9 de septiembre de 2008

El libro de colores

Recogió sus cosas poco a poco. La ropa diseminada por el suelo del salón. Un calcetín aún descansaba, milagrosamente extendido en toda su longitud, sobre el brazo del sillón. Otro sobre la mesa, encima de un libro de pastas coloreadas. Las paredes pintadas de amarillo intenso, las estanterías llenas de libros, música, folletos de exposiciones. Todo un almacén de recursos para pasar horas y horas sin levantarse del sillón. Una vida aburrida, supuso. A pesar de que a veces sintiera envidia de quien podía pasar horas y horas delante de un libro sin aburrirse y hasta disfrutando, en el fondo él no lo entendía.

Éste de hoy, sin embargo, no le parecía igual que los otros (que los otros que vivían en casas llenas de libros, claro). No dijo nada extraño ni le habló de temas que le sonaran a chino. Le habló directamente de sus intenciones, y en la escasa conversación que mantuvieron hasta llegar a la cama, hasta comentó varios programas basura de la televisión. En la cama se comportó como un animal. Aún dormía mientras Dani pensaba todas estas cosas aprisa, al tiempo que se ponía los vaqueros, aún arrugados tras varias horas hechos una bola sobre el parquet.

Quizá no era su casa, sino la de algún amigo. No había fotos en las estanterías. En realidad Dani no conocía de nada a aquel chico. Luis, le había dicho que se llamaba. Tenía la cara triste. La mayoría de los tristes tienen libros en su casa. Pero era tan atractivo, que no le importó aquella melancolía que tenía su rostro.
Su piel le había encantado, sobre todo cuando se quedó dormido sobre su hombro, tras el orgasmo. Su respiración, la temperatura tibia, el olor, era todo tan balsámico. Pero cuando abrió los ojos y sintió que aún no se había hecho de día, Dani volvió a sentir ese peso en el pecho. El pavor de despertarse junto a un desconocido, la extrañeza de un abrazo en una cama ajena, esa sensación de difusa familiaridad que se le colaba, como un placer más, por la garganta.

Entonces, como tantas otra veces, se levantó y quiso salir en silencio.

Mientras se ataba el cordón del último zapato recordó que aún no había recuperado su reloj. Con sigilo se internó en el pasillo, donde creía haberse despojado de él antes de entrar completamente desnudo en el dormitorio, envuelto en el asedio de las manos de Luis. Sí, allí estaba, junto a la puerta del baño. Decidió entrar a beber un poco de agua y refrescarse la cara antes de salir. La respiración profunda de Luis se escuchaba aún con fuerza, desde el fondo del pasillo. No había peligro.

En oposición a la opulencia de la biblioteca, el baño era más bien espartano, y con cierto aire de suciedad. De un color feucho, daba una fuerte sensación de descuido. Dani se sintió triste en él. Era como si un alma oscura e invisible lo habitara. Sobre la estantería de cristal, lleno de polvo, un bote de gomina de la más barata, una colonia de marca impronunciable y un tubo de pasta dentífrica retorcido. En un vaso de plástico amarillo, dos cepillos de dientes. Nada más. Le pareció inhóspita aquella visión, casi asfixiante, y salió de allí sin haber abierto el grifo. Tomó su chaqueta y abrió la puerta muy despacio. Antes de salir, mientras cerraba muy despacito la puerta, sintió que el fondo del pasillo se hacía la luz. Luis debía haberse despertado. Se quedó quieto un par de segundos, esperando oír su voz, o algún ruido. Pero nada, el silencio no se rompió. Encajó la puerta suavemente y salió escaleras abajo, como poseído por una prisa extraña.
Al salir a la calle observó que el cielo comenzaba a clarear. Se sintió casi como una especie de hombre lobo, asustado y saciado a la vez. Caminó deprisa hasta la avenida más cercana y tomó un taxi. En el camino a casa, viendo los primeros transeúntes de la mañana acudir a sus trabajos, se sintió ajeno a todo, pero con cierta envidia de la normalidad que comenzaba a llenar la calle. Se olió las manos, que no terminó de enjuagar en el baño aquel. El sexo aún se adivinaba en ellas. Se sintió triste.
Pagó al taxista y subió las escaleras de su casa. Al entrar se quedó pensativo. En seguida decidió que llamaría al trabajo para decir que no se sentía bien, que no lo esperaran. En realidad calculaba que había dormido varias horas, pero se sentía revuelto, incapaz de enfrentarse al resto de la jornada.
Han pasado unos minutos. Ahora está sentado en el sofá y se vuelve a oler las manos. La imagen de la biblioteca de la casa donde acaba de estar le persigue por la mente desde que salió de allí. El libro de pastas de colores, los folletos y periódicos de arte, las postales de cuadros extraños. Todo le da vueltas en la cabeza. Y el olor de ese chico, Luis, o como se llame, que no se va de las manos. Tampoco quiere lavárselas. El cansancio comienza a invadirle y camina hasta el dormitorio. Pero se detiene ante su ordenador. Lo enciende y teclea la clave de su nick para entrar al chat de búsqueda de sexo. Es muy temprano, piensa, pero alguien habrá. Y con las pestañas cargadas de sueño comienza a teclear las mismas frases de siempre. Entonces, como bajo los efectos de una goma de borrar, los libros, las caras de los transeúntes por la mañana, los cepillos de dientes en el vaso de plástico... comienzan todos a borrarse. Y también, con ellos, se borra el olor de Luis. Poco a poco también su rostro, y sus caricias, y esa sensación de bienestar que tuvo durante el instante en que se durmió sobre él. La lujuria toma de nuevo el poder, y en breve correrá de nuevo a satisfacerlo. Dani aún no lo sabe, pero hoy, ese libro de colores sobre el que dejó el calcetín izquierdo, no se le podrá borrar de la cabeza con goma alguna.

12 comentarios:

dijo...

lo que no se borra con nada.... es lo más difícil de llevar.
mil besos

senses and nonsenses dijo...

amantes desconocidos que se quedan para siempre bajo la piel, porque descubres de reojo aquel libro en la estantería o el disco aquel que te regaló un amante no tan desconocido.
a veces son tristes, otras noches son mágicas.

un abrazo.

josef dijo...

Un relato excelente. Me gustó mucho como narras la inquietud de un protagonista afectado por el sexo cuando se convierte en enfermedad imparable. Un saludo!

Javier dijo...

Relato de urgencias no saciadas, de necesidades de reinventarse nuevas vidas y nuevas situaciones en una perpetua huida, sin saber nunca hacia donde, pero aunque intentemos borrar las cosas, nunca se borran del todo siempre queda un rastro en nuestro subconsciente.

No estoy de acuerdo con el hecho de que los que tenemos libros en casa seamos tristes !!!!, que conste en acta !!!!

Martini dijo...

A mi me costaría olvidar....

Fenjx dijo...

me estremezco en sintonía
contigo
detrás de la misma mirada
cuando llegan estos post
es como si pudiera olerlos antes incluso de leer la primera palabra del título
sólo puedo decir que el olvido es como un tigre blanco de zoo
voraz pero selectivo

un abrazo fuerte
de niño pequeño

Capri c'est fini dijo...

Interesante relato... voy a ir empezando a tirar libros de mi casa para ver si se me quita la cara de aburrido que a estas alturas debo tener. La pena es que no disfrute de lo que se va a borrar en poco tiempo y continué con tesón la búsqueda de sexo... o quizá ¿sea precisamente el sexo lo que borra el olor de otro? Primera vez que entro y me llevo una grata impresión. Un saludo.

NaT dijo...

Lo del calcetín olvidado me ha recordado a ese calzoncillo que nunca he sabido de quien es y que sigue en mi cajón. Quizá es que olvidé porque el libro no era de colores si no en blanco y negro.
Como siempre escribes estupendamente y cada día te odio más por ello.
MUACKSSSSSSSSSS

Anónimo dijo...

intensidad y olvido.

iñaki dijo...

jo, ya sabes que no suelo dejar mensajes por aquí, pero me ha gustado mucho el cuento., aunque no encuntro muy bien las palabras para decir algo. quizás es que te hecho un poco de menos...
quizás es que este cuento me ha vuelto un poco más triste... no sé, que me vuelvo a mi libro de colores, que es lo único que me queda (creo)
besos...

Argax dijo...

Muy bueno tío. De los mejores que te he leído. Con detalles de auténtico literato. Me gusta la referencia que haces a la relación tristeza existencial y posesión de multitud de libros. Me gusta el símil del hombre lobo, por acertado y por gusto personal. Pero lo que más me gusta es la escena del cuarto de baño (aunque yo quitaría eso de feucho, pero, bah, nimiedades).

Hoy estoy tontorrón o sea que te lo digo, te echo de menos, ¿es eso posible? Yo creo que sí.

Un abrazo de los buenos.

vir dijo...

para ser lo primero que leo tuyo me ha gustado mucho, y se puede decir que tu manera de escribir me ha enganchado hasta cierto punto. El vacío al despertar con un desconocido, después de haber entregado tu cuerpo y en parte tu alma, es cai peor que no haber iniciado nada. Me da pena este Dani, envuelto en este desenfreno de sexo del que no sabe cómo salir....