25 de enero de 2009
Hipnosis fallida.
Desde que Stravinsky la estrenó en 1951, The Rake’s Progress (el ascenso del libertino) ha sido una ópera que siempre ha generado polémica y debate en el mundo de la música. Considerada por algunos como una de sus obras maestras, símbolo absoluto del periodo neoclásico del compositor, otros no dejan de ver en ella un pastiche, un mero capricho banal que no aporta nada al mundo de la música.
En parte ambas opiniones son válidas y tienen suficientes argumentos para sostenerse. De todas formas, en mi opinión la música no sólo tiene valor por lo que aporta a la propia música como Arte y evolución, sino por lo que nos aporta y nos transmite a nosotros como seres humanos. En el caso del Rake’s Progress, estamos ante una obra experimental que retoma la forma de la Opera del dieciocho, sobre todo con una evidentísima influencia mozartiana, pero también con elementos formales y vocales inspirados en músicos como Monteverdi o Donizetti, y que construye sobre ellos una música a la que no se le puede negar que sea plenamente del siglo XX,que juega entre el musical, la melodía en su esplendor y ciertos (más que) coqueteos con el mundo de las disonancias. Es una ópera única porque no se ha hecho otra igual. Puede gustar o no. Puede emocionar o no. En el último caso, sólo podrán percibirse los defectos y las fallas de un experimento que se desvía del curso histórico de la evolución de la ópera, pero será más difícil apreciar la cantidad de hallazgos que posee.
Zanjada la discusión, debo admitir que es una ópera que me ha fascinado desde siempre. La calidad musical de la partitura aún en su pastiche es notable, como lo es también la línea dramática de la historia y los dos planos en los que la música nos transmite la lucha humana entre la sinceridad de los sentimientos y el vacío de la desmesura en los placeres de la vida. No en vano Stravinski invirtió tres años de su vida en componerla. Eso, en un autor de su talla, nunca es causual.
La historia nos cuenta como Tom, pobre mediocre enamorado de Anne, encuentra la forma de progresar a través del pacto y la oferta de riquezas que le ofrece un extraño personaje, Nick Shadow. Tom, en la creencia que podrá hacerse rico y así contar con la aprobación del padre de Anne para casarse con ella huye a Londres donde Nick lo conducirá a una vida de libertinaje y perdición, con el verdadero objetivo de robarle su alma, pues en realidad se trata del mismo diablo. Anne, ante la ausencia de noticias de Tom, acude a buscarlo y lo encuentra en la cima de la fama y casado con una popular mujer barbuda a la que en realidad no ama. Aún así es rechazada por él. Anne insistirá y a pesar de que Tom ya se ha perdido para siempre, su amor verdadero por ella terminará convirtiéndose en el único sentimiento que éste podrá conservar en el camino de perdición al que le llevará Nick, el cual conseguirá finalmente que Tom se arruine y le exigirá su alma a cambio de sus servicios. Se la jugarán en una partida de cartas diabólica en la que Tom ya ha empezado a enloquecer, pero en la que el recuerdo de Anne le lleva milagrosamente a evitar el engaño de Nick para ganar en la partida de cartas. Tom se salvará, pero terminará sus días de manera triste y agónica en un manicomio, pensando que es Adonis y soñando con una Venus que lo único que podrá hacer por él será cantarle una nana y dejarle que se extinga. Al final, al modo del de DonGiovanni de Mozart, el conjunto de personajes canta un final festivo en forma de moraleja.
La historia, inspirada en una serie de pinturas del XVIII de William Hogarth sobre la que el escritor W.H. Auden hizo un libreto estupendo, nos crea una dicotomía (dudosa) entre el ejercicio del placer amoral y la fidelidad a la sinceridad de los sentimientos auténticos, representados por el amor verdadero, todo ello en forma de cuento moral. Así, en una serie de escenas muy diversas, a modo de cuadros, la acción nos va dibujando ambos motivos con diferentes atmósferas musicales. Desde el momento en que el amor va a estar dibujado casi desde el inicio por una profunda melancolía ya intuimos que el malvado diablo Shadow, de una manera u otra, va a hacerse con la suya.
Creo que esta melancolía que va penetrando en la historia poco a poco es la que desde el principio hizo que esta obra me hipnotizase, y siento que es en ella donde reside el hallazgo entre líneas de esta historia sólo aparentemente galante y moral, que si escuchamos con un poco de atención nos transmite una terrible inquietud, pues de alguna forma nos susurra entre festivos acordes y dilemas humanos a veces poco creíbles la infinita angustia de la limitación de la vida, del tempus fugit que nos asedia y nos obliga a enfrentarnos a nuestro íntimo vacío existencial. Un vacío que termina por llenar las vidas de Tom y Anne, fruto de las elecciones erróneas, de la incomprensión, de las esperas... y que, pese a que su amor les salve de alguna manera, no encontrará sentimiento ni circunstancia que lo detenga.
La escena final del manicomio, larga y tristísima, bañada de una esperanza de tono irreal, nos hunde poco a poco en una irracionalidad que sólo a través de la broma con moralina del final nos hace poder respirar finalmente tranquilos, como si nada hubiese pasado. Sin embargo ya es demasiado tarde, la melancolía de la obra ya se ha colado dentro de nosotros y nos ha hipnotizado de manera irremediable. O así al menos debería ser.
La producción del Real de Robert Lepage ya se ha exhibido con éxito en otros teatros, pero yo no la veo redonda. Creo que cuenta con muchos aciertos en escenas concretas (especialmente en la del encuentro de Anne con Tom y Baba the Turk y la escena final del manicomio). Pero no me convence su intención de hilarlas todas y de desdibujar así un poco esa sensación de cuadros que en realidad sí está en la intención del autor. Para pasar de una escena a otra el compositor ya ha ideado unos interludios musicales que son (además) los que nos permiten acceder a ese segundo plano de la fatalidad melancólica que nos dibuja poco a poco la tragedia. Por ello, no convencen demasiado las aparatosas transformaciones que Lepage propone y que no hacen otra cosa que epatar y desviarnos de la fuerza de la partitura orquestal que ya funciona estupendamente como interludio y reflexión de la historia. Lepage ve esta obra como una película, como una obra global y continua y creo que ese es el error, pues su esencia formal neoclásica le impide serlo. A pesar de ello, algunos cambios de escena, como la del coche en movimiento, tienen una gran fuerza.
Otro de los errores de la producción es hacer el descanso en medio de un acto y no dos, donde deben ser, es decir, al final de cada acto. En concreto, la distancia temporal que media entre el segundo y el tercer acto hacen necesaria una pausa en ese momento, para que el espectador pueda asimilarlo. Ahí, evidentemente, no hay música, y sin embargo Lepage, a sabiendas de que no va a haber interrupción en forma de descanso no idea nada para salvar este problema.
El gran Christopher Hogwood, director musical, hace lo que puede para solventar estas carencias, y nos transmite un libertino intensamente triste, ralentizando los tiempos para hacer más asfixiante aún la melancolía, pero con ello no consigue transmitir lo que pretende, pues su lentitud hace perder el el hilo de la acción en numerosas ocasiones, lo cual va en perjuicio sobre todo del espectador que no conoce la obra (omito los comentarios que hube de escuchar en los pasillos en el entreacto).
A pesar de todo, Hogwood consigue un sonido sutil y muy perfecto de la Sinfónica de Madrid, especialmente brillante en la sección de viento que tanta partitura tiene en esta obra.
Los protagonistas están a un gran nivel, especialmente el Tom de Tobby Spence, que convence bastante con su gran trabajo no sólo vocal sino también de actor, en un personaje que se transforma brutalmente a lo largo de la obra. María Bayo está correcta y siempre es de agradecer la belleza de su voz, pero creo que no está hecha para este personaje, que requiere una voz más clara y sin dubitaciones, que no se muestre frágil y que acometa las dificultades de la partitura sin atisbos de duda, pues la forma en la que Anne (que en el fondo no deja de ser una especie de recreación de Orfeo) ha de transmitir su desilusión, pero al mismo tiempo la fuerza de la fe de su amor, son claves para que la obra resulte creíble. Ella está en el extremo del tándem de sentimientos de esta obra.
Daniela Barcellona está muy grande en una Baba the Turk (la mujer barbuda de Tom) en la que se recrea y a la que interpreta con una facilidad abrumadora. Finalmente Johan Reuter da vida a un Nick Shadow bastante creíble y seductor en su diabólica misión.
Como colofón, subrayaría de nuevo que debido a todas las complejidades que presenta la obra es muy difícil conseguir una representación que consiga transmitirla de manera convincente y además, emocionarnos. La del Real lo consigue sólo a veces, pero no en su totalidad. Es una pena, que además habrá contribuido a reafirmarse a los detractores de esta obra que merece muchas horas de escucha y atención para conseguir que ejerza esa hipnosis melancólica que en el fondo atesora pero que se quedó esta vez en la partitura, bellísima partitura con una portada representando el rostro de Stravinsky en negro sobre un fondo en rojo que exhibía el atril del clave, ya terminada la representación, que llamó mi atención por su vistosidad y belleza, y me hizo sonreír mientras el Teatro aún aplaudía y yo comenzaba a pensar ya en todas estas cosas.
Las imágenes son de la misma producción con otro elenco de cantantes y músicos, en La Monnaie de Bruselas el año pasado, pero son perfectamente válidas para ilustrar lo que comento.
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4 comentarios:
:-( Necesito al menos una hora para bañarme en tus palabras y secarme con el aire de la música. No la tengo, lo siento. Te debo un baño.
;-)
Me era totalmente desconocida. Ya dicen que cada día aprenderás una cosa nueva.
pues si pe-jota ono conocía, imagínate yo. me encantaría saber algo de ópera para poder disfrutarte.
una crónica a conciencia. aprendo mucho contigo, pero insisto, una pena no poder sacarle todo el jugo posible.
un abrazo.
Citando a Cabral... debería llamarte Maestro pues cada que te visito aprendo dos o tres palabras que yo no conocía
besitos desde mi lejana galaxia
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