9 de febrero de 2009

Del vacío a lo exultante en el camino de la libertad.

Semana llena de emociones, de propuestas y de miradas. Y de secretas formas de ser recompensado siempre por este Febrero que aunque me depare noches frías, alarga los días y parece que me quisiera hacer soñar con el fin de un invierno que, más que otros años, ha sido gris y frío.
Contento de seguir vivo para la intensidad, de atreverme aún a ser valiente y sincero más veces de las que habría imaginado, de admitir mi humana fragilidad, mis esquinas afiladas, o la amargura que aún se acumula en los silencios. Lleno aún del estupor de la mirada inteligente de Richard Yates en su Revolutionary Road, llevada recientemente al cine por Sam Mendes en un trabajo personal, como siempre en él, que no consigue la redondez de otras películas salidas de su mano, pero que encuentra en las asombrosas interpretaciones de unos DiCaprio y Winslet en estado de gracia la llave para no hacer de esta película un melodrama más, y hacer creíble todo el quid de la cuestión, el centro de gravedad de la punta de lanza de esta película, resumida en esta escena de apenas medio minuto.



Una frase que en realidad sobra, porque la película expresa muy bien de qué huyen o creen huir sus protagonistas. Pero que con esa contundencia y eficacia del inglés parece habersido escrita para no tener que ser ahorrada:

The hopeless emptiness of the whole life here (el irremediable vacío de la existencia aquí)

Hablamos de un matrimonio que cae en el vacío porque no sabe asumir el fracaso de su relación, y que se deja atrapar en las innumerables redes del sueño (de vida) americano para caer en un pozo sin fondo del que ser conscientes no les libra de, al intentar poner la solución, evidenciar su incompatibilidad de prioridades ante la vida, ante los sueños y ante la construcción de la propia identidad. No hay remedio. El pequeño y audaz prologo de la película ya presagia con fuerza la inutilidad de enfrentarse no sólo al fracaso, sino a la anestesia que la sociedad va a colocarles mientras se abandonan poco a poco a sí mismos.

El final, previsible y algo contaminado de moralina, me pareció que desmerecía el resto de la película, y su longitud, casi un fallo de principiante. Sin embargo, unos pequeños segundos sí que consiguen removernos del asiento. Los vecinos, personajes apenas dibujados pero maravillosamente sugeridos en su personalidad y en el papel que jugaban en la vida de los protagonistas, hablan de ellos con los nuevos vecinos. Aquellos ya no están allí. Se hace un silencio extraño y él sale de la casa al jardín porque se asfixia ante los sentimientos encontrados. Fuera, en el jardín, observa esa casa de Revolutionary Road que es el icono de esa vida maravillosa y especial que debían tener sus inquilinos, y hace prometer a su mujer, que ha salido en su búsqueda preocupada, que no volverán a hablar de los Wheeler.
En realidad la película se podía terminar ahí. Es escalofriante la evidencia de la propia necesidad de pasar de puntillas por lo que hasta ese momento era algo importante en sus vidas como ejercicio disciplinado de seguir adelante sin enfrentarse a ellos mismos y a sus problemas que en fondo son los mismos que los de los Wheeler. Es la vuelta de tuerca del engaño de la vida que los aprisiona y que además los educa contra la rebeldía. Un antídoto falso contra un vacío en el que, como en la escena se apunta, lo difícil es comprender que puede ser irremediable. Ellos se creyeron dioses por un instante, pero también sucumbieron, y el engranaje cuasiperfecto de la sociedad y de su propia fragilidad les hizo pagar por ello.


No hay que irse a Estados Unidos para constatar esta degradación que nos impone la necesidad de pareja, de familia, de estética social, como única vía para no ser considerado de alguna forma un fracasado y merecedor de consuelo. Y sin embargo lo que veo a diario es precisamente la constatación del fracaso de muchas parejas por el hecho de nacer como respuesta a la necesidad adquirida de no estar solos, y la posterior construcción de la familia en torno a esa huida que se va vistiendo de rutinas y deseos enterrados día a día. Me produce una tristeza enorme, porque sé además que en la raíz de todo está cómo la sociedad y sus patrones se perpetúan a través de la educación y la tiranía de la conciencia.

He sufrido desde que era adolescente por sentirme extraño y diferente al resto en prácticamente todos los aspectos de la vida. Un sufrimiento que, con la soledad que conlleva, y frente a otras cobardías que he practicado y practico, sí que encaré siempre con cierta dosis de valentía. Un sufrimiento y una soledad que, sin embargo, me han hecho tener un sistema de valores y creencias quizá marginal, pero que me ha acercado a mi visión del mundo y la construcción de mi verdad y de mi camino de felicidad, aunque para ello haya debido pisar (y pise) con frecuencia la difícil encrucijada del desconcierto y la responsabilidad, y no siempre el miedo me permita actuar como quiero o debería. Aún así, he eliminado conscientemente muchas de las redes de seguridad que la gente construye, y me he sumido en una libertad que a veces duele intensamente asumir y ejercer, pero de la que estoy orgulloso, porque creo que me permite, en cierta medida, escapar del vacío y la mediocridad que inundan injustamente el mundo. Y digo injustamente porque creo que no son naturales, y más bien impuestas como forma de otorgar el poder moral y económico a una minoría que siempre lo ha tenido. Sé que estaré equivocado en muchas de las cosas que digo y hago, pero creo hacerlas desde la sinceridad y en ellas intento dejar abierta la ventana a la duda y al cuestionamiento general aunque siga equivocándome bastante. Sí, al final uno vive siempre un poco con el vértigo rondando, pero creo que es honesto hacerlo así, no es cualquier cosa la vida. Por ello, desde la felicidad rotunda que significa construirse asumiendo la duda y la sinceridad, abro las puertas a un nuevo Febrero que, desde su tímido primer intento de crepúsculo del frío, me define y ha marcado para siempre la ruta de quien soy y de quien seré. Gracias también a mis habitantes de febrero favoritos.

Symphony No.41 in C major, K.551"Jupiter" IV Molto allegro. W.A. Mozart, Leonard Bernstein y la Orquesta Filarmónica de Viena.

6 comentarios:

senses and nonsenses dijo...

no estaba precisamente entre mis prioridades. pero me ha entrado curiosidad.
y qué hago? la veo en pantalla grande doblada, o espero al dvd para poder verla en v.o.?
si es que en esta ciudad de m...

un abrazo.

Argax dijo...

Me gusta la excusa de la película para reafirmarte. Constato desde fuera lo que dices, lo que veo en tí y que sabes muy bien que tienes. Andar caminos sin desbrozar duele pero siempre se llega a lugares jamás hollados.

Es en estos textos, cuando hablas de tus verdades, cuando más me gusta leerte.

De la película, pues bueno, la veré, parece, según la cuentas, una apuesta valiente.
Un beso.

Gus Planet dijo...

Gracias! a ti por tu sinceridad y por compartir tus sentimientos con nosotros ... me han conmovido tus palabras y constituye un soplo de aire fresco seguir descubriendo un blog inteligente que ... escasean! amigo, los blogs inteligentes escasean y mucho !

Un abrazo desde la también fria y lluviosa Paris ...
(estoy perdida y platónicamente enamorado de Kate Winlest, la has visto en la tapa y notas de la Vanity Fair americana de diciembre? IMPAGABLE!)

Anónimo dijo...

me encanta leer tus comentrios sobre cine.

lo malo es que en esta época se juntan las buenas películas que me apetece ver con las pocas ganas de ir al cine..

Javier dijo...

Aún no la he visto, así que poco o mejor dicho nada puedo aportar. Ahora bien comparto en parte esa visión sobre los cánones impuestos socialmente y esa mediocridad de aceptarlos sin rechistar, aunque a mi no me producen tristeza sino curiosidad, tal vez porque siempre me he movido al margen y en mi el silencio nunca ha sido aceptación, sino indiferencia, tal vez una forma diferente de supervivencia.

pfp dijo...

me temo que soy nueva en la plaza, quiero decir en tú volcán... he llegado como se llega a los blogs de rebote... y esta reflexión tuya sobre Road Rvtion. digamos que se han cruzado estrepitosamente con las mías propias, sin digerir todavía y sin verbalizar en absoluto desde que salí, del cine el viernes pasado impactada por el "irremediable vacío de la existencia" .


Coincido casi abasolutamente con tú crítica y me quedo con tus reflexiones "la vuelta de tuerca del engaño de la vida..." "la educación y la tiranía de la conciencia...) y alguna otra más ...

Es justo que te dé la gracias... la "red" tiene esto de bueno...
Saludos afectuosos