26 de julio de 2009
Un Figaro "de verano".
Vuelta a Madrid. Fin de las vacaciones y broche mozartiano para este intenso mes de Julio. Esperaba con muchas ganas la producción madrileña de las Bodas de Fígaro, una de las óperas más brillantes, perfectas e intensas de la historia de la música, acaso tal vez no superada en su capacidad de fusionar teatralidad, acción, caracterización musical e introspección de personajes y atmósferas.
Una pena que la propuesta del Real no esté a la altura de lo que pretende ser este teatro nuestro. Aún así, creo injusto usar el descrédito con ella, porque tiene muchos hallazgos. Lo que ocurre es que no comparto el enfoque de partida que subyace en la propuesta de Daniel Bianco y Emilio Sagi. A pesar de haber argumentado en varias entrevistas su elección “tradicional” para la puesta en escena porque el conflicto social subyacente tiene sentido sobre todo en ese momento histórico y en esa localización (la Sevilla del siglo XVIII), intuyo que se trata más bien de una apuesta personal, ya que en una ópera tan conocida como esta, donde muchos de los elementos contextualizadores son de sobra conocidos y asumidos por la inmensa mayoría de los espectadores, es donde precisamente más cabe una apuesta más arriesgada, una lectura más fina de una obra, que vaya más allá de la mera ópera buffa que nos han querido servir.
Comenzar un programa de mano subrayando el carácter revolucionario de una historia donde la clase oprimida de alguna forma triunfa (por inteligencia y humanidad) sobre la dominante, no es coherente con una propuesta que se recrea en el carácter cómico (a veces de una manera bastante simplona) de la acción y en un acentuado carácter folclórico que no añade realmente nada a la obra. Es por eso que considero que se trata de una apuesta muy personal. Pero tiene, no obstante, algunos aciertos. La idea inicial parte de una escenografía con cierta influencia de Strehler en la elegancia de algunos espacios y el uso (muy acertado, de lo mejor de la representación) de la luz, pero que termina desdibujada por un abuso excesivo de elementos muy barrocos (flores, blasones, personajes innecesarios en escena…) que desvirtúan el resultado.
Tras un primer acto muy confuso escénicamente, el acto segundo es el más conseguido, por su sencillez, desde la inicial y deslumbrante apertura de las ventanas de la habitación de la condesa, lo cual permite que podamos centrarnos en la acción de este acto sublime (quizá el momento cumbre de la ópera) y en la música en sí. Después, el tercero se les va de las manos (no termino de ver la danza goyesca “con castañuelas” en la boda ni a las dos pesadas que se dedican a fregar el suelo del patio durante medio acto, por poner un par de ejemplos. En el cuarto nos pretenden sorprender con alguna innovación, como el uso del telón transparente (el inicio del acto es complejo de situar físicamente, así que no está del todo equivocado, creo), el encendido de luces en el “aprite un po’ quegli occhi uomini incauti e sciocchi” o el jardín sevillano, con fuente (sonando demasiado alto en mi opinión) y perfume de azahar incluido (eso sí me sorprendió). De todas formas, creo que es un exceso de elementos que más bien estorban para una escena final en la que la música dibuja ya a la perfección las turbaciones que sufren los personajes.
El enfoque musical me convenció mucho más, a pesar de la mediocre calidad de orquesta y solistas. Pero creo que en la cabeza de López Cobos la idea era de darnos una versión muy equilibrada entre la teatralidad y la musicalidad, una elección que es fundamental a la hora de plantearse esta obra. Elección que en pocas ocasiones se decanta por un extremo u otro, pero que tampoco es abordada con visión unitaria. La mayoría de los directores toman elecciones diferentes para las diferentes escenas e incluso para arias o momentos específicos, lo cual desemboca en versiones muy irregulares donde la música termina pareciendo ser encajada como si de un collage se tratase. López Cobos adopta un tempo justo, que no apaga la teatralidad de la acción, y que nos permite asumir la inmensa belleza de la música al mismo tiempo. Además, mantiene su criterio a lo largo de toda la ópera, logrando una homogeneidad que en pocas versiones he visto. Desde mi punto de vista es todo un acierto, más allá de que las intervenciones de los solistas no estuvieran a la altura de un teatro de primera (asistí al segundo reparto, pero intuyo que el primero estaba en la misma línea), salvo quizás el Conde de Mariusz Kwiecien y por supuesto el Bartolo del gran Carlos Chausson. De todas formas, fallos de entonación tan graves como los de Ketevan Kemoklidze no deberían tolerarse en un teatro de primera (con precios, además, de teatro de primera, claro).
Afortunadamente Las Bodas de Figaro está llena de conjuntos vocales que constituyen el verdadero corazón de la trama y de la acción. Y éstos fluían con tal musicalidad y elegancia, con tal fusión, que verdaderamente era una delicia poderla escuchar sin sobresaltos, dejando que la lucidísima partitura de Mozart fuera instalando en el espectador todos esos matices de la inmensa humanidad de sus personajes. Es en la partitura donde se despliegan los celos, los temores, los deseos, las incertidumbres, la felicidad, las dudas… Poco a poco, a fuerza de melodías, de matices de los instrumentos de viento (que estuvieron en general quizá más a la altura que la cuerda), de ritmos y marchas. Y en eso, a pesar de la irregular ejecución, el planteamiento era inteligente y lleno de honestidad. López Cobos apuesta por un Mozart con cierta (hermosa) tendencia a la melancolía, pero que se nos instala dentro con fuerza, con esa intensidad que esta obra tiene para hacernos desear vivir en ella para siempre.
En definitiva, una versión que aporta poco (en una obra que debe contarse entre las más representadas del mundo de la ópera) pero que no deja de ser una absoluta obra de referencia, y que siempre gusta ver, aunque deba ser en una versión que no le termina de hacer justicia. Será cosa del verano y de no querer hacernos pensar demasiado…
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4 comentarios:
...bienvenido...
y cómo no, siempre regresas a Mozart.
un abrazo.
Haaaaaaaaaaaay Amigo Vulcano! me pregunto ¿por qué no disfrutar (o no) de una obra sin intelectualizarla tanto?
Cuando voy a ver algo, trato que el espectáculo 'me sorprenda' porque así me permito disfrutar desde 'el espectador' simple y rancia, sin tener que hacer un análisis freudiano (o lo que sea) del mismo ...
Voto para que vuelva la simpleza a nuestras vidas !!!! JE!
(No te enojes, es una simple opinión, pero es un tema que siempre trato con amigos: ¿cuándo comienza la crítica acérrima y cuando el 'goze' de la obra?
de mozart sólo puedo decir que su múscia es taaaaaan bonita que asusta.
Veo que has regresado lleno de energía, es que no hay nada como cargar las pilas.
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