5 de diciembre de 2009

Adrián

Adrián tenía una forma propia de mirar la realidad y contártela después. Y cuando lo hacía, su pequeño universo, por increíble que pareciera, se convertía en el único en el que podías creer. Cuando intentabas recordar lo que te había contado, nada adquiría sentido, todo parecía absurdo y sin lógica. Los argumentos para desmontar todas aquellas ideas suyas venían a la cabeza como la cosa más normal del mundo. Sin embargo, cuando hablabas con él era imposible que pudieran verse las cosas de otra manera.

Pero aquella mirada suya era, inevitablemente, despiadada y perversa. Adrián era desconfiado, inseguro e infinitamente posesivo con todo aquello que quería, hasta el punto de no distinguir la verdad de la mentira, lo honesto de lo infame. A pesar de ello, su magnetismo era innegable. Las personas que entrábamos en su juego nos veíamos envueltos en una espiral de dependencia que en absoluto era sana. Le ocurrió a Héctor. También a mí. Estar cerca de Adrián nos cegaba de una manera tan intensa que lo demás se desvanecía, por importante que fuese.

Me terminé enfrentando a Héctor por aquella época. De manera pueril acabamos luchando por ocupar la posición más cercana a Adrián. Y fui yo quien perdió. A Héctor, por supuesto, y también a Adrián. Ambos se fueron aislando de los demás, incrustándose lentamente en su mundo imposible. Héctor terminó también saliendo de su vida, alguien me lo dijo después. No quise saber nada más de ellos.

En las noches de insomnio, sin embargo, no podía evitar acordarme de él y de tardes como aquella en la que creí volverme loco cuando me miraba con sus grandes ojos azules. De su energía y su vehemencia, de sus manos haciendo aspavientos en el aire, o posándose de pronto sobre mi muslo. Un escalofrío me recorría el cuerpo al reconocer que nadie había vuelto a hacerme sentir así. Hoy en día Adrián no vive ya en mi recuerdo. He conseguido borrarlo por fin. Eso sí, a base de somníferos. Lo de hoy… Lo de hoy sólo ha sido que se me terminó la caja y me dio pereza bajar a la farmacia.

6 comentarios:

Javier dijo...

Que malas y perversas son las obsesiones, nos hacen daño y encima nos enganchamos.

Anónimo dijo...

Dos cosas:

1. Es perfecto, ya no necesitarás que me encarne en Gordon Lish nunca más :S

2. Toca, resuena en mi caja torácica, es tan vívido que it gives me a thrill...

Fenjx dijo...

:D
me gusta
y huele más que nunca a finjidor autobiografista ;)
un abarzo fuerte desde mi mundo somnífero

Gus Planet dijo...

Ahhhhhhh amigo Vulcano! tús relatos cobran en intensidad y magnetismo, te estás convirtiendo en un maestro de la síntesis y eso lo valoro en demasía ...
¡Un saludo grande desde el 'coño' del mundo JE!

Gus

Tessitore di Sogno dijo...

Caro me tienes enganchado con estos relatos, lo único que no me gusta es que siempre quedo queriendo más... lo de hoy pues, es dar gracias a que no tomaste tu valium para poder narrarnos sobre Adrián. Siempre es necesario un amor pasional que se desborde hasta decir basta, pero dejándolo alojado en algún baúl de la memoria, para cuando haga falta.

Anónimo dijo...

héctor ummmm