2 de abril de 2008

Verdes sombras

Lleva varios días levantándose con una extraña sensación de prisa. Sabe que no es ansiedad, porque ya la tuvo otras veces, diagnosticada, y sabe que duele, en el pecho, como si te faltase el aire y los huesos todos se comprimieran para querer buscarlo en alguna parte.
No, ahora no es eso lo que siente. Ahora es diferente. Se toma el desayuno inquieta, como si la vigilasen. Mira con insistencia su gran maceta y las hojas anchas que de ella salen. Sobre todo mira la oscuridad que se escapa entre ellas. La mira una y otra vez, y desearía ser diminuta para poder internarse en esa frondosidad.
La prisa la invade de nuevo mientras baja la cuesta, camino del metro. Los días se están haciendo más largos y ya casi se ve el sol salir entre los edificios rosados antes de bajar las escaleras. Sin embargo, ella lleva la oscuridad de su maceta grabada en la retina como una aguja incisiva que la asfixia.
Los pasillos llenos de gente adormilada son como selvas llenas de lianas y de bostezos. De miradas tristes y somnolientas. La suya, indiferente y lejana, escapa de las que se posan sobre ella y sobre su cuerpo. Como si alguien la persiguiera, quiere huir de la ligera concupiscencia que siente que invade el subterráneo algunas mañanas. El murmullo de las voces encerradas es más ligero a esas horas, y el sordo rumor de decenas de auriculares de músicas machaconas se mezcla como un espeso caldo que cuesta beber. Sobre ellas, la música sombría de aquel piano que escuchó ayer suena martilleante en su cabeza. Una música que, en su imaginación, sale del corazón sombrío de su maceta como si alguien la tocase desde allí. Los graves le arañan el estómago cuando las puertas del vagón se abren y, empujada por la masa, sale a trompicones del tren, entre codazos y empujones de indiferencia. Siente desde la garganta esa prisa indefinible que le agarrota el cuello. Como si no llegase a tiempo y ya nada tuviese sentido, s ube las escaleras andando y adelantando a los que se dejan. Al salir, el primer sol ya ilumina las cumbres de los edificios más altos. Ella los mira con temor, aún siente la asfixia en su pecho. Se dirige con paso firme al Café Versalles y se sienta en uno de los desvencijados taburetes de la barra. Mira alrededor con avidez. Su mirada la encuentra. Como siempre, al final del pasillo, con la mirada perdida en las noticias del periódico. Pide un café y enciende un cigarrillo. Vuelve a su retina la imagen de las sombras de su planta, y casi siente el frescor de las ramas ocultas soplarle en los labios. El café le quema la garganta y parece que la alivia un poco. Por fin ella cierra las páginas y se dispone a pagar. De repente repara en ella y sonríe. Un mechón de su pelo se desliza de repente sobre su sien y el contraste con su piel blanca se le clava con fuerza en los ojos.
- ¿Otra vez aquí? - dice sonriendo - Creía que volvías a tu trabajo en las afueras ya hoy.
- Eh, no. Pues no. Me llamaron para decirme que aún me necesitaban aquí unos días más y... Bueno, pues aquí estoy - dice esforzándose por parecer natural, pero la mirada se le ha paralizado.
- No te he visto, sino me hubiera venido aquí a tomármelo contigo. Ahora ya no, que hoy llevo prisa, tengo que presentar un trabajo a primera hora.
- No te preocupes, es que se me ha hecho tarde, casi acabo de llegar.
- Pero mañana estaré atenta para no perderte. Tu conversación es mucho más interesante que las opiniones de los periódicos.
Sonríe temerosa.
- Yo... así, medio dormida, a estas horas, tampoco es que dé para mucho.
- Así estamos todas, maja - sonríe de nuevo - en fin, que me alegro de verte. Como el viernes te fuiste tan de repente, sin despedirte. Te iba a dar mi dirección de e-mail para que me siguieras contando cómo va lo de tu proyecto de viaje, ¡me pareció tan interesante! Pero con las prisas.
- No pasa nada, mujer, ya un día de éstos.
- Sí, ya te digo, ahora me voy corriendo, que fíjate qué horas.
- Sí, sí, vete, ya mañana hablamos.
- Venga, hasta mañana.
- Que tengas buen día.
Al salir, su falda le ha rozado levemente en su tobillo y al hacerlo se ha llevado consigo la música del momento. De nuevo las sombras verdes oscuras han invadido su cabeza al ritmo de los tacones de ella que se alejan, de nuevo se alejan.
Ella termina su café despacio, y apura su cigarrillo con tristeza, con inmensa tristeza. Paga y sale del local.
En la calle todo es movimiento y la luz del sol ocupa ya todo el espacio. Respira hondo, de nuevo sintiendo cómo la inquietud se instala en ella desde esas sombras a las que aún no termina de acostumbrarse. En su cabeza, la sonrisa de ella se ha paralizado y todas las mentiras que lleva semanas inventando se revuelven como envueltas de espinas. En el trabajo le deben estar echando de menos ya. Comienza a caminar y siente que su voluntad acaba de ser raptada por esa sensación que la oprime los últimos días. Por primera vez la idea certera de no saber qué hacer, de no saber a dónde dirigir sus pasos, se cruza con descaro por su cabeza. De repente siente que las sombras se desvelan y que el piano sordo que la persigue desde ellas le muestra la verdadera cara de una palabra que no quiere pronunciar, pero que se dibuja en sus labios con claridad.
- Miedo - susurra despacio.
Sus pasos se dirigen al trabajo. Enseguida imagina una excusa para la tardanza. En ese momento, desde su casa, solitaria, la maceta tiembla en su rincón.

6 comentarios:

Martini dijo...

desearía que el miedo no me paralizara... Precioso, como siempre ¿cuándo dejarás de superarte? Ja ja ja
gracias por sonreír conmigo

dijo...

Me pareció fantástico... pude oir el sonido del piano... el sonido del piano en la maceta... y sentir el miedo, a demostrar...
un abrazo

Fenjx dijo...

siempre la misma palabra entre los labios
pasas la lengua sobre ellos y notas el sabor picante y amargo
paralizante y punzante
como el veneno de una cobra

ella-maceta
haciendo en silencio su fotosíntesis diaria
necesita el sol
para seguir
aunque no sepa muy bien hacia donde
todas plantas tienen los pies enterrados en la tierra
brotan desde la tierra
igual que ella lo hace cada mañana
desde la boca del metro
es así
un día las palabras y todo
florecerán
toda ese miedo que huele a estiercol
empujará las palabras hacia fuera
y al verse reflejada en los escaparates de zara
se dara cuenta de que lo que estaba esperando
era su primavera

senses and nonsenses dijo...

tu personaje podría ser tb la de mi protagonista hace 20 años. ...pero sólo con ser consciente de su miedo, ocupa ya todo la luz del sol, aunque sea para esconder las sombras y la oscuridad.

muchos muchos besos.

Cvalda dijo...

¿Cómo es posible que un solo momento pueda iluminar un día, y el resto sean solo sombras? Al final, solo quedan fragmentos de recuerdos de una sonrisa, de un roce, de una mirada...

Tessitore di Sogno dijo...

El verde en el que me pierdo es el mismo en el que me encuentro, y es en textos tan descriptivos como este que aterradoramente decifran esas tonalidades que yo creía solo visibles a ciertas horas y con los rayos del sol.