No me gusta dejarme llevar por el exceso de expectativas. Por ello quizá entré con cierta incredulidad el sábado pasado en el Teatro Real, en una de las veladas que se anunciaban como históricas para el teatro madrileño. Todo un triunfo para sus directores el haber podido apuntarse el tanto de ser uno de los 5 teatros del mundo donde el mítico Claudio Abbado, a sus casi 75 años ya, dirige su primera aproximación al Fidelio de Beethoven. Esta ha sido, además, la primera visita del director italiano a España, como director de ópera.
Nunca me arrebató el milanés, a pesar de que sus discos de juventud al frente de la Orquesta Sinfónica de Londres me parecen de lo mejor de la fonografía del siglo XX. Su Beethoven siempre me ha parecido brillante, aunque no sobresaliente como el de Fürtwangler o Kleiber. A pesar de todo había suficientes ingredientes para pensar que algo extraordinario podía ocurrir. Así lo auguraban las crónicas del estreno de la producción en el Teatro de Reggio Emilia. La obra beethoveniana no exige menos. Es una de esas grandes obras maestras infinidad de veces grabada, pero extrañamente poco representada. Es una pena que Beethoven no siguiera por ese camino del Singspiel pues de alguna manera, tomando el relevo de la Flauta Mágica mozartiana, llevó el género a su cumbre. La calidad y la hondura musicales se conjugan en esta obra con una acción dramática brillante que en escena resulta sobrecogedora.
La fidelidad y la libertad guían el mensaje de esta ópera: fidelidad sentimental, la de Leonora a Florestan, que siempre he querido ver en realidad como una metáfora de la fidelidad a las ideas y a lo que uno siente como forma de encontrar la libertad interior, la cual es, a su vez, la única manera posible de alcanzar cualquier otra forma de libertad. Hablando desde una concepción más objetiva de la libertad, el director milanés siempre se ha posicionado políticamente a la izquierda y son ya célebres sus conciertos en las fábricas como manera de democratizar la música o su participación en todo tipo de proyectos en pro de la difusión de la música sin barreras ni discriminaciones. Así, es de imaginar que el impulso de la lectura de esta obra maestra nace de la convicción ideológica personal de uno de los más grandes directores de orquesta vivos, que la transforma en un mensaje musical y vital que nos llega en todas las dimensiones de la sensibilidad. Y así fue desde su salida, abrumadora, la más calurosa y entregada que recuerdo yo para la salida de un músico a escena. Desde los primeros compases de la imponente obertura Abbado consigue un Beethoven fluido y dramático, que nos llega directo al corazón, que es donde tiene que llegar la música. La partitura beethoveniana no es fácil, porque su imponente entramado vocal y orquestal la hacen proclive a caer en lo pesado. Pero el milanés consigue ese milagro de hacer que parezca una música leve sin perder toda la hondura que tiene. Y da igual que el cuadro de solistas, aunque fuese de primera fila, no resultase perfecto y tuviese algún que otro desequilibrio (a destacar, con diferencia, la brillantísima voz de Anja Kampe como Leonore-Fidelio) o que la puesta en escena tuviese poca acogida en el teatro madrileño (aunque a mi parecer sólo adoleciese de un poco de rigidez y alguna que otra libertad de interpretación discutible, pues consiguió sin duda momentos memorables, como el de la bajada a las mazmorras de Fidelio y Rocco), o que los dos coros que participaron (todo un acierto juntar el Arnold Schoenberg Chor y el Coro de la Comunidad de Madrid) estuviesen soberbios, en una obra en la que es uno de los engranajes más importantes. Sí, en el fondo todo eso da un poco igual, porque el verdadero artífice del milagro fue sin duda el gran Claudio Abbado. Porque es su mirada la que estuvo impresa en toda la representación a través de su magnetismo especial, que se desplegó nada más salir a escena. Su aspecto aparentemente circunspecto se rompe nada más tomar la batuta. Porque detrás de ella están, no sólo años y años de estudio de la partitura y de análisis de la música del gran compositor alemán, sino toda una concepción de la música, del mensaje y de su manera de ser transmitido. Lo importante es ya no sólo emocionar, pues eso lo consiguen muchos músicos, sino trascender, conseguir hacer sentir que uno está viviendo algo que está más allá de nuestra comprensión racional, algo único y que es absolutamente irrepetible. Y así lo consigue Abbado. Su final es grande, inmenso... y nos sobrepasó. El reconocimiento final del público madrileño, arrebatado como nunca, fue honesto en este sentido. Acabábamos de presenciar uno de los momentos operísticos más redondos de la historia del Real, de la memoria de muchos de los que allí estábamos, uno de esos momentos que quedarán para siempre en la memoria. Y sino al tiempo.
9 comentarios:
una tarde fascinante entonces ¿no?
Sabes... hay en mis gustos uno que es formidable y complejo... el teatro.
El teatro en si, como edificio, me cautiva... es como un recinto donde cada muro respira arte... arte a montones que se distribuyen por los techos y las bancas... y empieza el espectaculo y la musica, los instrumentos, los monologos... TODO se vuelve magia... me lo recordaste hoy... hace mucho que no piso ese lugar mistico para mi.
Saludos desde mi lejana galaxia
sabes que poco puedo aportar en este post. destacar la pasión que pones al compartir todo esto con nosotros. ...no sé si habrá tiempo de acercarme algún día a la ópera. demasiado tarde.
un abrazo.
Leyéndote y aprendiendo, intentando aprender...gracias.
Jooo, te tengo un poco olvidado, lo se. A ver si un día te escribo algo.
un besote.
;-P
Cayendo barreras y prevenciones !!, claro que si haber lo visto, difícil opinar por mi parte. así que me fío de tu criterio.
subscrevo na integra o comentário da Dark Angel e é sempre tão bom passar por aqui...
Envidia que me dais, pero de la sana! Y gracias por compartirlo. Dentro de unos días estaré en Santiago y te llamo
Con esa pasión que le has puesto (como siempre)seguramente saldrías como flotando del Real. Te estoy imaginando, sin tocar con los pies el suelo. Tu velada fue muuucho más interesante que la nuestra, auqnue nos reímos un montonazo, yo al menos.
Besossssss
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