A veces llego al lugar del concierto y, al sentarme en la butaca, con la velocidad aún en los pulmones, me cuesta entrar en la música. Si además tengo el día de humor extraño, como era el caso ayer, casi me dan ganas de levantarme y salir por la puerta a caminar un rato, con un sentimiento mezcla de rebeldía y de asfixia. Nunca lo hago, y pocas veces me arrepiento. Ayer, más que no arrepentirme, me alegré profundamente. La violinista alemana Anne Sophie Mutter no es cualquier músico. Su fama estratosférica la precede. Niña prodigio, protegida de Karajan y estrella de las últimas grabaciones del director alemán, su carrera, tras ese inicio fulgurante no ha hecho más que crecer y no sólo en perfeccionamiento técnico, sino en hondura de sus interpretaciones. Sus grabaciones de adolescencia eran ya de una brillantez impecable. Pero ahora, Anne Sophie ha sabido recrear sus propias lecturas con una sensibilidad exquisita, que desgrana la partitura con inteligencia sin desequilibrar las intenciones del pentagrama.
Ayer se dedicó al ciclo de sonatas de Brahms, quizá el más hermoso de todo el repertorio. También el más melancólico y otoñal. Perfecto para este otoño de manual que estamos viviendo en Madrid. El sonido de la Mutter, sin embargo, se escapa a cualquier manual. Es difícil conseguir hacer algo nuevo con estas sonatas, pues han sido infinitamente grabadas y ejecutadas. Aún así, son verdaderas joyas llenas de secretos entre sus notas pero a veces hacen falta grandes dosis de sensibilidad para explorarlas. Ella demostró tenerla a raudales. Si bien es cierto pasó por alto los recovecos llenos de posibilidades de la sonata nº2, que interpretó en primer lugar (haciéndome dudar por unos minutos de sus verdaderas capacidades más allá de su impecable técnica), pero desplegó con generosidad su impronta personal a partir de ese momento. Las otras dos sonatas (las más conocidas, las más generosas en belleza, aún así, yo me sigo quedando con la nº2 para muchas cosas) fueron todo un festival de sonidos y belleza. Su versión camina entre la suavidad otoñal y la enérgica virilidad que la partitura exige.
Cuando una "top-one" se inspira de esta forma el resultado no tiene que ver con nada de este mundo. El auditorio en pleno (salvo los mismos pacatos de las toses sin control y los móviles sin desconectar cuya proliferación en aumento es preocupante) fue capturado por ese magnetismo indescriptible de la versión rotunda y redonda que nos brindó. Literalmente proyectados a ese universo sonoro de Brahms que es uno de los más grandes creadores de música de cámara.
De adolescente fui un consumidor empedernido de su música. Recuerdo aún aquellas navidades hace muchísimos años, en que mi tía me regaló aquel compacto con las sonatas, con esa emoción de saber que me abría las puertas a un universo musical inigualable, y que tantas y tantas veces ha sido refugio de penas y oscuridades. Pero nunca hasta ayer había podido vivirlas tan intensamente. Con la fuerza del directo, pero también a través de las manos de una violinista cuya reputación no es vacía, que proyecta su elegancia personal (su presencia en el escenario, esbelta y contenida, es impresionante) en la música que interpreta. Y es que tocar a Brahms desde la elegancia que lo hizo, pero con esa incisiva y sutil recreación de la pasión melancólica que descansa en esas notas, es un ejercicio difícil y cuyo camino es muy estrecho y difícil de encontrar. Ella lo hace con una naturalidad pasmosa. Su acompañante, Lambert Orkis, se adapta a ella a la perfección, y hace una notable versión de la rica y bellísima parte de piano que tienen estas obras, muy desprendida de la gravedad de algunas versiones, muy centrada en su ritmo y su musicalidad.
El auditorio se comportó y le brindó una calurosa ovación, sin demasiados vítores, pero ciertamente muy especial, se sentía en la atmósfera que aún permanecíamos todos en esos universos ingrávidos y melancólicos de Brahms. De propina, un par de danzas húngaras con arreglo para violín y piano. Aquí, por si no nos había quedado claro, se encargó ella de demostrarnos que no sólo sabe transmitir la profundidad de la música, sino que su virtuosismo es también impecable y elegante como todo en ella.
No, no me arrepentí de no irme. Viajar un rato con una de las mejores miradas de Brahms que se pueden escuchar en la actualidad es un antídoto para casi cualquier mal día.
6 comentarios:
Ya se sabe... la música amansa a las fieras!!
como necesitaría yo ahora escabullirme de aquí directo a una butaca roja acolchada y cerrar los ojos
y dejar que la música envuelva con finas fibras
esta sensación punzante
estas ganas de mandar ahora mismo a unas cuantas personas a tomar viento
un cuarteto de viento por lo menos mandaba yo por ahí
uff que duros son a veces los días
Me gusta la música clásica; determinados compositores. No la tengo ni un 2% explorada, lo sé. y creo que ne lo próximos años me debo adentrar más en ella. Por eso leer tu post, el post de alguien que sabe de composición me encanta y admira, porque aprendo y recuerdo el ambiente de los escasos conciertos a los cuales he asistido maravillado. Sé que en los años que vienen iré a más, porque mi interés por la música clásica nunca decrecerá sino al contrario. Un placer leer tu post, casi escuché la música, pero me faltó estar allí. Saludos!
Ahora por mi lejana galaxia se escuchan sones de arpa llanera... Venezuela patria hermana..... la musica habla mucho de los hombres y de sus pueblos
besos desde m lejana galaxia
Siempre en lado de la exquisitez, a veces me haces sentir tan vulgar, ainssss, sana envidia que no otra cosa.
qué envidia de conierto.
con lo que me gusta esta mujer.
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