25 de agosto de 2008

Verano 2008. Preludio desordenado.


Cada viaje tiene sus momentos, sus cumbres y sus valles, sus horas de tedio y de felicidad. Y en cada uno de ellos se alcanza un día, acaso por casualidad, por necesidad, porque el universo nos arropa de repente sin decirnos por qué, ese o esos momentos de perfección que hacen merecer cansancio, calor y lejanía. Incluso en un destino tan poco proclive a dejarme indiferente o aburrido en instante alguno, también llega ese día en el que me gustaría poder vivir para siempre.

Este año la idea era recorrer la región de Puglia, es decir toda la costa Sureste de la península italiana, desde el promontorio del Gargano hasta llegar a la península Salentina, el punto más oriental de Italia.

El Sur de Italia es siempre desconcertante y atractivo al mismo tiempo. El retraso económico, la aparente desidia generalizada, la suciedad a veces, la frágil presencia de los poderes públicos, el olvido y el descuido que parecen campar a sus anchas en medio del desarrollo, como si del polvo en una vieja casa se tratase, se unen al mismo tiempo a una notable calidad humana en el trato diario y a una cultura rica y compleja, no exenta de incoherencias, pero que descansa sobre un innegable hedonismo que la belleza de las ciudades, los paisajes y el mar, de unos colores rotundamente intensos, parecen provocar por sí solos.
A destacar, como siempre, la inimitable simpatía y emotividad de los italianos, la alegría y familiaridad que en verano desborda este país, su apabullante riqueza artística y su no menos intensa riqueza gastronómica (esta es la región de origen de la Burrata de Bufala, uno de mis iconos sobre la mesa, y de la que ya he hablado aquí).
Si a eso sumamos la posibilidad de poder hablar italiano (que para mí es siempre un verdadero placer) y esas costumbres que adopto nada más llegar y que reconozco que adoro (il caffé, il gelato, la granita, l'aperitivo...) es de suponer que es, por un lado, difícil que nada en Italia me decepcione y por otro también igualmente difícil poder destacar algo entre tal magnitud de sensaciones.

En Puglia he sentido con fuerza todos los tópicos de Italia. Quizá por eso sorprenda menos, porque todo es (más o menos) tal y como cabría esperar. Además, porque muchos de los paisajes de la naturaleza y de los pueblos de esta región italiana, aún profundamente auténticos y pintorescos, son mucho más reconocibles para quienes venimos de regiones también autenticamente mediterráneas.

Una de las características más interesantes de Italia (relacionada quizá con su pasado fragmentario) es la de la diversidad de sus perfiles y características regionales y hasta locales. Cada comarca, cada ciudad incluso, tiene una personalidad estética única y diferenciada, lo cual convierte viajar por Italia en un continuo y delicioso ejercicio de observación que nunca se agota. Esto se sigue cumpliendo en Puglia. A pesar de que en un primer momento nos pueda parecer más monótona que otras regiones o más parecida a otros lugares conocidos (por ejemplo, el sur de España), las particularidades van apareciendo y precipitando en la visión del viajero poco a poco. En mi caso, además, organicé inconscientemente el viaje de manera que terminó convirtiéndose en todo un ejercicio de introspección en las raíces y en la historia de esta región.

Comenzando por el centro de la región y viajando hacia el sur nos empapamos de toda la riqueza del esplendor barroco de ciudades como Lecce o Martina Franca, que es quizá más parangonable al barroco andaluz, aunque en el fondo sea muy diferente, para después descubrir las raíces medievales de esta región representadas en su personalísimo y único arte románico, de origen fundamentalmente normando, pero con influencias de los muchos pueblos que dominaron estas tierras (bizantinos, ostrogodos, carolingios, lombardos y hasta sarracenos).

La Edad Media fue sin duda una de las épocas de mayor esplendor de esta tierra, pues en ella estaban los puertos de los que partían los caballeros a las Cruzadas (Bari, Brindisi) y ello permitió un intenso intercambio económico y cultural con el resto de Europa y con el Oriente. Este momento histórico irrepetible dio lugar a una necesaria arquitectura religiosa de características muy especiales, a la que nos dedicamos en el último tramo de nuestro recorrido.

Uno de los últimos días del viaje, una vez pasada una temible ola de calor que nos impidió disfrutar de la costa adriática y de sus ciudades de una manera más agradable, pudimos disfrutar por fin en la costa del Gargano del mar, del viento y de las olas perfectas a la última hora de la tarde. Es de ese momento la foto del inicio.
Después de respirar tranquilamente desde las alturas la inmensidad de la arena de esta playa de Vieste que retaraté, nos dejamos caer en ella y probamos la espuma del borde del mar hasta que la tarde y el interminable vaivén de las olas nos dejaron como en una especie de silencio de los sentidos (sólo aire, olas rompiendo, sal en los labios, luz naranja) desde el que era difícil evitar que la felicidad nos atravesase.

Al día siguiente partimos desde la Foresta Umbra, uno de los bosques más antiguos de Europa, en el corazón de la península del Gargano, para emular la ruta que solían hacer los cruzados en su camino hacia los puertos de partida a los Lugares Santos, desde la capilla del Arcángel San Miguel, junto a la tumba del rey Rotary de los lombardos en Monte Sant'Angelo, descendiendo hasta el nivel del mar para pasar por las capillas románicas de la desaparecida Siponto.

Finalmente nos acercamos también ese día al promontorio de Troia, pequeña ciudad, bastión levantado sobre una colina desde la que se domina toda la llanura del norte de Puglia, la segunda en extensión de Italia.


Sin turistas, bañada en el silencio del mediodía pero sin mucho calor, pudimos disfrutar en completa soledad de una de las más fantásticas catedrales románicas italianas, no tanto por su perfección sino por su maravillosa armonía, su exuberante decoración de influencias orientales y el sorprendente bestiario que está representado en su portada.







No sé cuánto tiempo pasamos sentados observando estas piedras. Mucho, como si no consiguiéramos fijar en la retina toda su belleza, todo su exotismo. Aún me parece poder estar allí si cierro un poco los ojos y hago el esfuerzo. Quizá es que aún quiero estar allí escuchando el silencio y el tiempo pasar, degustando aquella maravilla de bruschette y laticini que nos sirvió aquel chico tan amable en una vinoteca cercana, al frescor de la sombra, con los ojos aún estremecidos.


Sí, definitivamente esos han sido los momentos más especiales del verano. Y los recordaré una y otra vez, y harán sin duda más dulce la llegada del frío, de los días cortos, de la luz más frágil que llegará cuando se acerque el otoño.


(continuará)

8 comentarios:

Martini dijo...

No pienses aún en el otoño...

Argax dijo...

Ilustrativo, interesante y sobre todo muy emotivo.
Algunas de tus lecturas se convierten para mi en un placer imprescindible, ineludible, necesario.

Y yo también os echo de menos. Por mucho que por teléfono me dijeras que ya no me juntas.

Un beso.

Carlitos Sublime dijo...

Adoro el románico, y muy especialmente el románico italiano. Es, en cierto modo, un símbolo de vertebración y de unidad en el corazón de una tierra heterogénea.

Besos 'afrancesados' ;-) Agosto está siendo un tanto tedioso...

senses and nonsenses dijo...

ha sido como viajar contigo por la plugia. cómo te gusta Italia!

...aún queda verano.

un abrazo.

Javier dijo...

El Sur, con mayúsculas, tal vez sea la parte más auténtica de Italia, debido quizás a la ensoñación en que quedó congelada tras la unificación, el otrora rico y culto Sur se vio desplazado por un norte ansioso de poder, por eso, tal vez el Sur guarda un alma eterna, congelada en el tiempo sin medida, en aquello que se reconoce rápidamente, en medio de la eternas pregunta del por qué.

Anónimo dijo...

el mediterráneo, la lejanía, el paso de múltiples culturas. todo eso marca profundamente.

me encanta leer cómo te fascinas con tus viajes.

Vulcano Lover dijo...

Mart-ini
No, creo que no... pero el otoño llega, aunque uno no quiera...

Argax
Si que me junto. Además, te echo de menos. Y te he echado de menos estos días que has estado ausente también de aquí... A ver cómo me compensas.

Carlitos.
Sí, yo también soy un amante decidido del románico. Después me fui a ver el majestuoso gótico francés... pero reconozco que la emoción no fue la misma...

Senses
Sí, queda verano, algo de calor... pero lo mejor ya pasó, jeje.

Pe-jota
Sí, el sur... qué tendrá que nos atrae tanto?

Gatchan
El placer de viajar es algo que no se puede enseñar ni a veces contagiar. Se siente o no se siente. Aún tengo que enseñarte las fotos. Verás...

luigi dijo...

Es una pena que no podamos conservar las cosas como si fueran un video en nuestra cabeza; la mia por lo menos no funciona así... pero siempre recuerdo trazos, sensaciones que provocan estremecimientos...
Un beso!