pues ya no tiene mucho sentido decirlo...¿Crees que la persona que te está esperando ha traído también un libro para la espera?
- Mmm, lo dudo.
Lo dices arrugando la nariz, como haciendo ver que la decisión de no acudir a tu cita en realidad no es de hace cinco minutos.
- Veo que te gusta Mishima.
- Pues aún no sé. Es el primer libro que comienzo de él. ¿tú lo conoces?
- Personsalmente no, claro.
Sonrío.
- Ya, imagino...
También sonríes, por fin. Pero creo que no entiendes mi guiño.
- De hecho, no recordaba ni siquiera tenerlo. Hace unos días lo encontré por casualidad en mi casa. No sé ni cómo llegó allí. Sólo he leído unas líneas.
- ¡Qué curiso!, ¿y te suele pasar mucho eso?
Sonríes de nuevo. Y yo casi me siento temblar.
- ¿Qué, encontrar libros en casa que parezcan salir de la nada? No, no mucho... Pero sí que soy bastante despistado.
Me miras fijamente.
- Te gustará... el libro, me refiero.
- ¿Tan seguro estás?
Te acercas un poco.
- No, es tan sólo una corazonada.
- Si quieres me puedes hablar un poco de él. Me parece más interesante que empezar a leerlo
Lo dices con una medio sonrisa que me desconcierta.
- así empleamos los dos este tiempo de espera en algo más productivo e interesante que estar aquí en la calle sin hacer nada.
- ¿Qué me estás proponiendo? ¿Irnos a algún sitio? Me refiero a algún sitio que no sea la calle.
Las palabras han salido sin control por mi boca. Cuando quiero detenerlas, ya las he pronunciado.
- ¿Por qué no?
Y acercas tu mano hasta mi cadera.


Cada paso que doy, silencioso, me aleja más y más de esa puerta que se acaba de abrir. Es curioso, sigo sin escuchar los pasos que doy, como si estuviera en un sueño. No estoy seguro de querer seguir. Y sin embargo, sigo caminando. Lleno de fragilidad. Lleno de deseo también.

La historia, finalmente, no resulta tan especial como puede parecer. Terminamos inevitablemente en tu casa. Un par de vasos de vodka y ni siquiera hablamos de Mishima. Ya ni siento que siga dando pasos. Ya sólo te veo a ti. Sólo siento un deseo incontrolable, un deseo que se va mutando en lujuria poco a poco, transmitiéndose a mis manos, que ya han comenzado a tocarte.
Todo ocurre muy rápido. Los besos, atropellados, se suceden de mordiscos que se contagian al cuello, a la cadera, a los muslos. Breves momentos de sexo oral y ya me pides que le penetre.
Te corres en seguida. En resumen, un polvo rápido en el que casi no me entero de nada, en el que sólo consigo sentir el deseo que me produce mirarte. Un deseo obsceno que sin embargo no soy capaz de transformar en algo más que un polvo mediocre, en el que parece que nos devoremos a través de un cristal.. No me atrevo ni a preguntarte si estás satisfecho. No dices nada. Te tumbas y cierras los ojos. Tu piel está tibia, pero desde tus párpados, que no quieren mirar, sé que estáss ya comenzando a olvidar. A querer olvidar. No me importa, ¡me gustas tanto!

Supongo que debo admitir que nunca me había sentido tan atraído por nadie antes. Ocurrió la primera vez que te vi. Sentí como si de repente tu cabeza hubiese surgido entre la multitud, y yo hubiese sabido desde siempre que aquello iba a suceder. Una simple y veloz mirada que cruzaste conmigo fue suficiente para enredarme en ti con la obsesión del efecto de un filtro amoroso. El resto de la realidad, personas, conversaciones, argumentos, sonidos, pasaron a un segundo plano. Yo asentía, incluso respondía, pero mi cabeza no hacía más que buscar el siguiente momento en el que mirarte.
Es curioso cómo nace la atracción: extraña, como un sentimiento que hubiese existido siempre, como un recuerdo intenso de algo que ocurrió en otra vida, del que no tenemos conciencia y que cuando de repente surge, es como si siempre hubiese estado ahí, como si esa piel la hubiésemos tocado ya cientos de veces. Entonces brota ese deseo impetuoso, la necesidad de recuperar ese recuerdo como sea, ese hilo finísimo que hace girar todo nuestro cuerpo, toda nuestra mente, como una suave marioneta, hacia él, hacia ella, hacia ti.

Y así ha sido... Así lleva siéndolo todo este tiempo. Desde la primera vez que vine a esta casa, hace ya 4 años. Desde la primera vez que sospeché que nunca podrías dejar de atraerme como lo haces, de excitarme como lo haces. Aquel primer rollo duró un par de días. Es curioso, ahora mientras te tengo aquí delante, sin que tú puedas verme, siento pudor. Pudor de confirmar cómo desnudé lo que sentía ante ti sin razón, cómo me atropellé en intentar establecer un vínculo entre tú y yo que ahora sé claramente que nunca podrá existir. Hasta cometí esa imprudencia de regalarte este libro de Mishima porque me dijiste que buscabas algo nuevo que leer. Ese que ya no recuerdas ni de dónde salió, el mismo que ha servido de excusa para volver a poseerte y que reposa a los pies de esta cama donde acabo de follarte sin que aún puedas recordarme .
Me quedo quieto contemplándote, contemplando la belleza que siento que tiene todo tu cuerpo, como si hubiese sido construido y modelado minuciosamente para provocar a todas las partes de mi cuerpo, a todos los rincones de mi mente. Repaso en mi cabeza las tres veces que he estado en esta cama. Aquella primera. Luego, dos años después, cuando al igual que hoy, tampoco me reconociste. Aquel día era razonable. Todo estaba muy oscuro cuando nos encontramos y yo jugaba con ventaja porque te seguí hasta allí. Además, sólo intercambiamos un par de palabras. Y hoy. Hoy también te he seguido. En realidad, te sigo a menudo, sin razón, sin esperanza, sin objetivo... Como un acto obsesivo al que me entrego para pasar las horas de esos días que se me clavan con frecuencia como espinas en medio de todas las semanas.

Todas las veces han sido iguales, un coqueteo veloz, sexo rápido y un par de conversaciones sobre las sábanas. Nada especial. Bueno, salvo la primera vez, cuando me pediste que te aconsejara qué leer. Casi igual que hoy. Pero no te hablaré más de libros. Ni siquiera has leído a Mishima. En realidad, has cogido hoy ese libro como podías haber cogido otro cualquiera. Sólo hay un par de docenas de ellos sobre la estantería.
Me levanto despacio y comienzo a vestirme.

No quiero despertarte. Tampoco quiero despertarme yo. Necesito seguir caminando sin escuchar, pero la situación comienza a dolerme demasiado. Quiero salir por esa puerta que he abierto esta noche, y que necesito cerrar de una vez. Tomo con cuidado el libro de Mishima y camino descalzo hasta la puerta de la calle. Creo que serán mi últimos pasos silenciosos. Cierro la puerta con cuidado de no despertarte y desciendo rápido las escaleras. Tu imagen en el recuerdo fresco del sexo recién vivido, el olor de tu piel, se me atragantan todos como erizos inquietos en mi garganta. Salgo a la calle y respiro. Me alejo corriendo pero, antes de torcer la esquina, me vuelvo para mirar tu casa y busco en la ventana. Allí estás, mirándome. Hasta podría jurar que pareces triste. Me vuelvo y sigo corriendo.

Me acabo de levantar y siento que el sueño, reparador, me ha hecho bien. Me levanto y lo primero que veo sobre la mesilla es el libro de Mishima, como una señal de que no me despierto de un sueño, sino de una realidad. De una realidad de la que, además, necesito escapar. De la que ya he decidido escapar.

Creo que necesito quemar el libro, para que todo surta efecto. Tomo una cerilla y coloco la novela sobre una bandeja. Le prendo fuego y me quedo a contemplar cómo arde, crujiendo suavemente, como en una suerte de secreto que se comienza a liberar. Entonces veo todo al abrirse las hojas fruto del calor y la deformación del papel. Me asusto y lo tomo de una esquina. Lo que queda de él lo apago bajo el grifo para poder verlo mejor... El interior de la novela está lleno de anotaciones y de frases subrayadas.

Mi nombre, mi verdadero nombre, está escrito algunas veces en diferentes lugares. Hay frases al margen, la mayoría no las puedo leer porque están incompletas a causa del fuego o del agua. Pero sin duda son frases que evidencian que has leído el libro y que sabes quién soy, o al menos quién fui. Todo me da vueltas, y la sensación de que finalmente no puedo cerrar esa puerta se apodera de mí para dar paso, después, a la necesidad de volver a tu casa, de hablar contigo, de hacerte tantas y tantas preguntas.

Me visto despacio, no quiero parecer un desequilibrado ni un loco frenético. Intento ponerme lo más guapo que puedo. Salgo caminando, cruzando la ciudad. Es ya media mañana y las calles están llenas de sol. Intento pensar en qué razón voy a darte para justificar el hurto del libro y su destrucción. Pienso incluso en pararme en una librería y comprarlo de nuevo. Pero mis ganas de volver a verte se han hecho ya irrefrenables. Llego al portal y subo. Llamo al timbre pero nadie contesta. Habrás salido, pienso. Y espero. O estarás en la ducha y no me escuchas. Espero un poco más y sigo llamando, cada vez con más insistencia. Una insistencia tan desmedida como el desconcierto que comienza a invadir mi interior.

El sonido velado del timbre ha debido alertar al portero que en pocos minutos se presenta en el descansillo.

- ¿A quién buscas?, ahí no vive nadie.
- Eso es imposible, ayer noche mismo he estado aquí.
- Ah, ¿sí?
Parece querer saber más detalles. Evidentemente no puedo ofrecerle una versión coherente de lo que me está sucediendo.
- Bueno, yo no... Un amigo. En realidad ésta es la casa de un amigo de un amigo. Me ha encargado que le devuelva algo. Yo vivo cerca.
- Me temo que has llegado tarde. ¿no te había dicho tu amigo que Luis se mudaba esta misma mañana? Yo mismo le he estado ayudando a cargar las últimas cajas en la furgoneta.
- Eh... no, la verdad que no lo sabía.
- Pues no sé, chico, va a ser difícil que le devuelvas eso que le tienes que devolver. Creo que se iba esta misma tarde para Londres. No sé, si me lo quieres dejar a mí y yo se lo doy si...
- ¿Londres?- le interrumpo.
- Sí. Pero chico, tu amigo... ¿es muy amigo de él?
- Sí... No... Bueno, es igual, tampoco es tan importante. Se lo devolveré y ya que se entiendan ellos. Muchas gracias.
- De nada, hombre. Si quieres, puedo intentar averiguar su nueva dirección.
- Eh... No, no, no hace falta.

Salgo. El sol golpea con la misma fuerza que hace un momento las aceras. Pero yo ya no lo siento. Me vuelvo a casa caminando de nuevo. Tengo que terminar de quemar algo.

20 comentarios:

Anónimo dijo...

Me impresiona sobremanera la forma en que mutas entre describir una buena ópera, una canción de Consoli, una cinta que fulmina a los sensibles, para venir a sorprender a tus lectores con historias como "detrás de la puerta" y ahora esta, de pronto me han dado unas enormes ganas de leer un libro tuyo más tendré que conformarme con ir por el de Mishima.

¡Gracias por el relato!

Raúl dijo...

seguiré insistiendo en que reúnas los cuentos en un libro que dejará a los demás a la altura del betún (y mira, sería difícil hacerte la competencia)

Javier Herce dijo...

Ayer al final no estuvo tan mal, ¿no? Jejejejejejejeejeje.

susana dijo...

vulcano, eres buenísimo.
me ha tenido en vilo esta historia de final(es) sorprendente(s).
cada unx de nosotrxs tiene un libro que quemar_

d2 dijo...

Eres genial, me encanta me encanta. Puedo poner un enlace con el mio?

Anónimo dijo...

jo, david, a veces leyendo estas cosas que escribes me dan ganas de quemar lo que yo escribo, o de apropiarme de tus historias... aunque, bueno, me conformare con seguir leyendolas y escuchandote, que es un placer

Cvalda dijo...

...Me has dejado sin palabras, sencillamente genial. Opino como Raúl, deberías animarte a hacerlo :)

Sobre lo de Mishima, creo que, aunque nunca podrá leer lo que has escrito, estaría contento con el final que le dió tu personaje a uno de sus libros ;)

Javier dijo...

Por qué siempre tienes esa tendencia a la frustración final, son historias que se mueven entre la realidad y el onirismo, con un pie más cercano al deseo de la ensoñación, del cual sus personajes se acaban despertando para enfrentarse a la realidad de una soledad generada por sus propios egoismos o indecisiones.

Argax dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Argax dijo...

Me gusta el tratamiento que le das al deseo. Me gusta que tus personajes se vean poseídos por él.

No dejes de escribir estos relatos, aunque creo que estoy diciendo tonterías, no creo que lo hagas.

Muy acertada la elección de Mishima, cuando leo algo suyo siempre me queda esa sensación de que hay cosas por desenterrar, de que los secretos se acumulan casi en la superficie pero no llegan a asomar.

Ay el deseo, tan difícil de satisfacer casi siempre. Aunque si no obtenemos lo que queremos, siempre podemos hacernos el harakiri.

Un beso.

pon dijo...

Los libros no se queman.

Martini dijo...

Sabes que soy contrario a post tan largos pero, ¡Dios!, ¡Es genial!, me ha enganchado de principio a fin... si es que supe escoger una buena fuente de inspiración....

;)

Rosa dijo...

"Es curioso cómo nace la atracción: extraña, como un sentimiento que hubiese existido siempre, como un recuerdo intenso de algo que ocurrió en otra vida, del que no tenemos conciencia y que cuando de repente surge, es como si siempre hubiese estado ahí, como si esa piel la hubiésemos tocado ya cientos de veces. Entonces brota ese deseo impetuoso, la necesidad de recuperar ese recuerdo como sea, ese hilo finísimo que hace girar todo nuestro cuerpo, toda nuestra mente, como una suave marioneta, hacia él, hacia ella, hacia ti"

Nunca he leido describir la atracción de forma tan acertada... hasta casi recrearla, traerla de algún recuerdo perdido. Eres un escritor estupendo, y sí, pienso como otros que deberías recopilar tus relatos y tus poemas.
Opino como Pe-jota, que tus personajes parecen moverse entre la realidad y los sueños... huyendo y volviendo a ellos.
Oh... que lástima me dió el libro quemado, si lo hubiera repasado antes de entregarse al impulso de destruirlo... cuantas cosas hubiera entendido...

NaT dijo...

Sin palabras me he quedado, creo que se me hanq eudado quemadas en la garganta. Ayerm no me dio tiempo a leerlo del todo, me lo imprimí y lo guardé deseosa de seguir leyendo en el bus de camino a casa y cuando saco las hojas del bolso ¡¡¡ohhhhh!!! mi gozo en un pozo, había papel reciclado en la impresora, puesto incorrectamente y las palabras tan interesantes se mezclaban con los números tan aburridos. Qué frustración la mia.
Y ahora que lo he leído... sigo quedándome sin palabras.
Besazos!!!

Anónimo dijo...

Lo he leido entero. Me ha gustado mucho.

Un besote enorrrme.

;-P

Aщa dijo...

Unos zapatos colgados en el camino desde Campinas a São Paulo me han hecho volver a leerte. Sldos!

CRISTINA dijo...

¡Qué giro el que das al relato cuando se empieza a quemar el libro!
Me imaginaba tus palabras en una película, un corto, quizás que acabase justo ahí, mientras el libro se quema y ya no hay vuelta atrás.
Muy bonito.

***pero como dice Pon, los libros no se queman***

Anónimo dijo...

es triste. me gusta. es muy de tu estilo. tiene frases como chinchetas.

David dijo...

Lo voy a imprimir, porque requiere mayor pausa y rebuscar entre las frases. Pero es tan tuyo...
Oye, ¿esa foto no es repetida?

senses and nonsenses dijo...

lo sabía, lo imaginaba... no había cogido cualquier otro libro, había cogido precisamente ese. casi me da un vuelco el corazón cuando el libro estaba todo subrayado.

quiso despedirse...
eras uno de ese par de docenas de libros sobre los estantería. algunos se devoran, de otros se pasan. otros se olvidan, y otros se convierten en fetiches que te persiguen y acompañan.

wow, me ha encantando
un abrazo.