8 de abril de 2007

Olympia.

Para Efesor.

Hoy es un día especial para una persona especial. Una de esas personas que, por casualidad, se cruzan en tu vida y sin saber muy bien por qué, sabes que hay un pasado entre tú y él, aunque no puedas recordarlo.
Te conocí el día que partías, después de haber vivido años en esta ciudad sin saberlo. Y la distancia se hizo, palabra tras palabra, un hilo de historias en las que realidad y sueño tejieron sólas ese cuento a través del que nos desnudamos poco a poco. Eres una de esas personas en las que uno no puede evitar pensar casi todos los días. Una persona de mirada azul y sonrisa encarnada, que trae siempre azúcar en los dedos y sal en la garganta. Bajo barreras y murallas, sabemos que la palabra atraviesa la piedra, y nos llega, esquiva pero certera, al corazón.
A veces, sobre todo últimamente, me sirvo del silencio, un silencio casual que me proteje de la distancia y de la mirada. Ya sé que los hilos no son de aire, y ya sé que esa mirada y esta mirada no son de cristal cuando se miran de cerca. Pero por eso, porque es de verdad, dejamos que la historia se invente por sí sola, y que los hilos, en su dejadez o su insistencia, en su color y en su rebeldía, se crucen y se unan como ellos quieran hacer.
FELICIDADES, nene.
Mi regalo es un cuento. Un cuento que acabo de escribir ahora. Un cuento que ha resultado inquietante, y que podría bien ser el prólogo a la historia que poco a poco hemos estado escribiendo desde que estás en ahí, en tu círculo polar. Una historia que habla de lo que no podemos entender, de las historias que tienen un pasado que no podemos recordar ni tocar, un presente de búsqueda y un futuro que también tiene palabras escritas. De lo intangible y lo incomprensible, de la irracionalidad y la poesía, de la necesidad de la oscuridad... Y, como no, de Olympia, de nuestra querida Olympia. Es todo tuyo. Un beso bien fuerte.

OLYMPIA

Julia lleva años huyendo de parte de su pasado, vagando por diferentes partes de mundo. El olvido la lleva a cambiar de paisaje con frecuencia, porque los escenarios se le quedan pequeños muy rápido. En cuanto comienzan a acumular recuerdos, le resultan ya profundamente melancólicos. Y ella quiere huir de la melancolía. No sabe por qué. Le sucede desde que encontró a aquel portugués de ojos oscuros que recorría solitario las calles de Lisboa en aquel otoño de hace ya algunos años.

Ella se apresuraba para alcanzar a sus compañeras de viaje, que caminaban más adelantadas. Pero su mirada se cruzó con la de él. Una mirada que la desasosegó en sólo un instante, llenándola de todas las dudas que había estado acumulando en los últimos años. Un segundo sólo para llevarla al borde del abismo. No recuerda el tiempo que permaneció con él. Ni siquiera sabe si existió realmente aquel personaje oscuro. Tampoco recuerda bien qué hablaron, ni en qué idioma lo hicieron. Pero sí que recuerda cómo la infectó de tristeza, de una tristeza apegada al suelo, como una enfermedad que la llevaría a entristecer por todo lo que permanecía demasiado en sus manos. Aquella noche, de repente, las paredes que decoraban su vida desaparecieron y se encontró en un precipicio sin fondo aparente. La mirada de ese portugués sin nombre se le clava cada día en su pensamiento. Él desapareció esa misma noche, de la misma forma que apareció. Cuando recuperó la noción del tiempo, la única mirada que la escrutaba, allí sentada, muerta de frío en aquellas escaleras del Bairro Alto, era la oscura e indagante de aquel gato negro que elevaba provocante su cola. Supo que no lo encontraría más. Pero el secreto que le había revelado, había quedado sumido en su memoria en una niebla espesa de la que no podía recuperarlo.

A partir de ahí, Julia inició su viaje. Un viaje huyendo de la tristeza que la perseguía, de la melancolía que iba naciendo cada vez que permanecía demasiado en un lugar. Para vivir debió hacer de todo, trabajar con sus manos, y a veces con su cuerpo. Poco a poco aprendió a deshacer la frontera entre la realidad y el sueño. Algunas noches, un sueño recurrente la asaltaba. Siempre comenzaba en aquellas escaleras del Bairro Alto. Y en cada ocasión le iba revelando pistas. Nombres de ciudades, objetos, actividades, perversiones... Y ella, al despertar, se iba prestando a todos ellos: a los viajes, a las tentaciones y a las posesiones. El sueño, de alguna forma, le dictaba la fórmula para esquivar la melancolía.

El día que soñó con París, supo que ese era el destino final de su viaje. Soñó con París y con la vida oscura de sus calles en la noche. sabía que algo sórdido le esperaba en la ciudad del Sena. Esa noche se encontraba en Helsinki, y había vendido su cuerpo a un enorme chico de cabellos rubios, que la había tratado con bastante rudeza. Se había quedado dormida unos instantes sobre las sábanas de raso, sola un momento en el que el chico se había ausentado al baño. Fue entoncés, en es instante de inconsciencia, cuando vio la noche de Paris y supo que ése era su destino final.

Lleva 30 días en París, y ha visitado casi todas las calles a la medianoche. Ha trabajado de cajera en un café de Montmartre, y ha escuchado las historias de casi todos sus habituales. Ha vagado por locales y burdeles, por discotecas de moda y casas de encuentro, por jardines que no cierran al anochecer y por zonas oscuras de estaciones de tren. Y aún no encuentra nada. La melancolía de París está ya a punto de desbordarse dentro de ella. Y no sabe qué hacer, pues los sueños ya se han detenido. Por más que lo intenta, no han vuelto. Sólo sueña con Paris, y con el río que corre deprisa en sus paseos. Y nada más, sólo ella mirándose en el río. Ha recorrido el río una y otra vez, y se ha mirado en él con insistencia, pero nada ha pasado. ¿será éste el final del precipcio?, se pregunta mientras pasea por la orilla del Sena. La respuesta la encuentra al levantar la mirada y encontrarse con el gran edificio de la estación de Orsay, que atrapa repentinamente su atención. Recuerda ese edificio sin haber estado nunca en él, no sabe por qué. Acude a su puerta y descubre que el edificio ha sido transformado en Museo. Claro, uno de los museos más visitados de la ciudad. Entra, y, como si conociera el lugar de memoria, se dirige a la primera planta, y llega hasta el retrato de Olympia, de Edouard Manet.

La mirada de esa chica, desafiante, la absorbe por completo. Una mirada directa, provocadora, pero llena de melancolía al mismo tiempo. Su cuerpo desnudo, en pose de entrega, se encuentra sutilmente tocado tan solo por una flor en el cabello, un brazalete en el antebrazo, un zapato en actitud de deslizarse del pie, y ese lazo negro al cuello, profundamente vulgar y al mismo tiempo terriblemente turbador, porque curza la carne blanca y la muestra al apetito. Una criada negra que la mira con curiosidad mientras le ofrece un bouquet de flores que ella ni siquiera mira. Su mirada se dedica exclusivamente al espectador, como invitándolo a entrar en el cuadro, abarcándolo y haciéndolo cruzar la barrera de lo prohibido, de lo incomprensible. Y es Julia la que mira. La que mira y a quien mira. Y no sabe si la vida se puede volver a vivir, y si se pueden recordar otras vidas, pero ahora ella sabe con certeza que ha estado sobre esas sábanas alguna vez, y la sostenido en su mirada la de Edouard, que que en ese lugar sucedió algo que ya no puede recordar. De Edouard sólo recuerda la mirada intensa detrás de su pincel. La misma mirada de Lisboa, sin duda. Era él quien la interceptó aquella noche, quien detuvo su vida para recordarle que tenía otra vida pendiente de terminar. Y la condenó a vagar hasta encontrarla. Ahora, sólo le queda encontrar al nuevo Edouard.

A la derecha, dentro del cuadro, un gato negro de cola levantada la mira con sorpresa. Es el mismo gato negro que la asaltó en la noche lisboeta, es el reflejo de Edouard, su propia mirada de pintor sobre la escena, maldiciéndola, poseyéndola, ansioso de encontrar un lugar donde posar los ojos, eligiendo entre arrojarse a la mirada de Olympia o atravesar esa mano extendida que esconde con extraño pudor el secreto de su sexo. Tras haber sido poseída por tantos hombres, tampoco ella sabe cual es el secreto de su sexo voraz, no, tampoco lo sabe. El gato negro, que de repente cobra vida, le susurra un secreto en el silencio de la sala. La clave de la elección de Edouard. Dos ciudades que determinan cada una de ellas. La mirada es Madrid, en la noche. La mano sobre el sexo está en uno de los más recónditos canales de Venecia. Julia mira en su bolso y cuenta el dinero que ha ganado en los últimos días. Se dirige a la tienda y adquiere una reproducción postal del cuadro que acaba de contemplar. Después, sale del museo y toma un taxi, que la lleva rápido al aeropuerto. Mientras el Sena cruza veloz por la ventanilla del coche, aún no sabe dónde terminará esa noche. Lo único de lo que está segura es que sólo le queda una oportunidad para salvar el abismo, sólo una... De lo contrario, deberá arrojarse definitivamente en él.

10 comentarios:

NaT dijo...

Uyyyy, que largo y que bonito presiento que va a ser.
Mañana sin tanto sueño lo leo.
Pero te dejo un besillo para que sepas que estoy de regreso a casa sana y salva.
Muacksss

salva dijo...

NIño que bonito que escribes, tanto en la ficción como en la realidad, lo que le has puesto a Efesor es precioso, y el relato también lo es.
Interaccionas un cuadro con la vida de una persona, con sus recuerdos, con sus sentimientos, y captar la intensidad de una mirada, lo que se esconde detrás de ella, los anhelos, los secretos que esconde, la necesidad de alguien que te ha marcado y al que no puedes evitar recordar y necesitar al mismo tiempo, y transportar a todas las ciudades y vivencias su recuerdo.
Ay niño que me entra la nostalgia, no de París,sino de esas miradas que tan bien describes.

Gracias por hacerme soñar!!!!!!!

Luís Galego dijo...

Hoy es un día especial para una persona especial. Una de esas personas que, por casualidad, se cruzan en tu vida y sin saber muy bien por qué, sabes que hay un pasado entre tú y él, aunque no puedas recordarlo.

que vivam os dias especiais dedicados a pessoas especiais, o resto é tudo tão insignificante...

Javier Herce dijo...

Seguro que tu post le encanta.

Un beso!!!

Anónimo dijo...

Tengo un carnaval de hormigas bailando en mis zapatos y no encuentro suficiente excusas para determinar que nuestra Olympia en formato de epístola acabe del mismo modo que este viaje que completa la etapa casi un año después.
hoy me he sentido con ganas de hacer una lista de lo que se marcará con fuego más adentro de lo inesperado. y no hay más remedio que seas una de esas personas que me ayude con ese trance tan doloroso que se avecina después de mi retorno. Si, ya contesté a esa pregunta de uno de mis últimos textos en mi blog ¿se duele por lo que va a pasar? afirmativamente y sabes por que, ya que te guardo entre las sábanas más reconfortantes y te cuento que es esto que me tiene estancado aqui.

tero ha sido un gran descubrimiento, como ese disco que aunque después de tan defectuoso, no piensas comprartelo de nuevo para escucharlo mejor, porque sabes que no hay forma mejor de ligarse a lo material que con la historia que les rodea.

olympia es una de las grandes cosas de este cuento polar y dejar helsinki es como desarmar Olympia de su lazo en el cuello. podré soportar el proceso?

tu tienes parte de la solución. gracias por hacerme olvidar a qué suena mi vida en los cajones vacíos.

felices 24 años mios cerca de mucho de vosotros.

Fenjx dijo...

lloro

Martini dijo...

Que preciosidad de post...

Vulcano Lover dijo...

Desarmemos Olympia, Efesor. En el círculo polar o sobre el Sena, cruzando los dedos sobre su secreto, bordeando sus deseos... los hilos van a coser el abismo, no te preocupes. Nos espera una autopista de tiempo para derrapar... sí, en madrid.

Mister yo dijo...

Linda historia, saludosdesde chile.

bajo7-llaves.blogspot.com

Javier dijo...

Cuantos sentimientos y cuantas sensaciones, vidas construidas entorno a ellos, recuerdos que a veces no son pero que los vivimos como tal, extrañas conexiones, todos hemos sido victimas de ellas y siempre nos a asaltado la duda......realmente fue.