23 de enero de 2009

Deriva

Jesús llevaba tantos años diciendo que se iba que ya nadie le hacía caso cuando por su boca se escapaban aquellas amenazas. Pero un día, sin decir nada, desapareció llevándose consigo un libro y su chaqueta como único equipaje. Todas aquellas advertencias no habían sido más que el camino para una decisión que tomo en secreto y que ejecutó discretamente, casi sin hacer ruido. De repente una tarde no volvió, y nada más se pudo saber de él. Mar al principio pensó en una de sus habituales rabietas, casi infantiles, y sospechó que alguno de sus amigos lo habría acogido en casa unos días. Todo calculado para provocar unos de esos efectos dramáticos a los que ella ya tan acostumbrada estaba.
Con el tiempo supo que no. Y supo también que con nadie más, con ninguno de sus amigos ni familiares había compartido ni un ápice de la decisión que finalmente tomó. Nadie lo esperaba y nadie volvió nunca a dar con él. Mar tardó casi un mes en acudir a la policía. Durante ese tiempo tuvo la secreta convicción de que todo había sido un plan tramado por él para asustarla. Después fue comprendiendo que se trataba de algo mucho más sencillo, pero a la vez difícil para ella. Animada por familiares y amigos por fin una mañana de febrero acudió a la policía a denunciar la desaparición de Jesús.

Las investigaciones se prolongaron durante varios meses aunque al final el expediente quedó en vía muerta. En algunas esquinas de las calles de la ciudad aún quedó durante un tiempo la foto olvidada de la campaña de búsqueda en la que durante varias semanas colaboraron vecinos y compañeros. La policía siempre trabajó con la hipótesis de que Jesús no había salido de la ciudad, que simplemente había querido desaparecer y que eso no era ningún delito. Decían que tenían muchos casos parecidos, y las estadísticas de los que habían terminado por resolverse así lo indicaban. En el caso de Jesús, además, tanto los precedentes como todos los datos que de él recabó la policía hacían indicar aún con más probabilidad que Jesús, en el fondo, no se había marchado muy lejos.

Era muy pequeño yo cuando sucedió aquello. Tampoco sé si me lo contaron todo o no. Es lo que sé y no he querido preguntar nunca mucho más. Mamá tiró casi todas las fotos de Jesús. Recuerdo los álbumes con las fotos rasgadas torpemente, como en un acto de ira. En algunas se podía ver una mano o parte del brazo de Jesús, pero de su cara la única foto que recuerdo haber podido ver era la del anuncio policial de búsqueda que, muchos años después, seguía aún colocada en la comisaría del barrio, y que me observaba cuando, periódicamente, debía acudir allí a renovar el carnet o el pasaporte.
Tuve siempre la secreta sospecha de que en realidad Jesús estaba cerca, espiándonos, observando todo lo que hacíamos. A veces creo que incluso podía sentir su presencia cuando caminaba por la calle camino del centro o de vuelta del instituto. Era una sensación extraña y que nunca compartí con nadie, pero muy nítida. A veces pienso que aquella secreta y discontinua sensación de falta de intimidad estuvo en el origen de mi tristeza durante toda mi niñez y adolescencia.

Juanjo (mi "padrastro") y mamá en realidad no se llevaron nunca demasiado bien. Juanjo era buen amigo de Jesús, y con todo aquel jaleo de buscarle se mostró muy atento con mamá... Al final terminaron formando una pareja. Juanjo es una persona afable aunque de poco carácter, y tardó aún unos años en empezar a sentir la actitud depresiva y autodestructiva de Mar. No sé quejó nunca, pero sé que en el fondo, al igual que a mí, lo consumía. Conmigo siempre ha sido muy bueno y me ha querido mucho. Creo que he tenido más feeling con él que con mamá, a la que de niño recuerdo siempre triste y callada, con frecuencia de mal humor y protestando por cosas sin importancia.

Con 18 años decidí marcharme fuera a estudiar. Con un poco de esfuerzo conseguí que mamá y Juanjo me dejaran inscribirme en la Universidad de Barcelona. En poco tiempo conseguí una buena beca y a partir de ahí no tuve siquiera que depender económicamente de ellos. Fue la mejor decisión que he tomado en mi vida, como una liberación de aquel ambiente agobiante de casa dominado por la melancolía de mamá y esa inconfesable sensación de la presencia invisible de Jesús. En Barcelona comencé una nueva vida, desde cero, con nuevos personajes que me ayudaban a ir borrando el pasado. Los años de facultad volvía religiosamente cuando tenía vacaciones, pero cada vez que lo hacía sentía como si una red me atrapase de nuevo en aquel mundo del que yo necesitaba desvincularme. Así fui poco a poco consiguiendo buscar impedimentos y excusas para regresar cada vez menos. Actualmente sólo acudo en Navidades, sobre todo porque sé que a Juanjo la gusta que vaya. Y también porque me da pena que tenga que aguantar él sólo a mamá con lo insoportable que se vuelve esos días. Con ella casi no hablo, ni siquiera cuando voy. Me hace alguna pregunta y yo le respondo con alguna otra, más por cortesía que por interés. Reconozco que pienso poco en ella. Cada vez que lo hago no me siento muy bien. No es fácil asumir algo así. Me siento realizado con el resto de cosas de mi vida: trabajo, amigos, romances... Es como si mi madre fuera el único punto negro de mi vida. Me da mucha pena, pero siento que es algo inevitable.

Desde la semana pasada, sin embargo, algo me inquieta sobremanera. Algo que no me termina de gustar en el nuevo apartamento al que me acabo de mudar. Algo con lo que no había contado. Algo, por otro lado, que no he elegido yo: el portero del inmueble. Me mira de un modo inquietante, como intentando escudriñar lo que pienso, lo que siento. Es una tontería, pero no me gusta cómo me mira. Está siempre ahí en su mostrador, con la mirada perdida en el periódico siempre abierto sobre la mesa, pero no desaprovecha ninguna ocasión para levantar la mirada cada vez que paso y observarme de una manera penetrante, con un gesto que a veces me resulta inquisidor. Otras temeroso, incluso angustiarte. Ahora que había conseguido encontrarme por fin a gusto y había decidido alquilar mi primera casa no compartida, resulta que cada vez que entro o salgo me encuentro con el desconcierto de tener que enfrentarme a este hombre. José María, así se llama. En realidad es el típico portero, de edad indefinida, pero por encima de los 45, y extremadamente educado. Demasiado quizá. Como si estuviera siempre haciendo la pelota. Siempre resulta correcto. No tengo nada que reprocharle. Es sólo su mirada, que me inquieta. Es fija, penetrante, como si me juzgara. Yo no puedo dejar de fijarme en cómo lo hace. Sé que una cosa así no debería afectarme, pero el hecho es que lo está haciendo. Hasta tal punto que creo que está haciendo cambiar mi buen humor poco a poco. No sé por qué, pero todo esto me pensar en mamá y en su carácter imposible. Ayer incluso la llamé por teléfono, algo que no hago más que dos o tres veces al año. Curiosamente, ahora es ella la que parece que está de un humor excelente. Le pregunté por Juanjo, pero no estaba. Es extraño, pensé. Lleva dos días sin contestarme al móvil ni a mis mensajes.

- No lo sé, hijo. Ya aparecerá. ¿Sabes? No se lo he dicho aún a nadie, pero creo que me voy a ir... sí, a ir. A vivir yo sola, que ya es hora.

Me quedado en silencio durante unos segundos, luego me he disculpado con la excusa de que estaban llamando al timbre, que era el portero que me subía una cosa. No sé por qué me ha salido esa excusa tan absurda. Yo tampoco se lo he dicho a nadie, pero también creo que me voy a ir de esta casa. Y con ella, creo que no voy a hablar más.

6 comentarios:

NaT dijo...

El portero no sé, pero el relato... es inquietante inquietante... ufffff.
Podría ser el principio de una novela. Me encantan todas esas puertas abiertas a los desenlaces posibles.

Como siempre genial!!!!!
Un beso y buen fin de semana.

senses and nonsenses dijo...

sip, inquietante...
ya sabes que yo siempre quiero saber más de los personajes. me los has dejado a la deriva. a todos.

un abrazo.

mikgel dijo...

Huir de lo que te ha rodeado mientras crecías parece lo fácil. Pero a veces es imposible. Afrontrarlo, confrontarlo, comprenderlo, superarlo, asumirlo, parece más difícil, pero a veces es el único camino de liberación.

O eso o todo lo contrario.

Martini dijo...

Te deja descolocado nene... digo como NaT, es el principio de una muy buena novela

Javier dijo...

Un relato bastante inquietante, te quedas pensando en qué esta pasando, una atmósfera de total normalidad, que no obstante despierta ciertas alarmas a medida que vas leyendo.
Influenciado por Poe ???

Anónimo dijo...

¡Hola, vuelvo después de los exámenes!
No he entendido el final de la historia, lo leeré de nuevo a ver si me he perdido algo.
Salud y Libertinaje