Uno nunca conduce sin rumbo su propio coche. Sin conciencia de la ruta es posible, pero sin rumbo no. Siempre hay una parte de nosotros que conoce bien el rumbo. Sin embargo, por alguna razón, a veces, nunca terminamos de enterarnos. Eso piensa Luisa mientras permanece parada en el terrible atasco de tráfico provocado por la tormenta. Los limpiaparabrisas se mueven a máxima velocidad y barren el torrente de agua, al tiempo que la distorsión de las luces a través de la espesa lluvia encuentra en su pensamiento el reflejo perfecto. Todo parece desenfocado esta tarde. Las ideas le cruzan el pensamiento al ritmo de los limpiadores, pero no consigue detenerse en ninguno.
Hay días en que todo sale mal, como hoy... seguro que me va a seguir pasando de todo. Quedan un par de minutos, quizá alguno más, para llegar al semáforo de la Plaza de América. Y aún no sabe qué avenida tomará a partir de ahí. Respira hondo. Aún no ha llamado a Raúl para decirle que llegará tarde a casa hoy. Le da pereza. Sí, una tremenda pereza. Tampoco sabe cuándo va a hablar con él. Debería decírselo ya. No, se lo diré mañana. O mejor, el fin de semana. Hoy no, hoy quiero estar tranquila. Cuando llegue a casa voy a tomar una ducha muy larga y envolverme en el albornoz. Se recrea en esa sensación de placidez que le provoca la intimidad del cuarto de baño.
Ahora sí, la próxima vez que cambie a verde será mi turno. Acerca su mano al bolsillo de la chaqueta, y siente el sordo crujido del informe del laboratorio que aún sigue ahí, arrugado. ¿Por qué las arrugas no pueden desaparecer del papel? ¡Es algo tan frágil el papel! se dobla y ya no hay vuelta atrás, la línea permanece ahí, para siempre. Respira hondo. Saca del bolso un papel, esta vez sin arrugar. Es un correo electrónico. Hay una dirección y un teléfono. También hay una hora marcada. Y un día... Hoy. Llueve con tanta fuerza ahora, que apenas se ve la luz del semáforo. Avanza un poco. Parece que el tráfico se ralentiza aún más. Pasan algunos peatones por delante, corriendo bajo paraguas y sombreros improvisados. Recuerda la foto de Félix en la pantalla del ordenador, fijándose la piel blanca en su retina durante las últimas tardes, con los cuadros financieros aún por rellenar sirviéndole de marco. Piensa en las horas de trabajo imaginario en la noche, y en las charlas con ese programa de mensajería electrónica que casi no sabe aún usar bien. Demasiadas pequeñas mentiras estas últimas semanas. Saca de nuevo el informe del bolsillo. La dichosa palabra, en negrita, se le vuelve a clavar en el ánimo. Ese jodido semáforo no cambia nunca. Y arruga aún más el papel.
Verde.
Por fin.
Derecha, izquierda, centro. Toma aliento. La avenida del Oeste parece la menos congestionada. Ya está decidido. Mete primera, en seguida segunda, después tercera... y la suave pendiente de la calle junto a la velocidad retomada parece que le alivian un poco. Diez minutos más de agua sobre los cristales y ya estoy ahí. Lo vuelve a mirar. ¿Era el número dieciséis o el dieciocho? Es ahí. Justo. Hay una sola plaza de aparcamiento, y está delante del portal. ¿estaré venciendo mi mala suerte de hoy? Un pitillo antes de salir, dentro del coche... aún llueve. Luisa apaga el móvil. Hay un mensaje de Raúl. No lo va a leer. Junto al telefonillo, le tiembla la voz.
Soy Luisa.
Mmm, has venido... Pasa, te espero dentro.
En el ascensor, Luisa se mira las comisuras de los labios en el espejo. Esas arruguitas... tampoco se irán nunca. Al salir del ascensor, una luz ilumina tenuemente el pasillo. Proviene de una puerta entreabierta. Se dirige hacia ella, y la traspasa. La luz le señala con nitidez una habitación, el dormitorio seguramente. Su piel comienza a estremecerse mientras atraviesa el recibidor. Su deseo contenido crece segundo a segundo, inundando de ardor sus poros, sofocando su aliento. De la habitación se escapa el sonido del rozar de la carne sobre las sábanas. Sabe que en un minuto el fuego tomará sus piernas, y sus mejillas.
De repente, también de repente, la voluntad de su rumbo se desprende de su máscara y le desvela por un instante dónde deberán terminar esas arrugas que le arañan tanto. Esas que no sabe cómo acallar porque nadie le dijo nunca que se levantarían de esa forma en su vida. Ahora lo va comprendiendo, veloz como un huracán, mientras llega a la puerta de la habitación, en una falsa impresión de tiempo detenido. A continuación, se deja hundir en la inconsciencia del placer, de las palabras que no importan y del aliento robado. Ahora, súbitamente, sabe bien que al amanecer sus manos sabrán dirigir la ruta en el volante.
Lejos de aquí,
lejos de allá.
Cada kilómetro, estará un poco más cerca.
Hay días en que todo sale mal, como hoy... seguro que me va a seguir pasando de todo. Quedan un par de minutos, quizá alguno más, para llegar al semáforo de la Plaza de América. Y aún no sabe qué avenida tomará a partir de ahí. Respira hondo. Aún no ha llamado a Raúl para decirle que llegará tarde a casa hoy. Le da pereza. Sí, una tremenda pereza. Tampoco sabe cuándo va a hablar con él. Debería decírselo ya. No, se lo diré mañana. O mejor, el fin de semana. Hoy no, hoy quiero estar tranquila. Cuando llegue a casa voy a tomar una ducha muy larga y envolverme en el albornoz. Se recrea en esa sensación de placidez que le provoca la intimidad del cuarto de baño.
Ahora sí, la próxima vez que cambie a verde será mi turno. Acerca su mano al bolsillo de la chaqueta, y siente el sordo crujido del informe del laboratorio que aún sigue ahí, arrugado. ¿Por qué las arrugas no pueden desaparecer del papel? ¡Es algo tan frágil el papel! se dobla y ya no hay vuelta atrás, la línea permanece ahí, para siempre. Respira hondo. Saca del bolso un papel, esta vez sin arrugar. Es un correo electrónico. Hay una dirección y un teléfono. También hay una hora marcada. Y un día... Hoy. Llueve con tanta fuerza ahora, que apenas se ve la luz del semáforo. Avanza un poco. Parece que el tráfico se ralentiza aún más. Pasan algunos peatones por delante, corriendo bajo paraguas y sombreros improvisados. Recuerda la foto de Félix en la pantalla del ordenador, fijándose la piel blanca en su retina durante las últimas tardes, con los cuadros financieros aún por rellenar sirviéndole de marco. Piensa en las horas de trabajo imaginario en la noche, y en las charlas con ese programa de mensajería electrónica que casi no sabe aún usar bien. Demasiadas pequeñas mentiras estas últimas semanas. Saca de nuevo el informe del bolsillo. La dichosa palabra, en negrita, se le vuelve a clavar en el ánimo. Ese jodido semáforo no cambia nunca. Y arruga aún más el papel.
Verde.
Por fin.
Derecha, izquierda, centro. Toma aliento. La avenida del Oeste parece la menos congestionada. Ya está decidido. Mete primera, en seguida segunda, después tercera... y la suave pendiente de la calle junto a la velocidad retomada parece que le alivian un poco. Diez minutos más de agua sobre los cristales y ya estoy ahí. Lo vuelve a mirar. ¿Era el número dieciséis o el dieciocho? Es ahí. Justo. Hay una sola plaza de aparcamiento, y está delante del portal. ¿estaré venciendo mi mala suerte de hoy? Un pitillo antes de salir, dentro del coche... aún llueve. Luisa apaga el móvil. Hay un mensaje de Raúl. No lo va a leer. Junto al telefonillo, le tiembla la voz.
Soy Luisa.
Mmm, has venido... Pasa, te espero dentro.
En el ascensor, Luisa se mira las comisuras de los labios en el espejo. Esas arruguitas... tampoco se irán nunca. Al salir del ascensor, una luz ilumina tenuemente el pasillo. Proviene de una puerta entreabierta. Se dirige hacia ella, y la traspasa. La luz le señala con nitidez una habitación, el dormitorio seguramente. Su piel comienza a estremecerse mientras atraviesa el recibidor. Su deseo contenido crece segundo a segundo, inundando de ardor sus poros, sofocando su aliento. De la habitación se escapa el sonido del rozar de la carne sobre las sábanas. Sabe que en un minuto el fuego tomará sus piernas, y sus mejillas.
De repente, también de repente, la voluntad de su rumbo se desprende de su máscara y le desvela por un instante dónde deberán terminar esas arrugas que le arañan tanto. Esas que no sabe cómo acallar porque nadie le dijo nunca que se levantarían de esa forma en su vida. Ahora lo va comprendiendo, veloz como un huracán, mientras llega a la puerta de la habitación, en una falsa impresión de tiempo detenido. A continuación, se deja hundir en la inconsciencia del placer, de las palabras que no importan y del aliento robado. Ahora, súbitamente, sabe bien que al amanecer sus manos sabrán dirigir la ruta en el volante.
Lejos de aquí,
lejos de allá.
Cada kilómetro, estará un poco más cerca.
11 comentarios:
Sublime, colmo siempre... no se como consigues que llegue a imaginarme hasta los gestos de los protagonistas...
Un beso, con tu permiso.
me ha encantado leerte como siempre. mañana lo leeré con más detenimiento, estoy un poco perjudicado y me voy a la cama pensando en las máscaras. hoy he visto muchas.
un abrazo.
:O......O_o.... me has dejado boquiabierta... me ha encantado, y las últimas líneas me han recordado a una canción... "tengo solo lo que tu me dejas que me invente mientras te pido que hoy me mientas y me digas que me quieres de verdad"...
pobre Raúl...
un besito
Difícil, el dilema entre deseo y sentido común. Aunque, en realidad, el dilema no es tal porque por mucho que decidamos, al final el instinto será más fuerte y acabará dominándonos
Pero qué ponia el informe de laboratorio?¿, jajajajaja
Me viene a la memoria un comentario que hiciste en mi blog era algo así como que "lo que nos hace sufrir es el tener que escoger", tomar esa fatal deciisión por la que dejamos una vida atrás para comenzar otra, o renunciar a una parte que amamos para conseguir otra.
Lejos de aquí, lejos de allá.
A ratos Luisa no sabe que de lo único que no puede huir es de sí misma.
Martini
Gracias, guapo, veya fan que tengo contigo. Beso de vuelta, esperando que estés bien.
Senses
Mmmm, vaya vaya... ya veo a que horas me vienes a leer. Interesant,e interesante. Ya hablaremos de ello en privado. Espero un comentario a la segunda lectura, eh!
Belga
gracias Anita. Es siempre un placer recibirte en el volcán. Uff, sí, pobre Miguel...Pero me temo que hay cosas que son inexorables.
Inquilino
uy uyuyuy cómo estamos... No sé, querida, no sé. Supongo que a veces el instinto acaba dominándonos, pero no es una constante. La necesidad de acercar el deseo es inevitable, pero discreta en el tiempo. Sólo que a veces se conjugan los elelmentos y pasa lo que pasa... En fin, a hacer cara y afrontar la vida... era eso la vida (también)... Besos y más besos... No shanquedado cositas pendientes hoy, eh? No me olvido. Hasta prontito.
Pe-jota
Mmm lo importante aquí, amigo, no es lo que pasa en sí, sino cómo lo vive ella. No he querido dar muchos datos, para intentar acercar a cualquiera la capacidad de identificación con un personaje perdido y en busca de cambios... Ya tengo vuelo para ir... lo hablamos.
Mikgel
MMMM eso siempre depende, querido Migkel. Evidentemente cuando el problema está dentro de uno huir no lo aleja, porque evidentemente viajamos con todos nuestors "yos" pero a veces sí es necesario huir, cuando lo que te impide seguir adelante en tu vida está demasiado arraigado a un lugar... Entonces irse sí es un acto de valentía y además, librerador. De todas formas, creo que en el caso de Luisa la frase final no significa necesariamente que vaya a huir dela ciudad... creo que simplemente significa que se aleja de la decisión porque no va a decidir nada, va a rompercon todo y empezar de nuevo... En fin, es como lo veo yo, pero el final es tan abierto que cada uno puede dibujar a la Luisa que quiera... NO? ¿qué opinas tú??? Un beso, guapo
un poco de vivaldi,
una lectura a unas instrucciones,
mucho de venecia a pie,
ahora descanso, pizza y luego cerveza...
besos,
sigo por aqui.
Snif...
Me ha salido una arruga más estos días.
Besitos nocturnos
Precioso!!!
a mí diría que me ha salido más de una estos días, jejejeje.
Buen texto. Me ha gustado.
Como una Kika cualquiera baja a Andalucia con Manuel Bandera... A veces si, es mejor no decidir, y dejar un aire de falsa indiferencia sobre una mesa con patas de humo... Y no preguntarse nunca eso de 'que hubiera pasado si hubiese hecho lo otro', porque lo uno tampoco se hizo... y la duda, aunque doble, no tiene comparaciones... Un beso fuerte
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