2 de noviembre de 2009

El arte de la fuga.


Aquella era una herida que atravesó el frío
hundiéndose en la piel,
disolviendo su cicatriz en la sangre,
retando insolentemente a su causa,
contagiando el futuro como una maldición atávica.

Su pecado fue averiguar
que el miedo lo habían inventado otros.
Su condena,
descubrir que tenían razón. Su existencia lo probaba
cada vez que el viento del norte soplaba
y sus gargantas se llenaban.

Sin miedo, ya no supo qué hacer,
y su vivir se perdió entre pasos frágiles,
mirando de soslayo las serpientes.
Encarcelado pues,
en su propio paraíso.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Veo que nos hemos puesto evocativos a la vez, extrañamente ligados de nuevo.

Un abrazo, amigo.

shokaku dijo...

Qué belleza de espigas...

TUT dijo...

" Encarcelado en su propio paraiso...", tu poema me ha hecho reflexionar mucho rato, pero esa frase se me repite una y otra vez...

Un saludo David.

Javier dijo...

Pero los Paraísos siempre acaban siendo frágiles espejismos, y el miedo es el que nos hace ser valientes aunque lo hayan inventado otros, pero dejémonos llevar por Bach, y elevarnos aunque sólo sea un poco de este mundo a ese Paraíso, que a ciencia cierta sabemos que tiene un final.

Argax dijo...

Sabes que me gusta cuando te pones así de críptico.
Sigo desentrañando significados entre tus versos.
Un besote.

senses and nonsenses dijo...

no soy yo de los que vindican el miedo precisamente, pero me ha gustado tu punto de vista.
Sin miedo, ya no supo qué hacer...
...encarcelado pues, en su propio paraíso
.

un abrazo.