17 de noviembre de 2008

hilo argumental para un visionario.



Estos días puede verse en Madrid un interesante exposición sobre las vanguardias de la pintura en torno a la gran guerra. La muestra es muy completa pues abarca muchos motivos, transformaciones y nuevos caminos que se abrieron en esa época y a raíz del pesimismo que envolvió al mundo a raíz de estos conflictos bélicos. Siempre he pensado que el Arte, como elemento de conciencia social y político que siempre ha sido, jugó un papel importante en esa época, pero creo que también la realidad política contribuyó a su desarrollo, a su evolución. Las grandes guerras del siglo XX no eran algo nuevo en su esencia, pero sí las formas de destrucción masiva que desarrollaron y, lo que es más importante, la posibilidad de unos medios de comunicación nuevos que podían llevar el terror, la amenaza, la destrucción, el dolor, a todos los lugares del mundo. Eran las primeras guerras en las que la conciencia de sus efectos era mundial y además en forma de imágenes.

Creía que en la exposición iba a haber más literatura en torno a este concepto, pero al final han optado por pequeños textos que dirijan un poco al espectador haciendo que la expresividad de los cuadros que han elegido haga de la muestra algo más o menos auto-explicativo. Pero es una muestra necesaria que nos pasea por el amanecer de las vanguardias pictóricas del siglo XX desde un punto de vista muy interesante.

La música también tuvo una importante transformación en esos años, quizá la más grande de su historia. Una vez que Debussy (el gran renovador de la música moderna) había construido los cimientos del nuevo camino de la música, no fue hasta los años de las guerras mundiales que músicos como Arnold Schoemberg o Alban Berg cruzaron la frontera de la atonalidad a través del sistema dodecafónico lo cual supuso un ruptura inmensa con el pasado, no tanto por lo interesante de lo que nos intentaron contar, sino porque llevaron las posibilidades de la música hasta el infinito. Y pienso que ello fue en parte posible debido al pesimismo profundo que trajo consigo la primera de las guerras mundiales.

Otro músico, sin embargo, ya había estado a punto de cruzar la línea años antes que ellos. No sólo la de la atonalidad, sino de la propia naturaleza expresionista del movimiento postromántico al que de alguna manera también aquellos habían pertenecido.

Estos días, a raíz de escuchar el sábado pasado en el auditorio la primera sinfonía de Mahler, lo venía pensando. Su música, olvidada durante tantos años del siglo XX por causa de su origen judío, que le valió la prohibición del régimen nazi, es el fruto de un carácter atormentado por los traumas de infancia y juventud y por una intensa conciencia de la fragilidad de la condición y del destino humanos. Su primera sinfonía es brillante, y ya supone un aire de modernidad que no se supo entender. Pero su progresión hasta la incompleta décima o el maravilloso ciclo de canciones (casi en forma de sinfonía también) Das Lied Von Der Erde (La canción de la Tierra) constituye un camino lleno de contradicciones que nos conduce sin duda al abismo de la existencia.

Gustav Mahler.

Después de muchísimos años de vacío durante y tras la segunda guerra mundial, no fue hasta mediados del siglo XX cuando algunos de sus discípulos (además de compositor fue quizá el más grande director de orquesta de la historia, y entre sus alumnos caben destacar batutas de la importancia de Bruno Walter y Otto Klemperer) comenzaron a recuperarlo y a grabar su ciclo sinfónico. Uno de los discípulos de Walter, Leonard Bernstein, ya a partir de la década de los 60, se erigió en profundo defensor del compositor y difusor de su música, elevando esta pasión casi a rango de movimiento de fans. Realizo dos integrales de sus sinfonías que tardarán mucho tiempo en poderse superar, pues en ellas está la herencia directa de la propia mirada del compositor unida a la inefable pulsión apasionada del director americano. La popularidad de Mahler a partir de ahí fue en aumento, llegando a alcanzar el lugar que merecía en el mundo de la fonografía y en de las salas de concierto.

Pero a lo que iba. En la evolución de la música de Mahler se van conjugando una serie de factores que desembocan, a través de su mente lúcida y atormentada al mismo tiempo, en una especie de trampolín hacia el vacío por el que nunca llegó a saltar pues la depresión y la enfermedad le condujeron a una muerte relativamente temprana en la que sin duda la sombra de hasta dónde podía haber llegado y la premonición oscura del destino del mundo debieron a mi juicio jugar un importante papel.

En mi opinión Mahler fue un visionario, y en su música se vio reflejada esa ruptura de la que hablaba más arriba. Las tres características más intensas de su música nos llevan en primer lugar a un descomunal aparato sinfónico que requirió de una orquesta de un tamaño que llegó con él a su límite físico (sinfonía 8, de los mil). Por otro lado, a la incisiva recreación de la belleza, en un estilo postromántico que llega a resultar casi asfixiante (Das Abschied, de La Canción De La Tierra), y que hace contrastar de manera a veces violenta por un lado con un estruendoso gusto por las marchas militares y un desatado uso de la familia de metales en sonoras fanfarrias, así como con su delicado gusto por la recreación de la Naturaleza. Y finalmente un progresivo pesimismo que se va filtrando en forma de avisos oscuros y llamadas del destino que aparecen sobre todo a partir de su sinfonía 6 (Trágica), compuesta casi como premonición de la muerte de su hija mayor a causa de la escarlatina.
Sin embargo es ya al final de su vida, en el único movimiento que escribió completo de su sinfonía 10 (que tanto miedo le provocaba componer, pues los dos grandes sinfonistas románticos, Beethoven y Schubert no habían podido llegar a es número, él finalmente tampoco) donde de repente casi toca la frontera. Es en un pasaje en el que está casi a punto de rozar (e inventar con ello) el dodecafonismo, quizá uno de los instantes más apocalípticos de la historia de la música. Su salto al vacío se queda ahí, contenido, pero tremendo, lleno de horror. Casi parece imposible creer que haya sido compuesto antes que las atroces imágenes de las guerras del siglo XX tuvieran lugar. En el fondo siento que debió presentirlo en sueños. En esos acordes está, de manera velada, una visión futura hacia el lado más oscuro y amargo del siglo XX que acababa de comenzar.

Como dice el gran Ricardo Chailly en el vídeo que os dejo (donde se explica un poco mejor este pasaje terrible de su última sinfonía, que además podéis escuchar entre los minutos 3:25 y 4:48) es prácticamente inconcebible cómo pudo componer esta sinfonía, que termina con ese sutil glissando al que hace referencia el italiano como su “grande urlo di disperazione”, su grito de desesperación a un mundo que se venía abajo y que además le iba a llevar a la muerte demasiado pronto.



Con ese grito nos dejaba uno de los mayores monstruos del mundo sinfónico, creador de universos imposibles, de belleza inexplicable, de una música casi cósmica, de otro mundo, porque él pertenecía a otro mundo sin duda, el de los visionarios.
Con su muerte desaparece uno de los músicos que de haber seguido escribiendo habría sin duda cambiado sustancialmente el curso de la Música. ¿Qué habría podido componer? Casi produce escalofríos imaginarlo.

¿Qué nos espera a nosotros ahora?

3 comentarios:

Alfredo dijo...

Me gustó mucho la exposición de la Thyssen, pero lo que más me impresionó (me escandalizó) fue el alegre belicismo, la irresponsable y suicida actitud de muchos artistas (sobre todo los futuristas italianos) ante el inicio de la Gran Guerra.

Hace un par de años leí las memorias de Stefan Zweig, "El mundo de ayer (Memorias de un europeo)". Su impresionante testimonio sobre el clima previo y posterior a la Guerra coincide exactamente con las tesis de la exposición.

Y la mejor banda sonora sería sin duda ese fragmento que nos traes de Mahler, a quien seguramente debió conocer Zweig en el ambiente musical de Viena.

senses and nonsenses dijo...

me encantaría ver esa exposición, y estoy muy de acuerdo con lo que planteas, y por lo visto, la exposición tb. plantea. cuando lo trasladas a la música me pierdo, pero bueno, voy aprendiendo. qué poco sé, nada, de música clásica.

un abrazo.

Javier dijo...

Lástima de ese final tan abrupto, te quedas colgado, casi esperando, deseando que continúe, siempre he tenido una relación especial con este compositor, su obra logra hacer vibrar cuerdas en mi interior que poca gente ha logrado ni tan siquiera rozar. Tal vez como una vez dijiste la música llega a todos, y su efecto es más contundente que la plástica, pero ambas van indisolublemente unidas.