7 de agosto de 2008

Negro asimétrico

No sé lo que me hizo entrar en su habitación. Con el tiempo he llegado a la conclusión de que necesitaba respirar su aroma cada vez que le servía el desayuno en la cafetería del hotel. Era un olor que me obsesionaba, que escapaba a mi control. Por ello, estaba seguro de que la habitación olería toda a él, como si su sueño y su cama fueran un frasco de perfume del que nacía esa fragancia que luego se iba desprendiendo de su piel a lo largo del día, pero que nacía ahí, junto a las sábanas. Cada mañana al inclinarme para dejar la taza sobre la mesa me fijaba en su cuello, de piel blanquísima, con dos o tres pecas alineadas, como una señal. Respiraba discreta pero profundamente y escuchaba su gracias, seco y contundente, sin ningún atisbo de necesidad de comunicación.
Fue mientras recordaba esto cuando reparé en el cuaderno. Estaba en la mesilla, perfectamente colocado, siguiendo el contorno del borde. Era un moleskine de color negro, cerrado con una goma también negra. En ese momento no había nadie en el pasillo. Los huéspedes habían salido y las limpiadoras se afanaban aún en el primer piso. La habitación estaba perfectamente recogida, no se veía ropa ni desorden alguno. La cama, sólo arrugada un poco, deba la impresión más bien de que hubieran dormido sobre ella, sin deshacerla. Me acerqué un poco más. El olor, aquel olor, me rodeó. Entonces lo tomé en mis manos y acaricié lentamente sus pastas negras y suaves. Su suavidad era como la continuación de ese aroma que casi me mareaba. Quise abrirlo, pero no pude. Sin embargo un impulso extraño me llevó a tomarlo entre mis manos y deslizarlo debajo de mi chaqueta. Así, con él en mi poder, volví a salir de la habitación cerrando la puerta con sigilo. Mientras me alejaba por el pasillo, sentí como su olor se iba desvaneciendo poco a poco.

Jorge Z. L. Así constaba su nombre sobre la hoja de registro. No la hice yo, pero reparé en su presencia al día siguiente de llegar, nada más cruzó el pasillo de las escaleras camino de la cafetería. Camiseta negra y pantalones estrechos, de color gris. Gafas de sol, a pesar de la relativa oscuridad. Y su voz, circunspecta y escueta, pidiendo un café solo y una rebanada de pan tostado. Después, tras beber el café de un sorbo, aquel cuaderno negro que abría y sobre el que dejaba caer su mirada durante larguísimos minutos, apuntando alguna breve palabra o garabato al margen.
No sé qué hace nacer la fascinación por las personas. Tampoco si se reproduce o tiene algún patrón común. Creo más bien que es algo insondable y que responde a todas esas necesidades que pasan inadvertidas a nuestra razón. Como un cuchillo de hoja dentada que espera nuestros momentos de vulnerabilidad para hundirse hasta los más oscuros objetos de nuestro deseo, provocado por algún reflejo de ese mismo deseo desconocido que no podemos controlar.
La fascinación nace con excusas que nos sorprenden, que nunca adivinaríamos, pero que nos sobrecogen, como una imagen de todo lo que desconocemos de nosotros mismos. Así lo hizo conmigo, en la forma de cerrar y abrir aquel cuaderno, en cómo dejaba los objetos sobre la mesa, como si calculara escrupulosamente la posición de cada uno, pero sobre todo en ese olor que quedaba cuando se marchaba, esbozando una media sonrisa.

Durante toda la mañana el cuaderno permaneció junto a mi pecho, y no veía el momento de llegar a casa para tomarlo de nuevo entre mis dedos. Sin embargo, poco a poco, las dudas me fueron consumiendo y empecé a mortificarme por mi comportamiento. Ciertamente no estaba bien haber hecho una cosa así. No tenía ningún derecho, estaba abusando claramente de mi trabajo. Lo sabía, estaba absolutamente seguro, pero mi mente era incapaz de ordenar a mi cuerpo que deshiciese lo que había hecho. Mi cuerpo no luchaba, mi cuerpo más bien desoía, pues sólo deseaba poseer aquel cuaderno. Al llegar a casa así lo intentó. Y no sé qué me retuvo cuando entre las yemas de mis dedos la gomilla estaba a punto de abrir aquellas páginas. Simplemente no lo abrí. Lo olí profundamente y la turbación de su aroma me excitó sobremanera, como si de una droga insospechadamente eficaz se tratara. Mi erección no se hizo esperar. En principio intenté apaciguarla pero mi deseo se derramaba sin poder evitarlo como en olas gigantes sobre mi mano que corrió a acariciarlo con violencia, con esa necesidad ciega del placer corrupto de la intimidad.

Miguel, el más veterano recepcionista, me había dicho que llevaba 3 años viniendo por aquellas fechas y que siempre se alojaba en la misma habitación. También fue él quien me comentó que coleccionaba esas bolas de cristal que al agitarse reproducen copos de nieve al caer y que se venden como souvenirs turísticos. Los iba adquiriendo allí donde iba, y los enviaba siempre por correo a casa, cuidadosamente envueltas en pequeñas cajitas de cartón. Para las que envió aquellos años que coincidí con él en el hotel me pidió ayuda a mí. Yo mismo las llevé a la oficina de correos y las certifiqué rumbo a aquel apartado de correos de Madrid.
Él no demostró nunca ningún interés especial en entablar conversación conmigo, ni siquiera en prolongar la charla nunca más allá de lo estrictamente laboral. Tampoco pude saber de qué manera me observaba ya que no pude ver su mirada tras las gafas oscuras que nunca se quitó.
Todo era tan extraño en torno a Jorge que mi interés por él se multiplicaba día a día. Aquel cuaderno negro se convirtió en la clave de todo, y así terminé obsesionándome hasta que aquella mañana me apropié de él.
Jorge nunca reclamó el cuaderno negro. La mañana que se marchó y al hacerlo le pregunté si estaba seguro de no haber dejado nada en la habitación. Solía hacerlo con los huéspedes que se quedaban más de dos o tres días. Me dijo que no, sin más explicaciones. Lo cierto es que ningún año más volvió al Hotel. Yo, pasados unos días de su partida, pensé en enviar el cuaderno a aquel apartado de correos, donde intuí que lo recibiría él o alguien que podría devolvérselo. Estaba arrepentido y de todas formas no había conseguido abrirlo, siempre me detenía antes de hacerlo. Su perfume, no obstante, me conducía inevitablemente a intensas fantasías mientras me masturbaba. No, nunca llegué a enviarlo. Pero tampoco a abrirlo.
Poco a poco me fui olvidando y con los años terminé dejando aquel trabajo y aquella pequeña ciudad de provincias al lado del mar. También dejé de usar el aroma del cuaderno para excitarme. Supongo que mi deseo se fue apaciguando. Pero lo cierto es que no he vuelto a sentirlo así, con tal fuerza e irracionalidad.

Hace unos años me volví a encontrar con él. Aquí, en Madrid. Llevaba años ganándose la vida como fotógrafo con no poco éxito. Ya era famoso cuando acudía al hotel, pero yo lo ignoraba.
No me gusta mucho la fotografía, pero el cartel de una de sus retrospectivas me llamó la atención cuando lo vi por la calle. En ella, una de aquellas bolas de nieve posaba en el borde de una ventana desde la que se divisaba el mar. La perspectiva, dejaba ver también algo del interior de la estancia donde sobre una mesilla descansaba, apenas imperceptible, una libreta negra. Reconocí todo en seguida. La habitación del hotel, la bola de nieve, el cuaderno... Bajo la foto, la leyenda Jorge Z, Antología. La inauguración era esa misma tarde. Decidí que quería ir, por curiosidad. Pero antes quería pasar por casa para buscar aquella libreta de la que me apoderé sin saber muy bien por qué. Me costó un buen rato. Tras varias mudanzas le había perdido la pista. Al final apareció. Lo primero que hice fue intentar aspirar su olor. Seguía conservando un levísimo aroma. Aquel aroma que tantos momentos de placer me había proporcionado. Sentí unas ganas terribles de abrirlo pero una vez más, como todas las otras, no pude.

Jorge apareció a última hora a su propia inauguración. Solo y provisto de sus gafas de sol, como la última vez. Era como si estos años no hubiesen pasado por él, seguía igual de atractivo que entonces. La soledad y el secreto parecían rodearle aún. Casi nadie se acercaba a él, y los que lo hacían, le felicitaban brevemente y se alejaban después. Yo, sin embargo, me propuse seducirle. No me reconoció, como imaginé. Es curioso, su olor, aquel olor, al aproximarme, no me dijo nada. Comencé a hablar con él y me di cuenta de que no me reconocía. Con sorpresa descubrí que no me resultaba difícil acercarme a él ni entrar cada vez más en confianza. La cosa terminó en una noche de desenfreno y varias copas de más. Terminamos en su casa donde por fin se quitó las gafas. Su mirada no tenía nada de especial. Era más bien inexpresiva. Comencé a besarle y fui consciente de que no sentía atracción alguna por él. Era extraño, igual que la fuerza que me impedía abrir el cuaderno negro, pero no pude evitar seguir besándole y buscando el calor con mi mano bajo su ropa. Él si parecía desearme. No entendía lo que estaba pasando. Me bajó los pantalones y acercó su sexo al mío. Yo no tenía erección ninguna. Nada, no podía seguir adelante. Él se agachó e intentó excitarme con su lengua. Parecía desatado en su pasión. Fue entonces cuando tuve que pedirle que paráramos. Intenté no ser demasiado brusco, pero creo que sí lo fui un poco final. Nos tiramos ambos sobre el sofá, semidesnudos. Él acercó su nariz a mi cuello y aspiró profundamente.

- Me vuelve loco cómo hueles.

Me pareció raro, casi una broma.
Fue entonces cuando decidí decirle la verdad.

- En realidad nos conocemos.
- ¿Por trabajo? No me suena.
- No... Bueno, fue hace unos años ya. Cuando solías ir al hotel Roma.
-¡Ah! Sí, hace años que no voy. En realidad no me gusta mucho ese lugar.
- Trabajaba allí, sé que ibas con frecuencia. Todos los años...
- Sí fui durante algunos años, pero... No, no te recuerdo
- Da igual, lo imaginaba. En realidad quería conocerte porque tengo algo tuyo
- ¿Algo mío?

Su voz sonaba con sorpresa, pero también con inquietud, la misma que había tenido yo en torno a él todos estos años y que sin embargo parecía estar ahora evaporándose.
Le hablé del cuaderno, de cómo no había podido resistir la tentación de tomarlo aquel último año, de cómo me había arrepentido, y de la misteriosa fuerza que me había impedido devolvérselo hasta hoy.

- Tampoco he podido abrirlo nunca. Pensé que leyéndolo averiguaría algo más de ti, de tu extrañeza, de todo ese misterio que veía en ti.
- ¿Es que ya no lo ves?
- Ahora te conozco. He hablado contigo, por lo menos. Eso cambia las cosas, ¿no?
- Y por qué has ve...
- Porque vi el cuaderno en la fotografía que anunciaba la exposición. Fue como una especie de resorte.
- ¿Sabes una cosa? En realidad, aunque no me acuerde de ti sí que recuerdo bien el Hotel Roma.

Yo no estaba bien en aquellos años. Necesitaba cambiar... El cuaderno, en el fondo, lo dejé conscientemente allí, en la habitación. Me extrañó que nadie me llamase para decirme que lo había dejado olvidado. En el fondo no lo quería. ¿Sabes? Tampoco era mío. En realidad yo también lo había robado.
Fui hasta la silla donde descansaba mi ropa y lo saqué. Él lo miró como con miedo un segundo y apartó la mirada.

- No, yo no lo quiero. De verdad, tíralo, destrúyelo, léelo, haz lo que quieras con él, pero apártalo de mi vista, te lo ruego. Es tuyo ahora
Me sentía extraño ahora con él en las manos, como dueño de un secreto que no me pertenecía.
- Dime al menos de quién es.
- No puedo... No quiero, en realidad no nos conocemos de nada.
- Pero... llevo años con él, y he llegado a ti de nuevo. Debe haber alguna razón, ¿no? No me puedes dejar así.
- Ese cuaderno fue el objeto de mi obsesión durante años. Todos los que acudí al hotel Roma. A su dueño lo conocí el primer año que fui.
- ¿Allí?
- Sí, allí... Fue una historia extraña. Terminó rápido, él no me quería. Pero, al igual que tú, sentí la necesidad de robar el cuaderno. No me preguntes por qué, me es muy difícil de explicar. La diferencia es que yo sí lo abrí. Abrí el cuaderno y quedé hipnotizado por lo que había en él
- ¿Qué era? ¿Qué es lo que hay ahí escrito? Dime
- Es tuyo, puedes comprobarlo tú. Es posible que a ti no te digan nada las palabras que hay ahí dentro, pero a mí me llenaron de deseo. A él no le volví a ver, claro. Y más después de lo que había hecho yo. Pero continué deseándole mucho tiempo. De hecho cada año volvía al hotel como una especie de exorcismo. Necesitaba olvidarle y olvidar nuestra historia. Pensaba que quemándolo podría hacerlo desaparecer. Pero en el fondo no era más que una excusa para cada año volver al mismo sitio donde le conocí y atormentarme con los recuerdos. Así año tras año, hasta que al final tuve fuerzas para terminar. No lo pude quemar, pero lo dejé olvidado adrede. Era ese resquicio que mi debilidad necesitaba. Ahora hace años que ya no me importa nada. Hasta he sido capaz de usar de nuevo una foto en la que aparece ese cuaderno. ¿Sabes? Era como una especie de reto, de pulso al destino. Y no quiero perderlo. Por favor, vete, no quiero perderlo...

No sabía qué contestar. Sobrecogido por sus repentinas lágrimas, sin una pregunta más que hacerme ni hacerle yo a él, recogí mi ropa y salí despacio, con el cuaderno en la mano. Al cerrar la puerta respiré hondo, como aliviado, casi como si saliera de una pesadilla. Me daba pena Jorge, pero al mismo tiempo era consciente de su fuerza, de cómo cuando hacía años lo había imaginado frío y misterioso, era en realidad alguien débil y lleno de tristeza. Y de cómo ahora acababa de dejarle llorando en un acto que sin embargo demostraba en el fondo una tremenda fuerza personal, una inmensa valentía por su parte.
Después pensé en todo ese deseo mío de años atrás que se dirigía en realidad hacía algo inexistente. Y en esa otra persona cuyas letras encerradas habían trastornado de alguna forma la vida de varias personas. Aquel cuaderno que tenía yo entre mis manos tenía algo extraño, como un exorcismo. En la calle se levantó viento de repente. Y yo sentí que debía abrirlo de una vez y desvelar su secreto. Suponía que cabía la posibilidad de que no me hiciese ningún efecto, de que me resultase indiferente. Pero necesitaba poner punto final a la historia de aquel desdichado cuaderno negro.
Cuando pasados unos interminables minutos por fin deslicé la goma de aquel moleskine, me encontré con la mayor sorpresa de toda mi vida.
En sus páginas reconocí en seguida mi propia escritura. Palabras y palabras salidas de mi mano hacía muchos, muchísimos años. Pequeños poemas y reflexiones. Algunas confesiones también, pero todo muy vago. Pertenecían al tiempo en que no me atrevía a llamar a todo por su verdadero nombre. Era uno de mis cuadernos moleskine de primera juventud. Nunca lo había echado en falta. Lo imaginaba en casa de mis padres, con todas mis cosas de cuando vivía allí. Cosas que hacía muchísimos años que no revisaba, que creo que llevé en alguna mudanza porque no me cabían o me estorbaban. Mis manos temblaban, y mis ojos hacían el ejercicio de buscar la época en la que fueron escritos. La intensidad de las palabras no ofrecía dudas. Fue la época de mi gran primer desamor. Sentimientos que supongo debí querer olvidar y que por ello desterré también al olvido. En ese momento volvían sin saber yo que se habían ido.
En los márgenes, como notas crípticas, como pequeñas oraciones, se repetía interminablemente un nombre escrito a lápiz una y otra vez. No era el mío. Tampoco era mi letra.
Y al final del cuaderno, como un presagio, escrito también en tinta negra la siguiente frase:
"todas las palabras se escapan como en globos de helio. Nada queda, ni el eco de la voz en las paredes del alma. Las palabras vuelan y se esconden durante vidas enteras y, de repente, precipitan como copos de nieve para tocar nuevas vidas, pero son las mismas con otra piel. Y el dardo siempre es asimétrico. Y las palabras retoman su vuelo otra vez, pero el deseo vaga interminablemente de una piel a otra hasta que al fin se ahoga bajo las aguas"

Las primeras gotas de lluvia emborronaron aquella última frase hasta hacerla ilegible. Yo me quedé mucho rato bajo la tormenta, aguantando el frío,.esperando pacientemente hasta que el agua deshizo cada una de las palabras. Todas corrieron calle abajo, en un pequeño hilo negro de tinta, hasta la cloaca más cercana. Aquellas últimas, sin embargo, no he podido olvidarlas jamás.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

los olores, el enganche, el desenganche, la atracción por uno mismo... todos son temas que me atraen mucho.

me ha gustado mucho salvo como cuentas la resolución.

beso.

Javier dijo...

Creo que es la historia más curiosa que has escrito, esa especie de retorno y juego de espejos y deseos que acaban confluyendo en el propio protagonista, como en una especie de círculo cerrado.

Tomás Ortiz dijo...

Nunca nada es como fue. Todo cambia, incluso lo que creemos que es inmutable.

Los olores, los sabores, los gestos y ese tono de voz... Las cosas que ayudan a colocar a una persona en el tiempo y en el espacio, y que lo hacen único. Pero que también lo definen como alguien material, humano, errático y corpóreo.

A veces las lágrimas, por muy oscuras que sean, limpian por dentro y por fuera.

Argax dijo...

Bueno, bueno, bueno.

Voy a ser soez. En tu texto hay una idea que ha caido sobre mi rotunda, como una ostia en toda la cara, casi he escuchado crujir mi nariz. No sé por qué me ha resultado tan atractiva la posibilidad que tiene el hombre para el olvido selectivo, para borrar de su vida pedazos enteros.
Tengo experiencias personales en ese sentido y siempre he pensado que es una incógnita el lugar que ocupan las cosas que fueron y que hoy no son.

En fin, aparte de esa idea, que por sensibilidad personal me ha calado hondo, el relato está escrito suave, suave. Buen tono en las escenas que describes deseo y sexo, fácil de leer hasta que decide abrir la libreta, ¿Por qué abrió esa libreta?

Reciba usted mi más cordial enhorabuena.

No me mates pero a lo mejor no puedo ir a verte este verano. Pero después de Agosto vienen Septiembre así que...

Te tengo presente en mis oraciones que nadie escucha.

Un besazo.

-- dijo...

que final

pocas veces he leido un relato tan intenso en un blog

muy bonito si, ya quisieran muchos escribir asi ...

Arquitecturibe dijo...

Cuando vi que el relato era tan largo, me dije "solo leere unas frases"... pero mira que acabe atrapado en la historia y me he bebido de un trago la historia....
buena manera de bordar historias!
saludos desde mi lejana galaxia

senses and nonsenses dijo...

siempre preguntándonos por el origen de nuestro deseo...
yo no sé si es algo bueno, o es algo malo, pero creo que me estaba imaginando todo el rato el final. muchas palabras (algunas vuelan, se escapan, otras se quedan) en casi dos años que hace de esto.
aunque ese nombre al margen me ha confundido un poco: no sé si quieres decir que pasó por más manos tu moleskine, o tan sólo era la letra de jorge.

me encanta que vuelvas a los relatos. ...que soy muy fan.

un beso.

Alfredo dijo...

No había tenido tiempo de leerlo hasta ahora... Muy bueno!

Tessitore di Sogno dijo...

"Each has his past shut in him like the leaves of a book known to him by heart and his friends can only read the title."
Virginia Woolf
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Este texto al estilo Stephen King es impredecible y con un desenlace buenísimo.