24 de septiembre de 2009

De ilusiones...



José Manuel nunca había visto el mar, a pesar de tener ya 13 años. Yo, que no recordaba haber tenido que imaginar nunca el mar porque lo conocía casi desde que nací, encontraba cierta ansiedad en recrearme en aquella sensación. Hasta me ponía nervioso ante la posibilidad de presenciar la cara que pondría cuando, de repente, llegásemos a la playa. Quería estar a su lado para no perdérmelo. Le dije que le gustaría, que era muy especial. Él insistía que en la tele y en el cine ya lo había visto muchísimas veces. Y yo, erre que erre, que verlo en persona no tenía nada que ver. Con la misma edad que él, yo contaba ya con una verborrea y una vehemencia considerables. Supongo que le insistí demasiado, impaciente y excesivo como era. Imaginó más de lo que debía. Así que cuando, en aquella excursión de final de la primaria, nos acercamos todos corriendo a aquella playa de barrio en Málaga, mientras la mayoría de los chiquillos se apresuraba a despojarse de la ropa y lanzarse contra las olas, yo no perdía de vista a José Manuel. Pero él, inconsciente de mí, hizo exactamente como los demás. Se quitó los pantalones y la camiseta, dejando al sol aquella piel blanquísima que tenía, e hizo una carrera veloz hasta la orilla, junto a los otros. Nada, ni una expresión en su rostro, ni una mueca de sorpresa. José Manuel se lanzó al agua como si llevase todos los veranos de su vida haciéndolo. Creo que fui el único que se quedó allí, sobre la arena, mirando a los otros chapotear, extrañado de que nadie se diera cuenta de que ver el mar por primera vez no era ninguna cosa trivial.
A la noche, en la cama, le pregunté, cuando la mayoría habían caído ya presa del sueño, qué le había parecido. “¿El qué?” dijo él, como si no entendiera de qué le estaba hablando. “El mar” le susurré yo, “¿qué te ha parecido el mar?”.
“Ah… pues normal, como en las películas”.
No le dije nada más, claro. Ahí empecé a sospechar que quizá era yo demasiado fantasioso… O que a lo mejor, como había leído una vez, las personas somos muy diferentes entre nosotros.

5 comentarios:

Fenjx dijo...

Me ha venido una capica de mar a los ojos.
Entusiastas soñadores vibradores y permeables contra el resto del mundo. O para ser más exactos al lado del resto del mundo.
A veces cerca y sin embargo al otro lado.
Con la edad uno aprende a disimular que tiene alas. Y a veces, de tanto replegarlas bajo la camisa, se le olvida a uno que las tiene.
No tiene razón la canción. No se rompe el amor de tanto usarlo, sino más bien lo contrario.
Qué bien leerte!!

mikgel dijo...

Me encanta. Tan sencillo. Tan profundo. Tan distinto temáticamente a otras cosas leídas por aquí.

Javier dijo...

Los que nacimos cerca del mar y lo hemos tenido presente en nuestras vidas sabemos la cantidad de sueños y deseos que le hemos entregado, como si de un confidente se tratara.

Martini dijo...

yo tardé mucho en verlo.... a los catorce años... y también soy muy fantasioso... llegué al amanecer y me quedé más de una hora viendo como salía el sol!!

senses and nonsenses dijo...

qué bonito! yo tpc he tenido nunca que imaginar el mar, el mar estaba ahí. para jugar, para pensar, para olvidar, y yo sobre todo, cada vez que he necesitado calmar mi ansiedad, o algo así...
y al contrario de mikgel, a mí me ha parecido muy muy tuyo.

un abrazo.