21 de febrero de 2008

Cuando el espíritu se hace carne.


La vida de la mayoría de nosotros nos coloca muchas barreras a la hora de despegarnos de la realidad, a pesar incluso de que la realidad de la mayoría incluya cada vez más elementos virtuales que tangibles. Así, el ejercicio de la espiritualidad se convierte en algo que no es para nada evidente, pues nos exige por un lado un abandono momentáneo de la realidad y de una cotidianeidad que a la mayoría se nos adhiere demasiado a la piel, y por otro una toma de perspectiva lo suficientemente alejada como para poder viajar sin rumbo ni condicionantes. La música antigua es un excelente vehículo para ello, y su fuerza es mucho mayor de la que la mayoría imagina. Las limitaciones de los instrumentos en la época obligaron a los compositores un ingenio especial para poder atraer a los oyentes de la época. En la música religiosa, el impacto psicológico imagino que era uno de los objetivos que se intentaban conseguir. Monteverdi está en la cima del desarrollo de este tipo de música, y la revolucionó hasta tal punto que sentó las bases de la evolución posterior en todo el periodo barroco. Su música religiosa se libera de la rigidez y la solemnidad para dar rienda suelta a la investigación de múltiples formas. Su fascinante resultado está lleno de contrastes y juega con la danza, el dramatismo y la teatralidad, envolviéndolo todo de un cromatismo espectacular, lo cual hace de sus obras espirituales un ejercicio de llegar al infinito místico, pero desde una evidente carnalidad.
Jordi Savall es uno de los músicos más brillantes de su generación, y sus abundantes y premiados trabajos discográficos dan buena cuenta de ello. Su maestría parte de un hondo conocimiento de la historia y del contexto en el que fueron escritas las obras, además de contar con un equipo fijo de músicos (La Capella Reial de Catalunya y Le Concert des Nations) que deben formar a estas alturas casi una familia.

Ayer presentó con ellos y con algunos de sus (excelentes) solistas colaboradores, las Vísperas de la Beata Virgen en el Auditorio Nacional. Esta monumental obra, en mi opinión, necesita de un aforo más reducido y de otro lugar de representación más adecuado a poder apreciar la inmensa riqueza de matices de la obra, no sólo por razones musicales, sino porque es una obra con un innegable carácter teatral, que el escenario de un Auditorio no contribuye nada a realzar. Precisa de un lugar más en penumbra, de una situación espacial de músicos y cantantes que el Auditorio madrileño no puede ofrecer (por poner un ejemplo, las abundantes escenas de eco que Monteverdi nos propone no consiguen su efecto) a pesar de que Savall hizo lo que pudo adaptando la colocación de solistas y músicos a cada uno de los fragmentos de la obra. Tampoco ayuda mucho la necesidad (no la comparto ni la entiendo) de tener que partir una obra así, que te va cuajando poco a poco en los sentidos, para hacer el intermedio, que en este concierto sobraba.

Así, con esta frialdad de partida, me costó bastante dejarme llevar por la música. Tengo la percepción, además, de que la mayoría de los músicos debieron también acusar todas estas dificultades, pues el inicio de la obra resultó un poco desbaratado, disperso, falto de la necesaria fusión de instrumentos y voces. Poco a poco, sin embargo, se fueron haciendo con la partitura y desplegando el inmenso talento que poseen todos, la milagrosa perfección con la que ejecutan la música, desde una equilibrada y contenida pasión, justo la que necesita esta obra para ir cristalizando en nuestros oídos y en nuestros espíritus. Desde luego, la visión de Savall es discutible en muchos puntos, pero creo que es ante todo homogénea y sentida. La cohesión del conjunto llegó a su cima en el espectacular Magnificat final con el que consiguieron un momento de rotunda carnalidad, liberándose por fin de todas las limitaciones del espacio y del tiempo. Un final sobrecogedor, voluptuoso a la vez que profundamente espiritual, un auténtico viaje desde la ruptura de la realidad que finalmente fueron capaces de obrar. Siempre espero que las Vísperas me hagan abandonar la realidad, como tirando de mí desde una de esas rupturas de cielo tan del gusto pictórico barroco. Ayer, casí llegué a sentirlo, que no es poco. Magnífico Magníficat, Magnífico Savall.
Gracias.

10 comentarios:

Fenjx dijo...

estoy pensando en la palabra cultivar
y en su uso en la expresión "cultivar el espíritu"
y en el espíritu como una parcela de tierra
y en la costumbre actual de comprar plantas de plástico y frutas envasadas en atmósferas protectoras
abandonando el terreno y dejándolo secar
estoy pensando en un jardín
frondoso
por el que se cuelan los rayos del sol
estoy pensando en como las palabras
-igual que la música antigua-
pueden acampar en el espíritu
y quedarse toda una tarde
y acompañarte en el coche
iluminando por dentro
esos recovecos de ti
a los que el sol no llega

Cvalda dijo...

Me gusta que disfrutes tanto con este tipo de música; creo que debería empezar a cultivarme para sentir cosas así...

Anónimo dijo...

me gusta que la palabra cultivar haga a la gente soñar y viceversa, que el sueño sea nuestra via para crecer.

Javier dijo...

Excelente remanso e paz para dejar descansar el espíritu en momentos tan turbulentos.

Vitamina D dijo...

Estoy de acuerdo contigo, Jordi Savall , La Capella Reial y Hesperión XX, los grupos que aglutina es de lo mejor en música antigua, yo diria no solo a nivel español sino internacionamente, además es un clan familiar, él su esposa Montserrat y sus dos hijos forman una familia dedicada en cuerpo y alma a este tipo de música.

Un saludo

David dijo...

Una pena que no te dediques profesionalmente a esto. Porque vives las críticas. Me encanta.

Anónimo dijo...

lo he intentado, pero me deja frío :(

Anónimo dijo...

Monteverdi es barroco; yo por música antigua entiendo música medieval, todo lo anterior al siglo XVI.
La música barroca tiene un rollo que me encannnta, el clasicismo en cambio me gusta algo menos. Me gusta porque es un rollo muy rebuscado, muy grandilocuente,muy exagerado... lo cual va mucho con mi forma de ser.
Salud y Libertinaje

Ka dijo...

Que buen texto! Me encanta Jordi Savall y fue atraves de su musica que empezé a conocer meljor musica barroca.Siempre que él viene a Portugal intento ir a sus conciertos y me gustan principalmente en iglesias que pienso ser él mejor local para oirlo.

un saludo

Anónimo dijo...

Jordi Savall. Que maravilla de recuperador de la musica , o tambien del alma?
Vivimos en un momento en el que parece que tenemos todas las referencias habidas y por haber y sin embargo no nos damos cuenta de que nuestra vida es una tonalidad que camina en la totalidad, vuela o flota por extensos mares de observación. Sea esta observancia realizada hacia el exterior o hacia el interior, siempre observamos, vemos y miramos con los ojos de la piel, con el sentir aterciopelado de los ojos, con el sabor de los aromas profusos en melodias de tierras llenas de grosellas y con los ecos materiales del oido que nos tectonizan el sentir y el existir.Hoy he encontrado por casualidad tu blog y estoy escuchando esta bella música. Limpida y frugal.Quizás no ha sido por casualidad pero gracias por trasladarme por unos momentos a esos ecos de paz que invitan a la reflexión.
Recuerdo ahora las pinturas del Bosco pero mi sentir lleva mi mirada hacia sus paisajes, fondos de cielo y no a la proximidad donde las saltarinas mudanzas mundanas de personitas desnudas en su ignorancia pero vestidas de deseo me trasladan a mirar un horizonte que callado nos contempla en una paz de lo insondable.

Gracias por esa bella musica.Gracias por ese recuerdo del tiempo.

M