He abierto la caja
Meticulosamente, deshaciendo la cuerda que lo rodeaba con mucho cuidado, para evitar que una excesiva presión hiciese la más mínima marca sobre el papel del envoltorio. La cuerda es de color dorado, y aún brilla con fuerza. Tanta, que permite siempre identificar en el desván el lugar donde está guardada. Casi no he tenido que limpiar el polvo sobre ella. Se nota que ha sido ordenada y desordenada con esmero en los últimos meses, poniendo cuidado de dejarla bien limpita cada vez. La cuerda dorada ha caído silenciosamente sobre el suelo, sin hacer apenas ruido... Conozco bien el ruido de las cuerdas, soy un experto en hacerlas sonar mientras hago y deshago nudos de todo tipo. Debajo, el papel de regalo con el que está envuelta muestra unos colores intensos pero que (por primera vez) comienzan a parecerme un poco desvaídos, como si la huella del tiempo hubiese querido, de una vez por todas, escribir sobre ella la marca de una caducidad, la fecha que señala que algo forma parte de un pasado que ya ha comenzado a idealizarse, que ya no tiene aristas ni espinas, que se recuerda como en un technicolor antiguo, dulce, inocuo al dolor. A pesar de ello, desenvuelvo despacio el papel, intentando no arrugarlo nada, haciendo que conserve una novedad sólo interrumpida por los pliegues gemelos a los ángulos de la caja. Termina igualmente cayendo sobre el suelo, despacio y sin ruido. La caja está como nueva, su tacto me transporta al pasado. El envoltorio ciertamente lo protege de la acción ambiental, de la luz y el aire... De casi todo. La abro con muchísimo cuidado. En su interior nada ha cambiado. Las fotografías están en el mismo orden que las guardé la última vez. Tu mirada en ellas es ahora más triste. Más lejana. A pesar de que las palabras que se mezclan entre ellas siguen conservando esa caligrafía atractiva de siempre, su poder de evocación está intacto. Pero tu mirada ya no. Es sombría, ausente... se podría decir que casi es inquietante. Hay más objetos. Una brújula, una pequeña colección de cd's, dos lápices, guantes de colores, una libreta que no voy a abrir y una galleta con una esquina mordida. Dejo que mi nariz descienda hasta la caja y respiro profundamente. Por última vez... Siempre me digo eso, por última vez. Pero hoy va a ser diferente. Busco un papel oscuro, y envuelvo la caja sin prestar mucha atención al resultado. Y me decido finalmente a usar cinta adhesiva de embalaje. Es más práctica e higiénica. Una vez he terminado, deposito la caja al final del desván... del desván de mi memoria.
Al salir, ni siquiera me doy cuenta que he pisado sobre el papel de colores, sobre la cinta dorada. Es igual, he decidido que ya no los necesito más.
Meticulosamente, deshaciendo la cuerda que lo rodeaba con mucho cuidado, para evitar que una excesiva presión hiciese la más mínima marca sobre el papel del envoltorio. La cuerda es de color dorado, y aún brilla con fuerza. Tanta, que permite siempre identificar en el desván el lugar donde está guardada. Casi no he tenido que limpiar el polvo sobre ella. Se nota que ha sido ordenada y desordenada con esmero en los últimos meses, poniendo cuidado de dejarla bien limpita cada vez. La cuerda dorada ha caído silenciosamente sobre el suelo, sin hacer apenas ruido... Conozco bien el ruido de las cuerdas, soy un experto en hacerlas sonar mientras hago y deshago nudos de todo tipo. Debajo, el papel de regalo con el que está envuelta muestra unos colores intensos pero que (por primera vez) comienzan a parecerme un poco desvaídos, como si la huella del tiempo hubiese querido, de una vez por todas, escribir sobre ella la marca de una caducidad, la fecha que señala que algo forma parte de un pasado que ya ha comenzado a idealizarse, que ya no tiene aristas ni espinas, que se recuerda como en un technicolor antiguo, dulce, inocuo al dolor. A pesar de ello, desenvuelvo despacio el papel, intentando no arrugarlo nada, haciendo que conserve una novedad sólo interrumpida por los pliegues gemelos a los ángulos de la caja. Termina igualmente cayendo sobre el suelo, despacio y sin ruido. La caja está como nueva, su tacto me transporta al pasado. El envoltorio ciertamente lo protege de la acción ambiental, de la luz y el aire... De casi todo. La abro con muchísimo cuidado. En su interior nada ha cambiado. Las fotografías están en el mismo orden que las guardé la última vez. Tu mirada en ellas es ahora más triste. Más lejana. A pesar de que las palabras que se mezclan entre ellas siguen conservando esa caligrafía atractiva de siempre, su poder de evocación está intacto. Pero tu mirada ya no. Es sombría, ausente... se podría decir que casi es inquietante. Hay más objetos. Una brújula, una pequeña colección de cd's, dos lápices, guantes de colores, una libreta que no voy a abrir y una galleta con una esquina mordida. Dejo que mi nariz descienda hasta la caja y respiro profundamente. Por última vez... Siempre me digo eso, por última vez. Pero hoy va a ser diferente. Busco un papel oscuro, y envuelvo la caja sin prestar mucha atención al resultado. Y me decido finalmente a usar cinta adhesiva de embalaje. Es más práctica e higiénica. Una vez he terminado, deposito la caja al final del desván... del desván de mi memoria.
Al salir, ni siquiera me doy cuenta que he pisado sobre el papel de colores, sobre la cinta dorada. Es igual, he decidido que ya no los necesito más.
10 comentarios:
Si tienen raices, esos recuerdos serán dificiles de guardar.
;)
Me encantó el post, precioso.
es verdad
es así
cuando el pasado ya no tiene espinas se ve como en technicolor
me ha encantado la descripción de esa fase
y el post entero
me ha alimentado tanto
que ni he mirado las calorías en la tabla nutricional que tenía detrás
me identifico tanto con el post...
hace tiempo escribí uno distinto
pero escribiendo lo mismo
Y lo peor es que a veces lo que hay en la caja llega a parecernos ridiculo e infantil. Echar la vista atras, y ver los caminos que recorrimos, puede llevarnos a ser demasiado criticos con nosotros mismos. O devolvernos sentimientos que queremos olvidar...
Siendo muy friki: volver la vista atras es bueno a veces, mirar hacia delante es vivir sin temor...
Un beso fuerte... ya queda menos...
Yo también tengo una caja con cosas que son especiales y he ido metiendo allí a lo largo de los años.
Niño que me has puesto triste, me has hecho evocar la ruptura, el fin ya sea de una relación, de una época quizás, importante en tu vida, pero que el tiempo ha diluido y que solo puedes guardar en cajas, en los archivos polvorientos de la memoria sentimental.
Es una sensación amarga, porque evocas con nostalgia y con un cariño intenso por la ausencia del que lo evoca, tiempos pasados o personas importantes y que de vez en cuando, cuando los creías olvidados te sorprenden y aparecen en tu memoria, y te aferras a ellos, a las cajas, a los recuerdos, a objetos que nos regalan y te das cuenta de que no están cerca y esa lejanía, tal vez evitable o inevitable, te duele ya sea por la certeza de la pérdida, ya sea por la imposibilidad del reencuentro, ya sea por que hay cosas que no se pueden dar sin más.
Como siempre consigues crear una realidad mágica, describir la cotidianiedad de una acción y a través de ella crear símbolos, metaforas.
Magistral como siempre.
Mientras sigas escribiendo así... los demás nos vamos a quedar sin nada, te llevas la mejor inspiración, las mejores palabras, la mejor manera de entender y conmover.
Yo también tenía un título así, pero claro lo mío iba a ser un cuento de terror, aunque ¿A veces no son los recuerdos nuestro propio miedo?
Un beso mi precioso gran-niño!!! disfruta del puente y a la vuelta nos vemos y no aceptaré un no por respuesta. Quiero unas cervecitas en esa terraza :D !!!!1
un cuento muy hermoso, todos tenemos cajas que guardar, aunq sabemos que siempre están ahí...1 abrazo.
PD:ha muerto Rostropovich :(
http://www.elpais.com/articulo/cultura/Fallece/anos/violonchelista/ruso/Mstislav/Rostropovich/elpepucul/20070427elpepucul_1/Tes
Precioso post, en efecto.
Triste noticia la de Rostropovich. Uno de los grandes de la música del siglo XX y admirable persona fuera de lo musical. Pude oirle en directo varias veces y siempre me impresionó. Su Bach era estremecedor, su Shostakovich incomensurable y su versión del concierto para cello y orquesta de Dvorak....Lo siento, monopolicé la respuesta al post con otro tema.
Bonito (y críptico) post David. Tengo una caja con recuerdos que estoy consiguiendo arrinconar, porque en algún momento tenía que salir adelante. Ni siquiera sé dónde ha ido a parar.¿A qué huele tu caja?
aún nos faltan muchas cajas por abrir...
un beso
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