28 de abril de 2008

Las tardes de domingo.

Cada dos domingos la misma historia. Julia acompaña a Leo hasta la estación a tomar el tren rumbo a la capital. Suben en coche por la avenida principal desde el puerto, despacio (siempre se toman el tiempo necesario para no llegar con prisas), y aparcan un minuto en el vado de los taxis, con las luces de emergencia. A Leo no le gustan las despedidas, así que siempre ruega a Julia que no entre con él en el edificio. Se dan un tímido y rápido beso antes de que Leo tome su pequeña maleta de fin de semana y se encamine a la puerta principal, siempre con tiempo de comprar en la cafetería una botella de agua mineral. Son muchas horas de trayecto y la marca de agua que venden en el tren no le gusta mucho. Antes de cruzar el umbral, se vuelve a mirar fuera. Julia, ya desde el interior del vehículo, le hace un gesto cariñoso de adiós.
Hoy Leo piensa en lo tranquila que está siempre la avenida los domingos a primera hora de la tarde. Ya comienza a hacer algo de calor y hay un par de heladerías en el camino. Se fija en que los veladores de fuera no están al completo, y algunos niños sorben su helado con parsimonia, como si así pudiesen resultar aún más grandes. Leo ha bajado la ventanilla para verlos mejor desde el semáforo en el que se acaban de detener. El coche se pone de nuevo en marcha y el aire comienza a entrar, y Leo respira hondo, tiene la sensación de que hace tiempo que un aire tan fresco no alcanza su rostro. Los niños han quedado atrás, y los observa, como pequeñas figuras, en el espejo retrovisor. Siente de repente una nostalgia enorme, que se le incrusta en la garganta. Siente que los domingos son como una losa extraña y pesada que se le posa sobre los hombros nada más despertar. Da igual que llueva o que, como hoy, haga un día estupendo. Los domingos son amargos, porque siempre tienen despedidas. Mira los transeúntes que caminan distraídos por la acera. Para alguno supone que también el domingo debe tener algo de tedioso. Imagina cómo debe ser el lunes, con todo el tráfico de los coches por la avenida, y el trajín de personas recién duchadas y con ropa limpia caminando a sus trabajos, a sus obligaciones, a sus citas. Siente con fuerza que le gustaría quedarse para poder verlo, que querría quedarse allí y sentir toda esa energía de los lunes desde las aceras. La tarde de domingo se le antoja triste, decadente, casi amarga a pesar del sol anaranjado que baña la ciudad y el mar, allá a lo lejos ya. Después de dos años y medio, en realidad, nunca había sentido esa atracción por quedarse. Nunca han hablado de ello, como si estuviese prohibido. Y cuando la casualidad ha hecho que traten el tema de manera circunstancial, ambos han sentido que pronunciar esa frase les iba a arañar demasiado, como si hubiese una pared entre las palabras y ellos mismos. Y han cambiado siempre de tema. Leo piensa un segundo si podría cambiar de trabajo y venirse. Sabe que en realidad Julia lo tiene más fácil, pero sabe también que no le gusta la gran ciudad, al menos es eso lo que siempre ha dicho. Piensa en qué diría si se lo plantease. Que se viniera con él, y que los domingos dejasen de ser tan tristes. Casi le rozan la lengua las palabras, pero se echa atrás. Se le adelanta Julia.
- ¿Te lo has pasado bien?
- Sí, claro, como siempre.
- Yo este finde me lo he pasado mejor que otras veces. Me da pena que te vayas.
- Ya, a mí siempre me da pena.
- Bueno, ya sabes, en realidad así es más bonito, si estuviésemos juntos igual estábamos ya aburridos.
- No sé, es posible... pero también es posible que no. Vivimos un poco lejos, ¿no te parece?
- Sí, un poco... ¿es que te da pereza venir?
- No... pero...
- Bueno, con todas las horas que trabajamos, tampoco nos veríamos mucho más, ¿no crees?
Se hace el silencio en el coche. El ruido de la ciudad, suave, como adormecido, se vierte de lleno en el interior y Leo siente que le duele respirar.
Hoy su beso de despedida será un poco más largo de lo habitual. Y Julia, por primera vez en muchas semanas, insistirá para acompañarlo hasta el anden.
- No, de verdad. Ya sabes que me pone muy triste.
- Llámame al llegar, ¿vale?
- Sí, claro, como siempre.
Pero siente que nada es ya como siempre. Y al volver la mirada, y ver a Julia en el coche partir y fundirse con el resto de ciudadanos aletargados en las aceras, como tirando del tiempo para que se detenga, Leo siente de nuevo con fuerza que le gustaría quedarse hasta el lunes y levantarse y salir a la avenida limpio y con una camisa recién planchada, a sentir el frescor del mar en la cara, y ver cómo la ciudad se va despertando poco a poco. Una lágrima se le escapa cuando ya no está a la vista de Julia, y en ese mismo instante, mientras se la seca discretamente con la manga de la cazadora mientras sube y se instala en su asiento, nace por primera vez en su interior la idea de que ya no volverá más.

14 comentarios:

Raúl dijo...

tú lo que quieres es deprimir al personal. que ni que fueras yo, chico!

Anónimo dijo...

hay historias que tienen una mecánica propia, un ciclo de vida único, que se mantiene como un ecosistema muy frágil. en caso de que un elemento disonante aparezca, todo puede desmoronarse.
muy bueno el relato.

NaT dijo...

Me lo lelvo impreso que ahora no me da tiempo a leerlo.
Un besito muuuuuuuuu grande y sí, a ver si cuando vuelva tu terraza quiere deleitarnos con cariño.

Martini dijo...

hay historias que no pueden continuar...

Cafeína dijo...

No todas las despedidas son tristes. Habría q ver q pasaría si Julia y Leo vivieran juntos...
Muy buen relato

David dijo...

La idea se repite siempre. En todas las ocasiones. Cada x semanas. Lo cual quiere decir que vuelve. Para marcharse de nuevo. Y volver a pensar, sin querer despertar.

CRISTINA dijo...

Para mí fue triste estar en otro sitio, coger con muchas ganas un tren o un autobús para llegar y a los dos días otro de vuelta, con pena, para alejarme, esperar al siguiente fin de semana, echar de menos...
También aquellos años tuvieron sus momentos buenos, pero es mejor ahora, y los domingos ya no son tristes.

senses and nonsenses dijo...

`...si fuera así de fácil.
si supiéramos a ciencia cierta cuando llega el final, para poder aprender a despedirnos.

hoy viernes, con cuerpo de domingo, y todavía un fin de semana por delante.
feliz puente.

un abrazo.

pon dijo...

Despedidas, estaciones, como siempre, no volver, volver, vivir, ducharse, lágrimas.

Tessitore di Sogno dijo...

Si el agua no es S.Pellegrino o si los niños parecen perdidos en un submundo donde no existe, ese dolor que emana de las tardes de Domingo, esa nostalgia que dejan entrever todos esos detalles, imperceptibles para muchos hace aun más dolorosa y reveladora la partida. Besos.

Javier dijo...

Cuando algo no funciona, es bueno saber que se acabó, no creo que sea triste, sólo es un punto y aparte en el fluir de la vida.

Argax dijo...

Y yo me quedo con el momento capturado en el que una decisión más grande que uno mismo se hace presente y te aplasta.
Son difíciles esos momentos en los que sabes que algo superior a ti se ha manifestado.
Me gusta como julia está borrosa desde el principio, como si ya hubiera desaparecido, como si ya Leo estuviera empezando a olvidarla.

Un beso.

Urdina dijo...

Hola!
Paso por primera vez por tu blog. He leído alguno de los últimos relatos que has posteado; me gusta cómo te expresas. Sin duda llenas de color las historias, y haces que quien las lee se vea atrapado.

Entraremos de vez en cuando, para seguir leyendo :-)

Saludos!!

Cvalda dijo...

¿Qué decisión es más complicada? ¿Quedarse o no volver jamás?

(A veces somos tan estúpidos...)