Cuando Joseph Haydn concibió la génesis de su oratorio La Creación, contaba ya con más de sesenta años, y una reputación en vida que pocos músicos hasta él habían tenido.
Con un catálogo de obras abultadísimo, Haydn, animado por el efecto que sobre él produjo escuchar los oratorios de Handel (algún guiño a él dejó en la partitura) en sus visitas a Londres a principios de 1790, donde aún se seguían representando, empezó a imaginar la composición de un gran oratorio, género que sintió muy adecuado a su sensibilidad musical.
El descubrimiento de un texto basado en el génesis de la Biblia, tema que aún nadie se había atrevido a musicar, le interesó lo suficiente, y a partir de ahí, papá Haydn se retiró casi dos años a escribirla con calma y atención, consciente de que quería crear su gran obra. El resultado no pudo ser más rotundo, y constituye una de las más grandes obras de la música de todos los tiempos. En ella, no sólo da rienda suelta el autor a una creatividad exuberante y que explora todas las posibilidades de los cánones del clasicismo que, de alguna manera, él más que nadie había establecido. Su madurez musical a esas alturas le permitió, quizá sin ni siquiera darse cuenta, empezar a apuntar hacia un nuevo lenguaje y hacia una nueva sensibilidad musical.
A pesar de que la obra está concebida como una ilustración de la creación del universo por parte de Dios y una profunda oración de gracias al creador por dar la existencia al mundo y a la humanidad, más allá de creencias religiosas concretas, uno no puede dejar de sentir cómo la obra va desenvolviéndose entre arias sublimes y coros grandiosos, adquiriendo una dimensión monumental y construyendo poco a poco una inmensa loa a la naturaleza universal, a la existencia misma y a todas sus consecuencias.
Sin embargo, quizá el hallazgo más notable de esta obra sea el inicio, como un preludio, pero que además se convierte (conceptualmente al menos) también epílogo y eje de todo el oratorio. Haydn, en un ejercicio de suprema lucidez, nos describe en el inicio de la obra, a través de un interludio musical, la representación del caos: es decir, la nada, lo opuesto a la existencia y al orden divino. Esa osadía, en una obra religiosa, no sólo lo es a nivel argumental, sino que en la escritura de esa introducción, Haydn encuentra una inspiración inusitada y conmovedora que nos dibuja el caos y la nada con una sabiduría que aún hoy nos deja aturdidos. La nada en Haydn no es rotunda o salvaje, sino levemente disonante, melancólica y hasta sentimental. Es un caos visto con la mirada del hombre, asumiendo su incapacidad para entenderlo (y quizá hasta para asumirlo). Es una nada que nos desola, pero que no nos araña. Al escucharlo con detenimiento descubrimos ya ahí al futuro Beethoven, Schubert, o incluso Brahms. Escondidos, pero están ya ahí: Haydn imaginó un nuevo lugar hacia el que caminar. Eso, en un músico que establece las bases de todo el movimiento clásico y que lo desarrolla hasta su esplendor, lo convierte en mucho más visionario de lo que estamos acostumbrados a pensar. Y grande, uno de los más grandes sin duda.
Pero sigo dándole vueltas a la genialidad del preludio con esa descripción exhaustiva del caos, de la no existencia, en el que uno parece viajar a un pasado de agujeros negros y silencio que nos aterra, pero que nos absorbe, al igual que el inicio de la Creación. Sobre todo como oposición a la existencia y al orden, que parecen ser los necesarios, los benéficos. Y a pesar de todo, el caos está ahí, como parte inevitable de la vida, como necesaria afirmación para dar sentido al orden.
Pienso en mí y en mi eterna lucha por asumirlo. Por asumir el caos, por no rechazarlo como indeseable, por evitar la búsqueda del orden y de la seguridad de las cosas como el camino que “hay que seguir”. Por aprender que caos y orden (al igual que todo y nada) no son conceptos dicotómicos, sino profundamente simbióticos, y que querría que estuviesen despojados de connotación. Difícil de conseguir, habiendo sido educado para entender otra óptica de la vida y de las expectativas.
En noches de insomnio, como éstas, donde la inquietud y la extrañeza parecen quererse apoderar de mí y de mis pocas seguridades, vuelvo a esta música, y me sumerjo en ella para dejarme sanar, para dejarme vivir, para seguir en el camino que contempla el caos como parte de la aventura, la duda como fuente de vida y de crecimiento, la nada como exigencia que le da sentido a todo, la inseguridad como realidad y no como temor, la vida, en suma, un poco más fácil, un poco menos dolorosa.
Y así la imaginó él, casi como un secreto, como un camuflaje musical que quizá no hemos sabido entender, que quizá sólo se me ocurre a mí, en estas noches de insomnio extrañas en mí, en las que la vida entera me da vueltas, y todas estas ideas absurdas, como el mismo caos, me llueven sobre la cabeza.
4 comentarios:
Te ha quedado un poco enmarañado, pero apropiado para el tema.
Y que puede comentar uno ???, sencillamente disfrutar y dejarse llevar.
Creo que la música nació para sanar heridas, para escondernos hasta poder volver a la vida.
Te he enlazado. Ya era hora, ¿verdad? ;)
si la compusiese ahora, y hubiese leído a hawking, probablemente, más que caos, haría una pieza silenciosa à la John Cage :P
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