23 de marzo de 2006

Inseguridades

Leif-Ove Andsnes

Leo en el periódico la crítica del concierto que el martes dio en Madrid el pianista noruego Leif-Ove Andsnes, con un programa romántico de obras, que incluía tres "pesos pesados" del piano: Schumann, Schubert y Beethoven. El crítico, además de aprovechar, en su escasez de ideas imagino, para dedicar medio artículo a las toses (ciertamente abusivas) que inundaron los pasajes beethovenianos, destaca la gran madurez del pianista, pese a su juventud. Es cierto, 36 años son aún una suerte de adolescencia para cualquier pianista. Y llegar con esta edad a interpretaciones tan redondas de obras difíciles y ciertamente llenas de complejidades técnicas y conceptuales, no es habitual. Tocó un milagroso Schubert, se anima a decir. Así fue, milagroso y coherente: maduro, repetiría yo. Mis palabras aquí no buscan rematar o puntualizar las palabras de un crítico que más allá de su capacidad de acierto, francamente se gana poco y mal su trabajo en lo que a calidad expresiva se refiere. Un día de estos voy a presentar mi candidatura a alguno de estos periódicos. Con algo de suerte, copiaré menos del programa de mano, que no es poco. Mi intención con estas palabras era inclinarme un poco sobre la tremenda sonata de Schubert, la primera de sus tres últimas, reivindicadas tan solo hace lustros como una cima indiscutible del piano. Ser un romántico poco al uso, diferente, a contra-corriente incluso, al mismo tiempo que contemporáneo del gran Beethoven, Dios (para algunos) indiscutible del género de la sonata, ciertamente no benefició a Schubert en un merecido reconocimiento a su aportación a la música y (en particular) al piano. Miente ese mismo crítico cuando habla de la visión del romanticismo de Schubert como "consoladora", frente a la "inconformista" de Beethoven... No hay mayor inconformista que el primero y eso es algo difícil de negar a un músico que cometió rebeldías continuas en sus obras, que fue displicente en su visión de la realidad, y que vivió en una atormentada y visionaria melancolía vital. Beethoven también fue un visionario, pero de la forma, llevándola a su máxima expresión, torciéndola incluso a lo imposible. Y Schubert supo bien beber de él en esto, pero no podía evitar practicar una rebeldía extrema a la hora de no acatar las ilógicas reglas del mundo de la forma en la música. Sin embargo, la aportación INMENSA e innegable de Schubert está en un terreno diferente, muy intangible: el de la profundidad. La hondura musical y expresiva de Schubert no tiene precedentes. Sus inspiraciones en el terreno de la reflexión melódica nos transportan a un verdadero nudo filosófico donde el terrible dilema romántico de la imposibilidad de reconciliación de ideal y realidad, de la vida y la muerte, de la existencia y la no existencia, de la luz y la oscuridad, encuentran una expresión cromática que difícilmente vuelve a encontrar en la música otro exponente parecido, al menos desde esa sencillez formal. La Sonata 19 de Schubert, además, irradia una inseguridad inmensa, en sus temblores, en su estructura, en sus contrastes, sus claroscuros. Para mí, personalmente, eso la hace especialmente hermosa. Más sencilla que sus dos hemanas de trilogía, es aparentemente menos atractiva y evidente, pero no menos inmensamente profunda en su planteamiento ideológico. La delirante tarantella final rompe toda tensión en una danza que nos produce extrañeza en sus incomprensibles ecos cósmicos. Una danza que en esa oscuridad tiene tintes demoniacos, que no contribuyen en absoluto (como leo que se ha escrito por ahí) a cerrar la obra con claridad. Lo repito, es una obra difícil, irreconciliable, que se termina sin cerrar nada, que deja abiertas todas las heridas que nos abre en la conciencia. Una obra que técnicamente muchos estudiantes de piano de cursos intermedios serían capaces de tocar, pero que sólo un gran pianista puede interpretar. Porque se necesita una madurez personal y una profunda reflexión y revisión de las ideas que la obra dibuja para poder decir algo con ella. Por ello, durante muchos años, este Schubert fue despreciado por los propios pianistas, que no encontraban en ella elementos para su lucimiento personal. Si alguien recuerda la película Farinelli, entenderá a aquel castrato que, vacío de interpretar arias llenas de notas inútiles destinadas al asombro ante la espectacularidad, asistía en secreto a las interpretaciones organísticas de un Handel que llenaba, con sólo una nota, el espacio de sentido. Así, mi gran asombro ante Leif-Ove Andsnes, fue reconocer que su madurez interpretativa, su visión reflexiva y contundente de Schubert, transformó esa partitura llena de inseguridades en una música que fue trazada con seguridad, expuesta con sinceridad, abriendo heridas en la razón, en el pánico, en el estupor de la vida, pero con firmeza. La seguridad está más próxima de la inseguridad de lo que imaginamos. Y eso, los grandes lo saben.

1 comentario:

Vulcano Lover dijo...

Schubert es un imprescindible, y una muestra indudable de la infinita belleza de la imperfección. Schubert no era perfecto, pero su inspiración era sincera, y mucho, y reflejaba una profundidad personal que deja al mundo un legado de inmensa riqueza musical.