Era un viaje esperado por mucho tiempo y no por ello me ha defraudado. No sabía lo que me iba a encontrar ni cómo lo iba a percibir, a pesar de estar todo bastante bien explicado en las guías y en los libros de historia que ya había hojeado. Pero nada más llegar sentí que la ciudad tenía algo que me llamaba, que me hacía vivirla como si fuera también mía, como si yo también hubiese estado allí en algún otro momento del pasado, en alguna otra vida. Son tantos los millones de vidas que han debido cruzar esas calles, ese mar, esas piedras, que bien podría haber sido yo mismo, en otra existencia anterior, una de ellas.
Uno va acumulando impresiones, pequeños detalles, imágenes y sensaciones de ciudades que inevitablemente están en la iconografía del cine, de los libros, de la historia, de la música o del arte. Sin querer uno se va haciendo una imagen artificial con todo eso, pero luego llega el encuentro con la realidad, que puede resolverse de maneras muy diversas. En el caso de Estambul, las referencias son demasiadas, sobre todo para quien -como yo- tiene especial interés por la historia antigua. Pero Estambul es mucho más que historia antigua. Es una ciudad continuamente reinventada, en continuo movimiento (pocas ciudades he visto tan vivas como ésta) llena de complejas contradicciones y desconciertos. Capital de dos Imperios sucesivos (Bizantino y Otomano), es una de las más grandes ciudades que han visto los ojos de la humanidad. Después ha perdido casi toda su importancia, ya que actualmente no es ni siquiera capital de su país, Turquía, que pasó a ser Ankara durante la primera guerra mundial debido a la ocupación de aquella por parte de los aliados, y siguió siéndolo después. Esa condición impregna a la ciudad de una cierta melancolía, de esa que se desprende de las piedras antiguas, de la decadencia de un lugar que fue el centro del mundo, o al menos de una parte importante del mundo y que ahora, en un mundo globalizado que no entiende de culturas milenarias ni de glorias del pasado, no quiere renunciar a estar ahí, reclamando una posición que su magnetismo humano e histórico le hacen merecer. Por eso no quiere perder el tren de Europa, del progreso y de un mejor escenario para los derechos humanos. Y eso se siente de manera patente en la ciudad a pesar de las evidentes restricciones a la libertad que de manera bien visible impone el fuertemente militarizado estado turco. Se siente en las ganas de los ciudadanos de que todo funcione, de que todo esté más limpio, de que todo sea agradable para el que viene de fuera... Uno entrevé que detrás del evidente esfuerzo gubernamental, de intenciones previsiblemente económicas y de relevancia, está el apoyo de los habitantes de una ciudad (que en el fondo sigue siendo la más importante de Turquía y su escaparate más evidente hacia el mundo) que quiere progresar y conquistar poco a poco más parcelas de libertad. Y ello pasa en este momento por la oportunidad de estar en el grupo de países del mundo que han alcanzado más derechos y más libertades de todo género.
Pero más allá de todo eso Estambul late con fuerza en su increíble mosaico de culturas, de etnias y dialectos, de creencias y maneras de entender la vida. Y todos tienen su espacio juntos y en verdadero respeto desde hace siglos. Por ello, los atentados de los últimos años contra intereses hebreos o lugares de interés turístico, de efectos eminentemente efectistas, no son representativos de lo que uno siente en la calle, donde los turistas siempre son agasajados, saludados, preguntados con interés, a veces por el mero hecho de hablar unos minutos, y donde personas de actitud claramente occidental y globalizada pasean sin ningún problema junto a otras que exhiben la más estricta forma de entender el Islam, o junto a ortodoxos griegos o judíos de origen sefardí (menos en proporción, claro). Lo mismo se observa si hablamos de lenguas, o diferentes tonos de piel o de facciones físicas. El inmenso legado histórico de la ciudad nos cuenta un poco de esta milenaria fusión de razas y culturas en esta ciudad cuya estratégica situación en el estrecho del Bósforo -entre el Mar Negro y el Mar de Mármara, que lo comunica a su vez con el Egeo- la hace ser puente entre Europa y Asia, y donde la herencia helénica y romana, así como su estatus de capital de vastos imperios que llegaron a incluir grandes zonas de Europa Oriental, Oriente Medio y Asia, la convirtieron desde su origen en hogar de personas procedentes de muchos pueblos muy diversos que han hecho que su situación geográfica no sea sino una metáfora efectiva del verdadero punto de encuentro humano y cultural entre Oriente y Occidente que en realidad siempre ha sido. Por ello mis fotos, más que recoger la vida vibrante y desenfrenada de esta ciudad imposible de describir (puesto que es necesario vivirla para poderlo percibir, y sentirse así en la Europa más desarrollada y cosmopolita a la vez que en el más retirado y olvidado pueblo de un Islam que vemos demasiadas veces con reservas en la televisión) se han ocupado de captar las piedras pues ellas hablan en silencio de todo ese complejo mosaico de culturas y diferentes realidades que la ciudad ha ido viviendo y acumulando sin destruir del todo a lo largo de su historia. Con ellas y con la música de esta canción de la banda sonora de la imprescindible película del turco Fatih Akin (al otro lado) con el que de alguna manera comenzó la decisión final de este viaje, y que me ha acompañado estos días muchas veces en mi cabeza al caminar por las calles de Estambul.
De estos días, me quedo con tres fuertes impresiones. La primera, el indescriptible estupor al entrar en el gran templo de Santa Sofía, en muchos aspectos intacto desde su construcción en el siglo VI. Y sentir que pocos edificios en el devenir de la historia de la arquitectura han podido llegar a ser más bellos, más gigantescos y rotundos, más conmovedores. E imaginar (qué sería de los viajes sin la imaginación) lo que debió ser la grandiosidad de la capital del Imperio Bizantino. En esa impresión está toda la emoción que he sentido también al ver maravillosas iglesias bizantinas, como San Salvador in Chora o Pammakaristos.
La segunda, la inolvidable tarde a orillas del Bósforo, bajo la pintoresca Mezquita neobarroca de Ortaköy, porque en ella se resume esa sublime atmósfera de decadencia de las orillas del Bósforo, el yogurt exquisito de Kanica o la vitalidad de los turcos, que viven la calle de una manera intensísima.
Y por último, la belleza, la poesía de la música que en nuestra última noche nos asaltó en un restaurante lleno de turcos que cantaban canciones tradicionales y que, como metáfora de la realidad múltiple de esta ciudad, mezclaba la tradición otomana con la griega e incluso con alguna canción sefardita (como los judíos del Barrio de Balat, que aún lo hablan). Poesía que impregna la ciudad, una vez nos desprendemos de la grandiosidad de muchos de sus monumentos, para asaltarnos en una pequeña lápida, en el frescor de un jardín, o en el silencio de una calle con casas otomanas de madera oscura.
23 comentarios:
adoro Istanbul, muy buenas fotos y un texto impecable, gracias
y mientras tanto, otros se quedaron en casa (como es mi caso) pero con cerveza y helado, que es otro tipo de viaje (casi místico)
pues apuntaré la ciudad a la ya extensa lista de ciudades que debo visitar en breve...
No cambio tu viaje por el mio, ehhhh, nonononono.
Y sí, es verdad, somos tan sentimentales... no es bueno quererse tanto.
Como tú comentaste, a ver si nos damos un poco a la primavera, y espero que sea antes del puente del 15 que me voy fuera otra vez.
besos y abrazos!!!
Punto de encuentro y cruce de culturas, soñada y real, mito histórico, tan cerca y tan lejos, el puente necesario entre dos mundos que tienen que entenderse.
Vuelvo a reiterarme: con este relato, uno se ve sumergido casi en la atmósfera de puente entre culturas que es Estambul. No la he visitado, pero por cómo describes el paisaje y el paisanaje, jeje, yo mismo me he acordado de otro viaje que realicé a Marruecos; otro lugar donde la dualidad de sus gentes se debate entre la tradición islámica más ortodoxa; el legado cultural andalusí y sefardí de ciudades como Fez; el carácter fuerte de los orígenes bereberes, y los modos afrancesados de ciudades como Rabat o Casablanca...
Por eso comprendo a la perfección esa mezcla de sensaciones que describes cuando un occidental viaja a ciertos países, a los que nos empeñamos en llamar "orientales", y que muchas veces no entendemos, que lo que hoy somos, se debe en gran medida a la rica herencia que estos pueblos que habitan alrededor de la vieja Europa nos han legado.
Un abrazo,
esta es una de esas ciudades que tengo muchas ganas de visitar.
espero impaciente tus anécdotas del viaje.
Estambul, qué bien, cuánto me hubiera gustado ir alguna vez. nos conformaremos, de momento, con tu crónica y con las fotos. ...que son muy bonitas, por cierto.
un abrazo.
Perra, me estás matando de la envidia. De todos modos gracias por dejarme vivirlo a través de ti.
Y yo con las vacaciones postergadas sine die...
¿Cómo no enamorarse de Istanbul?, es una ciudad preciosa y la gente muy amable. A mí me gustó muchísimo y ya me muero de ganas de volver. San Salvador in Chora es impresionante, las casitas otomanas, los paseos en barco por el cuerno de Oro, la comida... Si quieres conocer la Tuquía más íntima te recomiendo el norte y noreste, adentrarte por los montes Kaçkar, visitar Yusufeli y todos los pueblecitos que hay alrededor, las montañas de té del mar negro... Os lo recomiendo, es de los viajes más bonitos que he realizado, que no han sido pocos.
Besitos
Escribí hace tiempo un post sobre Estambul. Bueno, en realidad sobre Orhan Pamuk.
La ciudad enamora, encanta, te atrapa. Yo estoy deseando volver.
Besos.
No me lo puedo creer. Vamos, no me entra directamente en la cabeza que te hayas ido a Estambul sin mí... Yo, como decimos aquí, estoy lampando por volver a ese sitio, donde la luna llena brilla de un modo especial...
Besos
Hasta hoy no he podido encontrar el momento para pasar por aquí con tranquilidad y ver un poco de Estambul a traves de tus ojos. Como suponía, ni Estambul ni tus ojos me han defraudado. Gracias por compartirlo,y gracias por el buen puñado de motivos que propones para visitarlo.
Un abrazo.
una ciudad tan imprescindible como leerte
No es justo!
Cuando haces un post tan preciso, tan claro, tan refrescante... cuando lo rematas con unas fotos tan es-pec-ta-cu-la-res, cuando hablas de una maravillosa ciudad...
Que más podemos comentar??? todo lo has dicho... hermosamente.
Saludos desde mi lejana galaxia
Hola, acabo de encontrar tu blog para mis delicias. Estambul es uno de los lugares que más ganas tengo de visitar. Particularmente después de leer el libro homónimo de Orhan Pamuk. Lo que más me atrae es sentir esa melancolía compleja de la grandeza pasada y el vibrante presente, que mencionas tú y que discute ampliamente Pamuk. Un abrazo,
Rafael Barceló Durazo
Sonora, México.
Algún dia echaré a andar y no pararé hasta el Topkapi.
Cómo te envidio, Estambul es uno de los principales destinos que siempre he deseado visitar.
Salud y Libertinaje
Belo texto sobre uma magnifica cidade situada entre a Europa e a Ásia com um passado histórico repleto de mil e um encantos. Lugar de lendas e tradições faz culto ao sagrado, bem vivo enquanto se percorre a cidade. O Bósforo rasga a cidade. Este canal, com mais de 36 quilómetros de extensão, entre o Mar Negro e o Mar Mármara, deve ser percorrido de barco para contemplar cenários de grande beleza, apreciar os palácios dos sultões, igreja ortodoxa patriarcal de São Jorge e Kariye. O mundo islâmico não deixa de ser fascinante e conheçer as mesquitas muito perturbador. O Grande Bazar, o Bazar Egípcio, o Hipódromo Bizântino, o Corno de Ouro e a Cisterna Subterrânea são outras tantas belezas a não perder de vista.
Gostei de viajar contigo...
Qué recuerdos me ha traído tu post y las fotos... Estambul es la ciudad más fascinante que he conocido. Sientes el peso de la historia a cada paso, a veces liviano, a veces asfixiante, como el olor de las especias en el Bazar Egipcio.
Besiños
Este post me ha hecho rememorar mucho de lo que sentí cuando estuve en Estambul, aunque las circunstancias no fuesen las mismas pude ver y sentir mucho de lo que tú viste y sentiste...esa mezla a veces tan patente, de oriente y occidente, una contraposición que se une y se separa, que le da a cada calle un toque diferente a lo que estamos tan acostumbrados por Europa.
Merece la pena conocer Estambul. En Ankara uno no se pierde nada (en lo que a la capital se refiere), pero los paisajes son alucinantes.
Toda una experiencia.
He viajado mucho y puedo garantizarte que pocas ciudades en el mundo tienen la magia de Istambul. El montaje fotográfico ha sido estupendo por la ciudad y por verte a ti, me ha encantado.
Un saludo
Los viajes a países de culturas diferentes son los mejores. Leer tu descripción es como estar allí con una guía en el bolsillo.
No he leido todos los comentarios pero, habeis mencionado la pobreza de Balat en Halic? Hay unos gitanos que pueden enseñar a mucha gente lo que es el agradecimiento por compartir con ellos sin distinción. Estambul es un inagotable chorro de sensaciones pero de veradd compartimos cuando vam,os por ahí y estamos cubiertos. Disculpar si no consigo explicar lo mucho que me duele la miseria del Cuerno de oro en algunos puntos y cómo la chiquillería se baña en unas aguas infectas.sorry
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