Hace mucho tiempo que Julio no va al cine solo. Solía hacerlo hace años, y le gustaba especialmente esa sensación de silencio que llegaba con el final de los títulos de crédito que observaba religiosamente hasta el final, sobre todo si la película le había hecho reflexionar. Adoraba ese momento en el que las letras pasaban mientras la música contribuía a alargar un poco más la atmósfera de la película.
La gente se iba levantando de sus butacas y abandonando la sala, pero él se quedaba hasta que el ruido del cinematógrafo cesaba y disfrutaba de esos instantes de silencio y oscuridad que antecedían al encendido de la iluminación.
Le gustaba estar solo y dejar que la película madurase en su interior sin que nada ni nadie le perturbase, para así poder llenarse de esas otras vidas y sensaciones que la película le había sugerido.
Si la película le había gustado mucho, solía pasear durante horas. A veces sin rumbo fijo, perdido, caminando sin ser consciente de hacia donde iba, con la cabeza llena de colores y de músicas, de palabras y de pensamientos. Cuando volvía a la realidad descubría por fin dónde le habían llevado sus pasos. Madrid es tan grande que veces ni siquiera podía reconocer dónde estaba, así que se veía forzado a pedir un taxi para volver a casa.
No sabe cómo, pero dejó de hacerlo. Pasó a apreciar la compañía de otros para ir a ver pelis, y a veces incluso usó el cine para alguna que otra actividad que poco tenía que ver con la vista. Le terminó gustando compartir sus impresiones primeras con alguien y no le importaba sacrificar que la película se le escapase rápidamente de la cabeza devorada por las opiniones de los demás.
Julio ha olvidado la intensidad de aquellas tardes en las que iba solo a las salas de cine, y de cómo fueron importantes en su proceso de descubrir quién quería ser.
Julio no necesita ya pensar ni llenar su cabeza de colores, de belleza o de reflexiones. Se siente completo y cómodo con su vida. Más o menos desde que conoció a Andrés y se enamoró de verdad. Desde que vive con él y por fin ha conseguido llegar al final del camino de acercarse a quien quería ser.
La suerte le sonrío por partida doble ya que justo unos meses después de conocer a Andrés aquella multinacional le aceptó tras un arduo proceso de selección. Consciente de que en principio no era el trabajo que quería, les había enviado una respuesta a un anuncio de trabajo porque estaba harto de no obtener respuestas a las ofertas que en realidad le interesaban. Era un trabajo cualificado y le pagaban bien. Debía viajar, pero a él siempre le había gustado hacerlo. Los horarios tampoco eran muy humanos, pero imaginó que a fin de cuentas tampoco uno puede pedir mucho más cuando está empezando. El salario estaba muy bien, y eso sí que contaba. Contaba para dejar aquel cuchitril compartido con estudiantes de paso. Contaba para poder hacer muchas de las cosas que siempre había querido hacer. Contaba para llevar un nivel de vida como el que quería llevar con Andrés. En el fondo, de alguna forma, siempre consideró que aquel golpe de suerte estaba inevitablemente unido a haberle conocido.
Los años pasaron y poco a poco se incrementaron los viajes y las jornadas saliendo cada vez más tarde de la oficina. Pero también lo hicieron con creces sus ingresos. Lo consideraba algo normal, como la vida misma. Con Andrés las cosas iban bien, cada vez mejor, se atrevía a imaginar. También él tenía muchas horas de trabajo, así que cuando llegaban a casa, se dedicaban todo el tiempo y la energía que les quedaba. Ambas cosas, sin embargo, fueron poco a poco disminuyendo con los años, y lo hicieron tan sutilmente que nunca lograron llegar a hacerles cuestionar aquella sensación de plenitud que algún día sintieron.
Hace poco, en el transcurso de un viaje de trabajo a Londres, Julio tuvo un importante retraso en Heathrow, así que dedicó sus horas de espera en el hotel que le asignaron a chatear un poco en Internet. Lo hacía de vez en cuando, por mero pasatiempo, sobre todo cuando estaba solo. Le gustaba mentir e inventarse vidas que contar. Le gustaba incluso coquetear con otros. Pero se aburría rápido, en realidad nadie conseguía captar su atención más de veinte minutos, así que abandonaba las salas de chat pronto, cerrando aquellas vidas imaginarias de un golpe veloz y aséptico de tecla. Así lo hizo aquel día.
Fue entonces cuando comenzó a teclear nombres y frases sin mucho orden en google. Nombres de lugares primero. Lugares en los que había estado, lugares que quería visitar, lugares donde le habían sucedido cosas importantes. El tiempo pasaba, y le resultaba mucho más entretenido que ponerse a revisar trabajo para el día siguiente o volver al chat.
Pero con ese jueguecito aparentemente inofensivo, empezó a penetrar en un terreno que nunca supuso que tuviera prohibido. Pero lo tenía. Y las grafías por las que viajaba le condujeron a sus correspondientes semánticas personales que, de manera aplastante, le fueron llevando de un lugar a otro, de una persona a otra. Así hasta que se decidió a teclear aquel nombre, aparentemente olvidado desde hacía años, supuestamente inocuo.
Tras la pesquisa aparecieron una serie de entradas. Un par de la universidad y varias más en diferentes periódicos. Cuando pulsó sobre la primera de aquellas, la noticia, como un rayo, le dejó fulminado. Era la lista de víctimas mortales de un accidente de trenes del año anterior. Su nombre era uno de ellos. Siguió investigando y descubrió que en un periódico local de su ciudad se hacía una breve referencia a él y a su familia, pues era bastante conocido. Estaba casado y tenía dos hijas pequeñas. Hacía un viaje a Barcelona, por motivo desconocido. En noticias posteriores se especulaba con la posibilidad de que no hubiese hecho aquel viaje en solitario y hasta se le relacionaba con otro de los pasajeros que habían fallecido en el accidente y que viajaría a su lado. En otras declaraciones al periódico su mujer confesaba que desconocía el hecho de que su marido viajara en el tren accidentado. Parece que llevaba una vida normal. Sus vecinos apreciaban su generosidad y su simpatía.
Las tripas le hicieron un nudo a Julio. Un nudo muy fuerte, lleno de dolor y vacío. Cerró la página e intentó no pensar en ello, pero los recuerdos y los pensamientos, inevitablemente, se precipitaban en el estómago. Le faltaba el aire. Era como si media vida se le escapara entre los espacios de las palabras que acababa de leer.
Decidió que necesitaba salir a pasear. Lo hizo, y se lanzó a la calle sin mucha idea, caminando con prisa, como si sus pisadas pudiesen borrar el trazo de vida amarga que acababa de nacerle muy dentro. Al poco se dio cuenta que no sabía bien donde estaba, pues no conocía la zona. Fue cuando de repente recordó aquellos paseos que solía dar sin ninguna orientación después de las sesiones de cine. No sólo volvía a estar físicamente perdido. También era la primera vez en mucho tiempo que se encontraba frente a un sentimiento que le hacía dudar de su sensación de seguridad con su vida aparentemente sin fisuras. Se sentía incómodo. No podía evitar pensar en aquel tren, en la sonrisa de Óscar, que nunca había en realidad olvidado, en las circunstancias en las que salió de su vida, en cómo tantas veces había querido volverle a ver para explicarle tantas cosas que ahora ya nunca podrían llegarle. Respiró hondo y miró al horizonte. Andrés se desdibujaba en su pecho, como un personaje secundario de una película. Sintió un terrible miedo frente a lo que sentía.
Fue entonces cuando decidió pensar que sólo había visto una película, como entonces. Una película desconcertante, pero una película al fin y al cabo. Y ya le había dado muchas vueltas a esta película. Demasiadas. Ahora debía volver a casa. Como entonces también. Sólo que entonces en casa no le esperaba nadie. Ahora sí. Alzó la mano con fuerza, para hacerse ver bien en la avenida donde los vehículos cruzaban a gran velocidad. Un taxi se detuvo y Julio entró en él.
- Sheraton Hotel, Heathrow, please. I am in a hurry.
Pensó así que Óscar desaparecería definitivamente, con su correspondiente silencio y su fundido en negro.
9 comentarios:
lo jodío es que pones en google tu nombre y te aparece hasta casi donde has ido de vacaciones en este último año...
Con creces... siempre te superas con creces
Yo me sigo sintiendo raro cuando salgo del cine con alguien. Para todo lo demás no tengo palabras.
me ha gustado mucho.
la dinámica de la vida a veces nos hace ser poco conscientes de cómo debe ser vivida
yo estoy medio llorosete
google es peligroso
igual que lo es la velocidad
o las sustancias alucinógenas
o las atracciones de feria que crujen
es inevitable llevar colgando una o dos historias del pantalón o del inconsciente o de una cicatriz en la espalda
eso quiere decir que hemos vivido
y que hay historias que no pueden cerrarse
cine, cine, más cine por favor, todo en la vida es cine, y los sueños, cine son...
un abrazo.
Tío, muy buena la estructura del relato. Como siempre tu fuerte está en describir de manera de sentirse de los personajes, tomas la distancia justa, un límite en el que te mueves como pez en el agua, nos situas ahí, justo en ese límite donde lo que se cuenta nos salpica pero no nos devora. Me gusta el toque aséptico que a veces das a tus relatos, a media luz.
Un abrazo.
Algunos viven atrapados en las palabras, como Millás, otros en el cine, me acuerdo de "La rosa púrpura del Cairo", el deseo de vivir otras vidas y huir de una realidad que hasta cierto punto nos es hostil, pero la realidad acabará siempre imponiendo sus criterios.
Magnífico relato. Y al principio me he llevado un susto: Creía que yo mismo era el protagonista. Suerte que no viajo por trabajo, sólo por placer y con mi pareja!.
me hace recordar la etapa de soledad rutinaria de sesión de cine los lunes por la tarde... la salida y regreso a casa era como un pequeño paréntesis engullido en la peli que había visto y que no me gustaba finalizar. De google y de ciertas búsquedas prefiero no hablar... jeje
besos nen...
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